Dresde y Sur de Polonia 2011 ✏️ Blogs de PoloniaEn este diario contaremos nuestras impresiones sobre la bonita Dresde y la encantadora Polonia en un viaje que realizamos en el verano de 2011.Autor: Diderot Fecha creación: ⭐ Puntos: 3.6 (5 Votos) Índice del Diario: Dresde y Sur de Polonia 2011
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29 de Julio de 2011
Una vez más, ha llegado nuestro tiempo de vacaciones (¡Vamos al Este!), el país de la chocolata y de los tintes color caoba. La pequeña odisea empezó con un viaje a Málaga: breve paseo por el centro entre hordas de turistas ansiosas de toreros. A las 12 llegamos al parking de larga estancia, donde Antonio Banderas perdió el gorro, y quedamos en velada romántica a descansar en el coche con el síndrome de los brazos lacios. A las 4 de la mañana nos recogió el microbus al aeropuerto; aunque parezca mentira, a esas horas estaba de bote en bote de alemanes con sombreros de paja y caras del Señor Cangrejo. Se añadieron una cola de esquimales que regresaban a Tampere y unos cuantos holandeses que perdieron el mentón antes de nacer. Sus vacaciones acababan y las nuestras empezaban. A las 6.15 con más ojeras que JR por fin tomamos rumbo a Magdeburgo. La primera sensación al llegar es la de frío polar: nubes negras, llovizna y un aeropuerto de dos metros cuadrados con una cosa de cada: un vuelo, una cinta de maletas, una puerta, un autobús,.... el doble de Woddy Allen nos conduce a Magdeburgo entre carreteras sin arcén (9 euros del ala). Magdeburgo es una ciudad fea y destartalada, con pocos edificios reconstruidos y muchos centros comerciales alojados en moles comunistas. La Iglesia de la Virgen ha reconstruido un bonito claustro románico que da la sensación de estar en Terra Mítica. La catedral renueva la fachada y la plaza es inmensa y muy desolada, tanto que hasta aterrizan helicópteros casi sin avisar. Por último, la plaza del Ayuntamiento es otra decepción, con edificios espantosos. El Caballero del Templete queda aislado entre camionetas y puestos de verduras. A la 1 sale el tren hacia Dresde tras la odisea de hacernos entender con las antiguas empleadas del ferrocarril de la Alemania Oriental, que no sabían ni papa de inglés pero que sí tienen mucha voluntad y amabilidad. Casi morimos de colapso salino tras comer unos pretzel con granos de sal como verrugones de mi vecina Aurelia. En Dresde llueve y hace frío. En la calle Praga está el hotel Ibis, a pocos minutos de la estación. Tras descansar un rato salimos a ver la ciudad. Nos gusta mucho. Las reconstrucciones han quedado muy bien. Bajo el paraguas, a las 8, la gente ya ha abandonado al ciudad pues ya cenó hace cuatro horas. Todo está ya cerrado y acabamos en el Mc Donalds. No hay carteles en inglés, nadie sabe inglés. No están preparados para el turismo pero, eso sí, hace unos relojes de cuco supercuquis, como diría Tamara Falcó. Etapas 1 a 3, total 12
30 de Julio de 2011.
El Hotel Ibis huele a pis de vieja. Al levantarnos, llueve mucho. Salimos a desayunar enfrente del hotel en una cafetería con cientos de miles de pasteles; al final una berlina con mermelada y un pastel de ciruela con queso tan buenos que dan ganas de tirarse por el suelo y bailar el Waka-Waka. Con dos capuccinos, 8.55 euros. Con las bombas de azúcar en vena salimos a la calle pero llueve y llueve. Lástima que no podamos disfrutar de la ciudad como quisiéramos y de que no nos enteremos de nada porque todo está en alemán y, curiosamente, en ruso y checo. Tras andurrear para hacer hora, porque todo abre a las 10, y con el agua hasta los sobacos, llegamos al maravilloso Albertimum (8 euros). Reformado como museo moderno, con neones y dependientes sofisticados y juveniles que bien podrían trabajar en Zara, encontramos esculturas a granel, como después de un derribo. Obras maestras camufladas y, sobre todo, pintura; Fiedrich y los expresionistas alemanes son también para revolcarse por el suelo de éxtasis como con el pastel pero sin engordar. Visitamos la catedral católica, mucho más interesante por fuera ya que el interior es tan frío y huele tanto a nuevo que no resulta creíble. Con el agua por la rodilla vamos a un centro comercial a comer, ya que por lo menos está calentito. Debe ser más grande que Las Mesas y El Pedernoso juntos y con más tiendas que toda la provincia de Ávila... y encima se conectan unos centros comerciales con otros de manera subterránea. Al final, 8.50 euros por una salchica con menta que no se la salta un gitano, una albóndiga aplastada gigante, dos coca colas y un bocata con un fiambre tipo salchica de tres dedos de gordo; chorreando de proteínas, todavía falta el dulce para adaptarnos a la dieta colesterólica