Fuerteventura (Islas Canarias). La isla de las playas y el viento. ✏️ Blogs de EspañaViaje de 6 días a Fuerteventura durante la primera semana de febrero. Nos movimos por toda la isla en coche de alquiler.Autor: Artemisa23 Fecha creación: ⭐ Puntos: 4.8 (20 Votos) Índice del Diario: Fuerteventura (Islas Canarias). La isla de las playas y el viento.
01: Preparativos e itinerario de un viaje de 6 días a Fuerteventura.
02: Betancuria, Miradores de Morro Velosa, y Aguise y Yose, Faro de la Entallada.
03: Faro de Punta Jandia, Playa de Cofete, Morro Jable y Playa de la Barca.
04: Mirador de los Canarios, Mirador Astronómico, Ajuy, Pájara, Ruta Vega Río Palmas
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Etapas 4 a 6, total 8
Mirador de los Canarios, Mirador Astronómico, Ajuy, Pájara, Ruta Vega Río PalmasNuestra tercera jornada en la isla fue muy intensa, viajando de sur a norte: vimos el Mirador de los Canarios (sobre la Playa de Cofete), el astronómico de Sicasumbre, Ajuy y sus cuevas, Pájara y su iglesia con portada de tipo azteca, los Miradores del Barranco de las Peñas y de las Peñitas, y para terminar hicimos una preciosa ruta a pie por la zona con más vegetación de la isla, el pequeño oasis de Vega del Río Palmas.
Itinerario de la jornada:
MIRADOR DE LOS CANARIOS-MIRADOR ASTRONÓMICO-AJUY-PÁJARA-MIRADOR DEL CERRO DE LAS PEÑAS-MIRADOR DE LAS PEÑITAS-RUTA VEGA RIO LAS PALMAS AL EMBALSE DE LA PEÑA-CORRALEJO.
Perfil en Google Maps (la ruta no marca la ruta hacia el Mirador de los Canarios.
El día volvió a amanecer lluvioso, pero el pronóstico del tiempo indicaba claramente que para medio día el sol luciría en el cielo. Después de desayunar, dejamos el hotel y cogimos el coche para trasladarnos hacia el norte. Nuestra estancia en la península de Jandía había terminado: bueno, casi. Todavía nos quedaba algo que visitar.
Mirador de los Canarios. Para llegar a este fantástico mirador hay que ir por la PV-602, la antigua carretera de Jandía. Tanto si se viene del norte como del sur, hay que dejar la autovía FV-2 en la salida de Mal Nombre, no hay problema porque los carteles también ponen el dibujo de la cámara que anuncia un mirador. La pista que lleva allí y recorre el Barranco de los Canarios sale de la parte posterior de la gasolinera que pongo en el plano.
Desde la parte posterior de esta gasolinera sale la pista hacia el mirador de los Canarios, que también es posible apreciar.
Parece complicado, pero no hay pérdida. También allí existe un cartel de mirador. Hay que seguir la pista hasta el final (antes había una señal de prohibido el paso por unos desprendimientos y había que desviarse por otra pista, a la derecha, pero nosotros ya pudimos pasar por la de la izquierda sin problemas). Desde la gasolinera son cinco kilómetros hasta el mirador. La pista está asfaltada (o lo estuvo antaño), pero ahora se encuentra en estado lamentable y aparece el asfalto roto, con algunos agujeros que parecen cuevas y multitud de gravilla y piedras sueltas. Resulta un tanto incómoda por los botes, pero tras renegar de vez en cuando, con paciencia y precaución se llega arriba sin problemas en poco más de diez minutos. En fin, que yo no iría caminando.
Rumbo al Mirador de los Canarios.
Al final de la subida, hay un aparcamiento. Por aquí vimos muy poca gente, la zona estaba mucho menos concurrida que Cofete. Cuando salimos del coche, casi se nos lleva el viento: ¡madre mía, qué vendaval! Pero las vistas… ¡magníficas! Una maravilla. Se apreciaba todo el arco de Cofete. Las fotos dicen una cosa, pero la realidad es mucho más.
La pista sigue unos metros más, ya en un tramo impracticable para un turismo. Hay que dejar el coche en el aparcamiento y subir a pie hasta lo alto, no son más de 500 metros y merece muchísimo la pena: desde arriba se ve toda la costa central y el norte de la isla en un panorama asombroso. Si coronas el acantilado (mi marido lo hizo) verás todo de un lado a otro, pero yo no pude acceder a lo alto del risco. No era especialmente peligroso, pero me dio vértigo aunque no suelo tener. Quizás me pasó factura el agujero vertical que se abría a mis pies o también influyó que no me había puesto las botas de montaña y notaba el piso resbaladizo por las piedrecitas. Sin embargo, lo que vi desde el lugar al que llegué me compensó con creces.
Pista inaccesible para turismos que sube hasta el risco (hay que ir a pie, muy recomendable subir).
Nos encontraremos unas vistas maravillosas hacia el norte de la isla. También se veía la pista que nos había traído hasta el mirador con su árido paisaje. Y el Arco de Cofete incluso con el aparcamiento formaban una estampa espectacular. Lo recomiendo: no os perdáis este mirador. Es impresionante. Incluso si no queréis o no podéis llegar a la Playa de Cofete, desde aquí es posible desquitarse porque las vistas de la Playa dejan sin respiración. Por cierto, fuimos por la mañana, en torno a las once, y creo que fue un acierto por la posición del sol.
Mirador Astronómico de Sicasumbre. Seguimos hacia el norte por la FV-2 y, pasado Costa Calma, nos desviamos hacia la izquierda por la PV-605. Nos hubiera gustado parar en La Pared y ver la Playa del Viejo Rey, pero no nos daba tiempo, así que continuamos en dirección a Pájara contemplando pintorescos paisajes.
Al final de una pronunciada curva, tras pasar el desvío de la FV-618, apareció el aparcamiento del Mirador Astronómico de Sicasumbre. Este mirador lleva un buen rato verlo porque tiene varias zonas para asomarse (dicen que son 4 miradores en uno) y merece bastante la pena. En realidad se trata de un mirador pensado fundamentalmente para la observación del cielo y las estrellas. La verdad es que debe ser una pasada estar allí de noche, contemplando el firmamento. Sin embargo, nos pillaba un poco a trasmano de los alojamientos, así que quizás sea en otra ocasión.
