Cuba. Diez días de enero. ✏️ Blogs de CubaVisita de La Habana y un poquito de las zonas occidental y central.Autor: Artemisa23 Fecha creación: ⭐ Puntos: 4.9 (28 Votos) Índice del Diario: Cuba. Diez días de enero.
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Etapas 4 a 6, total 11
Por la mañana me despertó el canto del gallo y el trinar de los pájaros. Me asomé a la terraza y me quedé con la boca abierta: había algunas nubes pegadas a los mogotes, pero brillaba el sol y la visibilidad era perfecta: el paisaje lucía maravilloso. El tiempo había cambiado en un par de horas bruscamente, incluso la temperatura superaba ya los veinte grados. Después de todo, seguíamos teniendo buena suerte con la climatología.
Vistas desde la terraza del Hotel la Ermita, con Viñales al fondo, a la derecha.
El desayuno en esta mesa del restaurante, con Viñales, su valle y los mogotes de fondo fue una auténtica gozada. Además tuvimos la suerte de ver colibrís (los pájaros más pequeño que existen) y fotografiar a uno de ellos, una delicia: La fama se la lleva el mirador del hotel Los Jazmines, pero éste tampoco está nada mal. Por eso decía que nos alegramos del cambio de hotel, así pudimos ver las bellas vistas panorámicas desde dos perspectivas diferentes (foto de arriba, La Ermita; foto de abajo, Los Jazmines".
Estuvimos toda la mañana recorriendo el Valle de Viñales, que se localiza en la Sierra de los Órganos. En 1999 fue declarado por la UNESCO Patrimonio Natural de la Humanidad. Su rasgo más característico son los mogotes, elevaciones del terreno de naturaleza kárstica y roca caliza erosionada, cubiertas de vegetación, propias de climas tropicales y subtropicales, que adquieren caprichosas formas redondeadas, como cúpulas. Estas formaciones configuran un paisaje único, que sólo resulta comparable a las que se encuentran en algunas zonas de China y en la península de Malaca. Fuimos al mirador del hotel los Jazmines, desde donde la vista es realmente espléndida. No te cansas de hacer fotos, rebuscando enfoques, matices y colores, aunque sabes que es el mismo paisaje y que te saldrán repetidas muchas veces; al final, te quedas contemplando el panorama con embeleso. No es el típico mirador de un par de fotos y de vuelta al camino, realmente cuesta marcharse de allí.
Estuvimos en el pueblo de Viñales, fundado en 1607 y tradicionalmente dedicado a la agricultura, aunque hoy en día se encuentra volcado con el turismo. Es una localidad alegre y bulliciosa (además era domingo), con bonitas casas con soportales, pintadas en llamativos colores. En muchas de ellas se pueden ver carteles alquilando habitaciones a turistas. Merece la pena pasear un buen rato por sus calles, su fondo enmarcado por el bello paisaje.
Todo el valle ofrece perspectivas hermosas. El Mural de la Prehistoria es... yo le llamaría una “incidencia” curiosa. En 1962, el pintor Leovigildo González acabo de pintar en la pared de un mogote una particular interpretación de la historia de la evolución humana, aprovechando las grietas de la roca para creer efectos especiales de luz y color. Acercándose mucho, se puede ver que las pinturas están hechas como con líneas y se ven colgando las cuerdas que se utilizan para su restauración. Hay opiniones para todos los gustos: quienes lo consideran un atentado contra la naturaleza y quienes lo encuentran muy bello y artístico. Los colores estaban perfectos, debía haber sido restaurada hacía poco tiempo. Hay que pagar para verlo desde la base, cerca de la cual se encuentra un bar-restaurante. Sinceramente, creo que no hace falta acercarse tanto (nosotros lo teníamos incluido), se aprecia bien desde lejos. En mi opinión, está curioso de ver y quizás sea un atractivo turístico añadido, pero yo prefiero la naturaleza tal cual es.
Visitamos también la Cueva del Indio, la única visita que no llevábamos incluida y que tuvimos que pagar aparte: 4 cuc por persona. Caminas unos 500 metros por el interior de una cueva con algunas estalactitas y estalagmitas y luego haces un pequeño recorrido por el río subterráneo en un bote hasta la salida al exterior, donde existe una zona de bar, restaurante y puestecitos de venta de souvenirs. La visita a la cueva está bien, pero tampoco resulta espectacular, por lo menos en mi opinión; quizás es más bonito el entorno que la cueva en sí misma. Si alguien quiere visitar cuevas y dispone de tiempo, mejor contratar a un guía para visitar las de Santo Tomás, el conjunto de cuevas más grande de Cuba, supongo que merecerá la pena.
