16 de septiembre 2010
Nos levantamos con tranquilidad; solo una hora y media nos separa de Ngaounderé, desde donde cogeremos el tren hacia Belabo, rumbo a la reserva de Dzanga Sangha, en República Centro Africana. Nuestro tren sale a las seis de la tarde, así que tenemos tiempo de sobra para visitar algún asentamiento de pastores Peul-mbororo que han optado por la sedentarización.
Poblado de pastores Peul- Mbororo , en Flickr
Familia mbororo , en Flickr
Después de presentar nuestros respetos al jefe del poblado charlamos un rato con los miembros del clan. Nos encontramos entre ellos, algunos de los chicos que habían participado en el guerewol la noche pasada. Fue muy interesante saber de su futuro casamiento, aunque por lo general las jóvenes se muestran muy tímidas ante los visitantes. De nuevo nos sentimos impresionados por el porte y belleza física de este pueblo. Las escarificaciones, al contrario de afear sus rostros, les dan un toque de exotismo, que difícilmente se puede ignorar. Como muestra de agradecimiento les entregamos algunas piezas de bisutería y barras de labios que recibieron entusiasmados.
Joven mbororo , en Flickr
Labores cotidianas , en Flickr
Anfitriona mbororo , en Flickr
Mujer mbororo , en Flickr
url=http://www.flickr.com/photos/ligorio/5243812540/][/url]
Niña mbororo , en Flickr
Madre mbororo escarificada , en Flickr
Mi refugio , en Flickr
Mujer mbororo , en Flickr
Joven mbororo , en Flickr
Junto a nuestras cazuelas , en Flickr
Ya en Ngaounderé, recogimos la ropa que habíamos dejado a lavar en la misión católica. En este tiempo la ropa tarda bastante en secar por la humedad, así que tuvimos que dejarla en nuestra estancia anterior. Recorrimos el mercado, que es enorme, para hacer algunos recados y compras. Esta tarde visitaremos de nuevo al amigo de Abdul, el cual nos invitó a su casa el día del ramadán, por lo que compramos varias pastillas de jabón, muy apreciado aquí, para regalar a cada una de sus mujeres. En cuanto a artesanía no merece mucho la pena, sólo algunas piezas de marroquinería no demasiado bien trabajadas, en piel de serpiente. Nos sorprendió la actitud de un comerciante de textos del Corán que no quería venderlos a no ser que afirmaras ser musulmán. Pero en fin, le dijimos lo que quería oír y parece quedó conforme.
Carnicero , en Flickr
Mercado en Ngaounderé , en Flickr
En el mercado , en Flickr
Compramos víveres para los dos próximos días, en los cuales nos adentraremos en el Camerún profundo y desconocido del lejano Este, donde apenas hay infraestructuras. Cargados con latas y botellas de agua nos dirigimos a la estación, que sólo se abre para el tránsito de viajeros, por lo que nos toca esperar más de dos horas en la calle, hasta que hizo su aparición el tren que nos llevará hasta Belabo. En principio la previsión era llegar allí sobre las dos de la mañana, aunque con el retraso posiblemente será algo más tarde. Allí nos despediremos de Abdul, que aprovechará nuestra estancia en Dzanga Sangha, para visitar a su familia en Garoua, y nos encontraremos de nuevo con nuestro conductor Emmanuel, que será el encargado de llevarnos sanos y salvos hasta la frontera con República Centro Africana.
Disponemos de unas cuatro horas de sueño en el tren, que aprovechamos intensamente en previsión a la dura jornada de coche que nos espera al día siguiente.
17 de septiembre 2010
Inesperadamente llegamos a Belabo antes de lo previsto, así que aun podemos descansar una hora y media en una pensión, para nada recomendable de la cadena Deville, muy numerosa en Camerún. A las cinco nos ponemos de nuevo en marcha con destino Yokadouma.
A partir de Bertua, capital administrativa y económica de la zona, la carretera se complica; una pista de tierra roja llena de baches, por el tránsito de enormes camiones cargados de madera, nos acompañará hasta Bella, a orillas del río Sangha, frontera natural con República Centro Africana.
