CRUCERO ESCANDINAVIA Y RUSIA: CELEBRITY ECLIPSE ✏️ Blogs de Cruceros y Mares

A las 9:30h llegamos a esta pequeña localidad costera de Alemania y enseguida salimos del barco para dirigirnos a la estación de tren que está muy cerca del muelle. Atravesando un pasadizo salimos al andén donde cogeremos el tren hacia Rostock en un trayecto de 20 minutos.
Para esta jornada sacamos desde casa un billete que sirve para viajar durante todo el día las veces que se quiera por una zona delimitada. Se trata del Vorpomen Meklenburg tikect, nos costó 26 euros los dos pero pueden viajar hasta 5 personas, por lo que sale realmente económico.
En la web de los trenes alemanes puedes obtener ese billete que consiste en un comprobante que envían al correo, se imprime y se enseña al revisor cuando lo requiera junto con la tarjeta que se haya utilizado para el pago en internet.
De Warnemunde a Rostock no pasó el revisor ni a la ida ni a la vuelta pero, si a alguien se le ocurre montar sin billete y lo pillan, la multa puede ser de 40 euros, según anuncian en unos carteles en el propio tren.
Como tenemos media hora hasta la salida del próximo tren inspeccionamos un poco la estación de Rostock, pueblo que visitaremos al final del día.
A las 11:00h salimos hacia Schwerin, de nuevo vemos a nuestros amigos asiáticos con los que coincidimos en Brujas. El paisaje es muy entretenido, todo muy verde, vacas pastando y frondosos bosques.
A las 12 alcanzamos nuestro destino, saliendo de la estación nos encontramos con un gran lago con un surtidor en el centro y con barcos que ofrecen paseos por las aguas. Se trata de Pfaffenteich o estanque de los sacerdotes, rodeado por bellos edificios y construido para suministrar energía a los molinos medievales.

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El dragón de madera nos recibe gracioso en un lateral del estanque y nos encaminamos por una de las calles principales y más comerciales.

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Nos acercamos a la plaza del ayuntamiento donde se celebra el mercado y donde se encuentra la oficina de turismo. Al lado está la Dom o catedral, un edificio de ladrillo en estilo gótico, el único monumento medieval de la cuidad, construida sobre una iglesia románica anterior y actualmente dedicada al culto evangélico luterano. Salimos y callejeamos viendo las casas de entramado y coquetas cafeterías en cada esquina.

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Nos dirigimos a la zona del castillo que asomaba en una de las calles y un guau…se escapa de mi boca…se ve bonito y nos disponemos a conocerlo más de cerca, pero sólo el exterior, decidimos no entrar aunque se puede hacer la visita.
Justo al lado se encuentra el museo y, como en toda catedral iglesia o castillo que se precie, está la grúa correspondiente y los andamios que cubren parte del monumento.

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El castillo se encuentra en una especie de isla conectada por un puente desde el que se accede al jardín. Lo rodeamos, encontrando a nuestro paso patos, nenúfares en el agua, muchas flores, y un marco de hormigón simulando un cuadro donde hacemos fotografías que salen enmarcadas en vivo y en directo.

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El jardín es muy agradable, el lago sereno, y la luz tenue, pues el cielo continúa nublado. Alguna barca surca las aguas y comienza a llegar gente para visitar el castillo.

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Recorremos escaleras, parterres, fuentes, estatuas, un sitio realmente bonito.

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Continuamos por un largo jardín de estilo versallesco donde, al fondo, se abre otro extenso canal.

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Bordeamos el castillo y tras merodear por el teatro y el museo decidimos regresar a la estación de tren.

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Comemos algo rápido en Macdonals, donde nos cuesta entendernos con la dependienta que sólo habla alemán y cogemos el tren de las 15h hasta Wismar.

Esta es una ciudad pequeña, pero con mucho encanto. Conserva el sabor de las antiguas ciudades hanseáticas, con las casas de entramado y de ladrillo rojo oscuro. Salimos de la estación y nos disponemos a recorrer el lugar pasando primero por uno de los canales en cuyos extremos descansan unas esculturas muy curiosas. Se trata de unos cerdos, alguno incluso panza arriba, muy divertidos.

