Después del viaje relámpago a Phonsavan llegaba el punto álgido del viaje. Por fin volábamos a Luang Prabang. El vuelo llegaba a las 5 y diez de la tarde, así que poco podríamos ver de la ciudad ese día,pero podríamos situarnos y callejear un poco, aunque veníamos agotados de las jarras.
La llegada fue puntual y ordenada. Este aeropuerto ya no tenía que ver con los de Pakse o Phonsavan. Aunque no es muy grande, se notaba que están acostumbrados a recibir turistas. Pagamos precio fijo por un coche y nos dirigimos a nuestro hotel.
Íbamos a pasar en la ciudad 6 noches, así que la búsqueda del hotel perfecto fue larga y trabajosa. Yo quería que fuese un hotel especial y no me equivoqué al escoger Las 3 Nagas (aunque una vez allí me di cuenta de que hay un montón de hoteles y restaurantes especiales y encantadores, como la misma ciudad).
El recorrido en coche no nos dejó hacernos demasiado a la idea de cómo era Luang Prabang, pero sí vimos que estaba salpicada de bares, restaurantes, terrazas y templos. Llegamos enseguida al hotel (el aeropuerto está cerca).
Las 3 Nagas es un hotel pequeño (doce habitaciones, creo recordar) que está en un edificio (bueno, dos, uno a cada lado de la calle) coloniales preciosos, patrimonio de la Humanidad, como el resto de la ciudad.
Uno de los dos edificios del hotel
La entrada, con su barecito
El desayuno, el café de media tarde, el te antes de ir a dormir, un agua si tienes calor... cualquier cosa sentaba bien
Nos sentamos en la recepción (nada de enormes y pretenciosas recepciones: una salita abierta a la parte de atrás, con unos sillones), nos trajeron unas toallitas húmedas, un zumo fresquito y nos explicaron los horarios y funcionamiento del hotel.
Finalmente, nos llevaron a nuestra habitación los próximos seis días. ¡Pero qué bonita! Madera oscura, sábanas claras de algodón, terraza para nosotros solos, cama comodísima (además, veníamos de dormir en Phonsavan, la peor cama del viaje) y un montón de pequeños detalles.
Nuestra terraza. Podíamos estar tumbados...
... o sentarnos a leer un ratito.
Velitas (por la noche nos las encontrábamos preparadas y por la mañana las reponían y las dejaban recogidas otra vez), antimosquitos, productos de baño con olor a coco (me los hubiera comido untados en tostadas, lo juro!!!), galletitas artesanas cada noche, fruta fresca cada día y ¡oh sorpresa! no tenían la omnipresente tetera con sus sobrecitos de te y café. No, claro, no la tenían porque siempre que querías un café o un te, bastaba con llamar a recepción y pedirlo, o salir al bar y tomártelo allí. Además, nada de Nescafé de sobre, café buenísimo (creo que en seis días rebajamos las existencias considerablemente). Por supuesto, no te lo cobraban, cortesía de la casa.
Galletitas cada noche.
Además, una pequeñísima pero preciosa biblioteca con conexión a Internet y un jardín muy bonito donde hubiese quedado perfecta la piscina, si no fuera porque les denegaron el permiso: la casa es Patrimonio de la Humanidad y no se puede derruir la fuente del jardín para hacer una piscina.
El jardín sin piscina
Las 3 Nagas está muy bien situado, al inicio de la calle donde ponen el mercado nocturno (se llega en unos 10 minutos a paso normal, una hora si vas como yo, parando en cada tienda, cada bar y cada tenderete para ver “qué hay aquí”), cerca de restaurantes, templos y del Mekong. Claro que, en Luang Prabang nada queda demasiado lejos.
Nos dimos una ducha, deshicimos las maletas, y ya se nos había hecho de noche. Salimos un momento con el propósito de dar solo un corto paseo: pensábamos salir solo un momento y ni siquiera cenar (con la fruta del hotel y un cafetito ya pasaríamos por esa noche).
Pero no estábamos preparados para lo que nos encontramos. Creo que desde el primer momento entré en una especie de estado de gracia del que no pude salir hasta bien entrada la mañana siguiente (ya, ya sé, síndrome de Stendhal le llaman). Luang Prabang me pareció, como a Javier Nart, tremendamente bella. Lo que había de ser un corto paseo se convirtió en un paseo largo, la primera visita al mercado nocturno (volvimos cada noche, ¡si es que tengo un vicio!) y una cena suculenta en el restaurante Coconut Garden.