El paisaje absolutamente virgen, de vegetación impenetrable, se abre a veces para albergar pequeños poblados Bantús de apenas tres o cuatro chozas de adobe y construcción rectangular. El polvo rojo del camino lo inunda todo, los árboles, las casas, la ropa tendida sobre los tejados, todo es rojo.
Si la presión de la policía camerunesa sobre los conductores se hace notar habitualmente, en esta zona fronteriza se acentúa aun más. Enseñamos documentación y pasaportes un montón de veces a lo largo del trayecto, en alguna ocasión nos pidieron las cartillas de vacunación de la fiebre amarilla, obligatoria para entrar en el País. Si no encuentran nada sancionable, no tienen reparos en pedir algunas CFA para cerveza o simplemente como un aporte extra en su exiguo sueldo.
Camiones enormes de las empresas madereras, cargados con troncos de dimensiones increíbles, circulan continuamente desde el interior de la selva hacia Bertúa, dejando la pista en un estado intransitable.
Transporte de madera , en Flickr
Nos topamos con dos de estos camiones volcados en mitad del camino. Habían chocado hacía más de dos semanas y aún continuaban allí. Los conductores le dieron un número de teléfono a Emmanuel para que avisara a su familia al llegar a Bertúa, donde a veces hay cobertura, pues apenas tenían ya comida. Ellos no pueden abandonar la carga a merced de los ladrones y en ocasiones, según Emmanuel, llegan a pasar más de un mes tirados en la carretera antes de recibir ayuda, increíble!.
Dos camiones volcados , en Flickr
Colisión , en Flickr
Llegamos a Batouri sobre las 10:30 de la mañana. Batouri es una ciudad minera tipicamente africana más pequeña que Bertua. Cuatro horas más de trayecto nos separan de Yokadouma, donde pasaremos la noche. Esta ciudad recibe gente de todo el país atraídas por el auge maderero. Nos alojamos en el hotel Elephant, que está muy bien dadas las circunstancias y que cuenta con un cocinero que para nuestra sorpresa habla bastante bien español. Yokadouma recuerda una ciudad del antiguo oeste, con sus casas de tablones de madera y calles de tierra. Apenas salimos del hotel agotados por el trayecto y el calor que en esta zona comienza a ser sofocante.
18 de septiembre 2010
Partimos a las cinco de la mañana tomando la carretera que va hacia La República Democrática del Congo, según Willy esta es la mejor alternativa para evitar el incordio continuo de la policía. Después de ocho horas de pista agotadora llegamos a Bella, pero la oficina de inmigración está en Lijbongo, donde se supone nos tienen que sellar los pasaportes para pasar la frontera. Nos dirigimos hacia allí y el policía no está en la oficina, parece ser que se ha ido a Bella, desde donde cruzaremos el río que hace de frontera natural con República Centro Africana. Vamos a buscarle y de nuevo a Lijbongo. Entre idas, venidas y trámites pasa más de hora y media.
Comemos algo de nuestra despensa en el club des Amis de Bella, mientras Emmanuel degusta un plato de carne de mono y vamos a negociar con los de las piraguas. Por una barca a motor, media hora de trayecto nos piden 35000 CFA y por una piragua, hora y media de travesía 10000 CFA, así que optamos por la última, aunque no fue la mejor decisión. El río Sangha va hasta los topes de agua en esta época del año, y la piragua no es más que un tronco vaciado bastante endeble para la carga que debe llevar, tres personas, nuestras maletas y dos barqueros que deben remar duro para vencer la corriente del río y llegar hasta Bayanga, al otro lado. El sol a esta hora del mediodía cae directamente sobre nuestras cabezas, el trayecto se nos hace interminable.
Río Sangha , en Flickr
Ya en República Centro Africana pasamos por el control de policía y la gendarmería en menos de trescientos metros, eso si, pagando en ambos sitios. Nos despedimos de Emmanuel, que nos esperará en Bella hasta nuestra vuelta y saludamos a nuestro guía en la reserva de Dzanga Sangha, Cristian, responsable entre otras cosas de las actividades turísticas del Parque.
