ISLANDIA en 11 DÍAS con 4x4 - Agosto 2016 ✏️ Blogs de Islandia

Nos despertamos sobre las 8:00 en nuestra cabaña de Hella. Entre desayunos, duchas y recoger todo, no nos ponemos en carretera hasta las 9:30. Hoy vamos a recorrer todo el sur de Islandia, en lo que va a ser el “día de las cascadas”. Se supone que hoy puede llovernos un poco, pero sólo por la mañana.



Retomamos la N1 en sentido este y poco antes las 10:00 llegamos al desvío de la 249, que sale a mano izquierda. Ya desde lejos se ve la cascada Seljalandsfoss, cayendo majestuosa desde 60 metros de altura en medio de un gran paredón vertical de roca. Esta es la famosa cascada que se puede recorrer por detrás.


Aquí conviene ponerse todo lo impermeable que se tenga y cuidar mucho las cámaras fotográficas. Cumplimos el ritual de pasar por detrás; la cascada es muy bonita, por la virulencia con que cae el agua desde tal altura.


Unos 500 metros a la izquierda de Seljalandsfoss (según se mira de frente el cortado de roca) hay otra cascada, muy diferente y más chiquitita, pero también con un encanto especial. Se trata de Gljufurarfoss, la cascada “escondida”. Para verla hay que introducirse unos metros a través una grieta vertical de la roca, caminando sobre las piedras del propio riachuelo (aquí entran en juego las zapatillas impermeables). Se accede a una especie de cueva descubierta en la que vierte la cascada creando un imponente estruendo. El espacio tiene su magia, sobre todo si consigues eludir la invasión de turistas.

Gljufurarfoss desde fuera...

y Gljufurarfoss desde dentro

Son algo más de las 11:00 cuando nos atrae un kiosko que hay frente a Seljalandsfoss con bocadillos y porciones de tarta. Aunque es pronto para comer, no es mala hora para un almuerzo y se nos hace la boca agua con el expositor. Así que sucumbimos a la tentación y compramos unos bocadillos de salmón ahumado (1150 ISK, unos 8,80 €) y unas tartas de manzana y de zanahoria (650 ISK, unos 5,00 €) que devoramos allí mismo, en las mesas del merendero frente a Seljalandsfoss. Todo carísimo, pero está riquísimo y también nos gusta probar las especialidades de los sitios donde viajamos. Y encima ha salido un poco el sol… ¡qué más se puede pedir!



A las 11:45 salimos hacia la siguiente cascada, Skógafoss. En este tramo de la N1 vamos dejando a nuestra izquierda el famoso volcán Eyjafjallajokull, el que llenó de cenizas el cielo de Europa en mayo de 2010. Hay un Centro de Visitantes y un mirador con paneles donde explican cómo fue la erupción, pero nosotros no nos detenemos.

Llegamos a Skógafoss en media hora. Esta cascada también se ve ya desde la carretera y es de una altura similar a Seljalandsfoss, aunque de más anchura, lo que le hace parecer un gran telón. Aquí conviene coger también impermeables porque al acercarse salpica mucho.


A la derecha de la cascada sube una escalerilla hasta la parte más alta. El ascenso merece la pena porque desde arriba hay bonitas vistas...

...aunque sea un poco agotador




Volvemos abajo y entramos en los aseos. Hay que echar 200 ISK (1,50 €) en un bote que nadie vigila.

Después nos dirigimos al pueblecito de Skógar, que está allí mismo, para ver las casitas de tejado de turba. Nos cuesta un poco encontrarlas; están entrando a Skógar a mano derecha. Sin embargo, sólo se pueden ver de lejos. Hay una barrera y para acercarse hay que pagar, porque dentro hay un museo.


Estas casas representan el sistema constructivo tradicional islandés. Los tejados se cubrían de tierra (turba) sobre la que se dejaba crecer la vegetación, lo que funcionaba como uno de los más eficaces sistemas de aislamiento térmico. Tendremos ocasión a lo largo del viaje de ver otras casitas de este estilo, más de cerca.


A las 13:30 retomamos la N1 rumbo a nuestro próximo destino: el acantilado Dyrholaey, donde tenemos esperanzas de ver frailecillos.

De camino, a unos 8 km de Skógar sale a mano derecha una pista de 4 km de longitud que se adentra en la playa Sólheimasandur y va a parar al famoso “avión siniestrado”. Se trata del esqueleto de un Douglas DC-3 de la marina americana que tuvo que hacer un aterrizaje de emergencia en noviembre de 1973. Todos los tripulantes se salvaron y allí quedó el fuselaje, que hoy está viejo y oxidado. Nos hubiera gustado acercarnos, pero el camino estaba cerrado con una cadena y sólo se podía ir andando. No nos interesaba tanto como para perder ese tiempo, así que pasamos de largo.

