Arranca el que será nuestro segundo día completo en la gran manzana. Las nubes han dicho adiós definitivamente y ni el cielo ni el canal del tiempo anuncian que vayan a reaparecer.
El plan de hoy incluye visitar la parte más popular del Downtown (zona sur de Manhattan). El primer paso es subir al Empire State Building, con el fin de evitar colas a hora más tardías y aprovechando que está cerca de Macy's, donde L tenía que cambiar algunas compras del día anterior.
Antes de coger el metro, volvemos a desayunar en el Central Café con la esperanza de que la mala experiencia con los empleados el primer día fuese algo fortuito. Pero no. Pese a tener buenos desayunos, el trago de pasar por caja sigue siendo el mismo, así que decidimos buscar otra cosa en el día de mañana. No dejamos que nos cambie el ánimo, ¡Nueva York es nuestra!
Encontramos el que resulta ser el mejor atajo desde nuestro hotel hasta la estación de metro: atravesar el MetLife Building. Una de sus entradas se encuentra en la misma calle que el Roosevelt Hotel, tan solo con un semáforo de separación, y a través de él llegamos directamente al vestíbulo principal de la Grand Central Station.
Vía Metro volvemos a llegar a los aledaños del Empire State Building, esta vez caminando directos hacia él.
Son las 8:30 cuando empezamos a ascender por el edificio de más de 100 plantas, y no podría recomendar una hora mejor para hacerlo. Cero colas en todos sus vestíbulos, salvo en uno: el de la compra de entradas. Pero ese nos lo saltamos gracias a haber comprado los tickets por Internet desde casa.
Apenas han pasado unos 10 minutos y a través de dos ascensores ya estamos en la planta 86 del rascacielos. Existe la posibilidad, pagando un plus adicional, de subir hasta la planta 102, pero se trata de un mirador más interior en el que las vistas no mejoran lo suficiente como para que valga la pena el esfuerzo.
Pese a haber visto la ciudad desde lo alto la noche anterior, la impresión al salir al mirador sigue siendo la misma, ahora con la ligera bruma de la mañana. Desde el Empire State Building no se puede divisar con tanta claridad Central Park, ya que esta mucho más lejos que desde el Rockefeller Center. En cambio, es mucho más visible el edificio Chrysler, los rios Hudson y East River y, sobretodo, el distrito comercial, situado al sur de la isla. También se perciben con facilidad los dos puentes más populares de la zona: el de Manhattan y el de Brooklyn, separados apenas unos metros entre si.
Recorremos todo el perímetro del mirador. Las facilidades que presenta son inferiores a las del Rockefeller: los pasillos son más estrechos, y el mirador está delimitado por una rejilla con espacio suficiente para pasar las cámaras entre los barrotes, pero poco más. Quedamos satisfechos de todos modos: estamos subiendo al que desde el 11 de septiembre vuelve a ser el techo de Nueva York.
Tambien desde aquí se puede divisar por primera vez el Flatiron, emblemático edificio cuyo nombre tiene como origen su similitud con una plancha (Iron). Como su altura es muy inferior a la del resto de edificios, pasa desapercibido hasta que por accidente nuestra mirada topa con él.
Bajamos del Empire y enfilamos la calle rumbo a Macy's, donde no solo cambiamos algunas cosas, si no que, tras el fiasco informático de B&H, me hago con un ultraportátil HP Mininote 2133 por 699 dólares. Es un modelo medio en prestaciones y que no verá la luz en España hasta Septiembre, donde el precio de salida nunca será inferior a los 600 euros. Me he ahorrado un pellizco y me he quitado una pequeña obsesión con disponer de un ordenador verdaderamente portátil.
En el trayecto entre el Empire y Macy's, visitamos una de las tiendas de souvenirs más recomendables de Manhattan: The City That Never Sleeps (Ciudad que Nunca Duerme). Es aquí donde compramos los recuerdos para casi toda la familia. 100 dólares entre camisetas, figuritas, marcos para fotos, tazas, etc. Viendo el tamaño de las bolsas que nos llevamos de la tienda, es un precio bastante ajustado.