Ahí arriba está el Mirador Astronómico.
Desde el lado izquierdo de la carretera según se va hacia Pájara, se pueden ver los barrancos que bajan hasta el mar en la zona central de la isla, por occidente.
Desde el otro lado, el paisaje no resulta menos espectacular al vislumbrar los sorprendentes montículos que corren hacia Jandía. Es como un balcón sobre la península sur, su entrada (o salida) natural.
Pero no hay que quedarse aquí. Un camino sube hasta lo alto de un cerro, donde se encuentra el mirador astronómico, que cuenta con paneles informativos, una rosa de los vientos, un reloj solar… Además, hay un sitio muy chulo para hacer la típica foto de recuerdo de la isla: con vistas, cartel y esculturas de cabras, todo incluido.
Camino que sube hacia el mirador.
Postal típica de la isla. El viento alcanzó aquí su máxima expresión. Hay una cuestecita guapa hasta llegar arriba, aunque sin problema alguno. Sin embargo, el viento tiraba para atrás que daba gusto: apenas permitía sostener la cámara de fotos entre las manos. Fue el lugar de Fuerteventura donde más noté el viento (junto con una zona del Mirador de los Canarios), lo que no resulta extraño porque estábamos en un cerro, dominando gran parte de la isla. Las vistas eran espectaculares hacia el Monumento Natural de la Montaña del Cardón, la Montaña Hendida y la Degollada del Viento (¡claro!).
Muy chulo este lugar. No os lo perdáis. Ajuy En la playa de Ajuy desembarcaron por primera vez los normandos cuando llegaron a Fuerteventura en 1402, si bien luego establecieron su capital tierra adentro, en Betancuria dos años después. Desde la FV-605, tomamos un desvío señalizado a la izquierda, cerca de Pájara, que por la FV-621 en poco más de media docena de kilómetros lleva directamente a Ajuy, pequeño pueblo marinero situado en el Puerto de la Peña. El paisaje resulta curioso porque aparecen algunas salpicaduras verdes y grupos de palmeras, que le dan la apariencia de un pequeño oasis, que recuerda inevitablemente a las películas de los tiempos de Jesucristo y los escenarios bíblicos.
De las vistas de la carretera en la foto de arriba, pasamos a las de abajo, ya cerca de Pájara y en dirección hacia Ajuy.
Enseguida están anunciadas sus famosas cuevas, que atraen a muchos visitantes, puesto que aquí llegan los autobuses turísticos. Hay un aparcamiento gratuito bastante grande antes de entrar en el pueblo, donde dejamos el coche. Merece la pena no llevarlo hasta la playa, apenas hay que caminar unos doscientos metros y viene bien no contaminar las pintorescas vistas con las de los vehículos aparcados frente al mar (que haberlos, los había).
El lugar nos gustó en cuanto lo vimos. No es la típica playa enorme y turística, sino una especie de caleta de arena negra (dicen que en otra época del año es marrón) con algunas piedras. Curiosamente, aquí a los turistas no hay que buscarlos en la playa, sino sobre las rocas, tomando el camino que lleva hasta las Cuevas de Ajuy. Según pudimos leer, éste es uno de los más importantes lugares geológicos de todo el archipiélago canario porque es donde se encuentran las rocas más antiguas, restos del antiguo magma formado por la lava expulsada por los volcanes y que fue su origen.
Además del pintoresco conjunto que forma su pequeño grupo de casas de colores y sus barquitas, lo primero que llama la atención es el fortísimo oleaje que baña su costa. Tanto la playa como las rocas que la cierran son batidas furiosamente por una marea implacable, que inevitablemente me dejó abrumada, con los ojos fijos y los oídos pendientes del estrépito. Y eso que era un día con buen clima y casi sin viento…
Existe un sendero habilitado para visitar las cuevas que escavan su rocosa costa, desde donde se cargaban y descargaban antiguamente los barcos que salían y llegaban a la isla. El camino hasta la cueva es sencillo y tiene cuerdas y barandillas, pero si se quiere pisar las curiosas rocas horadadas hay que ir con cuidado para no tropezar o resbalar; mejor llevar calzado con suela que agarre. De paso podemos ver la costa con sus olas rompen estrepitosamente contra las rocas y también unos antiguos hornos de cal (desde arriba y desde abajo), así como dunas fósiles. Hay varios miradores y aunque la ruta no creo que llegue a un kilómetro y medio, se tarda un buen rato en verlo todo porque la imagen del mar embravecido engancha.
Imágenes del sendero, con sus miradores y los antiguos hornos de cal.
Pudimos bajar a la cueva por una escalera tallada en la piedra. Digo pudimos porque no sé si estará accesible siempre o la marea impedirá llegar a otras horas. Tampoco es que haya nada especial en la cueva, pero es un lugar curioso de visitar, desde donde se oye y se contempla el agua romper contra una de las enormes rocas que cierran la cueva. De nuevo, hay que tener cuidado para no resbalar, pero sin problema alguno.
Dentro de la cueva.
Sendero de regreso, el mismo que el de ida. Volvimos hasta el pueblo por el mismo camino y teníamos previsto hacer una pequeña ruta por la parte alta del acantilado hasta encontrar el llamado Arco Jurado, una roca con curiosa forma de arco que está en el mar a unos tres o cuatro kilómetros. Pero la mañana había pasado deprisa y ya eran las dos y media. Yo tenía planeado ir hasta Pájara, a un restaurante de comida canaria, llamado Casa Isaítas, del que me habían hablado muy bien; pero se nos había hecho muy tarde. Así que decidimos comer en Ajuy. Hay varios restaurantes, pero nos atrajo sin remedio el menú del día de uno de ellos, con su potaje de lentejas casero. Era Casa Pepín, un restaurante sencillo, que tiene una terraza con unas magníficas vistas al mar. Luego vi que este restaurante ha recibido algunas críticas no muy buenas en internet, pero la verdad es que nosotros no tuvimos queja. Nos trataron bien, la comida estaba buena (lentejas, pescado fresco con papas, ensalada y mojos, y helado de postre), y por 10 euros el menú, ¿qué exquisiteces vas a exigir? Si se trata de pedir a la carta, ya no puedo opinar.
