Arranca el tercer día de la aventura neoyorkina. A la salida del hotel, emprendemos la marcha por Madison Avenue en busca de un nuevo sitio para desayunar, ya que con sendas mañanas de Central Cafe hemos tenido suficiente.
Paseamos sin ver nada que nos llame la atención, así que para no perder más tiempo acabamos entrando en un McDonalds. Allí no es que haya un único menú de desayuno, si no que todo el frontal de menús se transforma por las mañanas y muestra todo tipo de ofertas para empezar con fuerzas el día.
La nueva normativa que obliga a las cadenas de comida rápida a indicar las calorías de toda su oferta es buena para la salud, pero deprimente cuando tienes el antojo de comida basura. Acabamos pidiendo un par de desayunos "normales", y acabamos tan llenos que ponemos en duda que vayamos a comer algo durante el día.
De vuelta a la estación para coger el primer metro del día, topamos con unas buenas vistas del Edificio Chrysler. Pese a su altura más pequeña que otros edificios emblemáticos, lo cual impide que pueda verse desde tantas localizaciones, su diseño es tan extravagante y espectacular que termina siendo uno de nuestros favoritos.
Llegamos a la Grand Central Station con la cámara más cargada de fotos que cuando nos despertamos y recordamos que, según varias páginas de Internet, la estación contaba con wi-fi gratuito. Echo mano de mi nuevo ultraportátil y, en el tercer intento, conseguimos una conexión abierta. Nos ponemos un poco al día durante 30 minutos sentados en el suelo del vestíbulo principal. Está terminantente prohibido sentarse en las escaleras, pero nadie pone reparos en que la gente se siente en el suelo en el perímetro de la sala.
Cogemos el metro con dirección Downtown, esta vez hasta Prince St, un buen punto de partida para descubrir el Soho. El soho es uno de los "barrios típicos" de la ciudad al igual que Chinatown, Little Italy, Tribeca o NoLiTa (North of Little Italy), todos concentrados a medio camino entre el Midtown y el Downtown. SoHo (SOuth of HOuston street) es un barrio con encanto que mezcla la locura del comercio con los típicos bloques de apartamentos con escaleras de incendios en las fachadas.
Llegamos al Soho antes de la hora de apertura de los comercios (la mayoría abren a las 10 de la mañana). Hacemos tiempo paseando por los alrededores de la salida del metro, y emprendemos la marcha por Broadway hacia el sur.
Hacemos compras, pero con prudencia, ya que uno de los días de nuestro viaje está íntegramente reservado a un Outlet de las afueras. Hacemos pequeños gastos en Armani Exchange (serie "casual" de Giorgio Armani), tiendas Levi's y Yellow Red Bastard (tienda más "alternativa", ideal para raperos), entre otros.
Sin darnos cuenta damos con nuestros pies en Chinatown. En comparación con el paseo por el Soho, el ambiente es horrible: aceras copadas de gente, vendedores ambulantes cada tres metros, olores extraños por toda la zona, calor sofocante. Apenas paseamos durante dos manzanas y decidimos dar por concluído nuestro periplo por Canal Street.
Volvemos a Prince Street, el punto de partida, acortando por las calles que encontramos. Definitivamente, el Downtown está diseñado para perderse: la ausencia de una rejilla de calles y la falta de numeración de éstas lo pone muy fácil. Alcanzamos finalmente nuestro destino, y esta vez si, podemos entrar a la tienda Adidas, que no fue puntual a la hora de abrir.
En la tienda Adidas topamos con otro caso más de "asistente de compras personal". Es una práctica que se encuentra en varias tiendas de Nueva York consistente en que, durante toda tu estancia en la tienda, un empleado de la casa te acompaña llevando tus cosas, indicándote donde encontrar lo que buscas, y proporcionándote las tallas que quieras ir probando. Cuando acabas tus compras, el empleado se despide antes de que llegues a la caja, y te ruega que indiques al pagar el nombre de quien te ha ayudado. Sin propinas.
La técnica del "asistente personal" resulta curiosa, pero a L y a mi no nos hace ninguna gracia, preferimos ir a nuestro aire y solo por tener una sombra pegada a ti ya tienes más ganas de abandonar la tienda. La tienda Adidas supone el primer despilfarro de L, que lleva media vida buscando un tipo de pantalones de la marca que ya no se encuentran fácilmente.
Volvemos al hotel para descargar las bolsas de nuestro arrebato consumista. Decidimos que esta tarde será la del Puente de Brooklyn, llegando a su extremo al este mediante el metro y cruzándolo a pie para reentrar en Manhattan.
