Crónicas de Galápagos ✏️ Blogs de EcuadorDejándose llevar....Autor: Montaraz Fecha creación: ⭐ Puntos: 5 (6 Votos) Índice del Diario: Crónicas de Galápagos
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Daba miedo. El tren de aterrizaje del Boeing 767 de American Airlines pasaba a escasos metros de los edificios colindantes al aeropuerto Mariscal Sucre de Quito. Por la ventanilla se podía observar claramente como el crecimiento de la capital de Ecuador había engullido a su pequeño aeropuerto. La azafata me comentaba que mi vuelo de vuelta ya no saldría de aquí sino del nuevo aeropuerto internacional que entraría en funcionamiento en tres semanas. Al abrirse las puertas del avión un intenso dolor de oídos evidenciaba los 3.000 metros de altitud de la capital ecuatoriana. Bienvenido a Quito.
Control de pasaportes y mochila rápido y sin incidentes, bien. Salida del aeropuerto y piti de rigor mientras observaba a mi alrededor. Se estaba tranquilo sin la clásica avalancha de taxistas que me había encontrado en mis anteriores viajes en los aeropuertos de capitales centroamericanas. Era noche cerrada y fría. Los doce grados de temperatura y la soledad del momento me recordaron que el calorcito meteorológico y humano que me había acompañado durante las dos semanas anteriores en Brasil, Miami y México ya eran historia. El “aquí” y el “ahora” me aconsejaban cambio de chip inmediato y así lo hice. Botas, calcetines, forro polar y a buscar un taxi (8$ hasta el centro). El centro de Quito lo conforman el barrio antiguo y el barrio nuevo. A cinco minutos en taxi (2$) se encuentra El Mariscal, un barrio tranquilo llena de “hostels” a precios asequibles. Había quedado con Oriol en el Hostal Kanela (18$). Mientras firmaba en el libro de entradas el recepcionista ojeaba mi pasaporte atentamente. “!Collons!,¿de Barcelona?. Em dic Amadeu i sóc de Garraf”. Amadeu llevaba quince años en Ecuador y por lo que comentaba no tenía ninguna intención de volver a Garraf. A Oriol lo conocí en mi etapa de Philadelphia y conectamos rápidamente. Por aquellos días los dos trabajábamos en la Universidad de Pennsylvania. Yo decidí volver y él se quedó. Desde entonces nos hemos ido viendo viajando. Brasil, México y ahora Ecuador. Sin grandes manías, respetando espacios y sabiendo disfrutar de cada momento al máximo, Oriol es un buen compañero de viajes. “!Nanoooo, qué passaaa!, jejeje”. Oriol asomó por la puerta del hostal con su risa característica y nos fundimos en un cálido abrazo. Hacía un año que nos despedimos en Holbox Island. Hoy nos reuníamos en Quito para volar hacia un viaje de tres semanas a las islas Galápagos. El barrio antiguo de Quito es una joya escondida entre montañas. Un paseo de unas dos horas entre la Plaza Grande y el Parque la Alameda te permite descubrir infinidad de rincones con encanto. Callejuelas estrechas con pavimentos adoquinados a la antigua y con subidas y bajadas empinadas al estilo de la San Francisco norteamericana pero con identidad propia “made in Quito”. Colores, sonidos y olores entremezclados de forma exquisita para hacerle sentir bien a uno a pesar de ser un recién llegado. La imagen de la casas de estilo colonial con los característicos tonos pastel amarillo, ocre y rosa le transportan a uno al Salvador de Bahía brasileño o San Cristóbal de las Casas mexicano sin moverse de Ecuador, ni falta que hace. Una auténtica delicia. *** Imagen borrada de Tinypic *** Nunca había experimentado anteriormente la sensación de recorrer una ciudad situada a 3.000 metros de altitud. En estas circunstancias dos fenómenos fisiológicos rápidamente toman el mando. En primer lugar, al ascender las escarpadas calles el paso se hace más lento, la respiración más profunda y una suave sensación de mareo se apodera de uno. La falta de oxígeno te recuerda que no hay ninguna prisa y que vale la pena caminar más lento para disfrutar del espectáculo. Numerosos vendedores callejeros de té de coca te animan a probarlo como remedio infalible para el “mal de altura”. Esta sensación viene acompañada por un sinfín de suaves cuescos que no te abandona durante todo el recorrido. Delicados pedillos que surgen al exterior de forma natural e inodora, como si se cayeran al suelo. “Collons tío, no paro, jejeje”, Oriol se partía mientras su organismo igualaba la presión interna con la atmosférica y yo le acompañaba discretamente en su interminable sinfonía de sonidos. Entre