El paraíso cercano: Algarve + Estoril, Cascais y Lisboa ✏️ Blogs de Portugal

Uno de los regalos de cumpleaños para mi novio fue una barbacoa en la playa organizada por la empresa Algarexperience. Nos esperaba una excursión de 6 horas por las grutas y acantilados con final en una playa de acceso único por mar para comer una rica barbacoa y un último baño en alta mar antes de regresar a Albufeira.

A las 9.30 nos cogimos un taxi para ir a la Marina, desde donde salen los barcos, catamaranes, yates y veleros. A las 10 nos montamos en nuestro catamarán, el Belize, y pusimos rumbo a la costa que llega hasta Carvoeiro.


El catamarán estaba realmente bien, con mucho espacio exterior, saolarium, cabina interior, baños y bar (aunque un poquito caro, pero agradecido). Como dato curioso, éramos los únicos españoles, los demás eran británicos y franceses.

Después de pasar la playa de San Rafael, en Albufeira, llegamos a las ya conocidas playas de Lagoa. La primera fue la playa de Carvalho, seguida de la de Marinha (en la foto, Carvalho).


Ya llegan las primera grutas y los primeros "oh, qué bonito".



Y la tan famosa gruta del amor, aunque nadie explicó porqué se la llama así, aunque con lo bonita y acogedora que es, me imagino el motivo...


Según nos íbamos acercando a Carvoeiro, nos fuimos encontrando con otras embarcaciones que también estaban recorriendo las grutas, por no hablar de todas las barquitas de pescadores que por 15€ te llevan a ver las grutas.

La pena es que en muchas grutas ni los veleros ni nuestro catamarán cabían, por lo que sólo pudimos entrar dentro de una de las grutas. Y se hizo la oscuridad...


Llega la hora de comer. Ponemos rumbo a la playa donde será la barbacoa, a la que sólo puede accederse por barco. Una barca de apoyo nos va desembarcando de 8 en 8, aunque hay quien se va a nado.


Allí en la playa ya estaba todo preparado para empezar a cocinar y en poco más de media hora estaba lista la comida: ensalada del Algarve, sardinas, pincho, filete de ternera, filete de cerdo, salchicha fresca, patatas fritas, refrescos, melón y sandía. Hmmm, qué rica, ¿no?


Tras una digestión hecha en el agua, volvimos a embarcarnos y nos bañamos en medio del mar (aunque no muy lejos de la costa, por si acaso). Este fue el mejor momento del día.

A las 4 de la tarde llegábamos de nuevo a la Marina, así que decidimos terminar nuestro último día en el Algarve en la playa de Santa Eulalia en Albufeira.

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Con pena nos despedimos de nuestro paraíso particular y con la promesa de volver el siguiente verano y, a ser posible, más de una semana.

Los 250 kilómetros que separan Albufeira de Estoril fueron tristes hasta que alcanzamos a ver el primer símbolo de Lisboa: nuestro destino se acercaba.


Con ilusión llegamos a Estoril, al Hotel Saboia 3*, en la zona de Monte Estoril. La habitación preciosa, con vistas al mar.


Nada más poner un pie en la calle casi nos lleva el viento por delante, así que, con dudas, nos fuimos a la playa, no sin antes admirar las casas que reodean el hotel:



Para ir a la playa hay que atravesar la carretera que lleva a Lisboa desde Cascais y las vías del tren, pero para ambos casos hay pasos subterráneos por lo que en menos de 10 minutos se está en la playa. La más cercana al hotel es la praia dos Estoris, justo delante de la estación de tren de Monte Estoril. Se accede por unas escaleras, y se trata de una playa pequeña, arena fina, con poca gente, sin olas pero con rocas dentro del agua. Ni qué decir tiene que el agua está congelada, hasta el punto en que pocos son los valientes que se bañan de cuerpo entero (ese día mi cabeza no tocó el agua).


Después de pasarnos la tarde en la playa, disfrutamos un ratito de la piscina del hotel, nos pusimos guapos y nos cogimos el tren a Lisboa para ir a pasear y cenar. En la estación de tren hay una máquina donde se sacan los tickets (está todo en portugués, pero se entiende bien); primero hay que comprar, por 0.50€, la tarjeta Viva Viagem y luego se recarga con los viajes que se necesitan. De Monte Estoril a Lisboa (Cais do Sodré) son 1.75€. Una vez que se carga la tarjeta (una por persona, no sirve una tarjeta para dos personas picándola dos veces), se posa sobre otra máquina pequeña que hay al lado donde se valida.

Los trenes pasan cada 20 minutos y se tarda media hora en llegar a la estación de Cais do Sodré en Lisboa. Este es el mismo tren que une Cascais (estación anterior a Monte Estoril) con Lisboa y que pasa por Belem. En Cais do Sodré cogimos el metro, aquí hay que volver a comprar otra tarjeta y recargarla con viajes, se valida al entrar y al salir del metro. Nos bajamos en Rossio para ir luego andando al castillo de San Jorge. Comenzamos a subir las escaleras y las cuestas y aunque cuando llegamos, ya estaba cerrado (cierra a las 20:30), al menos disfrutamos de las vistas de Lisboa.