Pájara. Desde Ajuy, retrocedimos por la misma carretera hasta el cruce que lleva a Pájara. Por el camino, otra vez la sensación de estar cruzando un escenario de película de Semana Santa. También nos fijamos en la Montaña de la Teta, cuyo apodo tiene fácil explicación viendo una foto .
Por la carretera de Ajuy a Pájara.
Al fondo, la Montaña de la Teta. El municipio de Pájara es el más extenso de España y el que más kilómetros de costa posee pues llega desde el centro hasta la punta sur, incluyendo Jandía. La capital está situada al norte, en una de las pocas zonas agrícolas de la isla, mientras que el resto del municipio destaca por sus inmensas playas y sus centros turísticos (Costa Calma, Morro Jable, Esquinzo, etc).
Pájara es una localidad pequeña y su centro urbano nos pareció bastante cuidado. Su principal punto de atracción es la Iglesia de la Virgen de la Regla, que data del siglo XVIII, aunque parece que una de sus naves es bastante anterior. Su rasgo distintivo es la portada que cuenta con varios detalles de reminiscencia azteca. Esto es así porque sus constructores fueron españoles que vivieron en Méjico y al volver incorporaron este tipo de adornos, aunque no hay un acuerdo unánime sobre esta explicación. Resulta muy interesante visitar el interior, que cuenta con dos naves y sendos altares barrocos. Por fortuna, no nos pasó como en Betancuria: la iglesia estaba abierta y pudimos entrar a verla. Al salir, dimos una vuelta por la pequeña población, que como he mencionado antes, nos pareció tranquila y muy agradable.
Miradores del Barranco de las Peñas y de las Peñitas, en la carretera entre Pájara y Betancuria. La carretera FV-30, en el tramo que une Betancuria y Pájara, es una de las más espectaculares de la isla por sus paisajes. Tiene un firme en perfecto estado, pero es bastante vertiginosa porque trepa y vira, agarrándose a las montañas que cierran unos valles muy profundos que en su final se asoman al mar.
Los mojones blancos marcan el lugar por donde discurre la carretera.
Al ir de sur a norte, desde Pájara a Betancuria, el primer mirador que nos encontramos fue el del Barranco o Risco de las Peñas, que está a 426 metros de altitud, en la divisoria entre los municipios de Pájara y Betancuria. Las vistas desde aquí son realmente impresionantes, con la Presa de las Peñitas, el Valle y el Huerto de los Granadillos, el risco de las Peñitas, y a la izquierda el Valle de Fénduca, que termina en el Barranco de Ajuy.
Abajo, entre la vegetación, se puede ver el embalse colmatado de Las Peñitas.
También se aprecia muy bien desde aquí la llamada Montaña de la Teta, con 292 metros de altitud, coronada por una colada basáltica, viva muestra de su origen volcánico.
No hay que olvidarse de parar en este mirador, lo que resulta muy sencillo porque la zona de aparcamiento es bastante grande, al contrario que en otras zonas de la carretera también con paisajes espléndidos pero sin sitio material para detenerse. En el rato que estuvimos, no se presentaron las ardillas, pero sí un nutrido grupo de cuervos, fieles habitantes de esta zona.
Aquí comienza (en dirección norte) el municipio de Betancuria.
Solo dos o tres kilómetros después, llegamos al segundo mirador de la zona, el Mirador de las Peñitas, desde el que se aprecia muy bien la vegetación de la Vega del Río Palmas y el sendero por el que íbamos a caminar unos minutos después. Muy bonitas también las vistas que ofrece este mirador, otro de los imprescindibles.
Otra vista del embalse y del barranco de las Peñas, al fondo.
Vega del Río Palmas y sendero hacia el embalse a vista de pájaro desde el mirador. Sendero de Vega del Río Palmas a la Ermita de la Virgen de la Peña (ruta a pie). Nos hubiera gustado hacer la ruta completa que va desde Vega del Río Palmas hasta Ajuy (creo que son unos 10 kilómetros más el regreso), pero eso hubiese requerido más tiempo, otra planificación de la jornada y un transporte alternativo de ida o de vuelta. De todas formas, con lo pronto que anochece a principios de febrero y la jornada cargadita que llevábamos, decidimos hacer la versión corta de la ruta, que es la más bonita e interesante según todos los comentarios.
En Vega de Río Palmas, a medio camino entre Betancuria y Pájara, se inicia esta preciosa caminata.
La ruta tiene en total tiene unos cuatro kilómetros de longitud, teniendo en cuenta que se va y se vuelve por el mismo sitio. Se tarda como una hora y media en completarla porque es tan bonita que se hacen bastantes paradas para sacar fotos. El camino es fácil, aunque hay que cruzar una zona húmeda (¡un río con agua!) y transitar por el barranco, cuyo tránsito está habilitado mediante escaleras y barandillas. La primera parte es muy sencilla, siguiendo un camino de tierra que lleva al río. El paisaje que dejamos atrás es de lo más bonito de la isla. Parece como un oasis.
Llegamos a la zona del río, cuyas aguas corrían, denotando que había llovido últimamente. No es que fuese un río caudaloso, claro, pero en algunas zonas tuvimos que ir saltando de piedra en piedra.
Seguimos caminando hacia el embalse, con el pico de la Muda a nuestra izquierda. Se apreciaba perfectamente la línea de mojones blancos marcando la carretera e, incluso, pudimos distinguir el mirador donde habíamos estado unos minutos antes. También empezábamos a ver el embalse colmatado, que apenas acumula agua actualmente.
Llegamos al principio del barranco, donde saltando una cuerda pudimos acceder a la lo alto de la presa, que ofrecía unas vistas fantásticas del sendero que baja a la ermita, si bien el sol de frente molestaba un tanto.