Al salir del hotel, vamos primero hacia el Edificio Chrysler, ahora directamente hacia su fachada. Entramos en el vestíbulo, pero desde que el edificio pertenece a una empresa privada ya no es posible ir más allá, así que volvemos a la calle de inmediato. Se acerca la hora de comer y acabamos en Wendy's, otro más a sumar al género McDonalds y Burger King. Con ésto y el desayuno, hoy no vamos a comer nada más.
Volvemos al metro en dirección sur, esta vez a los aledaños del City Hall, el ayuntamiento de Nueva York. Allí, a escasos metros del inicio del Puente de Brooklyn, se encuentra J&R Electronics, la que ahora puedo asegurar es la mejor tienda de ocio electríonico de toda la ciudad.
La franquicia dispone de una calle entera en la que cada local representa un sector: está la tienda de electrónica para el hogar, la de informática, la de videojuegos, la de fotografía, etc. Nosotros entramos a la de videojuegos y luego a la de informática, y quedamos abrumados con la inmensa oferta que hay expuesta. Lo más peculiar es la tremenda carga de burocracia que deben llevar consigo los empleados. Un ir y venir de albaranes, firmas y mucho papel carbón que consigue que pasen unos 10 minutos desde que decides pasar por caja hasta que sales efectivamente por la puerta. De todas formas, la sensación es mucho mejor que en B&H Photo Video. Tenemos un ganador.
Salimos de J&R y pasamos un rato sentados en un banco del Parque del Ayuntamiento. Como todos los de la ciudad, el parque está perfectamente cuidado. Hacemos las fotos de rigor y, esta vez si, cogemos el metro hasta High Street, una de las primeras paradas pertenecientes a Brooklyn y próxima a la entrada por el puente.
Tras un pequeño rodeo damos con la entrada del puente, presidida por el rótulo "To Manhattan" (A Manhattan). El puente tiene tres carriles de asfalto en los dos sentidos, y en la zona media un paso algo más elevado. Está dividido en carril izquierdo, para peatones, y carril derecho, para ciclistas, monopatines y derivados. Cuando un ciclista va a toda velocidad y ve a peatones invadiendo su carril, es habitual usar algun silbato o gritar en voz alta "Manos arriba!" para que los peatones se aparten.
El paseo por el puente es una maravilla. Sopla la brisa, vas dejando Brooklyn atrás, y tras los enormes arcos de ladrillo encuentras, muy cerca a mano izquierda, el distrito financiero. A lo lejano de nuestra derecha quedan los rascacielos del Midtown ocultos tras el Puente de Manhattan.
Disfrutamos del paseo tomándonoslo con calma. Poco antes de llegar a Manhattan, vemos a mano izquierda el Pier 17, un centro comercial al pie del East River conocido por sus terrazas de restaurante con vistas al puente. Desde aquí vemos que el sábado por la tarde hace estragos en el aforo de las terrazas, así que descartamos la opción de llegar hasta él.
Mientras caminamos sobre el puente detectamos tambien la presencia de una de las cascadas de agua artificiales que se han instalado recientemente en la ciudad. Esta se encuentra junto a la columna más al este del puente, y personalmente nos parece un añadido totalmente horrible y fuera de lugar que dista mucho del encanto del resto de la ciudad. Paseando por los tablones, entre ellos podemos entrever la caída del agua en el río.
Volvemos al hotel para dejar las compras de J&R y por primera vez hacer uso del acceso a Internet. 15 dólares por 24 horas de conexión de banda ancha. Salimos a la calle a dar un pequeño paseo y frente al hotel L se encuentra dos dólares tirados en la acera. Hace unos días, se encontró cinco euros cerca de la Plaza Mayor de Palma. Será cuestión de mirar un poco más hacia el suelo.
En apenas 10 minutos a pie llegamos a Times Square, esta vez de noche. El espectáculo se multiplica: ahora las pantallas son el absoluto protagonista, siendo totalmente innecesarias farolas que iluminen las calles. Éstas están abarrotadas: se juntan los turistas con ganas de pasear, los asistentes a los musicales de Broadway, y el tráfico de taxis y limusinas. La suma de todo resulta en un espectáculo de luz y sonido único.
Una recomendación: mientras que en las aceras de los laterales es físicamente imposible detenerse para hacer fotos o quedarse observando, existen dos pequeñas isletas en el medio de Times Square. En éstas la frecuencia de paso de la gente es mucho menor, y merece la pena ir hasta ellas para poder observar la panorámica completa del lugar evitando empujones.
De vuelta al hotel, no podía pasar el viaje sin comer un Hot Dog a pie de calle. El comerciante, tras quedar sorprendido al saber que era español, me dice que parezco árabe. El Hot Dog, tan bueno como efímero.
Llegamos al hotel por última vez del día. Aprovechamos un poco más la conexión a Internet, y hacemos los últimos preparativos para el día de mañana, en el que tocará la inevitable asistencia a una Misa Gospel en Harlem. El Uptown nos espera.