Atenas, Paros y Santorini a nuestro aire. Un verano perfecto ✏️ Blogs de Grecia

Por la mañana nos levantamos temprano y tomamos nuestro último desayuno estupendo en el hotel. Marc nos acercará al puerto, pero como tiene que hacer dos viajes para llevarnos a todos, la primera expedición sale muy pronto hacia el puerto de Parikia. Por fin, con muchisima pena de irnos de aqui, salimos en el ferry hacia Santorini, que sale puntualísimo, y realizamos un viaje tranquilo que se nos pasa volando. Llegamos al puerto de Fira a las 14:45 y allí nos están esperando María y su marido, del hotel Villa Rose. La llegada al puerto es absolutamente caótica, llena de gente desembarcando, de coches, de personal de hoteles esperando a huéspedes y otros ofreciendo habitaciones disponibles, con un calor asfixiante y un descontrol total. La verdad es que todo este caos no tiene absolutamente nada que ver con la llegada a Paros, y en seguida nos damos cuenta de que estamos en una isla totalmente diferente a la anterior. Debo decir que cuando preparamos el viaje, nuestra idea era evitar Santorini, precisamente por ser tan turística y por ser parada de crucero, pero todo el mundo que había venido aquí nos insistía en que era de obligada visita, así que finalmente decidimos conocerla y pasar aquí cuatro dias que también resultaron estupendos.
Cuando llegamos al hotel Villa Rose nos pareció todo precioso desde el primer momento. Se trata de un hotel familiar con zonas comunes muy pequeñas pero cuidadisimas y puestas con un gusto impecable. Tiene una pequeña piscina, un jacuzzi y una zona de sofás con sombra para sentarse a leer que son una gozada.

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Pero lo mejor es el alojamiento. Habíamos reservado dos apartamentos de dos dormitorios y eran de auténtico lujo: bonitos, limpísimos, amplios, bien decorados y equipados, de mucha mejor calidad que el de Paros pero con el mismo inconveniente: a pie de una carretera ruidosisima y con tráfico intenso. La pega también de este hotel es que no ofrece servicio de desayuno sino que te llenan la nevera con productos básicos para poder desayunar y te lo preparas tú mismo. Nosotros utilizábamos el café y la leche y comprábamos fruta, tomates, pan fresco y bizcochos en una panadería cercana y la verdad es que desayunábamos de lujo. El precio de cada apartamento fue de 90 euros la noche, por lo que compensaba totalmente los pequeños inconvenientes que tenía.
Una vez acomodados en el hotel, nos duchamos y nos vamos a dar un paseo por Fira, la capital de Santorini. Decidimos ir por el borde de la caldera y alli podemos contemplar nuestra primera puesta de sol en la isla, que nos deja sin palabras. A partir de este dia, ver la puesta de sol se convierte en una obligacion cada tarde, ya que es un espectáculo natural difícil de repetir.

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Llegamos a Fira y enseguida nos damos cuenta de que hay mucha más gente que en la anterior isla, pero que también tiene un encanto increíble.

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Intentamos cenar en la taberna Nicolás, recomendada por todo el mundo, pero hay mucha cola y nos dicen que esa noche es imposible, así que dejamos reservada una mesa para el día siguiente. Seguimos callejeando y decidimos cenar en el restaurante Stani, que nos había recomendado María, y empezamos a comprobar que los precios de Santorini son los más caros de todo el viaje. Cenamos también estupendamente y nos vamos hacia el borde de la caldera para contemplar la ciudad iluminada y allí podemos disfrutar de un espectáculo increíble, ya que ver todas las casitas, los hoteles, las piscinas iluminadas, las terrazas de los restaurantes, es como ver un Belén con el pueblecito al que le conectas las luces de Navidad. Los chicos se quedan alucinados y se nos olvida a todos la llegada caótica al puerto y la pereza que nos daba dejar la tranquilidad de Paros para venir aquí.

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Volvemos dando un paseo al hotel, que también está muy bonito iluminado y nos vamos a descansar para iniciar al día siguiente nuestro recorrido por la isla.