Llegamos a Dyrholaey poco antes de las 14:00. Para ello hay que tomar la 218, que sale a mano derecha y termina en un parking. Desde allí se ve a lo lejos la playa Reynisfjara y sus agujas de Reynisdrangur (los tres trolls) adonde iremos después.


Volvemos al coche y retrocedemos como un kilómetro por la 218 para coger el desvío que lleva a lo alto del acantilado, junto al faro. Es un tramo de tierra con fuertes pendientes; no sé si un turismo normal subirá bien por ahí. Desde allí hay unas magníficas vistas de la playa adyacente, y se supone que es en ese acantilado donde veríamos frailecillos… ¡pero no hay ninguno! ¡Qué decepción! No sabemos si es que han emigrado ya, porque suelen marcharse a mediados de agosto y hoy es día 12.

Vistas desde el acantilado de Dyrholaey:


Hasta ahora no hemos notado aún la supuesta mejoría del tiempo pronosticada a medida que avanzara el día. Al contrario; no deja de estar nublado y, aunque no ha llovido, tampoco hemos visto aún el sol más que un ratito en Seljalandsfoss.

A las 15:00 nos ponemos de nuevo en marcha hacia la playa de Reynisfjara, donde llegamos en quince minutos. Es una playa de arena negra con unas formaciones rocosas de basalto muy fotogénicas. Al estar el día nublado, el agua refleja en tonos plateados el gris del cielo y produce contrastes preciosos con la arena negra y la espuma blanca.






Aprovechamos la parada para comernos los sándwiches de embutidos que traíamos ya preparados. Nada más, porque los bocadillos de media mañana nos habían dejado bastante saciados.

Cuando montamos de nuevo en el coche para seguir camino, Bicho detecta que el freno de mano no funciona. Mmmm… mal asunto. No es algo gravísimo que nos impida conducir, pero condiciona a la hora de aparcar y es una falta de seguridad en ciertas situaciones. Habrá que observarlo y, de seguir así, tendremos que ponernos en contacto con Cars Iceland.

A las 16:00 retomamos la N1 y seguimos hacia el este. A nuestra izquierda tenemos el glaciar Mýrdalsjökull, bajo el cual se esconde el temible Katla, el volcán más poderoso de Islandia. Su última erupción fue en 1918 y normalmente estallaba cada 50 años, por lo que se espera una erupción inminente. Precisamente mientras escribo esto tengo noticias de que Islandia acaba de entrar en alerta máxima por posible erupción, tras detectarse movimientos sísmicos en la zona.

Continuamos camino y pasamos de largo el pueblo de Vik í Mýrdal, donde no paramos porque no parece tener grandes puntos de interés. A partir de aquí, la carretera atraviesa el Myrdalssandur, una zona desértica originada por sedimentaciones de glaciares y restos volcánicos de erupciones del Katla.

A unos 39 Km de Vik í Mýrdal, a la izquierda de la carretera, hay una zona llamada Laufskalavarda donde la gente ha ido haciendo pequeños montículos de piedras, que se supone que dan suerte en el viaje. Aquí no estamos más de 5 minutos para hacer un par de fotos y reanudamos viaje. Son las 16:45.




A continuación la N1 discurre a través de Eldhraun, una gran extensión de lava negra cubierta de musgo verde bastante impresionante, que abarca prácticamente hasta donde alcanza la vista. Este campo de lava se generó en 1783 a causa de una tremenda erupción del volcán Laki, que estuvo más de 8 meses expulsando lava y creando esta inmensa capa que cubrió el valle del río Skaftá y llegó hasta el mar, y que en algunos puntos tiene hasta 200 metros de espesor. Pero no fue la lava lo peor de esta erupción, sino los gases que emanaron también durante esos 8 meses, que mataron a gran parte del ganado del país, estropeó los cultivos de toda la isla y provocó una tremenda hambruna. Estos mortíferos gases se expandieron también por todo el norte de Europa provocando graves efectos en el clima: hubo varios inviernos helados, inundaciones torrenciales en primavera… Hasta países como India se acabaron viendo afectados, al influir las bajas temperaturas del norte en las corrientes de aire del sur, sufriendo una de las más severas sequías de su historia. En definitiva, la erupción de Laki fue una de las más devastadoras de la historia, sembrando muerte, hambre y pobreza y un caos climático en casi todo el planeta. ¡Vaya con Laki! ¡Qué humos tiene!