Aprovechando que ha avanzado la mañana y estamos en Macy's, visitamos el Starbucks de la planta 1,5. La ciudad está infestada de locales Starbucks, pero este brinda la ocasión de tomar el café asomado al balcón desde el que divisar la planta baja del centro.
Pedimos un café mocca para L y un ice coffe para mí (demasiado calor para el café caliente), tamaño normal. Aquí las medidas siempre tienden a lo grande, así que no somos capaces de acabar ninguna de las dos bebidas.
Saliendo de Macy's, hacemos una vuelta al hotel para probar el portátil y planear la tarde. Vemos que estamos cubriendo nuestro planning (aunque no en el orden previsto) a buen ritmo, así que optamos por aligerar un poco la tarde desplazando algunos puntos de visita a días posteriores. Hoy visitaremos, desde el mar, la Estatua de la Libertad.
Nos volvemos a echar a las calles y cogemos esta vez la dirección downtown, hasta el extremo más al sur de Manhattan. Allí encontramos la Staten Island Ferry Station. Staten Island es el quinto en discordia de los grandes distritos que conforman New York City (a saber: Manhattan, Brooklyn, Queens, Bronx y Staten Island). Se encuentra separada de los demás por unas cuantas millas de agua, por lo que a sus habitantes se les considera "un poco menos Neoyorkinos".
El ferry que hace el trayecto entre el sur de Manhattan y el quinto distrito es gratuito, y hay una historia detrás de ésto. La familia originalmente propietaria de la línea decidió abrirla al público con una condición: que el precio fuese simbólico. Así se estipuló un precio de los billetes de cinco centavos, pero resultó ser más costoso el mantenimiento de máquinas y personal para hacer ese cobro, que el beneficio que se podía obtener. Por esa razón, el barco pasó a ser gratuito y de aquel pago solo quedan unos tornos sin barreras por los que la gente pasa libremente.
Llegamos al vestíbulo de la estación con la sensación de que no podremos entrar en el próximo ferry, ya que ésta lleno de gente. Pero las puertas se abren y la gran masa de viajeros avanza sin cesar, como si el ferry fuera un enorme monstruo insaciable. Y de hecho lo es, porque tras subir a bordo tal cantidad de gente, se puede seguir paseando por sus pasillos sin ninguna dificultad, como si apenas hubiera personas a bordo.
Al entrar en el navío seguimos los consejos recibidos de antemano: situarnos en el balcón de la parte de popa, orientados al oeste. De ese modo podemos ver la Estatua de la Libertad a pocos metros en el oeste y ver como se aleja Manhattan por el norte, un espectáculo que nada tiene que envidiar al de la Estatua.
El barco arranca y, efectivamente, ver como nos alejamos de los rascacielos del distrito financiero bien vale un desplazamiento hasta Staten Island. Cuando éste ya se pierde por el horizonte, aparece a nuestra izquierda la señora de la ciudad, a la cual no es posible ascender desde los atentados del 11-S.
La Estatua, pese a su enorme carga simbólica, nos deja algo fríos tras haber visto toda la inmensidad de Manhattan y la poca envergadura del regalo de Eiffel en comparación con ella.
Junto a la Estatua de la Libertad se encuentra Ellis Island, el que era punto de obligado paso para los inmigrantes que accedían al país por mar, y que ahora se ha reconvertido en un Museo de Inmigración.
Llegamos a Staten Island y la megafonía advierte que, aunque su propósito sea el de volver inmediatamente a Manhattan en el mismo barco, todo viajero tiene la obligacion de apearse y volver al barco a través del vestíbulo de la estación. No es ningún secreto: solo una pequeña parte de los viajeros van realmente a Staten Island. El resto son turistas deseosos de seguir arrasando Manhattan. Así lo confirman varias personas en la estación de Staten Island, que sostienen carteles mostrando las virtudes del quinto distrito mientras suplican que, por favor, nos quedemos un rato allí.
Volvemos a Manhattan en el mismo ferry que nos alejó de ella. La terraza ya no está abierta, ya que el barco es prácticamente simétrico (no tiene que virar para cambiar el sentido de la marcha) y la terraza que hace las funciones de proa no está abierta para el pasaje. No obstante, sigue siendo posible disfrutar de la estatua y la llegada al Downtown a través de los grandes ventanales de la planta superior del barco.