Finalmente, volvimos al hotel y nos desplomamos en la cama.Había que recuperar fuerzas: la mañana siguiente empezaba a las 5 y media de la madrugada.
La llegada fue puntual y ordenada. Este aeropuerto ya no tenía que ver con los de Pakse o Phonsavan. Aunque no es muy grande, se notaba que están acostumbrados a recibir turistas. Pagamos precio fijo por un coche y nos dirigimos a nuestro hotel.
Íbamos a pasar en la ciudad 6 noches, así que la búsqueda del hotel perfecto fue larga y trabajosa. Yo quería que fuese un hotel especial y no me equivoqué al escoger Las 3 Nagas (aunque una vez allí me di cuenta de que hay un montón de hoteles y restaurantes especiales y encantadores, como la misma ciudad).
El recorrido en coche no nos dejó hacernos demasiado a la idea de cómo era Luang Prabang, pero sí vimos que estaba salpicada de bares, restaurantes, terrazas y templos. Llegamos enseguida al hotel (el aeropuerto está cerca).
Las 3 Nagas es un hotel pequeño (doce habitaciones, creo recordar) que está en un edificio (bueno, dos, uno a cada lado de la calle) coloniales preciosos, patrimonio de la Humanidad, como el resto de la ciudad.
Uno de los dos edificios del hotel
La entrada, con su barecito
El desayuno, el café de media tarde, el te antes de ir a dormir, un agua si tienes calor... cualquier cosa sentaba bien
Nos sentamos en la recepción (nada de enormes y pretenciosas recepciones: una salita abierta a la parte de atrás, con unos sillones), nos trajeron unas toallitas húmedas, un zumo fresquito y nos explicaron los horarios y funcionamiento del hotel.
Finalmente, nos llevaron a nuestra habitación los próximos seis días. ¡Pero qué bonita! Madera oscura, sábanas claras de algodón, terraza para nosotros solos, cama comodísima (además, veníamos de dormir en Phonsavan, la peor cama del viaje) y un montón de pequeños detalles.
Nuestra terraza. Podíamos estar tumbados...
... o sentarnos a leer un ratito.
Velitas (por la noche nos las encontrábamos preparadas y por la mañana las reponían y las dejaban recogidas otra vez), antimosquitos, productos de baño con olor a coco (me los hubiera comido untados en tostadas, lo juro!!!), galletitas artesanas cada noche, fruta fresca cada día y ¡oh sorpresa! no tenían la omnipresente tetera con sus sobrecitos de te y café. No, claro, no la tenían porque siempre que querías un café o un te, bastaba con llamar a recepción y pedirlo, o salir al bar y tomártelo allí. Además, nada de Nescafé de sobre, café buenísimo (creo que en seis días rebajamos las existencias considerablemente). Por supuesto, no te lo cobraban, cortesía de la casa.
Galletitas cada noche.
Además, una pequeñísima pero preciosa biblioteca con conexión a Internet y un jardín muy bonito donde hubiese quedado perfecta la piscina, si no fuera porque les denegaron el permiso: la casa es Patrimonio de la Humanidad y no se puede derruir la fuente del jardín para hacer una piscina.
El jardín sin piscina
Las 3 Nagas está muy bien situado, al inicio de la calle donde ponen el mercado nocturno (se llega en unos 10 minutos a paso normal, una hora si vas como yo, parando en cada tienda, cada bar y cada tenderete para ver “qué hay aquí”), cerca de restaurantes, templos y del Mekong. Claro que, en Luang Prabang nada queda demasiado lejos.
Nos dimos una ducha, deshicimos las maletas, y ya se nos había hecho de noche. Salimos un momento con el propósito de dar solo un corto paseo: pensábamos salir solo un momento y ni siquiera cenar (con la fruta del hotel y un cafetito ya pasaríamos por esa noche).
Pero no estábamos preparados para lo que nos encontramos. Creo que desde el primer momento entré en una especie de estado de gracia del que no pude salir hasta bien entrada la mañana siguiente (ya, ya sé, síndrome de Stendhal le llaman). Luang Prabang me pareció, como a Javier Nart, tremendamente bella. Lo que había de ser un corto paseo se convirtió en un paseo largo, la primera visita al mercado nocturno (volvimos cada noche, ¡si es que tengo un vicio!) y una cena suculenta en el restaurante Coconut Garden.
Finalmente, volvimos al hotel y nos desplomamos en la cama.Había que recuperar fuerzas: la mañana siguiente empezaba a las 5 y media de la madrugada.