A la derecha de la carretera hay un apartadero donde se puede aparcar para pasear un poco por el campo de lava, sin pisarlo, mediante una pequeña zona acordonada preparada para ello. Son aproximadamente las 17:30 cuando paramos aquí un ratito para tomar unas fotos.




Un par de kilómetros más adelante sale a la izquierda la carretera F206, por la que nos desviamos para visitar el cañón Fjadrargljúfur. Son unos 3 km de pista de tierra bastante bacheada, al final de los cuales hay un parking y aseos gratuitos.
Merece la pena hacer esta parada porque el cañón es realmente bonito. De nuevo esos verdes fosforescentes contrastando con el color de las rocas… Es un desfiladero bastante escarpado y profundo, lleno de agudas formaciones rocosas un tanto fantasmagóricas, al fondo del cual discurre el río Fjadra. Hay un camino señalizado por todo el borde superior del cañón, de 1 km de longitud, hasta llegar a una especie de mirador sobre una poza con cascada.

Actualización 2019: He oído que este cañón acaba de ser cerrado al público por preservación de la naturaleza ante el actual exceso de turismo.




Durante el paseo de ida a lo largo del cañón seguía estando nublado, como todo el día. Pero fue iniciar el regreso y empezar a caer el diluvio universal, así que volvimos al coche lo más deprisa que pudimos disfrazados de Caperucita. ¡Vaya con el acierto de la predicción del tiempo! Realmente, no sé cómo se atreven a hacer pronósticos en un país donde el tiempo cambia drásticamente en cinco minutos.

Estamos de vuelta en el parking a las 18:35. Al contrario del primer día, hoy es entrar en el coche y dejar de llover. Así de caprichosa es la climatología islandesa.

Unos kilómetros más adelante llegamos a Kirkjubaejarklaustur, donde queremos ver el Kirkugólf, o “suelo de iglesia”. Se trata de una superficie de suelo formado de manera natural por columnas de basalto de sección hexagonal que salen de las profundidades y que parecen haber sido cortadas a tajo para crear un solado de mosaico. No es gran cosa, pero ya que pilla de camino paramos a verlo por curiosidad.



Al llegar a la rotonda de Kirkjubaejarklaustur no hay indicaciones para el Kirkugólf. Hay que coger la salida de la rotonda en la que hay unos carteles con anuncios y fotos, y unos 200 metros más adelante hay un cartelito chiquitín a la izquierda donde pone Kirkugólf. Está dentro de un vallado, pero está permitido el acceso.

El Kirkugólf, encharcado por lo que ha llovido esa tarde:




Vemos que en Kirkjubaejarklaustur hay un pequeño supermercado llamado Lotto. Necesitamos galletas para el desayuno y fruta, así que entramos, con cierto reparo porque suponemos que va a ser caro. Nos llevamos la sorpresa de que tiene unos precios muy similares al Bonus y compramos también queso y Skyr.

A las 19:15 cogemos el coche ya para dirigirnos a nuestro alojamiento de hoy. Por el camino empieza a despejarse e incluso vemos grandes paños de cielo azul por primera vez desde que estamos en Islandia.



A las 21:00 llegamos a Hof (no confundir con Höfn), a unos 17 km pasado Skaftafell, donde tenemos reservado un bungalow llamado Nónhamar. Quise reservar algo cercano a Skaftafell porque mañana vamos a hacer excursiones en este Parque Nacional, pero esto fue lo más barato que encontré en las cercanías. Hay tres bungalows iguales y los dueños viven en una casa justo al lado. La casita de madera está bastante bien, muy acogedora y limpia.



A pocos metros está esta monada de iglesita con tejado de turba:


Observamos que faltan las toallas de baño, así que llamo en la casa de los dueños y me las dan muy amablemente.

A lo largo del día hemos constatado que, definitivamente, el freno de mano no funciona, así que aprovechamos el wifi de la cabaña para enviar un mail a Cars Iceland informándoles del problema y diciéndoles en qué zona de la isla estamos.

Cenamos un rissotto de sobre y Skyr, y nos acostamos sobre las 24:00.

---

Hoy en Hof nos levantamos más temprano, a las 7:30, porque tenemos reservada una excursión por el glaciar Vatnajökull a las 11:00 y antes queremos ir a ver la cascada Svartifoss.


Desayunos, duchas, recoger todo… maletas otra vez al coche. Ya hemos cogido el tranquillo al maletero y lo empotramos todo en un pispás. Pensé que el trajín de saca-maletas-mete-maletas cada noche y cada mañana iba a ser más pesado, pero tampoco es para tanto.