Volvemos a pisar tierra y vamos a comer a un McDonalds. Por tres dólares compramos dos horas de Internet inhalámbrico dentro del restaurante, que aprovechamos para revisar las cuentas del banco y el correo electrónico. Nos llevamos una pequeña sorpresa: el Hotel Roosevelt nos ha cobrado, además de la reserva y los 100 dólares ya conocidos de fianza, unos 300 dólares más. A posteriori sabremos que se trata de una segunda fianza, por la que cobran 100 dólares por día anticipados de los que obtener los hipotéticos cargos que se hagan a la habitación. Al terminar la instancia se devuelve toda esa cantidad, íntegra en caso de no haber cargado ningún gasto adicional.
Salimos con una hamburguesa más en el estómago y visitamos Battery Park, el parque situado en el extremo sur de Manhattan y del cual parten los barcos a Liberty Island. En la entrada encontramos dos puntos de interés: el primero, de obligado paso, La Esfera, un monumento que estaba instalado entre las dos Torres Gemelas el día de los atentados, y que fue rescatado entre los escombros para exhibirse a modo de homenaje. Y el segundo, la Jefatura de Tuneles, o según los creadores de Men In Black, una estación interplanetaria encubierta y cuartel general de los Hombres de Negro.
Battery Park, al igual que todos los parques de la ciudad, se encuentra perfectamente cuidado y, como no podía ser de otro modo, plagado de ardillas que viven sus numerosos árboles. Estos animales son todo un icono de la ciudad, ya que son junto a las palomas la principal fauna que encontramos en nuestro viaje.
Aprovechamos la salida de Battery Park para hacer unas llamadas telefónicas, gracias a una tarjeta prepago de 5 dólares para llamadas a Europa. Con ella podemos entablar aproximadamente 60 minutos de conversación con el viejo continente.
Cogemos el Metro para ascender un poco en la península sin salir del Downtown. Llegamos a Wall Street, hogar de la New York Stock Exchange, es decir, la Bolsa de Nueva York.
La enorme bandera norteamericana preside la fachada de columnas que tantas veces aparece en televisión acompañando a las noticias de actualidad económica. Ajetreo de turistas y bastante gente trajeada, aunque menos de la esperada. Quizás el hecho de ser un viernes y estar cerca del atardecer influya.
Callejeamos por el Downtown, y definitivamente preferimos pasear por el Midtown. En la zona sur de la isla desaparece la cuadrícula de calles y avenidas perfectamente numeradas, lo cual dificulta orientarse y obliga a echar mano de los mapas de forma mucho más habitual.
Ascendiendo por Church Street damos de bruces con la zona cero, solar en el que ya están en marcha las obras del nuevo World Trade Center que rendirá homenaje a las malogradas Torres Gemelas. El acceso al solar es restringido, y solo es posible divisarlo consiguiendo acceso a algún lugar elevado de los edificios colindantes.
Frente a la zona cero encontramos Century 21, otro megacentro de textil caracterizado por vivir en una época de rebajas continua y dar la posibilidad de encontrar auténticas gangas. Sin embargo, las gangas son para los valientes que consiguen rebuscar entre el género, ya que no somos capaz de aguantar dentro del recinto más de 10 minutos por el agobio y las estrecheces del lugar.
Salimos de Century 21 y, pese a que en nuestros planes figurara visitar el Puente de Brooklyn, decidimos dejarlo para más adelante, probablemente mañana. En su lugar cogemos el metro hasta la Quinta Avenida donde, hoy si, llegamos a tiempo a la Sony Store y consigo comprar la PSP Slim tan deseada. Precio: 169 dólares más tasas, lo que se traduce en unos 60 euros menos que el precio oficial en Europa.
Llegamos al hotel y L se tira de cabeza a la cama, donde se quedará ya hasta mañana. Yo bajo a un Duane Reade para hacer algunas compras (agua, alguna chuchería, cerveza), y vuelvo a la habitación para actualizar las notas del viaje. Termina nuestro primer tercio del viaje.