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Justo al lado del canal se encuentra la iglesia de San Nicolás que visitaríamos más tarde y que es la única que no sufrió daños considerables durante la 2ª Guerra Mundial.
Continuamos por una calle lateral hacia la plaza del ayuntamiento, sorteando las obras en la calzada presentes en muchas ciudades en época estival, pues en invierno resultan más difíciles de ejecutar.
Nos recibe una plaza amplia, con un montón de puestos de mercado con frutas, bolsos, gorros, y enseguida divisamos una crepería. La crep de nutella que no falte, nos compramos una cada uno, aunque no nos gustó que hasta con la nutella son agarrados estos alemanes, un poco más de pringue no hubiera estado mal.
Mientras nos las comíamos deambulamos por la plaza, observando los edificios, y desembocamos en otra plaza con una iglesia curiosa.

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Se trata de Santa María, una obra del siglo XIII muy dañanada tras los intensos bombardeos de la Segunda Guerra Mundial. Había una gran explanada con distintas estatuas, donde mi pareja echó un pulso con un grupo de hombres fornidos tirando de una cuerda.

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Pasamos al interior donde tenían una exposición de tallas de madera con distintos sabios de la Antigüedad. Instrumentos de la Edad Media, documentos expuestos, muy interesante todo.

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Continuamos la visita y nos topamos con la iglesia de San Jorge que hoy se utiliza como sala de conciertos y exposiciones. Su interior fue visiblemente dañado durante la guerra y de la imaginería de madera no queda nada, pues se utilizó como combustible en época de hambruna y frío intenso.

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Salimos por una calle con un jardín interior y paseamos tranquilamente al lado de las casas bajas de colores que desembocaban cerca del puerto.
Allí se congregaban una serie de barcos a modo de mercadillo flotante donde vendían bocadillos y peces en salazón. Resultaba curioso apreciar el balanceo de las barcas mientras los acostumbrados vendedores se movían de un lado a otro para despachar.

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La estación de tren no quedaba lejos pero aún nos faltaba parte por visitar y entramos por una puerta de la muralla y justo debajo hay un recuerdo a la grabación que se hizo en la ciudad de la famosa e inquietante película Nosferatu en los años veinte.
Seguimos callejeando, observando las casas, algunas pintadas de colores, otras más dejadas y regresamos a la estación.

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Aún quedaba algo de tiempo para explorar un parque mientras no salía el tren y paseamos cerca de un canal y entre césped muy verde.

De nuevo al convoy y en una hora y 10 llegamos a Rostock. Salimos caminando por la calle Rosa Luxemburgo. El cielo se empezó a nublar y, en segundos, cayó un buen chaparrón así que, aunque llevábamos paraguas, decidimos meternos debajo de unos soportales hasta que parase un poco. Al rato reanudamos la marcha y pasamos al lado de la puerta Steintor adornada con el sello de la ciudad y el escudo de armas del concejo con la inscripción: “Que la armonía y la prosperidad reinen dentro de vuestras murallas”.

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Al lado está el edificio gremial construido con los ladrillos de color rojo y cuyo exterior está adornado con escudos de armas y con estatuas.
Pronto desembocamos en la plaza del ayuntamiento, a esas horas desierta, provocada esa soledad supongo, por la lluvia caída. En esta plaza destacan las casas de colores y algunas estatuas distribuidas por el centro.

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Muy cerca está la iglesia Marienkirche, una de las más grandes de la región báltica y que data del siglo XVIII. Sólo la pudimos ver por fuera, pues a las 6 cerraba y en su interior se encuentra un reloj astronómico muy curioso que nos hubiera gustado ver. La bordeamos, viendo algunas esculturas en el camino y ponemos rumbo a la calle principal y más comercial de Rostock, a nuestro paso vemos la biblioteca, varias tiendas y, al fondo, la fachada de la universidad con una curiosa fuente rodeada de esculturas.