cuesco y cuesco van apareciendo auténticas maravillas arquitectónicas como la catedral, la basílica de Voto Nacional, las iglesias de San Francisco, San Agustín y Santa Catalina y la joya de Quito, la Iglesia de la Compañía de Jesús, síntesis de estilos barroco, morisco e indígena, que tardó 160 años en construirse. *** Imagen borrada de Tinypic ***, Casas coloniales y tesoros arquitectónicos aderezados con la magia de la vida en las calles. Movimiento sin prisas donde el hacer aparentemente “nada” parece convertirse en profesión. Chavales jugando, corriendo y riendo despreocupadamente. Ecuatorianos con marcados rasgos indígenas y encantadora amabilidad para con el que llega de fuera. *** Imagen borrada de Tinypic *** !Qué grande eres Quito!. Etapas 1 a 3, total 11
El termómetro del aeropuerto de Quito marcaba diez grados a las seis de la mañana, pelete del bueno. Quito se desperezaba entre brumas y todavía se observaban las luces de las casas situadas en las escarpadas laderas de las montañas que envuelven la ciudad. En un par de horas iba a pasar de tres mil metros de altitud al nivel del mar y de diez a treinta grados de temperatura. Tras hacer parada técnica en Guayaquil, el avión de Aerogal despegó suavemente hacia el oeste, hacia el misterio y la magia. Las Galápagos esperaban pacientemente a mil kilómetros de distancia del continente. Tras una hora y media de vuelo, el Pacífico empieza a salpicarse de islas de todas las formas y tamaños imaginables, ciento veinticinco en total y tan sólo cuatro habitadas. Desde el aire la primera impresión es impactante. Apenas hay casas, tan sólo miles de hectáreas de vegetación, lava volcánica y playas. La isla de Baltra es un peñasco pelado donde una pista de aterrizaje hace de puerta de entrada al archipiélago. Control de pasaportes y pago de 100$ en concepto de “Tasa de Conservación”. Galápagos no iba a ser un viaje barato por mucho “mochileo” que hiciéramos, ya lo sabíamos antes de partir. A la salida del minúsculo aeropuerto sentí un porrazo de treinta y cinco grados de temperatura en el careto. Fuera tejanos, calzoncillos, forro polar, botas y calcetines. Bañador, cholas, camiseta “lolaila” y cremita. Bienvenido a Galápagos. *** Imagen borrada de Tinypic *** Desde el aeropuerto un servicio gratuito de autobuses te lleva al embarcadero donde continuamente salen botes (0,60$) que en cinco minutos cruzan el Canal de Itabaca, un estrecho de de aguas cristalinas que separa las islas Baltra y Santa Cruz, la isla más poblada de Galápagos (20.000 hab.). Desde aquí, un trayecto de cuarenta y cinco minutos en autobús (1,5$) hasta Puerto Ayora te permite observar la extrema sequedad del entorno. Cocoteros, cactus y mangle luchan por conseguir hasta la última gota de agua que el terreno de roca volcánica apenas consigue retener. Me sudaban hasta las bolas… ¡Qué calooooor!. *** Imagen borrada de Tinypic *** Con sus diez mil habitantes, Puerto Ayora es la localidad más poblada de todas las islas y a primera vista es feo de cojones. El “España hostel” es céntrico (la verdad es que esto es tan pequeño que aquí todo es céntrico) y económico (doble con baño: 40$). Un tranquilo paseo sin reloj te permite descubrir rinconcitos maravillosos entre la aparente mediocridad de Puerto Ayora a primera vista. El pequeño muelle, punto de conexión con el resto de islas, es un hervidero de embarcaciones de todo tipo. Lanchas que te llevan a una isla concreta (35$), cruceros que hacen “tours” de varios días por todo el archipiélago (viajeros con presupuesto ajustado abstenerse) y “water-taxis”, pequeños botes para desplazarse en trayectos cortos (0,5$). A pesar de tanto bullicio, el muelle transmite sensaciones agradables. Movimiento, escapada, vida. *** Imagen borrada de Tinypic *** La Avenida Darwin, un corto paseo donde los leones marinos campan a sus anchas, hace las funciones de “ronda” de Puerto Ayora. Alojamientos, restaurantes y tiendas se concentran en esta calle de apenas quinientos metros. Un pequeño mercado de pescado situado al lado del muelle centró mi atención. El pescado se descargaba directamente desde los botes y el mostrador de cemento se inundaba de producto fresco, fresquísimo. Las labores estaban bien definidas. Mientras los pescadores descargaban el producto, un par de vendedores lo mostraba al público (local en su mayoría) y un tercero espantaba las moscas con una rama de cocotero. Una vez vendido, el