Seguimos bajando por el barranco y las vistas hacia la presa eran preciosas. Vimos una pareja de ánades y, por fin, divisamos la pequeña ermita, a la que los lugareños llevan en romería a la Virgen de la Peña cada año. Por cierto que se nos pasó (no teníamos tiempo material) ver la iglesia en el pueblo, donde está la imagen de su Patrona. Una pena.
Cumplido nuestro objetivo, tuvimos que volver más aprisa de lo que nos hubiera gustado porque pronto se ocultaría el sol. El regreso fue por el mismo camino, pero el atardecer ofrecía imágenes espléndidas de la que, sin duda, nos pareció una de las zonas más bellas de Fuerteventura, un contraste espléndido para su árido territorio.
Desde aquí emprendimos camino hacia nuestro lugar de alojamiento de la jornada, en Corralejo, adonde llegamos ya de noche. Por el camino nos detuvimos en una gasolinera para lavar el coche porque estaba tan lleno de barro que nos daba vergüenza a nosotros mismos.
Etapas 4 a 6, total 8
Corralejo, Islote de Lobos (vuelta a la isla, ruta a pie) y Dunas de Corralejo.Estancia en Corralejo y excursión en barco al Islote de Lobos, en el cual realizamos a pie un recorrido circular, en el que destaca la subida a la cima del antiguo volcán de la Caldera y la caminata hasta el Faro Martiño. Además, recorrido por el Parque Natural de las Dunas de Corralejo y sus grandes playas.
CORRALEJO.
Teníamos alojamiento reservado para dos noches en el Hotel H10 Oceans Dreams Adults Only (es decir, solamente para mayores de 18 años). Era la primera vez que estábamos en un establecimiento de estas características y no nos pareció mal dentro de que estos hoteles no son nuestros preferidos como ya he comentado; pero mis impresiones sobre los hoteles del viaje las contaré en la última etapa.
Tuvimos suerte y encontramos aparcamiento frente al hotel, que no tiene parking propio, lo que puede ser un problema en época de máxima afluencia turística (no sé cuándo se dará esta circunstancia aquí) ya que se encuentra en una calle perpendicular a una de las Avenidas más comerciales de Corralejo, si bien en la parte alta de la población, lo que quiere decir que tardábamos unos veinte minutos en llegar caminando a la zona del puerto.
Enseguida nos dimos cuenta de que Corralejo ya no era el pueblecito de pescadores que habíamos visitado hacía más de treinta años, sino que se ha convertido en un centro turístico de primer orden, con avenidas llenas de supermercados, bazares, tiendas de ropa y perfumes, franquicias, restaurantes, cafeterías, licorerías y todo lo imaginable a nivel turístico. No falta de nada para satisfacer al visitante más exigente, bueno, quizás un poco de tranquilidad. Sin embargo, en la zona del puerto y en los aledaños de la Calle de la iglesia se conservan vestigios del antiguo pueblecito de pescadores que fue, con algunas de sus casas convertidas en restaurantes y tiendas de recuerdos.
Después de descansar en nuestra habitación, fuimos a cenar al restaurante del hotel, ya que por los motivos que explicaré al final, teníamos incluida media pensión en la reserva, algo que nunca solemos hacer. A continuación salimos a dar un paseo por Corralejo. Eran cerca de las once de la noche y la zona del puerto estaba bastante muerta, con los restaurantes cerrando sus puertas y los bares con las mesas casi vacías, lo que nos llamó un poco la atención pues esperábamos más ambiente. Supongo que en verano será diferente. Naturalmente, la mayor parte de los turistas eran extranjeros, sobre todo alemanes y nórdicos.
En la Plaza vimos que había música en directo todas las noches, lo que aprovechan los restaurantes y bares que la rodean para instalar terrazas de cara al escenario, ofreciendo a sus clientes un espectáculo adicional, incluido en la consumición. Por supuesto las actuaciones las puede contemplar todo el que pasa por allí.
Aprovechamos el paseo para llegar hasta el muelle del que salen los barcos con destino a la Isla de Lobos, ya que teníamos intención de hacer esa excursión al día siguiente. Estos son los horarios que nos encontramos en la caseta, ya cerrada a esas horas.
Algunas imágenes nocturnas que captamos en Corralejo.
ISLOTE DE LOBOS. ¡Ojo! Actualmente, es necesario solicitar un permiso previo al Cabildo de Fuerteventura para acceder al islote y solo se permite una estacia de 4 horas, para lo cual se tendrá que elegir turno de mañana o turno de tarde. Algunas navieras incluyen esta autorización al hacer la reserva y otras no. Así que es totalmente necesario asegurarse antes. En cualquier caso, lo mejor es conseguirla uno mismo online. La restricción horaria habrá que tenerla en cuenta también a la hora de hacer las rutas de senderismo. Estas limitaciones no estaban vigentes durante nuestra visita, así que mi relato no las tiene en cuenta.
Nos levantamos temprano porque queríamos coger el primer barco que salía hacia el islote, a las 10 de la mañana. Sabíamos que la ruta que queríamos hacer allí, la llamada vuelta a la isla, tiene una duración de unas tres horas y media, a las que hay que añadir los 15 minutos de ida. La idea era poder regresar en el barco de las dos de la tarde para así comer en Corralejo ya que el siguiente barco no salía hasta las cuatro. En otra época del año quizás merezca la pena pasar más tiempo en la isla, sobre todo si uno quiere darse un baño en alguna de sus calas, pero como no era el caso, preferíamos volver en cuanto terminásemos la excursión a pie.
Corralejo desde el barco.
Sacamos los tickets en la caseta que está a la entrada del puerto. Cuesta 15 euros por persona (ida y vuelta) y preguntan a qué hora quieres regresar. Esto nos dejó un tanto confundidos (teníamos como referencia los barcos que van a la Isla de Tabarca, en Santa Pola, ya que puedes volver en el barco que más te interese) porque pensamos en qué haríamos si por cualquier circunstancia (que se nos diese mal la caminata, por ejemplo) perdíamos el barco. Al parecer, tampoco es algo estricto y te dejan regresar en otro barco si hay sitio libre. Menos mal que no fue el caso.