alemana. Y todo mientras recordamos la señora con la peluca de Linda Mirada que encontramos en el Albertinum. Nos clavan otros 12 euros, esta vez por un rollo de bizcocho de chocolate muy azucarado, imprescindible para la sobremesa. Bajo la lluvia vamos a la reconstruida Frauenkirche (gratis), una iglesia luterana con forma de campana de 90 metros de altura. El interior parece un teatro y tiene demasiados tonos pastel. Celebraban conciertos para desplumar a los turistas. Es admirable el trabajo de reconstrucción tras el estado en el que quedó tras la Segunda Guerra Mundial. Más tarde fuimos al Palacio Residencial que contiene muchos museos en su interior (10 euros). La galería de objetos preciosos del reino, llamada Bóveda Verde, es la colección más importante de Europa de objetos extraños y lujosos: desde cuberterías de corales a huesos tallados y mucha orfebrería y piedras preciosas. Es inmenso. Luego vimos la colección de objetos turcos con muchas armas, armaduras y tiendas bordadas. Al salir, Dresde seguía en su melancolía lluviosa mientras cantantes noveles amanizaban con sus óperas los túneles del Palacio Real. Bajo la lluvia cogemos un tranvía para cruzar el puente y pasear por la ciudad nueva, con muchas esculturas barrocas intercaladas entre plátanos de sombra. Como la lluvia era persistente, cogimos otro tranvía (2 euros, en el primero nos colamos), para regresar al hotel, que seguía oliendo a pis. Etapas 1 a 3, total 12
31 de julio de 2011.
El día ha vuelto a estar nublado y frío, aunque ha llovido un poco menos. Tras un desayuno con pasteles muy azucarados y buenísimos, en este caso una tarta Mozart y otra de mandarinen en una pastelería de Praguer Strasse, nos queda aún el plato fuerte: el Zwinger. El Zwinger es uno de los palacios barrocos más bellos de Europa, que por nada del mundo nadie debería perderse. La entrada al patio central es gratuita, aunque hay que pagar por visitar los museos que alberga. Es muy grande, más de lo que aparenta, lleno de fuentes que en los días soleados deben ser una delicia y una cantidad enorme de estatuas interesantes, imprescindibles para comprender lo que es el barroco centroeuropeo. Alberga la Pinacoteca de Maestros Antiguos, con la famosa Madonna Sistina de Rafael, sobre la que se agolpan hordas de japoneses enfurruñados porque no pueden sacarle una pobre fotografía, cuando en la tienda de recuerdos la venden estampada hasta en bragas de niña, sobre todo los manidos angelitos que harían la delicia en cualquier bolso de pija; el resto pasa desapercibido para el resto, aunque es muuuuuuuuuy interesante si aprecias el arte. El otro museo es el de la colección de porcelana, muy bien presentado y muy fino y limpio, todo muy alemán; no es extraño que tuvieran que construir palacios tan grandes para alojar tal cantidad de cacharros. Se puede entrar por la famosa Puerta de la Corona, que está rodeada por un canal lleno de patos que en invierno deben maldecir el clima alemán. El Baño de las Ninfas también es precioso, una obra maestra del barroco alemán. Se puede subir a las terrazas y pasear, disfrutando de unas vistas maravillosas. Para comer dimos un montón de vueltas buscando salchichas, pero acabamos en un extraño restaurante tailandés comiendo sushi y un extraño brebaje azulado con mucha espuma; empezamos a creer en esa leyenda de que te quitan los órganos... Antes de volver al Zwinger, paramos en la encantadora fuente del Ladrón de Gansos. La tarde, tras terminar de ver el Zwinger, la dedicamos a pasear por la ciudad: fotos en la plaza del Teatro, el puente, el río Elba. Lástima que no hubiera ningún barco para pasear por el río, debido al tiempo. Por la otra orilla del río, bajamos hasta el agua; en unos ministerios preparan un cine de verano adonde nadie iba a ir. Algún barco se escapa entre la bruma, mientras por la ribera se disfruta un paisaje lluvioso y melancólico. Regresamos al centro y paseamos por la Terraza hasta unos bonitos jardines con esfinges; un extraño autobús checo convertido en monumento estropea el paisaje. Cenamos de nuevo en el McDonald's, ya que es el único sitio abierto a las 9 de la noche y en la estación compramos los billetes para Wroclaw, aunque pasamos lo nuestro para que la máquina aceptara el dinero, todo bajo la mirada de numerosos buscavidas en la estación. La vuelta al hotel se hace, de nuevo, lloviendo, a las 10, con pinta de madrugada cerrada. En el hotel sigue oliendo a pies; mis calcetines de ayer se han convertido en un arma de destrucción masiva; planeamos dejarlos en la papelera bien cerraditos en una bolsa. A dormir pensando en Polonia. Etapas 1 a 3, total 12
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