pescado se limpiaba y se entregaba al cliente a precios irrisorios (7$ pieza). Los restos no se depositaban en el contenedor de orgánica, no hacía falta. Un grupo de pelícanos y dos leones marinos hacían las labores de “Recogida selectiva” deglutiendo en segundos los restos que iban cayendo al suelo. Un pescador me comentaba que Galápagos tiene recursos pesqueros para parar un tren. Tan sólo había que explotarlos de manera responsable y dejar el resto a la sabia naturaleza y eso era lo que hacían. Miré hacia el cielo mientras fruncía el ceño, densos nubarrones empezaban a hacer acto de aparición. *** Imagen borrada de Tinypic *** La joya de Puerto Ayora es Bahía Tortuga. Tras media hora de caminata llegamos a Tortuga y a pesar de los negros nubarrones….puffff. “Collons, tío”, los dos soltamos la misma frase y nos quedamos en silencio contemplando el espectáculo. Un inmenso y desierto playón se abría delante nuestro mientras las olas rompían con fuerza mar adentro. Caminamos en silencio descalzos sobre la arena blanca sintiendo el fuerte viento de cara y una potente sensación de vivir el momento se apoderó de nosotros. Aquí y ahora, nada más y nada menos. Oriol hizo una indicación en silencio. A lo lejos un grupo de iguanas marinas de Galápagos descansaba plácidamente sobre la arena. Al acercarnos empezaron a salir más iguanas de entre los mangles y el grupo se hizo gigantesco. Nos sentamos en silencio en medio de ese improvisado parque jurásico observándolas tranquilamente. “Tú me miras, yo te miro”, debían pensar mientras no nos perdían ojo sin moverse un centímetro. Grande, grande. La tormenta se estaba acercando y a pesar de ello, todo parecía estar en calma aunque los dos sentíamos que los que realmente estábamos en calma en ese preciso momento éramos nosotros mismos. *** Imagen borrada de Tinypic *** *** Imagen borrada de Tinypic *** *** Imagen borrada de Tinypic *** Acabamos el día en medio de la elección de la “Reina de Santa Cruz” en el muelle de Puerto Ayora. El señor alcalde, maestro de ceremonias para la ocasión, pedía la colaboración ciudadana para votar por una de “tan bellas señoritas” mientras recordaba que se debía respetar la veda de la langosta para no agotar ese recurso tan preciado de la isla de Santa Cruz. Bellas señoritas santacruceñas y langostas, curiosa mezcla, sin duda. *** Imagen borrada de Tinypic *** Comenzaba a llover….. Etapas 1 a 3, total 11
Mirábamos hacia el cielo de Santa Cruz con cara de circunstancias. La lluvia que empezó a caer el día de nuestra llegada a Galápagos no había cesado durante tres días y las previsiones eran desalentadoras para todas las islas. Decidimos salir de Santa Cruz e ir hacia el este esperando que el tiempo cambiara. Destino: Isla Isabela.
Isabela es la isla más grande y la menos poblada de las tres islas principales de Galápagos (Santa Cruz, San Cristóbal, Isabela). Potentes lanchas motoras de seiscientos caballos conectan Santa Cruz con Isabela en menos de dos horas (30$). La llegada fue bastante movida. Llovía a cántaros y las calles de fina arena de Puerto Villamil, el núcleo urbano de Isabela, se habían convertido en un auténtico fangal. Para complicar las cosas un poquito más, llegábamos sin reserva de alojamiento. En la isla con menos oferta hotelera y en día festivo en Ecuador estos dos viajeros se plantaron en Isabela a pelo, vamos, con dos cojones. El conductor de la furgoneta nos fue llevando amablemente a todos los hostels, todo completo. Caían chuzos de punta y andábamos calados hasta arriba. Diana y Andrea eran ecuatorianas y estaban sentadas delante nuestro. Les pregunté a donde iban y nos fuimos a su hotel. “¿175$?”, nos quedamos mirando al recepcionista con cara de póker y optamos por dejar a las chicas en su hotel y continuar buscando. Tras media hora de vueltas y más vueltas el conductor de la furgo nos ofreció una habitación decente por 15$ cada uno. !Pa dentro!. A la mañana siguiente Puerto Villamil amaneció con un sol espléndido. Me acerqué a la playa mientras Oriol todavía dormía. Por primera vez desde el inicio del viaje sentí una sensación de calma muy concreta que sabía que debía cuidar con mimo. Puerto Villamil me transmitía aquietamiento, una especie de “cabecita, echa el freno” y otras sensaciones que me apetecía explorar. Oriol se despertó revolucionado. “Hemos de ir aquí, hemos de ver esto, hemos de hacer este Tour...”