El barco salió puntual del Puerto de Corralejo y la corta travesía de quince minutos que se tarda en cubrir los dos kilómetros escasos que separan ambas islas nos dejó unas bonitas vistas del propio puerto, de la costa de Fuerteventura, en especial de la zona de las Dunas de Corralejo, del Islote de Lobos y también de la isla de Lanzarote que está muy cerca y se aprecia perfectamente, sobre todo su alargada costa sureste. El día había amanecido con un sol radiante y muy buena temperatura, así que el trayecto en el barco fue muy agradable, con un viento escaso que no impedía ir en cubierta disfrutando del panorama.
Imágenes de la corta travesía.
Poco a poco fuimos divisando con más claridad el islote de Lobos, del que destaca ante todo su pico más alto, el antiguo volcán llamado la Caldera, que está en uno de los lados de la isla y que es perfectamente visible desde las playas de Corralejo. También llama bastante la atención el color turquesa de sus agua cristalinas. Algo curioso fue el desembarco, que llevó más tiempo del que cabía prever. Y es que el muelle es un tanto… primitivo. No hay pasarelas y hay que desembarcar saltando directamente a las escaleras de piedra del muelle, que están algo desgastadas, y con el movimiento del barco, había personas (las más mayores y algunas bastante gruesas) que les costaba una barbaridad pese a la ayuda de los tripulantes. En fin, fue solo una anécdota, pero a tener en cuenta por si acaso. De todas formas, todos los que fueron consiguieron desembarcar, que conste.
Las bonitas aguas de la isla al llegar.
Vistas del muelle con el barco y la gente todavía intentando desembarcar. Al fondo la línea costera de Fuerteventura, con Corralejo y las dunas.
El islote tiene cinco kilómetros cuadrados y forma parte del Parque Natural de las Dunas de Corralejo y por sí sola también constituye un paraje protegido, en el que no existen carreteras, no hay población residente ni apenas edificaciones; y para comer solo cuenta con un pequeño restaurante que ofrece paella y pescado, y donde hay que reservar nada más llegar si se quiere almorzar allí. También es posible llevar merienda y comer en alguna de las calas, muy apropiadas para darse un bañito o hacer snorkel ya que tienen un agua cristalina muy apetecible. Otra cosa que hay que tener muy en cuenta es que allí no hay apenas sombras, por lo cual conviene llevar agua y gorras, ponerse protección solar y tener presente que puede hacer mucho calor en verano.
Por cierto, que su nombre se debe a la población de focas monje (lobos marinos) que habitaban en sus aguas en el pasado, pero que ya no se encuentran aquí. Al parecer, tuvieron sus más y sus menos con los pescadores de la zona por la gran cantidad de pescado que consume diariamente cada ejemplar, lo que ha dificultado algunos intentos posteriores de volver a introducir la especie en estas aguas.
Vuelta a la Isla de Lobos. Ruta a pie. Existen varias posibilidades para hacer senderismo en el islote, desde sencillos y cortos paseos de unos minutos hasta la ruta más completa, que se llama “vuelta a la isla” y es circular, como su nombre anticipa. Hay una caseta de información (centro de visitantes) y mapas con recorridos aconsejados. En la isla solo se puede ir a pie o en bicicleta, estando prohibida la circulación de vehículos a motor para uso turístico.
Tiene una longitud de unos 12 kilómetros y se tarda unas tres horas en hacer completa, incluyendo paradas. Es una caminata sencilla, por un amplio sendero de tierra con una pendiente muy suave, excepto la subida a la montaña más alta de la isla, La Caldera, que tiene 127 metros de altitud y proporciona unas vistas extraordinarias de las islas de Fuerteventura, Lanzarote y la propia Lobos. Pero a eso iré después.
El itinerario está perfectamente delimitado y existen indicadores en los que se señala el tiempo que se tarda en cubrir cada tramo: doy fe de que los tiempos son bastante ajustados a la realidad.
Nada más llegar, consultamos unos paneles indicadores y nos pusimos a nuestra tarea, siguiendo el camino de la derecha, ya que queríamos hacer en primer lugar la ascensión a la Caldera por aquello de aprovechar las horas de menos calor y que, al principio, un@ siempre está más fresc@.
Nuestra primera parada fue la Playa de la Calera, apenas a un kilómetro del muelle (ojo, no hay que confundir el muelle, de donde salen los barcos que van a Corralejo, con el Puertito, antiguo núcleo pesquero con las escasas construcciones que hay en la isla, que datan de antes de su declaración de espacio protegido).
Camino que lleva a la Playa conocida como La Concha, aunque en realidad se llama La Calera, por el horno de cal que se utilizó en tiempos para la construcción del faro Martiño. Se dice que es un lugar excelente para tomar un baño y hacer snorkel, lo que nos gusta mucho. Desafortunadamente, a primeros de febrero la temperatura del agua no nos invitaba a ello. Sin embargo, la imagen que presentaba era preciosa e incluso había unos cuantos valientes metidos en el agua.
Seguimos nuestro camino en dirección hacia el Faro Martiño, que se encuentra en el extremo opuesto de la isla, y que dista 3,5 kilómetros desde el muelle. Nos sorprendió ver lo “verde” que estaba la isla, con muchas plantas y flores. Quizás no sea el mejor momento para bañarse, pero sí para ver la versión más atractiva de la isla de Lobos, con una vegetación supongo que impensable en épocas más calurosas.
Poco a poco empezamos a aproximarnos a La Caldera, cuya imagen ya aparecía a nuestra izquierda: treinta minutos nos faltaban, según el indicador. También vimos un panel informativo sobre el lugar. Giro a la izquierda y tomamos el camino empedrado que conduce a la cumbre, que no es muy largo pero sí bastante empinado. En las fotos podéis ver a la gente, como motitas trepando por la ladera. En fin, haciendo paraditas, se puede subir bien. Como he mencionado, es cortito y merece mucho la pena el pequeño esfuerzo porque las vistas arriba son extraordinarias: se ve la propia isla de Lobos, la de Lanzarote y la de Fuerteventura.