Salimos a las 8:45 hacia Skaftafell, retrocediendo por la N1 los 17 km que hay desde Hof para coger la 998. De camino nos damos cuenta de que nos hemos dejado un bote de Skyr y el queso en el frigorífico, pero no queremos perder tiempo en volver a por ello, así que pasaremos después de la excursión por el glaciar, cuando prosigamos hacia el este.

Llegamos a Skaftafell a las 9:10 y aparcamos en el parking del Centro de Visitantes para iniciar la subida a Svartifoss. Desde aquí hay 1,6 km hasta la cascada, unos 30 minutos andando. El camino es todo cuesta arriba y un poco cansado. Durante el recorrido se pasa también por la cascada Hundafoss, que no es gran cosa.

Cuando estuve planificando el viaje supe de la existencia de un pequeño parking más cercano a Svartifoss, desde donde se ahorra la mitad de camino, pero no nos atrevimos a arriesgarnos porque no tenía certeza de ello. Una vez vistas las cosas in situ puedo decir que es cierto: el pequeño parking está justo a la altura de Hundafoss, al otro lado del río, y se ve perfectamente desde este lado. Hay un puentecillo que comunica ambas márgenes allí mismo. Para quien vaya justo de tiempo o esté cansado de andar le puede venir bien aparcar allí. En este planito se ve la situación del pequeño parking:



Svartifoss es muy coqueta. Es mucho más pequeña que Seljalandsfoss o Skógafoss, pero está situada en un precioso escenario de columnas basálticas que le da todo su encanto.


Desde la cascada parten varias rutillas hacia miradores en los alrededores, que deben de estar muy bien si se tiene tiempo. Pero nosotros teníamos que estar a las 10:45 en la caseta de Icelandic Mountain Guides, en el Centro de Visitantes, para la excursión por el glaciar, así que estuvimos por allí un rato disfrutando de la cascada desde todos los puntos de vista y volvimos sobre nuestros pasos. A las 10:35 estábamos de nuevo abajo. Entramos en los aseos (gratuitos) y nos dirigimos a la caseta de Icelandic Mountain Guides.

La excursión que íbamos a hacer era la llamada “Blue Ice Experience”, de unas 2,5 a 3 horas de duración, la más básica que organizan (tienen otras más largas y de más dureza). La había reservado por internet un mes antes, por miedo a que luego no hubiera plazas. Hice la reserva a través de Guide to Iceland, una especie de mayorista que me ofrecía por el mismo precio cancelación gratuita hasta 24 horas antes, cosa que Icelandic Mountain Guides no da si reservas directamente con ellos. La excursión costó la friolera de 10.900 ISK por persona (unos 80,00 €), pero era algo que no queríamos dejar de hacer si íbamos a Islandia.

Una vez en la caseta de Icelandic Mountain Guides nos miden a todos los pies para ajustar al tamaño de cada uno los crampones que deberemos ponernos luego en el hielo. El grupo es de catorce personas. Montamos en un minibús y nos llevan a Svinafellsjökull, una de las lenguas del glaciar Vatnajokull, sobre la que haremos la excursión.

Una vez allí, caminamos un poco sobre tierra firme hasta terminar de acercarnos al borde del glaciar y entonces el guía nos explica cómo colocarnos los crampones y cómo caminar con ellos. Entre que lo explica, uno que no se entera, otro que se lo ha puesto mal, el guía que nos repasa a todos… son casi las 12:00 cuando empezamos de verdad a andar sobre hielo. También nos dan unos piolets, que no servirán para nada en absoluto más que para quedar interesantes en las fotos.

Por cierto, este día no amaneció demasiado nublado y observamos con gran alegría cómo se va despejando poco a poco hasta lucir un sol precioso. ¡Qué suerte! La excursión sobre el hielo así será mucho más bonita.



Íbamos bien abrigados, porque se supone que en un glaciar hará frío. Sin embargo, el sol calienta bastante y la temperatura es muy agradable. De hecho, el guía es un mozo vikingo que va en mangas de camiseta.


En el primer tramo de la excursión, el hielo está muy mezclado con ceniza y morrena, por lo que es de un color feo y sucio. Más adelante empieza a estar más limpio y el panorama es más bonito.