Desde Bayanga hay treinta kilómetros hasta nuestro destino, el Sangha lodge, que será nuestro base de operaciones en la reserva. Si pensábamos que lo peor había pasado en cuanto a pistas se refiere, estábamos equivocados. Nos lleva hora y media recorrer los treinta kilómetros que nos separan del Lodge. La vegetación es tan densa que entra literalmente por las ventanillas del coche, tragándose el camino y hasta la luz del día. El calor y la humedad es agobiante, sin lugar a dudas nos adentramos en la selva. Parece que vayamos transitando por un túnel verde, hasta que de pronto la vegetación deja paso al azul del cielo de nuevo. Comenzamos a ver las características chozas de los pigmeos Baka, en forma de iglú construídas con palos y hojas. El sitio se sale.
Al llegar al Sangha, Roc, el dueño del lodge nos dice que esta noche tendremos que alojarnos en el Doli, porque hace dos semanas un árbol cayó en una de sus cabañas y hasta mañana no tendrá sitio para nosotros. Así que de nuevo al coche. Llegamos finalmente a las seis de la tarde, agotados por casi trece horas de trayecto. Realmente llegar hasta aquí es una tarea dura, y que sin embargo merece la pena. El Doli Lodge era el único alojamiento del parque hasta el año pasado, en el que Roc, abrió el Sangha aprovechando un antiguo campamento de cazadores. La cabaña donde pasamos la noche, al lado del río, es preciosa, nada que ver con el resto de alojamientos donde hemos estado. Al fin una ducha y con agua caliente!, pues gracias a Roc nos calentaron dos calderos de agua, que aprovechamos hasta la última gota. Cenamos, luchando con una maraña de mosquitos, y caemos en la cama rendidos. Por la noche comienza a llover y refresca el ambiente, el aire entra a través de la tela mosquitera que cubre las ventanas sin cristales, casi siento hasta frío…!
Nos levantamos con tranquilidad; solo una hora y media nos separa de Ngaounderé, desde donde cogeremos el tren hacia Belabo, rumbo a la reserva de Dzanga Sangha, en República Centro Africana. Nuestro tren sale a las seis de la tarde, así que tenemos tiempo de sobra para visitar algún asentamiento de pastores Peul-mbororo que han optado por la sedentarización.
Poblado de pastores Peul- Mbororo , en Flickr
Familia mbororo , en Flickr
Después de presentar nuestros respetos al jefe del poblado charlamos un rato con los miembros del clan. Nos encontramos entre ellos, algunos de los chicos que habían participado en el guerewol la noche pasada. Fue muy interesante saber de su futuro casamiento, aunque por lo general las jóvenes se muestran muy tímidas ante los visitantes. De nuevo nos sentimos impresionados por el porte y belleza física de este pueblo. Las escarificaciones, al contrario de afear sus rostros, les dan un toque de exotismo, que difícilmente se puede ignorar. Como muestra de agradecimiento les entregamos algunas piezas de bisutería y barras de labios que recibieron entusiasmados.
Joven mbororo , en Flickr
Labores cotidianas , en Flickr
Anfitriona mbororo , en Flickr
Mujer mbororo , en Flickr
url=http://www.flickr.com/photos/ligorio/5243812540/][/url]
Niña mbororo , en Flickr
Madre mbororo escarificada , en Flickr
Mi refugio , en Flickr
Mujer mbororo , en Flickr
Joven mbororo , en Flickr
Junto a nuestras cazuelas , en Flickr
Ya en Ngaounderé, recogimos la ropa que habíamos dejado a lavar en la misión católica. En este tiempo la ropa tarda bastante en secar por la humedad, así que tuvimos que dejarla en nuestra estancia anterior. Recorrimos el mercado, que es enorme, para hacer algunos recados y compras. Esta tarde visitaremos de nuevo al amigo de Abdul, el cual nos invitó a su casa el día del ramadán, por lo que compramos varias pastillas de jabón, muy apreciado aquí, para regalar a cada una de sus mujeres. En cuanto a artesanía no merece mucho la pena, sólo algunas piezas de marroquinería no demasiado bien trabajadas, en piel de serpiente. Nos sorprendió la actitud de un comerciante de textos del Corán que no quería venderlos a no ser que afirmaras ser musulmán. Pero en fin, le dijimos lo que quería oír y parece quedó conforme.