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Al día siguiente organizamos nuestro estupendo desayuno y mientras María nos gestiona el alquiler de dos coches que nos traen al hotel a primera hora de la mañana. Una vez recogido todo, nos vamos a visitar Pyrgos, el pueblo más alto de la isla que nos gusta bastante y tiene mucho menos turismo que otros.

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Después nos vamos directamente a la playa de Kamari, que es una playa negra donde hace un calor increíble y la arena nos abrasa los pies. Comemos allí unos bocatas comprados en la panadería de al lado del hotel y pasamos casi toda la tarde en la playa, que esta mucho más bonita a esa hora por el efecto de la luz del sol en el agua.

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Evidentemente, nada que ver con las playas de Paros, pero ya sabíamos que no íbamos a encontrar grandes playas aquí y nos conformamos con lo que había. Además, los chicos descubrieron una roca desde la que se tiraba la gente, y se lo pasaron fenomenal tirándose. Sin lugar a dudas, esta fue la mejor playa de todas las que estuvimos en Santorini.

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Antes de volver al hotel, nos sentamos en el chiringuito de la playa a tomar unos zumos naturales y unos frapés que nos supieron a gloria, porque estábamos asfixiados.

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De camino al hotel, y como ya era un poco tarde, decidimos ir directamente a ver la puesta de sol en el faro, pero nos perdimos y acabamos subiendo una montaña y llegamos a un monasterio que está cerca de una zona militar donde también vimos una puesta de sol muy bonita.

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Después de la ducha, nos fuimos nuevamente a Fira y cenamos en la taberna Nicolás que habíamos reservado el día anterior. La comida estaba realmente buenísima y yo, por primera vez, me pedí una mousakka que fue sin lugar a dudas la mejor de todo el viaje. Espectacular!

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Después de cenar, recorrimos nuevamente las calles llenas de tiendas de Fira e hicimos algunas compras, y después volvimos dando un paseo al hotel.

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Al día siguiente queríamos visitar el conjunto arqueológico de Arkotiri y tras nuestro súper desayuno nos dirigimos allí directamente. Cuando entramos al recinto, lo primero que nos sorprendió es que las ruinas están dentro de un edificio que han construido para ellas y nosotros pensábamos que estaban al aire libre. En ese recinto se conservan las ruinas de una ciudad que fue sepultada por la erupción del volcán que ocurrió hace más de 2000 años. Aquí se encontraron también los frescos en las paredes de las casas que habíamos podido ver en el Museo Arqueológico de Atenas y que son de una belleza espectacular. Aunque al principio solo se ven muchas piedras acumuladas, luego la visita empieza a resultar mucho más interesante y ya se empiezan a apreciar las viviendas con sus estancias, vasijas y ánforas, algunos muebles, calles con pavimento, etc.todo sepultado por la lava.

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Cuando terminamos la visita, nos vamos a coger el barquito que te lleva a las "playas de colores", es decir la Red Beach, White Beach y Black Beach. Se trata de un barco pequeño que por 5 euros por persona te permite desplazarte todo el día por estas playas.

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Para nosotros, la verdad es que la experiencia no mereció la pena. La Red Beach estaba cerrada por derrumbamiento, con lo cual ni pararon en ella, la White Beach es pequeñísima y toda de piedras enormes, pero es que ni se cabía, así que decidimos llegar hasta la Black Beach para ver cómo era y finalmente nos quedamos en ella, pero es otra playa de piedras gordísimas, muy incómoda y sin ningún encanto especial.

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Después de coger el barco de vuelta, con la espalda hecha polvo por los pedruscos de la playa, nos fuimos a duchar al hotel para intentar llegar a la puesta de sol cerca de Oia. María nos había dicho un lugar antes de llegar al pueblo mucho más tranquilo, pero no fuimos capaces de encontrarlo, así que acabamos parando donde pudimos, porque como siempre nos entraron los nervios de que se nos echaba la hora encima.