El guía nos va contando curiosidades de los glaciares mientras avanzamos con los crampones adentrándonos en la lengua de hielo, hasta un lugar desde donde hay preciosas vistas de las montañas heladas circundantes. En total anduvimos unos quinientos metros… no creo que fuera más. Regresamos al punto de partida, nos quitamos los crampones y volvemos hacia el minibús, que nos espera para devolvernos al Centro de Visitantes. En total, dos horas y tres cuartos, que entre desplazamientos y demás se ha quedado en poco más de una hora sobre el hielo. Aunque ha sido bonito ha sabido a poco, sobre todo teniendo en cuenta lo que ha costado.

Comprobamos el correo: nos han contestado de Cars Iceland diciendo que vayamos a Höfn para que un mecánico vea el coche, y que les avisemos como una hora antes de llegar.

A las 14:00 estamos reanudando el viaje por la N1 hacia las lagunas glaciares de Fjallsárlón y Jokülsárlón. Como pasamos de nuevo por Hof, paramos a recoger el queso y el yogur que nos habíamos dejado en el bungalow. Nada más vernos llegar, la dueña de la casa nos saca una bolsa que ya tenía preparada por si volvíamos a por ello.

Camino de las lagunas glaciares, el paisaje que queda a la izquierda es precioso. Paramos en un camino lateral a hacer algunas fotos. ¡Qué diferencia de panorama cuando luce el sol y cuando no!




El desvío a Fjallsárlón está señalizado a mano izquierda de la carretera. Cuando lo vimos... ¡¡¡ay, ay, aaayyy, era por ahí!!!... ya no nos daba tiempo a frenar y lo pasamos de largo, así que tuvimos que hacer un cambio de sentido en cuanto que pudimos. Aparcamos junto a Fjallsárlón a las 15:00.

Fjallsárlón impresiona por la tremenda manifestación de serenidad y majestuosidad de la naturaleza. Nos encantó. Es una laguna recogida a los pies del glaciar, llena de pequeños icebergs que se van desprendiendo de éste quedando a la deriva sobre unas aguas perfectamente calmas.





Seguimos unos pocos kilómetros por la N1 hacia Jokülsárlón, donde llegamos a las 16:00. Esta laguna es relativamente moderna; se formó hace 80 años por retroceso del glaciar y tiene una profundidad máxima de 250 metros. Da pena pensar que, de seguir adelante el cambio climático, el glaciar entero acabará desapareciendo algún día.

La N1 cruza con un puente sobre la propia laguna, en su parte más estrecha donde ya desemboca en el mar. Dejamos el coche en un gran parking que hay nada más pasar el puente a mano izquierda y, como es un poco tarde, antes de acercarnos a ver Jokülsárlón nos comemos allí mismo los reglamentarios sándwiches de jamón serrano, algo de fruta y el Skyr rescatado.

Si Fjallsárlón nos había encantado, Jokülsárlón nos va a hechizar, porque será una de las cosas más impresionantes que vamos a ver en nuestras vidas.

Realmente, es imposible que las fotos hablen de lo que perciben los cinco sentidos cuando estás allí. Pura naturaleza en toda su magnificiencia; es como estar en otro mundo. Es inútil tratar de describirlo; únicamente diré que sólo por haber estado allí ha merecido la pena el viaje.





Queremos ver también la playa de grava negra donde Jokülsárlón y sus icebergs desembocan en el mar, dejando bloques de hielo de diversos tamaños varados en la arena. Vemos que no hay forma de llegar andando hasta la playa desde este lado del puente (el puente es sólo para coches, de un único carril y sin aceras ni arcenes). La única solución es coger el coche, volver a cruzar el puente hacia el oeste y aparcar de nuevo al otro lado (o cruzar andando el puente en plan kamikaze). La verdad es que no me pareció normal que no hubiera forma de cruzar peatonalmente de un lado a otro de la laguna sin jugarse la vida.



La playa de Jokülsárlón es preciosa; grava negra, agua de un azul intenso, hielo cristalino como diamante…Un amante de la fotografía podría estar aquí horas y no saciarse. También vemos una foquita asomando la cabeza del agua, que enseguida vuelve a sumergirse. ¡Qué ilusión!





Nos habíamos enterado de que esa noche a las 23:00 había un espectáculo de fuegos artificiales en Jokülsárlón, pero nos es imposible quedarnos porque nuestro alojamiento de hoy está a 135 kilómetros de allí. ¡Qué pena! Si estáis planificando vuestro viaje para agosto, sería genial informaros de cuándo se celebra ese año el espectáculo y hacerlo encajar en vuestro planning, porque debe de ser precioso.