. Convenimos en ir cada uno a la suya y encontrarnos por la noche para cenar, simple. Gràcies, company. *** Imagen borrada de Tinypic *** Según la Lonely Planet Puerto Villamil tiene dos mil habitantes pero daba la sensación de que se había colado algún cero de más. Se respiraba una calma absoluta. Calles de arena prácticamente desiertas, unos pocos restaurantes alrededor de la plaza, tiendas locales y la mayoría de los escasos alojamientos en primera línea de mar sin grandes estridencias. Debían ser las nueve de la mañana y algunos establecimientos empezaban a abrir sus puertas sin ninguna prisa y respetando el silencio galapagueño que envolvía deliciosamente el ambiente. *** Imagen borrada de Tinypic *** Caminé lentamente hacia la playa sintiendo la arena todavía húmeda de la lluvia del día anterior y noté como la sensación de calma iba envolviéndome delicadamente y como yo dejaba que lo hiciera. Frente a mí, la playa de Villamil estallaba en un sinfín de colores amplificados por los rayos del sol. Negra lava, nubes y arena fusionadas en blancos, mar y cielo enlazados por todos los tonos de azul imaginables. Una preciosa sinfonía policrómica silenciosa con las iguanas marinas como directores de orquesta. Cerré los ojos. Sentía el sol caliente y la brisa fresca en la cara, sentía la arena húmeda en las manos, sentía el corazón latir lentamente, sentía el aire entrando y saliendo con delicadeza. Sentía todo eso y sabía que con ello a pesar de no hacer nada en apariencia, en realidad lo estaba haciendo todo. Y fue entonces cuando noté un “click” en mi estómago, una especie de “ummmmm” de agrado. Dejé que la sensación de calma me invadiera por completo y rompí a llorar de felicidad tranquilamente. Bendito sacral, creo que ya nos vamos conociendo. Respiré profundamente y sentí formar parte de aquella tranquilidad que reinaba en el ambiente. Todo estaba bien. Aquí y ahora todo estaba “chévere” como dicen por aquí. *** Imagen borrada de Tinypic *** *** Imagen borrada de Tinypic *** El calor empezaba a ser considerable. Este sol ecuatoriano es tremendo. La playa empezaba a ser un auténtico asador donde tan sólo las iguanas marinas podían campar a sus anchas. “Sombra, jugo de fresas con guineo y Crónicas”, pensé mientras me levantaba y agradecía el momento vivido. El restaurante “El Faro” es el sitio ideal para escribir. Buen café, solitario y sin conexión a internet. Todavía no sabía que también era el sitio ideal para degustar una mariscada de escándalo, eso estaba por llegar. Desplegué el equipo sobre la mesa y me puse a escribir. “¿Qué haces?”. Bárbara tenía unos ojos preciosos y la tez morena. “Escribo”. Se acercó a mirar la pantalla del ordenador. “¿A tu novia?”. “A mis amigos”. “Ahhhhh”. Bárbara me miraba fijamente con una sonrisita encantadora. “¿y por qué lo haces?”. Me quedé pensando la respuesta. “Porqué me gusta escribir, imagino”. “Ahhhhhh, y ¿por qué te gusta escribir?”. Las preguntas empezaban a tener cierto grado de complejidad y le devolví la sonrisa. Tras un rato de divertida conversación Bárbara desapareció y volví a sumergirme en las Crónicas y las fotos del viaje. “Hola, ¿Qué haces?”. Alcé la mirada por encima de la pantalla del ordenador. Diana y Andrea, las chicas ecuatorianas que conocimos el día anterior, iban a ver la puesta de sol. “¿Te vienes?”. Apagué el ordenador. El tiempo había pasado volando y la sensación de aquietamiento continuaba. Por las calles de Villamil pasaba una caravana de coches de la “Lista 35”. Ecuador estaba en plena campaña electoral. Por los altavoces sonaba un estridente “!Ya tenemos presideeenteeee. Teneeemoos a Raaafael!”, en alusión al presidente saliente Rafael Correa. Sentí como mi cabecita estaba lejísimos de historias políticas, futboleras, económicas y demás aspectos externos relacionados. Me pregunté si no sería éste el estado natural en el que debía de estar para sentir la calma que sentía. *** Imagen borrada de Tinypic *** Acababa mi día en la playa de Villamil donde lo había empezado. Una preciosa puesta de sol en buena compañía y planes para cenar mañana en “El Faro”. “¿Sabías que hacen unas mariscadas buenísimas?”, Diana preguntaba con interés. “Pues no, habrá que comprobarlo mañana”. Respondí mirando como el sol se ocultaba tras el volcán Sierra Negra. *** Imagen borrada de Tinypic *** Isla Isabela, te estoy empezando a querer. ¡Guapa!. Etapas 1 a 3, total 11
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