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Ir a Oia a la hora del "sunset" es una auténtica locura. Cuando conseguimos aparcar el coche, entramos al pueblo para dar una vuelta y cenar allí, y era imposible andar. Parecía la salida de un teatro o algo así, hordas de gente que venían del mirador y del castillo de ver la puesta de sol.

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Cuando empezó a irse todo el mundo, pudimos dar un buen paseo por todo el pueblo y descubrir sus calles llenas de encanto y de terrazas y tiendas preciosas.

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Después conseguimos cenar en un restaurante llamado Petros, ya que en otros que nos había recomendado María no había sitio, pero cenamos estupendamente y los platos eran muy abundantes. El precio, como siempre, no pasó de 120 euros los 8.

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Después de cenar, volvimos despacito al hotel, ya que la carretera de Oia a Fira, aunque no llega a haber 10 km. es peligrosa y se tarda mucho en recorrer. Hay que decir que en Santorini no os podéis fiar de las distancias ya que todo está a pocos kilómetros pero se tarda mucho en recorrerlos.

Por la mañana volvemos a desayunar de lujo con el pan fresco y los bizcochos de la panadería y después decidimos volver a Oia para recorrerla tranquilamente de día. Pensábamos que la visita sería más desahogada, pero estábamos muy equivocados, ya que por la mañana está invadida por los grupos de los cruceros, además de algún que otro burro, y es imposible circular por determinadas calles.

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Intentando evitar la marabunta de gente, conseguimos callejear un poco y descubrir las famosas cúpulas azules que salen en todas las fotos del mundo mundial.

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Agotados y sudando a chorros, decidimos por fin irnos a buscar alguna de las playas que hay cerca de Oia por la carretera que bordea la costa, y recalamos en una que estaba prácticamente desierta y que, aunque no valía gran cosa, nos sirvió perfectamente para refrescarnos y tomar un poco el sol. En esta playa, en vez de un burro, recibimos la visita de una cabra que cuando estábamos comiendo los bocatas vino directa a por nosotros, así que acabamos muertos de risa con toda la gente mirándonos. Esto de los animales en las playas es un poco surrealista, y a nosotros nos da bastante asco, la verdad.

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Por la tarde nos fuimos al hotel a descansar un poco y hacer las maletas, ya que era nuestra última noche en Santorini. Ese día, para ver nuestra última puesta de sol, decidimos ir al faro, ya que sabíamos que es una zona mucho más tranquila desde la que también hay una puesta de sol preciosa, y así fue.

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Con mucha pena, sabiendo que no volveremos a ver puestas de sol como estas en mucho tiempo, nos vamos al hotel y dejamos allí a los chicos cenando un yogur con frutas porque dicen que si siguen comiendo van a explotar. Los mayores, como despedida, nos vamos nuevamente a Nikolas donde volvemos a cenar de muerte. Verdaderamente es una taberna de una calidad altísima, sin vistas a la caldera ni nada de eso, pero con una cocina de las mejores de la isla.

Nos vamos a la cama con todo el equipaje recogido ya que al día siguiente haremos nuestra última visita antes de volar de nuevo a Atenas.

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Hoy es nuestro último día y como tenemos que dejar los coches de alquiler, habíamos reservado la excursión al volcán para la que no necesitas coche. Después de dejar las maletas en la recepción y liquidar todo en el hotel nos vamos dando un paseo hasta Fira para bajar al puerto viejo a coger el barco que nos llevará al volcán. Vamos a la estación del "cable car" o teleférico para bajar al puerto, ya que habíamos descartado tanto la opción del burro como la de bajar andando. Cada trayecto cuesta 4 euros por persona y en apenas unos minutos te deja cómodamente en el puerto.

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Esperamos un poco a que llegue nuestro barco, que habíamos reservado cómodamente a través del hotel, y nos dirigimos rumbo a la isla del volcán.

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En una media hora llegamos y desembarcamos para iniciar la subida todos juntos, tras pagar 3 euros por persona para poder acceder al parque nacional. La guía de nuestro barco nos conduce hasta el cráter y de vez en cuando se para y nos hace alguna explicación en griego y en inglés. Cuando llegamos al cráter nos dice que tenemos tiempo libre para visitarlo por nuestra cuenta y nos recuerda varias veces la hora a la que debemos estar de vuelta en el barco. A nosotros esta visita nos gustó mucho, pero es que los paisajes volcánicos nos encantan.