A las 17:45 reanudamos viaje, continuando por la N1 hacia el este. Nuestro alojamiento está un poco antes de llegar a Djúpivogur, pero tenemos que ir antes a Höfn por el problema del coche. Esperamos que no nos entretengan demasiado porque para hoy hemos reservado una casa entera en una granja, con jardín y todo, y con el buen día que hace nos gustaría disfrutarla lo más posible.

Llamamos a Cars Iceland diciendo que en una hora estaremos en Höfn y nos dicen que volvamos a llamar cuando estemos allí. Llegamos a las 18:45 y aparcamos en la primera gasolinera que vemos. Volvemos a llamar para dar nuestra ubicación, pero el que nos atiende esta vez no sabe ni de qué va el tema y hay que explicar todo desde el principio (siempre en inglés, claro está ). Buuuffff… Nos dice que nos volverá a llamar él cuando sepa algo y nos quedamos esperando…

A la media hora, hartitos de esperar y sin querer movernos de allí por si acaso, llamamos de nuevo a ver qué pasa (y ya van tres llamadas "internacionales" desde nuestros móviles). Nos dice que está tratando de localizar al mecánico y que en diez minutos nos llama con lo que sea. Esta vez cumple su palabra y nos llama a los diez minutos: el mecánico vendrá ¡dentro de una hora!
¡Adiós al disfrute de nuestra casita con jardín en la granja! El tema del freno de mano nos va a hacer perder media tarde... Pero bueno, si nos lo dejan solucionado, bienvenido sea. Aprovechamos el tiempo de espera para entrar en un supermercado Netto que hay allí al lado y comprobar que es bastante más caro que el Bonus (eso sí, tienen mandarinas, que en Bonus no).

Afortunadamente el mecánico viene a los 50 minutos. Se mete debajo del coche a mirar y concluye que se ha roto el cable; pero él allí no tiene repuesto, y como mañana es domingo tampoco hay nada que hacer. Nos pregunta cuándo vamos a Akureyri, que es la siguiente ciudad donde nos pueden atender, y le decimos que el martes, así que quedamos en que ya avisa él a Cars Iceland de que el martes iremos al taller de Akureyri con el problema del cable del freno de mano roto.

No podemos hacer otra cosa que resignarnos, así que eso hacemos y nos ponemos en camino hacia nuestro alojamiento.





A las 21:00 llegamos a la casa. La primera impresión nos gusta mucho; es muy acogedora y amplia. Tenemos un jardín privado, un salón grande con una TV de plasma de 40". La cocina, enorme, tiene zona de comedor. Además hay cuatro dormitorios, de los que sólo vamos a usar dos, y un cuarto de baño. Todo muy limpio y con todo equipamiento. Lo más llamativo es que toda la vivienda está llena de adornos, retratos, recuerdos y fotografías, algunas muy antiguas en blanco y negro, de la familia que vivió allí. Todo está tal y como estaba cuando vivían allí. Es una curiosa sensación de familiaridad. Para desayunar nos han dejado leche, galletas, pan, mantequilla, cereales… ¡y un bizcocho de jengibre casero hecho por la señora de la familia, con una dedicatoria personalizada para nosotros! ¡Un diez para este alojamiento!

Cenamos en la mesa de la cocina y estrenamos el bizcocho casero para el postre… ¡riquísimo! Esa noche dormimos como angelitos en los confortables colchones con los edredones de plumas. ¡Ha sido un día fantástico!

---

Nos despertamos a las 7:30 en la casa de Djúpivogur y está lloviendo. ¡Qué lástima! ¡Con lo bonito que hubiera sido un desayuno en el jardín con el medio bizcocho de jengibre que nos queda! El pronóstico del tiempo para hoy es de lluvias por la mañana y despejado por la tarde en la zona donde vamos a estar. Las temperaturas, más o menos como siempre, entre 10º y 14º. Pero después de la experiencia de los días anteriores, ya no creo demasiado en las previsiones.

Nos despedimos del dueño, que vive enfrente, y arrancamos a las 9:30.



Seguimos por la N1 hacia el noreste. Al igual que los días anteriores, no dejamos de ver ovejas continuamente a ambos lados de la carretera. A veces incluso encima de la carretera. También se ven muchos caballos y esporádicamente vacas. El mito de que las ovejas van siempre de tres en tres es cierto al 75%. También las hemos visto de dos en dos, de cinco en cinco, etc.