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Seguimos hasta al final y decidimos no bajar al puerto; regresamos por una calle distinta hacia la estación y cogemos el tren con destino Warnemunde.
En 20 minutos estamos allí y el Eclipse se divisa desde el vagón. Como ya eran las 9 y tocaba cenar algo decidimos no pasarnos por Warnemunde, un pueblo con mucho encanto según nos comentaron algunos compañeros. Si el cielo no estuviera tan gris, quizá hubiéramos salido a pasear un rato después de cenar, pues el barco no partía hasta las 23:59h, una escala muy amplia.
Y, cómo no, nos cruzamos con nuestros amigos asiáticos de regreso al barco.
Hicimos una parada en un local que hay de camino en el que tienen esculturas de arena, protegidas por plásticos para que no se deshagan y donde hay una muestra del invento de esta localidad: la cesta de la playa o strandkorb, muy común en el mar del Norte, que ayuda a protegerse de la arena, el viento y es una especie de tumbona de playa con cajones para guardar cosas y estar cómodos. La inventó el maestro cestero de la corte imperial alemana a petición de una noble señora que padecía de reuma para que le permitiera disfrutar de la fresca brisa protegiéndose al mismo tiempo del sol.
Ahí va la foto del invento:

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En esta escala existe la posibilidad de visitar Lübeck, otra ciudad con mucho encanto. Pero muchos optan por ir a Berlín, una capital europea que no se suelen perder los americanos o australianos que les cae más a desmano. Lo malo de esta opción es el viaje de 6 horas entre ida y vuelta y el poco tiempo del que se dispone para visitar lo más destacado.

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Dedicamos esta jornada a conocer la capital sueca que estuvimos a punto de visitar en septiembre de 2011 durante un circuito por los fiordos noruegos que incluía la opción de desplazarse a Estocolmo. Algunos compañeros de ruta así lo hicieron, pero nosotros regresamos a Madrid desde Oslo.

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Había leído que la entrada a Estocolmo era muy especial por atravesar durante casi 3 horas un archipiélago salpicado de pequeñas islas e islotes que lo hacían un espectáculo sobre todo desde la cubierta del barco, digno de un buen madrugón. Nos levantamos pronto aunque el cielo estaba nublado y, tras contemplar el paisaje un rato, nos fuimos a desayunar.

Como días atrás, éramos de los primeros en desembarcar. Seguimos la línea azul pintada en el suelo del puerto de Frihamen, donde atracó el Eclipse, y llegamos a la oficina de turismo. Allí cogimos el city map o callejero, muy útil para orientarse, aunque en el today también viene parte del plano dibujado.

En la oficina venden la Estocolmo card, billetes de trasporte público pero nosotros nos vamos directamente a la marquesina del bus nº 1 cuyo conductor, de habla hispana, se ofrece amablemente a llevarnos gratis hasta el centro.
Nos apeamos al lado de la biblioteca nacional, ubicada en un bonito parque y pasamos a visitarla, previa entrada a los lavabos instalados en una moderna cafetería en la entrada. Recorremos parte de las salas, sacamos algunas fotos y salimos de nuevo a las calles de Estocolmo.

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Seguimos recto y nos encontramos con un mercadillo con puestos de fresas y cerezas gordas y coloradas, una constante a lo largo del viaje repitiéndose esta estampa desprendiendo un olor muy agradable al acercarse. Nos hacemos cargo de la cultura de bici que hay en la ciudad. Casi todos la eligen para desplazarse de un sitio a otro y hay carriles habilitados para los ciclistas por todos lados.

Cruzamos un puente y desde aquí divisamos, a lo lejos, la característica torre del ayuntamiento, nuestra próxima parada.

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Llegamos justo a las 9:55 y sacamos la entrada en la taquilla con tarjeta 23 euros los dos. A las 10 en punto nos reunimos un grupo de 7 personas de habla hispana con Jonathan, nuestro guía. Un joven que casi se estrenaba con nosotros para hacer la visita pues era su 2º tour en español, pero se le entendía bien.