Panorámicas desde el hito geodésico, en la cima de La Caldera. Desde aquí también se puede ver la bonita Caleta del Palo o de la Caldera, que queda justo debajo del viejo cono volcánico
Descendimos por el mismo camino y luego, siguiendo el track de una ruta que nos habíamos descargado, tomamos un pequeño atajo para evitar desandar todo el camino y así tomar la ruta hacia el faro un poco más adelante. Lo cierto es que la vegetación nos sorprendió. El islote presentaba estampas coloridas y muy bonitas, que no respondían a la imagen de aridez extrema que nos habíamos forjado de antemano.
Nuevamente en el sendero principal, vimos un indicador de 50 minutos hasta el faro, antes de divisar el cual, sin embargo, llegamos a una zona de cortantes aristas de roca negra volcánica muy llamativas y que creo que es la que llaman caleta de la Madera. Inevitablemente, paramos a hacer unas fotos.
Al fin, divisamos el faro en lo alto de un pequeño risco. Fue construido en 1860 por trabajadores portugueses y aún se conservan restos de las cabañas donde se éstos se alojaron. Empezó a funcionar en 1885La falta de agua deparó grandes sufrimientos a los obreros y también a los fareros durante el siglo XIX. Aquí nació en 1903 la poetisa Josefina Plá, que era hija del farero Leopoldo Plá. El faro tiene bastante importancia en la seguridad de la navegación en la Bocaina, entre las islas de Lanzarote y Fuerteventura.
Vistas desde el faro:
Hay que subir una empinada rampa antes de alcanzar la construcción, desde cuyas terrazase tienen unas vistas estupendas, incluyendo el saladar. Si hay tiempo, viene bien pararse un ratito a descansar. Desde este punto, los dos caminos que conducen al muelle son equidistantes; así que lo mejor es hacer la ruta circular, que nos devolverá a nuestro punto de partida, pasando por extraños paisajes desérticos con montículos de formas curiosas, una especie de extraño bosque, la zona de las Lagunetas y las casitas de la bonita zona conocida como El Puertito, antiguo enclave pesquero temporal.
Las Lagunetas y el Puertito.
Nos gustó la caminata. Además, el día había sido muy propicio porque la temperatura era buena y había nubes, con lo cual el sol no fue demasiado inclemente. No olvidemos que estábamos a primeros de febrero. En verano, mucho cuidado con el sol ya que en el islote no hay sombras.
Terminada la ruta, regresamos al muelle, donde ya se encontraba el barco, esperando a que subieran los viajeros, con la misma parafernalia que a la ida: y es que a algunos les costaba lo suyo saltar a cubierta desde la escalera del muelle.
Parque Natural de las Dunas de Corralejo. Almorzamos en el hotel porque tuvieron la amabilidad de cambiarnos la cena por la comida, ya que nosotros no estamos acostumbrados a cenar tanto como ponían en el restaurante a la carta que incluía la media pensión. Así que pensamos que ésta era la mejor manera de aprovecharla. El almuerzo fue también a la carta y estuvo bastante bien (ensaladas, pasta, pescados, entrecot y postres).
Apenas me permití un pequeño descanso después del almuerzo: es lo malo que tiene que se haga tan pronto de noche en esta época del año. Así que emprendí el camino hacia las playas del Parque Natural de las Dunas de Corralejo. Parecía que estaban más cerca, pero en el teléfono comprobé que me esperaba una caminata de unos 40 minutos hasta alcanzar su extremo norte. Llegué primero hasta las playas del propio Corralejo, frente a las cuales destaca la figura del volcán de la Caldera, de la Isla de Lobos, en cuya cima habíamos estado esa misma mañana.
Hay varias playas en Corralejo, a las que algunos hoteles y urbanizaciones tienen salida directa o, más bien, están plantados justamente encima. Vi varios carteles municipales de “uso público”, lo cual me lleva a pensar que en otros tiempos el acceso estaba restringido.
Me llamaron la atención una especie de carpas junto a las tumbonas: supongo que son protectores para cuando pega el fuerte viento propio de la isla. Aquella tarde chocaban porque apenas soplaba una ligera brisa. Aunque no había demasiada gente en la playa, me pareció que en otras épocas las de Corralejo pueden estar demasiado concurridas, lo cual hará aconsejable ir hacia las de las Dunas, con varios kilómetros de longitud.
Al fin alcancé las Dunas y fui caminando por la orilla, con los pies en el agua, que no pareció que estuviese demasiado fría (pero tampoco lo bastante caliente como para que me apeteciese un bañito, desde luego). Las arenas me parecieron menos blancas que la vez anterior que las vi, pero quizás el tono dorado fuese culpa del inminente atardecer.
En esta zona las protecciones para el viento eran de piedra. El paisaje con las dunas y el mar era impresionante; sin embargo, la inmensa playa no me terminó de convencer el todo, si bien asumo que la mayoría de la gente no estará de acuerdo conmigo. La línea de arena que baña el mar está un tanto inclinada y no me resultó cómoda para caminar, que es lo que más me gusta hacer en una playa: andar kilómetros incluso, sintiendo la caricia de las olas en los pies. Esto sí que lo disfruté en la del Matorral, en Morro Jable, que es más plana.
De todas formas, hay algo consustancial a todas las playas de Fuerteventura y es el maravilloso color de sus aguas, mezcla de azules y turquesas, que le confieren un aspecto mágico que atrapa la mirada sin remedio. Pero me ratifico en lo que escribí antes: no me pareció el color del agua de una playa caribeña, sino el espléndido tono propio del agua de las playas majoreras.
Llegué hasta los hoteles Ríus, dos enormes edificios frente al mar, en medio de la nada, pero con una playa enorme que los rodea. Supongo que para los amantes de la playa, que se pasan los días tumbados al sol tiene que ser una situación perfecta. No para mí, que necesito variedad de escenarios; pero eso va en gustos, evidentemente.
Con tanto caminar (llevaba más de dos horas y media andando), la tarde estaba cayendo, crucé la carretera y me adentré en la zona interior de dunas para ver la puesta de sol sobre los montículos de arena: muy bonito el panorama. Allí esperé a que viniese mi marido con el coche para recogerme y volver a Corralejo.