Carnicero , en Flickr
Mercado en Ngaounderé , en Flickr
En el mercado , en Flickr
Compramos víveres para los dos próximos días, en los cuales nos adentraremos en el Camerún profundo y desconocido del lejano Este, donde apenas hay infraestructuras. Cargados con latas y botellas de agua nos dirigimos a la estación, que sólo se abre para el tránsito de viajeros, por lo que nos toca esperar más de dos horas en la calle, hasta que hizo su aparición el tren que nos llevará hasta Belabo. En principio la previsión era llegar allí sobre las dos de la mañana, aunque con el retraso posiblemente será algo más tarde. Allí nos despediremos de Abdul, que aprovechará nuestra estancia en Dzanga Sangha, para visitar a su familia en Garoua, y nos encontraremos de nuevo con nuestro conductor Emmanuel, que será el encargado de llevarnos sanos y salvos hasta la frontera con República Centro Africana.
Disponemos de unas cuatro horas de sueño en el tren, que aprovechamos intensamente en previsión a la dura jornada de coche que nos espera al día siguiente.
17 de septiembre 2010
Inesperadamente llegamos a Belabo antes de lo previsto, así que aun podemos descansar una hora y media en una pensión, para nada recomendable de la cadena Deville, muy numerosa en Camerún. A las cinco nos ponemos de nuevo en marcha con destino Yokadouma.
A partir de Bertua, capital administrativa y económica de la zona, la carretera se complica; una pista de tierra roja llena de baches, por el tránsito de enormes camiones cargados de madera, nos acompañará hasta Bella, a orillas del río Sangha, frontera natural con República Centro Africana.
El paisaje absolutamente virgen, de vegetación impenetrable, se abre a veces para albergar pequeños poblados Bantús de apenas tres o cuatro chozas de adobe y construcción rectangular. El polvo rojo del camino lo inunda todo, los árboles, las casas, la ropa tendida sobre los tejados, todo es rojo.
Si la presión de la policía camerunesa sobre los conductores se hace notar habitualmente, en esta zona fronteriza se acentúa aun más. Enseñamos documentación y pasaportes un montón de veces a lo largo del trayecto, en alguna ocasión nos pidieron las cartillas de vacunación de la fiebre amarilla, obligatoria para entrar en el País. Si no encuentran nada sancionable, no tienen reparos en pedir algunas CFA para cerveza o simplemente como un aporte extra en su exiguo sueldo.
Camiones enormes de las empresas madereras, cargados con troncos de dimensiones increíbles, circulan continuamente desde el interior de la selva hacia Bertúa, dejando la pista en un estado intransitable.
Transporte de madera , en Flickr
Nos topamos con dos de estos camiones volcados en mitad del camino. Habían chocado hacía más de dos semanas y aún continuaban allí. Los conductores le dieron un número de teléfono a Emmanuel para que avisara a su familia al llegar a Bertúa, donde a veces hay cobertura, pues apenas tenían ya comida. Ellos no pueden abandonar la carga a merced de los ladrones y en ocasiones, según Emmanuel, llegan a pasar más de un mes tirados en la carretera antes de recibir ayuda, increíble!.
Dos camiones volcados , en Flickr
Colisión , en Flickr
Llegamos a Batouri sobre las 10:30 de la mañana. Batouri es una ciudad minera tipicamente africana más pequeña que Bertua. Cuatro horas más de trayecto nos separan de Yokadouma, donde pasaremos la noche. Esta ciudad recibe gente de todo el país atraídas por el auge maderero. Nos alojamos en el hotel Elephant, que está muy bien dadas las circunstancias y que cuenta con un cocinero que para nuestra sorpresa habla bastante bien español. Yokadouma recuerda una ciudad del antiguo oeste, con sus casas de tablones de madera y calles de tierra. Apenas salimos del hotel agotados por el trayecto y el calor que en esta zona comienza a ser sofocante.
