DÍA 7
Para llegar a Palmela tenemos que ir dirección norte hacia Setúbal. A 14 kms de Setúbal está Palmela y a 49 está Lisboa. Tenemos que cruzar la desembocadura del río Sado, y su enorme estuario, que es parque natural.
Nos vamos por la R390, tranquila y bonita, aunque el paisaje va cambiando, se va pareciendo a las dehesas de Extremadura. Hay pinos y cada vez más alcornoques con los troncos desnudos y rojos y montones de cortezas de corcho a los lados de la carretera.
Como queremos pasar por Sines, en vez de ir por la N120 hacia Santiago do Cacém, nos desviamos hacia el mar en lugar de ir por el interior. Desde Sines hasta Troia hay más de 60 kms ininterrumpidos de playas.
Al llegar a Sines nos para el equivalente a la guardia civil de Portugal. Yo llevo todos los papeles en regla pero me piden la carta verde. Le he sacado todos los papeles habidos y por haber y no hay carta verde. Al final me dice que pase pero que debería llevar ese papel. Ya sabéis, llevad la carta verde si cruzáis la frontera. El guardia estuvo muy amable, aunque insistente, pero consiguió ponernos de los nervios y quitarnos las ganas de ver Sines, así que pasamos de largo y fuimos dirección Santiago de Cacém, que es lo que teníamos que haber hecho desde el principio. Luego seguimos hacia Alcácer do Sal y luego hacia Setúbal. Hay que prestar atención porque es fácil meterse en la autopista de peaje en lugar de ir por la nacional. Estos pueblos están muy animados. Se ve mucho movimiento en ellos. Hay viñas y rebaños de ovejas, cabras y vacas, por lo que toda esta zona es proveedora de buenos vinos y quesos.
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Para llegar a Palmela tenemos que ir dirección norte hacia Setúbal. A 14 kms de Setúbal está Palmela y a 49 está Lisboa. Tenemos que cruzar la desembocadura del río Sado, y su enorme estuario, que es parque natural.
Nos vamos por la R390, tranquila y bonita, aunque el paisaje va cambiando, se va pareciendo a las dehesas de Extremadura. Hay pinos y cada vez más alcornoques con los troncos desnudos y rojos y montones de cortezas de corcho a los lados de la carretera.
Como queremos pasar por Sines, en vez de ir por la N120 hacia Santiago do Cacém, nos desviamos hacia el mar en lugar de ir por el interior. Desde Sines hasta Troia hay más de 60 kms ininterrumpidos de playas.
Al llegar a Sines nos para el equivalente a la guardia civil de Portugal. Yo llevo todos los papeles en regla pero me piden la carta verde. Le he sacado todos los papeles habidos y por haber y no hay carta verde. Al final me dice que pase pero que debería llevar ese papel. Ya sabéis, llevad la carta verde si cruzáis la frontera. El guardia estuvo muy amable, aunque insistente, pero consiguió ponernos de los nervios y quitarnos las ganas de ver Sines, así que pasamos de largo y fuimos dirección Santiago de Cacém, que es lo que teníamos que haber hecho desde el principio. Luego seguimos hacia Alcácer do Sal y luego hacia Setúbal. Hay que prestar atención porque es fácil meterse en la autopista de peaje en lugar de ir por la nacional. Estos pueblos están muy animados. Se ve mucho movimiento en ellos. Hay viñas y rebaños de ovejas, cabras y vacas, por lo que toda esta zona es proveedora de buenos vinos y quesos.
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Palmela es una ciudad pequeña, en lo alto de un promontorio desde el que se divisa todo el estuario del Sado, Troia e incluso la desembocadura del Duero. Como todo promontorio que se precie, tiene su castillo en lo alto.
Hemos elegido parar en Palmela porque sin ser un lugar muy turístico, está situada estratégicamente cerca de muchos sitios interesantes.
está muy cerca de Lisboa, Setúbal está a un paseo, el parque natural de Arrábida, la costa de Caparica, a 64 km. de Cascais y de Sintra, con su hermoso parque natural, el estuario del Sado... desde este sitio tranquilo te puedes mover para ver montones de cosas, muchas de ellas poco conocidas.