Me hubiese gustado hacer la ruta a pie a la cima de la Montaña Roja, próxima a las dunas, pero pese a que no se tarda demasiado (algo más de una hora), fue imposible incluir esta caminata en nuestro itinerario. Etapas 4 a 6, total 8
La Oliva, el Puertito de los Molinos y Volcán Calderón Hondo (ruta a pie).Este día recorrimos la población de La Oliva, con su Iglesia de la Virgen de la Candelaria y la Casa de los Coroneles, el pintoresco poblado del Puertito de los Molinos, donde las olas estallan contra las rocas, y terminamos con una ruta a pie circular que nos llevó al antiguo volcán de Calderón Hondo, a cuya cima pudimos subir para ver el cráter y unas fabulosas vistas del norte de la isla.
Aunque no coincide completamente con el relato de la etapa, este fue el itinerario del dia según el plano sacado de GoogleMaps:
Nuestra jornada turística comenzó en La Oliva, adonde llegamos por la mañana temprano desde Corralejo, lo que supone un corto trayecto de 18 kilómetros, unos veinte minutos de viaje en coche.
De camino a La Oliva.
El municipio de la Oliva comprende la parte norte de Fuerteventura, es el segundo más extenso de la isla, después del de Pájara, y el segundo más poblado después del de Puerto del Rosario, donde se encuentra la capital. Este municipio ha experimentado un gran desarrollo turístico en los últimos tiempos dado que goza de algunas de sus mejores playas, como las de Corralejo y El Cotillo. También tiene dos Parques Naturales, el de las Dunas de Corralejo y el del Islote de Lobos. Su núcleo urbano más poblado está en Corralejo, que cuenta con 17.000 habitantes censados, aunque la realidad supera esa cifra con creces debido a la gran cantidad de turistas que lo visitan.
La Oliva. La población que da nombre al municipio se encuentra tierra adentro, a 18 kilómetros de Corralejo y tiene censados unos 1.300 habitantes. Sin embargo, su significado histórico y su patrimonio artístico lo convierten en visita obligada para cualquier turista que pase por la isla con un mínimo interés de conocerla. Junto con Pájara y Betancuria, la Oliva formó el trío de poblaciones cuya fundación se remonta al siglo XV, una vez que la isla fue conquistada por los normandos. En concreto, La Oliva fue fundada en el año 1500 por los hermanos Hernández, procedentes de la entonces capital, Betancuria. Como curiosidad señalar que en diversas ocasiones durante el siglo XVI el municipio fue refugio de piratas berberiscos que desde el puerto de Corralejo y el Islote de Lobos acechaban a los barcos que transitaban entre Fuerteventura y Lanzarote.
Ayuntamiento de La Oliva y plano turístico.
Además de dar un paseo por el núcleo urbano, los lugares más interesantes para ver en La Oliva son: La Iglesia de Nuestra Señora de la Candelaria, del siglo XVII, en la que destaca su elevado campanario de piedra oscura en contraste con el resto del templo de color blanco y que también se utilizó de torre de vigilancia para prevenir los ataques de los piratas. Tiene tres naves, una portada muy elaborada y resulta muy interesante visitar su interior, donde se encuentra la talla de la Virgen de la Candelaria que le da nombre.
La Casa de los Coroneles. Se supone que su construcción se llevó a cabo durante la segunda mitad del siglo XVII, si bien su aspecto definitivo lo adquirió bastante después como consecuencia de varias modificaciones y ampliaciones. En cualquier caso siempre estuvo ligada a la familia Cabrera Betancourt y constituye un ejemplo de casa señorial canaria, en la que se trató de reflejar el poder del linaje dominante, encarnado en los coroneles. Declarada Bien de Interés Cultural en 1979, se realizaron importantes trabajos de restauración en 2005 y al año siguiente los Reyes de España inauguraron el edificio que podemos visitar actualmente.
La entrada cuesta tres euros y el horario es de martes a sábado, de 10:00 a 18:00 horas. El interior consta de dos plantas, con un gran patio, y una terraza almenada que ofrece muy bonitas vistas de los alrededores. Tiene diversos salones con exposición de diferentes piezas y cuadros, y también una pequeña capilla. A mi me gustó, creo que merece la pena ver su interior.
Interior de la casa y patio.
Vistas desde la terraza almenada Alrededores de la Casa de los Coroneles en La Oliva.
Montaña de Tindaya. Muy cerca de La Oliva está situada esta montaña, considerada mágica por los aborígenes, tal como atestiguan los más de 300 grabados con forma de pie que se han encontrado en ella y que constituyen un importante legado arqueológico. La montaña tiene 400 metros de altura y destaca en el paisaje árido de Fuerteventura, con el pueblo del mismo nombre a sus pies. Se contempla muy bien desde la carretera y se puede hacer una interesante ruta de senderismo por ella, pero lamentablemente no teníamos tiempo, así que nos conformamos con echarle un vistazo en la distancia.
Por cierto que este emblemático lugar está envuelto en una viva polémica desde hace varios años por un antiguo proyecto del arquitecto Eduardo Chillida de realizar aquí un monumento a la tolerancia que pretendía horadar la montaña. Después de un sin fin de discusiones e incluso litigios judiciales, a estas alturas no se sabe si seguirá o no adelante la idea. Sin embargo, aunque no conozco el asunto en profundidad, confieso que me gusta la montaña en su estado natural, tal como está, sin agujeros.
Puertito de los Molinos. Vi unas fotos de este poco conocido lugar de Fuerteventura y me gustó tanto que decidí incluirlo en el itinerario. Llegamos desde la Oliva, por la carretera que pasa cerca de Tindaya y Tefia; después vimos varios molinos y un profundo barranco, como un enorme tajo abierto la tierra. Nos dimos cuenta de esta singularidad desde el coche, pero no nos decidimos a parar porque había que desviarse de la carretera y como nos suele pasar íbamos algo pegados de tiempo. Buscando luego información, he visto que, si no me he equivocado, el sitio se llama “Las Parcelas” y es posible hacer por allí una ruta de senderismo sin duda muy interesante. Otra vez será.