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Después del volcán te llevan a dar un baño a las aguas ferraginosas que ellos llaman "hot springs". Cuando el barco llega a la zona te dicen que si quieres puedes saltar al agua y tienes que llegar nadando hacia la costa donde se encuentran estas aguas. A nosotros la experiencia no nos entusiasmó demasiado ya que son aguas marrones con algas y un poco más calientes de lo normal, con lo que nos dio un poco de asco. Además hay que tener cuidado con el bañador que te pones porque te lo deja totalmente amarillo, como de óxido.

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Una vez terminada la excursión, te llevan nuevamente al puerto viejo y nosotros decidimos subir en burro por aquello de no perdernos la experiencia. La verdad es que nos reímos muchísimo porque los burros van a su bola, suben solos y se van parando donde les viene en gana, hasta que llegó uno de los que están con ellos y empezó a azuzarlos con lo que los burros empezaron a subir casi corriendo. Pero, aunque como he dicho antes, nos reímos bastante con la experiencia, a mi la subida se me hizo un poco larga.

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Como hoy era la última comida en Santorini, nos fuimos a comer a un restaurante también recomendado por María, con terraza y vistas a la caldera, llamado Naoussa. Los restaurantes de la caldera son los más caros con diferencia, pero este tenía unos precios bastante más ajustados que los demás y la comida fue también de una calidad impresionante.
Después de comer nos fuimos al hotel para ducharnos y cambiarnos ya que a las 20,35 salía nuestro avión para Atenas. María se portó estupendamente, como siempre y nos sacó toallas limpias para que nos ducháramos en una ducha que tiene al aire libre, y que dispone de agua caliente, gel y champú . Nos ofreció algo de beber y a los chicos unos helados y luego nos llevaron al aeropuerto a la hora acordada.

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El vuelo llegó puntualmente a Atenas y cogimos el metro nuevamente para llegar a nuestro hotel. Esta vez se trataba del hotel Achilleas, cerca de la Plaza Syntagma, y aunque tampoco valía nada, al menos la zona no tenía nada que ver con la de Omonia. Lo peor fue que las habitaciones daban a un bar de copas que estuvo hasta las tantas con la música a tope, pero como estábamos agotados nos quedamos dormidos hasta el día siguiente, que iríamos a visitar el nuevo Museo de la Acrópolis.

Por la mañana, después de un desayuno bastante mejor que el del anterior hotel de Atenas, nos fuimos dando un paseo en dirección al Museo de la Acrópolis. De camino, entramos a visitar el Templo de Zeus Olímpico, que aunque está muy destruido y apenas quedan unas columnas, sí te permite hacerte una idea de las dimensiones que debía tener.

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Al llegar al museo había un poco de cola para entrar, pero la verdad es que fue muy rápida y en apenas 10 minutos estábamos dentro. La visita es mucho más ligera que la del Museo Arqueológico, y el edificio es muy bonito y fácil de recorrer. Aquí se pueden ver las cariátides originales y la reconstrucción de los frisos del Partenón.

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Cuando terminamos la visita, nos fuimos callejeando hasta Plaka para hacer nuestra última comida en Atenas y despedirnos definitivamente, así que decidimos repetir en el restaurante en el que habíamos cenado el día de nuestra llegada, el Ydria, y volvimos a comer muy bien.
De vuelta al hotel, paramos en el parlamento, situado en la plaza Syntagma, para ver el famoso cambio de guardia.

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Después, recogimos las maletas en el hotel y nos fuimos en metro al aeropuerto, a donde llegamos estresados y por los pelos por culpa de la demora del metro, que tardó 20 minutos en venir. Finalmente, llegamos puntualmente a Madrid el día 31 de agosto por la noche con la sensación de haber vivido un verano perfecto en el que todo habia salido bien, y que será difícil de olvidar para todos.

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