También existía la posibilidad de hacer un recorrido a caballo por el valle, pero preferimos no hacerlo, el terreno estaba muy embarrado de las lluvias de los días anteriores y nos dábamos por contentos con lo que habíamos visto de la zona. Además, así nos daría tiempo de llegar a La Habana todavía de día.
Comimos en el restaurante del Palenque de los Cimarrones, un curioso lugar que me gustó visitar. Hay que atravesar la Cueva de San Miguel, en cuya entrada hay un bar. Esta cueva era un palenque, lugar donde se refugiaban antiguamente los esclavos africanos huidos, que se llamaban cimarrones. También hay un pequeño museo con objetos referidos a la vida de los cimarrones en los palenques. Al otro lado de la cueva, se sale al restaurante y a otra zona del valle, realmente bonita, con mucha vegetación, palmas reales, plantaciones de tabaco y plátano, rodeado de mogotes. Nos alejamos un poco, paseando, y un caballero en un carro de caballos nos pidió el ticket de entrada, vamos hay que pagar también por ir caminando hasta allí. Dijimos que la tenía la guía y que íbamos a comer en el restaurante, no insistió, pero nos miró con mala cara, creo que no se lo creyó. Esta vez no nos dieron opción: todos los entrantes tradicionales, más unas patatas asadas muy ricas, y pollo a la parrilla. Yo había aprendido que siempre que hubiera opción a elegir, mejor no elegir pollo porque el pollo sería sí o sí más de una vez. También estuvimos en una plantación de tabaco, viendo como se cultiva, los secaderos y el proceso de fabricación de los puros. Naturalmente, se podía comprar. No puedo informar de precios porque nosotros ni fumamos ni conocemos a nadie que fume puros.
Por la tarde, ya de vuelta en La Habana, nos despedimos de nuestros dos compañeros de viaje suecos y del conductor y la guía. Habían sido tres días muy agradables.
Etapas 4 a 6, total 11
Antes de emprender este circuito de cuatro días, ya habíamos pasado un día completo en La Habana, pero prefiero alterar un poco el orden del viaje para que quede todo más claro. El día anterior, después de una mañana con un sol de justicia y un calor sofocante, a última hora de la tarde cayó un tormentón de cuidado en La Habana. Nos dijeron que no era normal ese tipo de lluvia en enero, que suele ser más continua y sosegada, pero el caso es que no paró de llover a chorros en toda la noche y bajó mucho la temperatura. Por la mañana, hubo que sacar chubasqueros y ponerse jersey de manga larga porque hacía frío, un frío relativo, claro, no eran los cero grados que dejamos en Madrid al salir.
Tardaron en venir a recogernos porque las lluvias del día anterior habían causado estragos en el tráfico y estaba cerrado el Malecón. Me atendieron perfectamente cuando llamé por teléfono para interesarme. Cuando pasamos por allí, pudimos comprobar la fuerza con que, otra vez, golpeaban las olas. El cielo estaba negro, pero no llovía. Teníamos por delante 276 Km, distancia que hay entre La Habana y Santa Clara, a medio camino íbamos a parar en Guamá (península de Zapata, en la provincia de Matanzas). Hasta allí llegamos circulando un par de horas por la autopista hasta Jaguey Grande, trayecto durante el que el tiempo viró desde el cielo cubierto a un sol espléndido y vuelta al cielo cubierto amenazando lluvia en Guamá. Por la autopista circulamos deprisa, noté menos tráfico y, sobre todo, mucha menos gente, carros y animales en las proximidades de la vía que cuando fuimos a Viñales. El paisaje verde, con tierras de cultivo, salpicado de palmeras y con vacas y caballos pastando. En Jaguey Grande, donde vimos muchos naranjos y limoneros, dejamos la autopista y pasamos junto a la Central Australia, una antigua refinería que fue cuartel general de Fidel Castro durante el conflicto con los Estados Unidos en la Bahía de Cochinos. Ni que decir tiene que aquí, como en toda Cuba, se pueden contemplar multitud de carteles propagandísticos del régimen (y que conste que no voy a entrar en absoluto en cuestiones políticas, simplemente en lo que fui viendo por allí). Cuando llegamos a Boca de Guamá, el cielo estaba cubierto pero no llovía. En medio de una exuberante vegetación, se puede visitar el criadero de cocodrilos, fundado en 1961 para proteger a estos animales, algunas de cuyas especies están en vías de extinción. Se pueden ver a los cocodrilos en grupos, según su edad, desde los más pequeños hasta ejemplares adultos de enorme tamaño. La verdad es que resulta curioso contemplarles, tan quietos como si estuviesen muertos, algunos con las bocas abiertas mostrando sus temibles dientes.
