Madrugamos y salimos temprano para dirigirnos a la pequeña ciudad de Valença, del otro lado del río Miño en oposición a Tui (el día anterior pasamos por delante de ella para dirigirnos a Monçao). Durante años ha sido un habitual destino de multitud de gallegos, dada su fama de lugar para compras baratas de muchos productos, desde toallas de rizo al kilo hasta ropa de bebe, colchas, edredones, pasando por todo tipo de productos textiles de diversas marcas falsificados con mayor o menor fortuna,...Hoy en día, sigue habiendo buenos precios en productos textiles, pero ha cambiado mucho.
Pero el motivo que nos llevaba allí no eran las compras sino disfrutar de una de las mejores obras de arquitectura militar de la península, una plaza fuerte que aunque originaria del siglo XII, cimentó el poderío fronterizo de Portugal en esa zona y cuyo recinto fortificado se reforzó en el XVIII, creando dos cuerpos inexpugnables en forma de corona, que copiaban los sistemas defensivos desarrollados en el XVII en numerosas fortificaciones francesas.
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La zona amurallada (que corresponde a la ciudad antigua, ya que la moderna se encuentra extramuros) se compone de diez baluartes y cuatro revellines, donde cada recinto corresponde a una pequeña barriada autónoma con calles estrechas de cantos rodados, iglesias como la Da Misericordia o Dos Anjos, tiendas y casonas. Entre el batiburrillo de callejuelas y pequeñas tiendas, pudimos acercarnos a los baluartes para ver Tui con el Miño como física frontera y dirigirnos al lado Norte para ver los antiguos cañones, testigos de la defensa de la ciudad, así como el Puente Internacional, el más antiguo que une ambas orillas entre Tui y Valença, construido según planos de Gustav Eiffel e inaugurado en 1886.
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El acceso al interior de la Fortaleza está controlado mediante un sistema de semáforos, cosa lógica por otra parte no solo por el sistema vial, sino porque los accesos pasan a través de las distintas partes de la murallas, las cuales no fueron construidas para albergar el tráfico viario moderno. En cuanto al tema del aparcamiento, es algo complicado, sobre todo en fin de semana y feria, con lo cual la opción más factible es la de aparcar en una explanada sita tras la Capela do Bom Jesus, al módico precio de 1,50€.
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Un café (estupendo, por cierto) en la Plaza de la República, frente al antiguo Ayuntamiento, contribuyó a dar por finalizada nuestra visita a esta ciudad y el siguiente paso a nuestra ruta.
Llegamos a Vilanova da Cerveira sobre el mediodía, encontrándonos con una desagradable sorpresa: Nuestra cámara se había quedado sin batería. Menos mal, que llevábamos el cargador y posteriormente lo pudimos poner a cargar mientras tomábamos un aperitivo. Pero hasta ese grato momento, nos contentamos con dar un paseo por las calles de esta localidad amurallada cuya fundación se atribuye al Rey Don Dinis en 1320, observando la combinación de arquitectura gótica y barroca como en su Iglésia Matriz o en la Capilla de la Misericordia, con elementos algo más “kitsch”, como un parque que vimos con una serie de esculturas metálicas de distintos animales, entre las que destacaban las dedicadas al ciervo, animal prácticamente totémico en esta población.
Y tras proseguir el paseo alrededor del recinto amurallado que todavía se conserva, nos dirigimos a coger de nuevo el coche, puesto que teníamos intención de comer en nuestra siguiente parada: Caminha.
Entramos en Caminha a través del puente que pasa por encima del estuario del Miño en su desembocadura, enfrentados a la cumbre del Monte de Santa Tecla y a la localidad gallega de A Guardia. Se me ocurre cuan distinta es la perspectiva desde esa cima de los castros gallegos y desde el lado portugués, inmediatamente abajo.
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Con un origen en época prerromana, Caminha fue también asentamiento romano y suevo, siendo la apariencia que hoy día presenta herencia de la arquitectura del gótico “manuelino” y del Barroco portugués de los siglos XVI y XVII.
Tras aparcar el coche en el puerto, justo delante de donde se toman los ferries que atraviesan el Miño hacia A Guardia, comenzamos nuestro paseo por la Rua de San Joao hasta la Plaza Conselheiro Silva Torres, donde comimos un excelente bacalao a la brasa y de postre una tarta de huevos con canela riquísima, siento no recordar el nombre, pero de los varios que había era el único que estaba lleno (lógico, por como dan de comer). Tras tan opípara comida, salimos al centro de la plaza donde pudimos ver la fuente renacentista del Terreiro del siglo XVI y la mansión del Solar dos Pitas (del siglo XV, con siete ventanas manuelinas).
Nos dirigimos hacia un extremo de la plaza, donde pudimos ver el Ayuntamiento con su edificio porticado y la Iglesia de la Misericordia del siglo XVI. Continuamos pasando bajo la Torre del Reloj, única torre que perdura de las que formaban parte de la antigua muralla del siglo XV, para llegar tras un corto paseo a la Iglésia Matriz, también conocida como Nossa Senhora da Assunção, obra maestra del gótico portugués, cuya construcción se remonta al siglo XV, flanqueada por los restos de la muralla que circundaba la ciudad, sinceramente espectacular. Nos quedamos con muchas ganas de poder ver los artesanados en madera de que goza en su interior, pero nos maravillaron los rosetones de su exterior y el pórtico de entrada, labrados con gran exquisitez.
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Y dado que nos encontrábamos muy cerca de donde habíamos aparcado y que ya estaba la tarde avanzada, decidimos retomar la ruta y dirigirnos al último de los puntos de nuestro viaje, donde pasaríamos la noche, Viana do Castelo.
De camino pudimos disfrutar de las magníficas vistas que ofrece Vila Praia da Ancora, con unas playas espectaculares, aunque no se si habitualmente, pero si en esta ocasión, muy venteadas. A última hora de la tarde, tras un trayecto de escasos 40 kms, llegamos a Viana, tras unas cuantas vicisitudes causadas por una carrera popular en el centro de la ciudad que nos impidió acceder a nuestro hotel.
Finalmente aparcamos en un parking cercano a nuestro hotel, Residencial Laranjeira, en Rua Candido Dos Reis 45, que habíamos reservado previamente por Booking a razón de 60€ la noche con desayuno incluido. Dejamos nuestras cosas en el hotel y cenamos en el restaurante “María de Perre”, un local con muchísimo encanto, pequeño y acogedor, recomendado por el recepcionista, que fue una magnífica elección: Repetimos bacalao, esta vez en buñuelos, excelente, ensalada, bebidas y postres caseros a un precio muy asequible. Se encuentra en Rua de Viana, una pequeña calle paralela al paseo marítimo, a la altura de la Avenida dos Combatentes da Grande Guerra. Un lugar a tener en cuenta y ojo que suele estar muy concurrido.
Tras una cena estupenda y muy agradable, regresamos al hotel, para tratar de madrugar a la mañana siguiente, después de un día muy completo.