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Comenzamos en la sala azul, que finalmente se quedó con la pared de ladrillo rojizo, aunque envejecido para dar cierto aspecto antiguo, ya que “sólo” tiene 90 años. En esta sala se coloca la mesa donde cenan los comensales invitados a la celebración del premio Nobel. Continuamos por el salón de plenos, donde nos explica los lugares que ocupan los medios de comunicación, los políticos y el público que quiera asistir a los plenos.

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Observamos la cubierta de madera en el techo que recuerda a los legendarios barcos vikingos.

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Vemos en otra dependencia una figura de San Jorge con el dragón y nos adentramos en una sala con pinturas del río y vegetación. Llegamos al salón dorado, cubierto totalmente de mosaicos con figuras y presidido por una figura femenina con los cabellos alborotados que no deja indiferente.

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Para terminar salimos a la tienda de recuerdos y antes vemos una vitrina con la vajilla utilizada durante la cena de los Nobel.

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Aquí coincidimos con la excursión de Celebrity y otros cruceros. El ayuntamiento empieza a llenarse por lo que ir a primera hora ha sido una buena idea. Salimos a contemplar el patio exterior y la fachada y los jardines pegados al agua, con vistas a los edificios en la isla de enfrente.

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Lo rodeamos y vemos una especie de sarcófago dorado, fuentes, estatuas, un conjunto hermoso. Tras tomar fotografías nos dirigimos al puente que conecta con otra isla que nos ofrece distinta perspectiva y panorámica del edificio municipal. Vamos hacia el palacio real, donde días antes contrajo matrimonio la hija pequeña de los reyes de Suecia, la princesa Magdalena. Como quedaba un rato para el cambio de guardia paseamos por los alrededores y visitamos la capilla real.
A las 12:15 h los soldados salieron en comitiva y acompañados de músicos realizaron un vistoso cambio de guardia.

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Desde aquí no quedaba muy lejos el ascensor de Katarina desde el que decían que había buenas vistas.

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Actualmente el ascensor no está en funcionamiento, pero se puede acceder desde el edificio de enfrente, que acoge el restaurante Gondolen, famoso en la ciudad por ofrecer, además de rica y cara gastronomía, una vista bonita sobre los tejados de Estocolmo.

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Al llegar entramos al edificio donde nos montamos en el elevador con una vecina que marcó un código para subir a su piso. Nosotros subimos hasta el restaurante y, una vez allí, por la escalera se sube al mirador. El cielo estaba nublado pero, como se puede ver en la foto, se divisa gran parte de la ciudad. Descansamos un poco en los bancos del mirador y nos encaminamos hasta Gamla Stand, el casco viejo. Este se compone de calles empedradas, algunas muy estrechas, como el famoso y empinado callejón de 39 escalones y tan sólo 90 centímetros de ancho.

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Vimos muchas tiendas y restaurantes, casas de colores, plazas con encanto, fuentes, estatuas.

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Paseamos por la zona y ponemos rumbo al museo Vasa viendo a nuestro paso la isla de los museos y las estaciones desde donde se puede tomar un barco para hacer la ruta por los canales. Nosotros decidimos caminar. Atravesamos un boulevard con casas y apartamentos y en la orilla amarrados barcos utilizados como morada.

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A lo lejos despuntaba el edificio del Nordisk museum y justo al lado, el Vasa, uno de los museos escandinavos más visitados. Llegamos casi a las 14h y había bastante gente, pero los grupos organizados pasan por otra fila y nosotros no tuvimos mucha cola para sacar la entrada de manera individual. Nos costó 30 euros los dos. Nada más poner pie en el recinto se percibe la oscuridad en el ambiente.

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El barco lo encontramos de frente, inerte, con la tranquilidad de haber sido rescatado de las aguas del Báltico casi intacto gracias a la baja salinidad que presenta y a la nula presencia de algas que pudieran descomponer la madera. Sorprende su tamaño, el tallado de las figuras de proa a popa, pasando por las escotillas practicadas a babor y a estribor.