Después navegamos unos 20 minutos en lancha rápida por los canales que se abren entre los manglares. Venía una brisa bien fresquita y el agua nos salpicaba. Era agradable, tenía cierto espíritu aventurero, jeje.
Atravesamos la llamada Laguna del Tesoro, hasta llegar a Guamá, un complejo turístico que lleva el nombre de un guerrero taíno que se enfrentó a los conquistadores españoles. Este complejo está compuesto por cabañas sustentadas sobre pilotes y conectadas por pasarelas, repartidas entre varias pequeñas islas de la laguna. Allí también se encuentra la reproducción de una aldea Taína, con varios bohíos (cabañas indias) y 25 esculturas que representan a indios realizando tareas tradicionales.
El paisaje, aunque apagado por el cielo gris, era muy bonito, con verdes mucho más brillantes de lo que se aprecia en las fotos; durante el paseo en lancha pudimos ver diversas aves en su habitat natural: cormoranes, garzas, pelícanos, buitres... y un curioso termitero. Naturalmente, estos avistamientos especiales, unidos al regalo de una espectacular flor típica del lugar y un puro para los caballeros llevaba implícita la inevitable propina.
Comimos en el restaurante de Boca de Guamá, un menú más justo de lo habitual, pero el pescado estaba realmente bueno. Se podía probar la carne de cocodrilo al precio de 7 cuc la ración. Nosotros no lo probamos, dicen que sabe parecido al pollo. También había pequeñas tiendas de artesanía y souvenirs a precios bastante interesantes, si bien es cierto que los pequeños recuerdos de madera, camisetas, abanicos... tienen un precio bastante similar en todas partes. Después de la comida, empezó a llover con fuerza y ya no lo dejó en toda la tarde. Por fortuna, nos pilló ya de viaje hacia Santa Clara y no nos molestó en las visitas de Guamá. Aunque no resulta una visita imprescindible en un primer viaje a Cuba, sí me pareció una parada interesante para amenizar el largo viaje entre La Habana y Trinidad, además está muy cerca Playa Girón. Etapas 4 a 6, total 11
SANTA CLARA.
Llegamos a Santa Clara casi de noche, inevitablemente no deja de llamar la atención la cantidad de personas que viajan en bicicleta por la carretera en total oscuridad, con una mano sosteniendo el manillar y la otra sujetando el paraguas. Se te ponía un nudo en la garganta cuando los coches les adelantaban a toda pastilla. Al final, es algo tan habitual que llegas a acostumbrarte, igual que a los carros, carretas y animales en la vía.
Nos alojamos a las afueras de Santa Clara, en el hotel Los Caneyes, un complejo de cabañas en medio de un bosque. Estuvimos dos noches. A mi me gustó bastante el sitio, las habitaciones estaban muy bien y el buffet del restaurante el mejor surtido de todo el viaje, con buena calidad. Tenía de todo y muy bueno, recuerdo la sopa de menudillos de pollo con verduras: que rica con el frío que hacía aquella noche. A primera hora de la mañana fuimos a Santa Clara. Después de estar lloviendo toda la noche, el día amaneció gris y caían algunas gotas, pero pronto empezó a atisbarse la luz del sol entre las nubes. Primero fuimos a la Plaza de la Revolución donde se encuentra el conjunto escultórico Comandante Ernesto Che Guevara, se puede ver el mausoleo donde se conservan sus cenizas y las de varios de sus camaradas revolucionarios y un museo con información sobre su vida, fotos y objetos varios. Nos sorprendió el hecho de que el Memorial se cierra si llueve y no se puede visitar. Nos dijeron que el día anterior no había abierto por la intensa lluvia, la verdad no se entiende mucho ya que es un sitio cerrado, pero no nos supieron o quisieron explicar el motivo. Estuvimos esperando con la mirada puesta en el cielo ya que el aforo está limitado y unos tienen que esperar hasta que salgan otros. El sol apareció y pegaba fuerte, pero algunos nubarrones negros ponían un punto de incertidumbre. No es que tuviésemos un interés desmedido por entrar, pero ya que estábamos allí y teníamos la visita incluida pues mejor aprovechar. Finalmente, pudimos pasar. Está prohibido hacer fotos en el interior. El museo guarda información interesante y algunas fotos muy curiosas, pero, por motivos evidentes, la valoración de esta visita es completamente personal. Después de hacer las típicas fotos en la Plaza de la Revolución, fuimos a ver al museo-monumento al Tren Blindado, que se erigió en el lugar donde ocurrió el descarrilamiento del tren que el 28 de diciembre de 1958 traía soldados para reforzar las defensas de Santa Clara, lo que permitió al Che conquistar la ciudad, tercera en importancia de Cuba después de La Habana y Santiago. Se encuentra junto a la línea de ferrocarril hacia Remedios, donde contemplamos directamente los vetustos trenes cubanos haciendo complicadas maniobras para adelante y para atrás mientras vehículos y carros esperaban en el paso a nivel, una visión pintoresca.