El hotel está en la entrada al casco antiguo. Está un poco desfasada la decoración pero muy limpio y el personal muy profesional. Soltamos todo y vamos a buscar el puesto de turismo, para lo cual subimos y subimos cuestas hasta llegar al castillo. El puesto está dentro. La chica nos informa de todo muy bien. Nos dice que están promocionando el vino moscatel y unos cuantos bares a los que ir a comer. El castillo está muy bien conservado y tiene salas de exposiciones, bar, aseos, hasta un parador o Pousada, como le dicen aquí.
Decidimos ir a comer por allí cerca y subir otra vez para ver el castillo con detenimiento después de dormir la siesta. Probamos el queso de la zona, que se llama Azeitao y lo hay de varias maduraciones. Es de oveja y está muy bueno. También comimos unas empanadillas de calabaza caseras, todo regado con vino tinto de la zona, parecido al Ribera de Duero, y para terminar un postre de tarta de chocolate con nueces y otra de naranja, con café y té, todo por 15 euros.
Cuando subimos al castillo había una boda. Todos hacían fotos. Esperamos un poco y luego lo recorrimos a fondo. Tiene unas vistas espectaculares. Bajamos después por las calles del casco antiguo. Se ve que tuvo su esplendor en otros tiempos, con casas señoriales y escudos nobiliarios, pero ahora está todo dejado “de la mano de Dios”. Fachadas desvencijadas y poco cuidadas, algunas abandonadas, pero a pesar de todo tiene un encanto algo decadente.
Al volver una esquina nos hemos encontrado un mirador hacia el oeste con bancos y un pequeño bar detrás con algunas mesas. Nos hemos sentado a ver la puesta de sol (que esta vez si que era espectacular de verdad) y mira por donde, los 5 ó 6 clientes del bar se han puesto a tocar las guitarras y a cantar fados con unas voces buenísimas, auténticas de fado, todo un lujazo, no se puede pedir más.
Luego el bar cerró, ese y todos, aquí en cuanto anochece cierra todo, y no encontrábamos ningún sitio donde comer algo sin coger el coche. Nos fuimos a la parte moderna del pueblo y allí encontramos una de esas pizzerías rápidas que también tenía sopas y otras comidas. Cuando terminamos de comer eran las 9, nadie por la calle y los dos resfriados, así que a dormir.
DÍA 8
Al día siguiente es domingo y hemos planeado ir a Lisboa, en autobús, un paseo de 40 minutos. El autobús para casi en la puerta del hotel. Durante el recorrido el paisaje no es muy bonito, solo cuando pasa por el estuario del Sado. Eso si que es bonito. Está lleno de aves, sobre todo de flamencos en las salinas.
Cuando llegamos a la estación de autobuses que está en las afueras, tuvimos que coger el metro para llegar al centro. Allí conocimos a un estudiante chileno que vive en Lisboa y nos indicó como llegar a las diversas zonas interesantes de la ciudad.
La parte más céntrica estaba a tope de turistas y la verdad es que después de estar en tantos sitios tranquilos, esta multitud nos resultó un poco agobiante. Procuramos retirarnos de los tumultos y recorrer las calles más retiradas, aunque también famosas como el barrio de Chiado.
Nos parece todo muy decadente, bello y triste, como los fados.
Salimos casi huyendo, no porque no nos gustase la ciudad, que nos encantó, sino porque Lisboa se merece una visita más premeditada y de más tiempo.
DÍA 9
Al día siguiente el camarero del bar del hotel se empeño en que no pasáramos hambre, cada vez que veia el vaso o el plato vacío venía a rellenar. Así que cogimos fuerzas y nos fuimos al cabo Espichel, la “barbilla” que hay debajo de la “nariz” de Portugal. Hemos pasado por unos sitios muy bonitos y nos hemos quedado con las ganas de verlos de cerca, como la costa de Caparica, unas playas kilométricas con unos todavía más kilométricos bosques detrás. Otra vez será.