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El museo está bien planteado, estructurado en varias alturas para no perder detalle y observar el navío en todo su esplendor. No sólo está el barco, también se exponen objetos relacionados con él, tal como telas de las velas, utensilios de cocina, reproducciones de la tripulación e incluso esqueletos. Desde casa nos bajamos el audioguía en español y, a través del móvil, escuchamos las explicaciones.
Salimos del museo y justo al lado se encuentra el Skansen, un parque que recrea el modo de vivir sueco con un zoo en el interior que seguramente sería muy agradable, pero en este viaje no había tiempo. Teníamos intención de regresar al puerto en el autobús nº 74 que nos llevaría de vuelta al Eclipse pero pregunté a una mujer y me comentó que estaban de huelga y no todos funcionaban. Así que echamos un vistazo al plano y vimos que, en media hora, estaríamos en Frihamen y nos volvimos dando un agradable paseo. En la terminal todo el mundo estaba conectado a internet con móviles y tablets e hicimos lo propio.

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A las 17h el Eclipse abandonaba Estocolmo sorteando un montón de islas e islotes, con casitas y embarcadero, algunas tan curiosas como las que muestra la foto.

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Helsinki es la capital de Finlandia, situada en una península en la costa sur mirando hacia el mar Báltico. Es una ciudad espaciosa y bien planificada, con varios jardines, parques y elegantes edificios neoclásicos. Su puerto se mantiene abierto durante el invierno gracias a los rompehielos puesto que el agua del mar está propensa a la congelación. Pero este día nos recibió con mucho sol, nada de hielo, tanto que salimos sin protección solar y hubiera hecho falta.

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El Eclipse atracó en West harbour y salimos caminando hacia la ciudad atravesando una zona de obras donde están construyendo nuevos pisos. Cerca está la parada del tranvía donde se puede sacar un billete para todo el día y recorrer la ciudad de manera cómoda.
Subimos detrás de un grupo de gente que caminaba desde un barco vecino y pronto llegamos a la estación de tren, lugar donde nos detenemos.
Pasamos al interior para ver los trenes y el trasiego de pasajeros muy animado.
Una vez fuera la bordeamos y nos damos cuenta de que una tela recubre parte del edificio que está en restauración. No estaban a la vista las famosas estatuas de la fachada, los portadores de luz y, en su lugar, una foto nos los muestra pintados. Con el edificio de corte art noveau visto nos acercamos a la plaza vecina donde, en una esquina, se asoma el casino.

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Se trata de la plaza Rautatientori que alberga, además, el Teatro nacional y el Museo Ateneum con la mayor colección de arte de Finlandia. Durante el invierno este espacio, ahora ajardinado y lleno de flores, se convierte en una pista de patinaje.
En este punto nos encontramos con una pareja de nuestro barco y que fueron compañeros de viaje. Acababan de llegar en tranvía y nos encaminamos juntos hacia la catedral de Helsinki, construida como homenaje al Zar Nicolás I de Rusia y hoy pertenece al culto evangélico luterano.

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Nos la encontramos de lado, es una esquina de la plaza, y aquí nos separamos de nuestros compañeros para ir a contemplar la fachada principal que aparece erguida sobre una gran escalinata. Ascendemos y la visitamos por dentro, contemplando la austera decoración y regresamos de nuevo a la plaza.

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Hay mucha gente en la zona, autobuses de turistas, bicicletas, músicos tocando. En mitad de la plaza destaca la estatua del emperador Alejandro II. La fachada blanquísima contrasta con las cúpulas verdosas rematadas en dorado.
Muy cerca se encuentra la catedral ortodoxa de Uspenski. El arquitecto que la proyectó dejó su impronta y este es uno de los recuerdos arquitectónicos más destacado durante el dominio ruso.

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Llegamos hasta ella al atravesar un pequeño puente donde está presente también la moda de Federico Moccia, estaba lleno de “candados del amor”. La catedral se asienta en una roca que se puede bordear y por unas escaleras acceder al templo.