El museo está formado por varios vagones del tren, en el interior de los cuales se conservan fotos, objetos y armas relacionados con la batalla. También se puede ver la excavadora que se utilizó para arrancar los raíles y hacer descarrilar al tren. Igual que en el caso del mausoleo, la valoración de la visita es también muy personal.
Luego estuvimos recorriendo Santa Clara, en donde la figura del Che está presente por todos lados, no sé si por convicción y afinidad o porque se ha convertido en un reclamo turístico adicional para la ciudad. Supongo que habrá un poco de todo. Aún sin parecerme una visita imprescindible en un primer viaje a Cuba, porque no es un lugar tan bonito como, por ejemplo, Trinidad o Cienfuegos, si que resulta interesante recorrer sus pequeños bulevares, sus plazas, sus calles, las céntricas y, sobre todo, las menos céntricas para hacerse una idea de cómo es la vida diaria en una ciudad cubana. Ves tiendas, barberías, farmacias, talleres de reparación de vehículos… que parecen estar ancladas en el tiempo. Al ser la arquitectura menos interesante que en La Habana, por ejemplo, puedes centrarte más en observar el modo de vida de la gente, las gasolineras, farmacias, carnicerías, compras. Como nos alojamos dos noches por allí, tuvimos ocasión de recorrer la ciudad con bastante detalle.
Curiosa diferencia entre farmacias en la misma Santa Clara: En el plano meramente turístico, hay que visitar la plaza Leoncio Vidal, donde se concentran los edificios más representativos: el Teatro de la Caridad, el Museo de Artes Decorativas, el Palacio Provincial… Además, en la parte central se encuentra un bonito parque, en el que llama la atención la fuente y la escultura del niño de la bota.
De camino al Cayo Las Brujas pasamos por varios pueblos como Camajuani, Remedios y Calibarián, muy interesante observar su actividad diaria. Me gusta ir atenta a las travesías por los pueblos y las zonas rurales. En Cuba siempre se veía muchas personas en las calles, en las carreteras o en el campo; las tiendas suelen tener una ventana a la calle, desde donde la gente compra, toma café, come o bebe. Se ven muchos puestos de venta de pan, verduras, fruta y comida tipo hamburguesa o pizza; el relojero, el zapatero, la costurera… están instalados en las calles, con sus máquinas para nosotros de otra época. CAYO LAS BRUJAS. El trayecto es bastante largo hasta el Cayo de Las Brujas, en Cayo Santa María, unos 74 Km, incluyendo los 30 Km. de pedraplén (creo que se llama así, es una carretera sobre el mar que hay que tomar para ir a los Cayos de la Herradura).
Llegamos a media mañana. Curiosamente, las nubes se habían quedado en tierra firme y en los cayos no había amenaza de lluvia, pero hacía mucho viento y el mar estaba muy revuelto, nada propicio para hacer snorkel, que era lo que más nos interesaba. Hay un complejo turístico y se puede utilizar tumbonas y sombrillas.
El agua estaba caliente y había gente bañándose, nosotros no lo hicimos porque necesitamos bastante calor para que nos apetezca meternos en el agua y el viento resultaba un tanto incómodo. Así que nos dedicamos a pasear por la orilla, con los pies metidos en el agua. En cuanto te separas un poco de la zona de la urbanización, no hay absolutamente nadie y es muy agradable caminar contemplando el bonito paisaje de arenas blancas, cocoteros y aguas turquesas.