18 de septiembre 2010
Partimos a las cinco de la mañana tomando la carretera que va hacia La República Democrática del Congo, según Willy esta es la mejor alternativa para evitar el incordio continuo de la policía. Después de ocho horas de pista agotadora llegamos a Bella, pero la oficina de inmigración está en Lijbongo, donde se supone nos tienen que sellar los pasaportes para pasar la frontera. Nos dirigimos hacia allí y el policía no está en la oficina, parece ser que se ha ido a Bella, desde donde cruzaremos el río que hace de frontera natural con República Centro Africana. Vamos a buscarle y de nuevo a Lijbongo. Entre idas, venidas y trámites pasa más de hora y media.
Comemos algo de nuestra despensa en el club des Amis de Bella, mientras Emmanuel degusta un plato de carne de mono y vamos a negociar con los de las piraguas. Por una barca a motor, media hora de trayecto nos piden 35000 CFA y por una piragua, hora y media de travesía 10000 CFA, así que optamos por la última, aunque no fue la mejor decisión. El río Sangha va hasta los topes de agua en esta época del año, y la piragua no es más que un tronco vaciado bastante endeble para la carga que debe llevar, tres personas, nuestras maletas y dos barqueros que deben remar duro para vencer la corriente del río y llegar hasta Bayanga, al otro lado. El sol a esta hora del mediodía cae directamente sobre nuestras cabezas, el trayecto se nos hace interminable.
Río Sangha , en Flickr
Ya en República Centro Africana pasamos por el control de policía y la gendarmería en menos de trescientos metros, eso si, pagando en ambos sitios. Nos despedimos de Emmanuel, que nos esperará en Bella hasta nuestra vuelta y saludamos a nuestro guía en la reserva de Dzanga Sangha, Cristian, responsable entre otras cosas de las actividades turísticas del Parque.
Desde Bayanga hay treinta kilómetros hasta nuestro destino, el Sangha lodge, que será nuestro base de operaciones en la reserva. Si pensábamos que lo peor había pasado en cuanto a pistas se refiere, estábamos equivocados. Nos lleva hora y media recorrer los treinta kilómetros que nos separan del Lodge. La vegetación es tan densa que entra literalmente por las ventanillas del coche, tragándose el camino y hasta la luz del día. El calor y la humedad es agobiante, sin lugar a dudas nos adentramos en la selva. Parece que vayamos transitando por un túnel verde, hasta que de pronto la vegetación deja paso al azul del cielo de nuevo. Comenzamos a ver las características chozas de los pigmeos Baka, en forma de iglú construídas con palos y hojas. El sitio se sale.
Al llegar al Sangha, Roc, el dueño del lodge nos dice que esta noche tendremos que alojarnos en el Doli, porque hace dos semanas un árbol cayó en una de sus cabañas y hasta mañana no tendrá sitio para nosotros. Así que de nuevo al coche. Llegamos finalmente a las seis de la tarde, agotados por casi trece horas de trayecto. Realmente llegar hasta aquí es una tarea dura, y que sin embargo merece la pena. El Doli Lodge era el único alojamiento del parque hasta el año pasado, en el que Roc, abrió el Sangha aprovechando un antiguo campamento de cazadores. La cabaña donde pasamos la noche, al lado del río, es preciosa, nada que ver con el resto de alojamientos donde hemos estado. Al fin una ducha y con agua caliente!, pues gracias a Roc nos calentaron dos calderos de agua, que aprovechamos hasta la última gota. Cenamos, luchando con una maraña de mosquitos, y caemos en la cama rendidos. Por la noche comienza a llover y refresca el ambiente, el aire entra a través de la tela mosquitera que cubre las ventanas sin cristales, casi siento hasta frío…!