La casa donde hemos pernoctado hoy estaba a unos 40 km antes de llegar a Djúpivogur. Alcanzamos esta población poco antes de las 10:15 y paramos para hacer una pequeña visita. Continúa lloviendo. Unos carteles indican la dirección hacia Eggin i Gledivík, un conjunto escultórico al aire libre de 34 huevos de piedra gigantes, realizado en 2009 por un famoso artista islandés, Sigurður Guðmundsson. Representa los huevos de las 34 especies de aves que anidan en Djúpivogur y están todos colocaditos en hilera a lo largo del malecón. ¿Quién se resiste a contarlos, a ver si es verdad que son 34? Yo, desde luego, los conté



En Djúpivogur se conservan algunas casas del siglo XVIII que han sido restauradas, como la de madera roja Langabúd, la más antigua, construida en 1790 y que en la actualidad alberga un restaurante y un centro cultural.


También queremos ver la pequeña iglesia blanca y unas casitas de tejado de turba que por lo visto hay al lado, pero callejeamos un rato y no conseguimos encontrarlas. El móvil con datos de Niñooo nos envía a una dirección donde no hay ni rastro de la iglesia, así que acabamos dejándolo por imposible. La ubicación de la iglesia de Djúpivogur queda para nosotros como misterio sin resolver.

A las 10:30 reanudamos camino bajo una lluvia fuerte y constante. Queremos coger el atajo de la 939 porque no vamos a recorrer el perímetro de los fiordos (hubiéramos necesitado más días de viaje). Ya un tramo antes de llegar al desvío de la 939, la N1 está sin asfaltar.

La 939 es una pista de grava que, sin ser demasiado buena, al menos no está tan bacheada como las carreteras de Landmannalaugar. Lo malo es que sigue cayendo un aguacero y el firme es un barrizal. Por si fuera poco empezamos a adentrarnos en una niebla cada vez más espesa, hasta el punto de no ver más allá de 10 metros, así que tenemos que reducir la velocidad al máximo.

Un poco más adelante nos encontramos tres ovejas pasando el rato en mitad de la carretera, que nos miran como diciendo “nosotras estábamos antes”. Menos mal que ya habíamos superado el banco de niebla y pudimos verlas con anticipación.



Desembocamos de nuevo en la N1, que aún sigue un tramo sin asfaltar.

Más adelante nos desviamos por la 931 para ir a ver las cascadas Litlanesfoss y Hengifoss. Esta es una carretera bastante bonita que discurre en paralelo al lago Logurinn (donde dicen que vive el monstruo Lagarfljótsormurinn, pero nosotros no lo vimos) atravesando el bosque Hallormsstaður, el mayor del país, con más de 50 especies de árboles y una gran variedad de aves. Es un bosque de repoblación, con especies arbóreas traídas de todo el mundo para comprobar su adaptación antes de implantarlas en otras zonas del país.

Paramos en un apartadero de la 931 para cambiar de conductor y entonces descubrimos lo majo que se nos ha quedado el coche tras la travesía del barrizal de la 939.



En un momento dado la 931 cruza por encima del lago con un gran puente. Nada más atravesarlo hay que girar a la izquierda, donde está el parking para ir a ver las cascadas. Aparcamos aquí a las 12:45. El camino empieza allí mismo con una escalinata y continúa con unas pendientes bastante pronunciadas, pero luego se hace más llevadero. Aproximadamente a 1 km está Litlanesfoss y ya desde allí se ve a lo lejos Hengifoss, que está a algo más de otro kilómetro más adelante.

Aunque Hengifoss tiene más fama que Litlanesfoss, a mí me gustó más ésta última. Me recordaba un poco a Svartifoss.


Seguimos avanzando. El último tramo llegando a la base de Hengifoss es de mucho pedrusco, agua y barro escurridizo. Hay muchos charcos, que hay que ir saltando de piedra en piedra. Menos mal que llevábamos las zapatillas impermeables. Hengifoss no nos seduce mucho; tal vez porque la vienes viendo casi desde el principio del camino y al llegar junto a ella no descubres nada nuevo.

Hengifoss es la cascada de la derecha en esta foto:



Aunque en la foto no lo parezca, tiene 128 metros de altura! Es la tercera más alta de Islandia.



Regresamos hacia el parking. Esta vez es todo cuesta abajo… ¡qué gusto!
A las 14:00 estamos cogiendo el coche para deshacer todo el trayecto de la 931, hacia Egilsstadir, donde llegamos a las 14:45. Lo primero que queremos hacer es comer, y después echar gasolina y lavar el coche, porque da asco sólo mirarlo. Nada más entrar al pueblo hay un Subway, donde compramos sendos bocadillos de 30 cm para Niñaaa y Niñooo a 1.200 ISK cada uno (unos 9,20 €) para que varíen su dieta un poco. Nosotros tenemos para hoy unas deliciosas Kartoffelsalats de supermercado, como las del primer día que tanto nos gustaron. Buscamos algún lugar donde sentarnos a comer pero está todo mojado, así que comemos sentados en el coche, en el parking de la gasolinera, con las puertas abiertas y procurando no rozar demasiado la carrocería.