De camino al Puertito de los Molinos.
A lo lejos, antes de iniciar el descenso hacia el mar, ya podíamos ver la fuerza del oleaje. Dejamos el coche en la entrada al Puertito, que tiene puente sobre un riachuelo en el que había hasta patos. El agua corría y formaba una atractiva estampa, con las enormes olas de fondo. El poblado cuenta con un pequeño grupo de casas blancas con detalles de diferentes colores que le dan un aspecto sumamente pintoresco aunque nada artificial. Unos carteles recomiendan la visita a unas cuevas, que tratamos de encontrar en vano.
La pintoresca imagen del Puertito desde el acantilado.
Aparte del atractivo de las casitas plantadas sobre las rocas, lo que más llama la atención es el tremendo oleaje que dejaba los oídos sordos. A nuestra izquierda, vimos un sendero que conducía a lo que parecía un mirador natural. Y realmente merece la pena subir allí porque se obtienen vistas preciosas del pueblecito y de la gran cala que está al otro lado, barrida por el viento y las olas en una conjunción espectacular.
Como he oído (o leído) comentar a alguien, en el Puertito de los Molinos te quedarías horas mirando y escuchando el mar embravecido.
Después cruzamos el simbólico puente (se puede pasar perfectamente rodeándolo) sobre el pequeño riachuelo y llegamos a la playa, cubierta de enormes piedras negras de basalto, redondas de tan pulidas, pues, según leí, la marrón arena veraniega se la lleva el tremendo oleaje del invierno. Al parecer, éste es un lugar al que vienen mucho los majoreros a bañarse en pleno estío, cuando es de suponer que el mar está más calmado.
El puente sobre el riachuelo, que ha sido reconstruido recientemente.
La playa. El caso es que la imagen de las enfurecidas olas golpeando contra los escollos era todo un espectáculo y había que aprovechar la oportunidad de verlo dado que según parece alcanza su máxima expresión en invierno (y eso que el día estaba tranquilo y no era demasiado ventoso).
Caminando entre las rocas.
Buscando las cuevas, trepamos por las rocas antes de darnos cuenta de que solo son accesibles con marea baja. Entre unas cosas y otras, aparecimos en lo alto del acantilado desde donde las vistas eran realmente espectaculares. Me fascina ver semejantes golpes de mar; quizás en eso se nota que soy de tierra adentro.
Como no nos cansábamos de contemplar el panorama, seguimos caminando por el borde del acantilado, encontrando en cada hueco al que era posible asomarse una estampa más bravía que la anterior, que colmaba el color mágico del agua. En el mismo punto, mirando hacia el interior, la suma aridez del entorno prestaba un contraste todavía más dramático al paisaje.
Y, como de costumbre, se nos echó encima la hora de comer. Teníamos pensado ir hasta Villaverde, a Casa Marcos, otro restaurante típico canario muy recomendado. Pero no nos daba tiempo. Así que nos quedamos en el único restaurante abierto en esta época en el Puertito, llamado Casa Pon, donde nos prepararon una parrillada mixta de pescado y marisco, que nos tomamos tan ricamente contemplando el mar.
La parrillada y las vistas desde la mesa: ¡buen provecho!
Lajares. Ruta a pie al antiguo volcán Calderón Hondo. De nuevo en el coche, nos dirigimos hacia la Oliva y, después, enfilamos a Lajares, donde comenzaba nuestra excursión a pie. Por el camino, volvimos a encontrarnos con bonitas estampas majoreras que quizás no tengan tanto encanto en otra época del año en la que se note más la sequía.
De camino a Lajares.
Desde lejos ya empezamos a ver los montículos rojos que constituían nuestro próximo objetivo. Junto al panel informativo de la marcha, hay una pequeña zona de aparcamiento, en la que dejamos el coche. Esta corta caminata forma parte del GR 131, que atraviesa toda la isla.
Lajares y al fondo las calderas.
Cartel de la ruta junto al aparcamiento. La ruta es circular, tiene poco más de cinco kilómetros y es muy sencilla. Se tarda en hacer en torno a una hora y media. El desnivel es de unos 180 metros, pero resulta muy suave, excepto la subida al mirador sobre la caldera, que es empinada pero bastante corta, así que no supone un esfuerzo especial.
Rumbo al Calderón Hondo (que no es el que se ve a la derecha).
Por esta zona existen una serie de volcanes alineados que se generaron hace unos 50.000 años y uno de los mejor conservados es el de Calderón Hondo, que cuenta con un cráter de 70 metros de profundidad.
Detrás de este hermoso volcán, está nuestro objetivo.
Poco a poco, ganamos altura y seguimos por el camino de la izquierda. Al rodear el montículo, comenzamos a ver las vistas del otro lado (costa norte)
Y al fin apareció el Calderón.
Tanto por el camino como en la cima se tienen unas vistas espectaculares de la costa norte de Fuerteventura: El Cotillo, Majanicho, algunas zonas de Corralejo y Lajares, así como del malpaís que se formó con las erupciones de los volcanes.
El camino es cómodo dentro de lo que cabe, está perfectamente señalizado y puede hacer en uno u otro sentido. En su mitad sale una pista de piedra que conduce a la cima, donde hay una barandilla desde la que se puede contemplar perfectamente el cráter (aunque el sol nos pillaba de frente, con lo cual resultaba muy difícil hacer una foto en condiciones).
El fondo del cráter.
La cima está plagada de las famosas ardillas, que no dudan en rodearte y posar con descaro, exigiendo algo de comer.
Si tenéis ocasión y os gusta caminar, no os perdáis este recorrido: merece mucho la pena teniendo en cuenta el poco tiempo y esfuerzo que requiere.
De regreso a Lajares.
Después fuimos al Faro del Tostón, en El Cotillo, para ver su mágica puesta de sol. Pero eso lo dejo para la siguiente etapa. Etapas 4 a 6, total 8
📊 Estadísticas de Diario ⭐ 4.8 (20 Votos)
Últimos comentarios al diario Fuerteventura (Islas Canarias). La isla de las playas y el viento.
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