También vimos lo que parecía un antiguo punto de amarre abandonado, con restos de sombrillas, quizás abatidas por alguna tormenta tropical. A unos pasos de la playa los manglares y la maraña de vegetación apenas te deja moverte, y tampoco es que apetezca demasiado porque los mosquitos te quitan rápidamente las ganas de curiosear. Sin embargo, este cayo cuenta con un pequeño aeropuerto y me temo que los días de estas playas casi virginales están contados. En fin, todo muy agradable, sólo nos faltó un poco de calma en el mar para darnos un chapuzón y haber utilizado tubo y gafas. Comimos en el restaurante del centro turístico el menú habitual, pero el plato principal iba acompañado con una guarnición de patata encebollada realmente rica, aquí metí la pata pues no pedí pescado, que tenía una pinta estupenda. Es muy pintoresca la escultura de la mujer mirando al mar con los cabellos al viento. Por la tarde, el sol lucía entre las nubes y, por fin, aunque con algunas algas en la arena por las tormentas, pudimos contemplar el típico panorama de las playas caribeñas, lo cual no es del todo cierto ya que estos cayos están en el golfo de Méjico y las playas cubanas caribeñas están al sur de la isla.
De regreso, vimos una preciosa puesta de sol según cruzábamos el pedraplén, ya que en tierra firme había muchas nubes, incluso estaba lloviznando cuando llegamos a Remedios. Allí todo estaba completamente empapado, aparentemente había descargado una tormenta con fuerza, menos mal que no nos pilló y al bajarnos en su Plaza Mayor (Plaza Martí) apenas caían unas gotas y pronto dejó de llover.
REMEDIOS. Remedios fue una de las mejores sorpresas del viaje. Aconsejo a todos los que vayan hacia Cayo Santa María que dediquen unos minutos a visitar esta pequeña ciudad, fundada en 1514, que cuenta con un casco antiguo colonial muy bonito en torno a su plaza mayor (hotel Masconte, el antiguo Casino Español, el café El Louvre de 1866.
Sin embargo, sus mayores atractivos turísticos son las parrandas y la Iglesia de San Juan Bautista. Las parrandas se refieren a unas fiestas con música, canciones, bailes, desfiles y carrozas con grandes artilugios de madera que se iluminan por la noche, en cuya construcción participan los vecinos del pueblo, divididos en dos barrios que compiten entre si por ganar el premio que se concede a la mejor. Este festejo se celebra en vísperas de Navidad, así que cuando llegamos aún estaban erigidas las llamativas construcciones en la plaza.
Lo más interesante fue la visita a la Iglesia de San Juan Bautista, que cuenta con un impresionante altar barroco revestido de oro, unos magníficos techos de madera con una decoración singular y una talla única de la Virgen embarazada. Si todo esto ya merecía la pena, contar como guía con el mismísimo párroco fue la guinda. Y es que tuvimos la oportunidad de conocer a uno de los sacerdotes más sorprendentes que nos podamos imaginar, un personaje realmente extraordinario, a quien le importan las personas más que las apariencias y que, incluso, no duda en hacer tablas de gimnasia en la plaza mayor con sus feligreses. Se trata de un mejicano que se enamoró de Remedios y se quedó allí, estaba en chandal y pantalón corto y así, tal cual, nos enseñó la iglesia, dándonos todo tipo de explicaciones de manera desinteresada sobre el edificio, las relaciones iglesia-estado en Cuba (que no son tan tirantes como señalan algunos) y la situación de los campesinos y la gente del pueblo. Fue realmente una experiencia magnífica la que vivimos en Remedios; si vais, preguntad por su párroco, por si tenéis la suerte de que esté por allí para que os muestre la Iglesia tal como nos la mostró a nosotros. Realmente merece la pena verla y conversar un rato con él.
Desde Remedios a Santa Clara fue un camino largo, pero la carretera que pasa por las zonas rurales y los pequeños pueblos te deparan una buena visión de la esencia de Cuba, la caída de la tarde, cuando el sol ya se ha escondido, las puertas y ventanas de las casas se abren de par en par para dejar correr la brisa, dejando su hogar entero a la vista de cualquier ojo curioso, sin tapar nada quizás porque nada hay que esconder u ocultar. Y, mientras, el cubano sentado en su mecedora, toma la brisa fresca del atardecer al tiempo que mira plácidamente el escaso tráfico que cruza la carretera. Es una imagen que siempre recordaré de Cuba.
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