Saciado el apetito, procedemos a lavar el coche. Las gasolineras de Islandia tienen mangueras con cepillo de uso gratuito para lavar los coches. ¡Cómo se ve que agua es lo que les sobra! Dejamos el Duster niquelao, le llenamos el buche, y son las 16:15 cuando salimos hacia Seydisfjördur por la carretera 93. Egilsstadir es una población bastante grande para lo que suelen ser los pueblos en Islandia, pero no tiene ningún atractivo especial que ver, que nosotros sepamos.

Seydisfjördur es un pueblecito pesquero y bohemio con encanto, situado al fondo de un fiordo. Dicen que las vistas de Seydisfjördur y el fiordo ya desde la carretera son preciosas, pero nosotros volvimos a pillar niebla y no pudimos disfrutar de ese panorama. La verdad es que tanta niebla, tanta nube y tanta lluvia desde que habíamos aterrizado en Islandia nos tenían ya un poco fritos.

En media hora desde Egilsstadir estábamos en Seydisfjördur. Ciertamente el pueblecito es una monada, con sus casitas de madera de colores en torno al fiordo, totalmente rodeada de montañas, y esa tranquilidad que se respira.






Quizá demasiada tranquilidad… Encontramos el lugar muy muerto para ser un domingo por la tarde. Había leído que era un pueblo con gran actividad pesquera y turística y un interesante ambiente cultural, lleno de talleres de artistas, con un centro de artes y muchos museos… y me imaginaba otra cosa. No había casi nadie por la calle, parecía casi un pueblo fantasma, y tampoco había mucho que hacer aparte de dar una vuelta alrededor de la orilla del fiordo. Nos hicieron gracia dos niñas en bañador jugando tan panchas en el agua, que debía de estar gélida, mientras que nosotros íbamos con los anoraks.



Volvimos al coche para llegar hasta la fábrica de pescado Brimberg, donde volvimos a aparcar porque desde allí sale el caminito que lleva hasta Tvisöngur, un pequeño conjunto de cinco cúpulas de hormigón de diferentes tamaños enlazadas entre sí, del escultor alemán Lukas Kühne (2012), situadas en mitad de la ladera de la montaña. Estéticamente no tienen mucha gracia, pero cuando sopla el viento a través de ellas se generan sonidos con cinco resonancias distintas. Cada cúpula se corresponde con uno de los cinco tonos armónicos que componen la música tradicional islandesa. Me pareció curioso y digno de visitar.



Así pues cogimos el caminito ladera arriba. Son unos 600 metros, todo cuesta arriba, y como había llovido tanto estaba totalmente hecho un lodazal. Tardamos algo más de 15 minutos en llegar… para encontrar que allí no sonaba nada en absoluto porque no se movía ni una mota de aire.



A las 17:45 decidimos volver hacia Egilsstadir para dirigirnos ya hacia nuestro alojamiento de hoy. De nuevo niebla en la 93. Hoy no hemos visto la luz del sol en todo el día.

El alojamiento que tenemos reservado para esta noche es un bungalow en una granja de caballos llamada Stóri Bakki, a unos 30 km pasado Egilsstadir, donde llegamos a las 18:45. Se dedican a la cría, doma y venta de caballos islandeses y además tienen un bungalow para alquilar a los turistas. Nos hace ilusión porque vamos a poder ver de cerca los caballos, aprender cosas interesantes sobre ellos y comentar detalles con los propietarios.

Nada más lejos de la realidad . El bungalow está totalmente apartado de la actividad de la granja, aislado en medio de una pradera, y no vemos más que cuatro caballos encerrados en un redil. Los dueños viven en una casa a unos 300 metros del bungalow y sólo hablamos con la mujer al llegar para que nos dé las llaves. Desde luego, para quienes busquen paz absoluta es un lugar ideal.

El entorno (imagen tomada de Street View):


El bungalow:



No sabemos si es por la decepción o por qué, pero este alojamiento no nos ha gustado demasiado. El bungalow es amplio pero está como desangelado; no sabría cómo definir la sensación de que a ese lugar le falta chispa. Además, las instrucciones que hay en un papel sobre la mesa dicen que antes de abandonar el alojamiento por la mañana tendremos que quitar toda la ropa de cama, sacar las fundas de los edredones, meterlo todo en una bolsa, pasar la aspiradora…

---