Así que volvimos a bajar y salimos hacia la estación de Rossio, ¡qué bonita!


Llegamos a la plaza Restauradores y decidimos cenar en alguno de los restaurantes que hay en los alrededores. Después de mirar unos cuantos, nos decantamos por uno de comida portuguesa con nombre español, Restaurante Torremolinos. La elección no pudo ser peor: el servicio era lento, la bebida carísima (4€ una botella de 1.5L de agua) y la comida no era especialmente buena. Por recordar el bacalhau a braz del Algarve, lo pedí aquí también y estaba bastante malo. Y por si fuera poco, una camarera pasa con una bandeja de postres ofreciéndolos y al final resultan carísimos. Sitio para no volver nunca.

Al acabar de cenar, cogimos el metro en Restauradores y volvimos a Cais do Sodré a coger el tren de la 00:30 (por las noches pasan cada media hora).

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Este día decidimos irnos andando a la playa Tamariz, la playa de Estoril, delante del casino, y fuimos dando un paseo por las casas tan bonitas que hay en la zona.

A pesar de que esta playa está más abarrotada, merece la pena, aunque sólo sea por las instalaciones que tiene (y que no hay en las playas del Algarve): duchas, lavapiés, servicios (hombres, mujeres y minusválidos), adaptada a discapacitados y sobretodo personal de limpieza que van recogiendo los restos de basura de la arena y el agua. Por supuesto, está todo limpísimo.

En mi opinión, la playa tiene un encanto especial, supongo que por su situación, delante del casino y la estación de tren de Estoril, rodeada de edificios tipo palacetes y con una clase de turismo totalmente distinto del que se encuentra en la costa sur portuguesa. Es más, se la compara con Biarritz y sus playas e incluso con la Costa Azul francesa tanto por las playas como por el turista que las frecuenta. De hecho, la familia real monegasca aún tiene propiedades aquí.

Esta vez sí me bañé entera, pero el agua está tan fría que realmente sentía dolor en los pies. Tengo que decir que yo en otra vida debí ser un pez porque me encanta estar en remojo en la playa o la piscina, me encanta bañarme y aquí lo único que quería era salirme, y eso que no me gusta tomar el sol. Al menos, el agua está limpísima, aunque hay rocas, pero no suponen ningún peligro, están colonizadas por musgos y son muy suaves, no molestan ni hacen daño.

Nos acercamos a comer al Beach Club Concept que consiste en una terraza, un salón y una piscina al aire libre, aunque su uso no va incluido con la comida (además, es muy cara, pero las vistas son inmejorables). Allí nos encontramos comiendo con la mismísima Infanta doña Margarita de Borbón y Battemberg, la hermana ciega del Rey, acompañada por tres mujeres. Parece ser que, a pesar de todos los años que han pasado desde el exilio, aún siguen yendo miembros de la Familia Real a Estoril.


Aquí comimos una ensalada de pollo con salsa de almendras, una hamburguesa y una ración de patatas fritas. La ensalada consistía en lechuga y rúcula con 3-4 pinchos de pollo con semillas de sésamo. La hamburguesa es solamente pan y carne, si se quiere queso, hay que pagar 1.20€ más y las patatas fritas también hay que pedirlas aparte. Lo mejor es que tienen batidos de frutas naturales que hacen al momento, pero en general, no es un sitio barato para la comida que ofrecen ni la cantidad que ponen en el plato ni la calidad de la misma. Pero merece la pena por las vistas a la playa.

Después de comer seguimos un rato más en la playa y luego nos fuimos andando a Cascais a bañarnos en la piscina oceánica: una piscina artificial construida sobre la roca donde entra el agua del mar. Está bastante más caliente que el mar, pero también hay muchos niños pequeños y cuidado al bajar por las escaleras, ¡hay erizos! De todas formas, está indicado nada más entrar en un cartel que se tenga cuidado con los erizos.


Continuamos nuestro paseo viendo de nuevo magníficas casas particulares:



Llegamos al centro de Cascais para hacer compras y hay mucho donde elegir, está llenísimo de tiendas, así como bares y restaurantes.


En ese momento, nos volvimos de nuevo al hotel andando a ducharnos y ssalir a cenar a Cascais, pero esta vez, ya fuimos en tren, aunque sólo hay una estación entre ambos sitios.

Elegimos un restaurante tailandés para cenar, el Bangkok y, evidentemente, cenamos platos que se pueden comer en cualquier tailandés, muy bueno todo, por supuesto.

Después intentamos ir andando a la Boca do Inferno, pero entre la oscuridad y que nada más que vimos un cartel informativos, decidimos dar media vuelta y justo antes de llegar a la Ciudadela, vimos este precioso edificio: el palacio de los Condes Castro de Guimaraes, construido en 1890.

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