Desde Palmela hasta el cabo Espichel hay que tomar dirección Sesimbra, y es una carretera que va pasando por numerosos pueblos pequeños, donde se venden productos de la tierra como vino, quesos de Azeitao y de otras clases, pastelería típica y muchas más cosas. Siempre vamos bordeando el parque natural de Arrábida, que estamos dejando para verlo a la vuelta.
No hemos entrado a Sesimbra, pueblo marinero, pero es de los sitios que merece la pena ver. También queda apuntado para el próximo viaje.
Cuando se llega al cabo Espichel se ven varios edificios singulares. El principal es el Santuario de Nossa Señora do Cabo, de estilo barroco, que por lo visto es lugar de peregrinaje y romerías. La Ermita da Memoria está a la derecha, un poco alejada del edificio principal. Según cuentan allí se apareció la virgen en 1410. Este edificio es muy pequeño y con un aire morisco que se recorta de blanco sobre el azul del mar.
Hay otro edificio del 1770 que de denomina Casa do Agua. Hasta allí llegaba agua por un acueducto de 2,5 km procedente de Azoia.
El faro queda un poco más alejado y el paisaje que lo rodea es muy salvaje. Por supuesto que las vistas son espectaculares.
También se pueden ver huellas de dinosaurios, pero eso está mas lejos y no hemos ido.
Después de ver todo esto nos vamos a adentrarnos en la Arrábida. Es parque natural tanto terrestre como marino.
Se va por una carretera que sube sin parar en medio de un espeso pinar y ya no aparece ninguna población ni edificaciones.
Dentro del Parque Natural, queremos ir a Portinho porque nos han dicho que es muy bonito.Tenemos que tomar un desvío a la derecha. Ahora toca bajar. La carretera se hace tan estrecha que tiene un semáforo para entrar y salir de Portinho por un solo carril.
Portinho da Arrábida es un lugar relajante, muy pequeño, con muy pocas casas y unos cuantos restaurantes sobre el mar. Es una cala recogida envuelta por montañas y árboles.
Como todavía era temprano para comer, decidimos ir a Setúbal, que ya estaba cerca, y comer allí.
Desde la carretera se ven unas playas que nada tienen que envidiarle a las del Caribe. Arena blanca, aguas de un verde claro y transparente, árboles y al fondo se ve la península de Troia, con otra enorme banda de playa, aunque mucho más urbanizada.
Con estos bellos paisajes llegamos a Setúbal. A la entrada hay un montón de restaurantes-chiringuitos llenos de gente de la zona, nada de turistas. Pensamos que cualquiera de ellos sería bueno para comer. Seguimos un poco más adelante con el coche para buscar un buen aparcamiento y a lo tonto llegamos al centro antiguo. Hay una amplia avenida llena de bares, cafeterías, restaurantes, y todo tipo de negocios. Forman parte de una especie de centro comercial abierto, un casco antiguo lleno de tiendas y bullicio, casi todo peatonal. Comimos en un restaurante con un menú a 9 euros a base de arroz con pulpo, salmón, bebida y postre, todo buenísimo, en una terraza acristalada que se llenó en poco tiempo.
Nos llamó la atención no ver turistas por las calles, aunque todo estaba lleno de gente. Las cafeterías, las tiendas de ropa, de comestibles, etc. Después de comer hicimos un recorrido por toda la ciudad antigua. Las calles de Setúbal me recordaron una ciudad italiana del renacimiento. Los colores de las casas, los adornos de las fachadas, el empedrado... pero ya muy gastado.
Las calles están limpias, pero los edificios están un poco abandonados a pesar de que mucha gente vive en ellos. Como no teníamos ni idea de cómo sería esta ciudad, la verdad es que nos llevamos una grata sorpresa. Setúbal nos gustó mucho.
Ya por la tarde, otra vez en Palmela, nos han ofrecido en el hotel una degustación de productos de la zona, porque es el día del turismo y están de promoción. Hemos tomado vino moscatel, una variedad de queso de Azeitao que es igualita a la torta del Casar y fogaças, que son como galletas gordas, dulces y muy buenas. A modo de despedida, porque por la mañana nos vamos camino a Évora.[/align]