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La contemplamos por fuera y, como se encuentra elevada, desde ahí se ve la blanca catedral al fondo que acabábamos de visitar. En su interior, la decoración es mucho más profusa, llena de dorados, similar a la que veríamos en Rusia al día siguiente.

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Salimos en dirección a la plaza del mercado, donde un montón de puestos de comida, pieles, gorros, y objetos varios, animan la vida de Helsinki en un día tan radiante como este.
Vemos los ferries que salen hacia Soumelina, una isla cercana que funcionó como fortaleza y donde se encuentran cañones, diferentes museos y un gran espacio verde para pasear. El billete cuesta 5 euros ida y vuelta y los barcos salen cada 20 minutos, pero decidimos no acercarnos.
Era mediodía y salimos rumbo hacia Temppeliaukio, denominada iglesia de la Roca.
Caminamos por Etelaesplanadi, una calle llena de árboles y jardines, con gente tumbada sobre el césped, con bonitos edificios de fachadas modernistas a los lados y varias tiendas y cafeterías.
Pronto llegamos a una plaza con unas curiosas esculturas de color negro cerca de un centro comercial que también entramos a ver y, donde imaginamos, pasarán parte del invierno los finlandeses para escapar del frio.

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Al doblar la calle asoma la iglesia de la roca al fondo pero al llegar comprobamos que a la una cerraba abriendo de nuevo a las 14:45h.
Como el parque de Sibelius quedaba cerca vamos paseando hasta allí, deteniéndonos de cuando en vez en los curiosos escaparates que mostraban objetos de diseño finlandés.
Pronto llegamos a una zona arbolada donde, a lo lejos, vemos a gente arremolinada en torno a la escultura dedicada al músico finlandés Sibelius.

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Nos acercamos para contemplar de cerca la creación escultórica a base de tubos metálicos que simulan el órgano de una iglesia.
Escenas de lo más divertido, la gente metía la cabeza dentro de los tubos para sacar una foto de cuello para abajo, o soplaban sin aliento para tratar de emitir algún sonido en el improvisado órgano. En la parte de atrás se abre un paseo junto al agua muy agradable, lo contemplamos un rato y regresamos de nuevo a la iglesia de la roca. Aquí nos encontramos con unos mejicanos del barco donde intercambiamos cuatro palabras sobre deporte.
Temppeliaukio es un templo abierto al culto, por lo que se celebran bodas y otras ceremonias pero la mayor parte del tiempo está llena de turistas. El lugar me decepcionó un poco sobre todo por las grandes dimensiones que imaginaba tendría el sitio antes de llegar. Pero me pareció muy pequeña. Destaca la cúpula de cobre y el hecho de que esté excavada en la roca.

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Era hora de comer y decidimos regresar a la plaza del mercado. Allí comimos en los puestos una especie de boquerones fritos con patatas asadas, verduritas y salsa de ajo. Los dos por 11 euros con agua y un refresco. Las hambrientas gaviotas estaban al acecho y esperando que compartieras con ellas algo de pescado.
Echamos un vistazo a los puestecillos donde vendían productos sami, hechos con asta de reno, gorros de piel, zapatillas de lana, y todo tipo de souveniers.
Nuestra visita turística había finalizado por lo que pasamos al ayuntamiento, cerca de la plaza del mercado y de la catedral, para descansar un poco y conectarnos a internet.
En este edificio, ubicado en el denominado Lion Block, hay una sala de acceso libre con sofás y prensa gratuita, también algunas exposiciones de fotografías y escultura y con ordenadores para uso público o wifi gratuito.

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Tras un merecido reposo ponemos rumbo al puerto para regresar al Eclipse y despedirnos de la ciudad de Helsinki.
A las 18h zarpamos, viendo a nuestro paso desde la cubierta, un montón de pequeñas islas donde había gente bañándose en la orilla, aprovechando el día tan magnífico que hacía.

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Algunas gaviotas nos acompañaron durante la salida, volando juguetonas junto al barco.

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