Este día ya no teníamos ningún compromiso-excursión-visita programada, con lo que teníamos una lista de sitios que queríamos visitar y durante el desayuno intentamos poner un poco de orden.
Empezamos la mañana en la Isla de los Museos. Decidimos visitar el Pérgamo y el Neues, el resto se tendrían que quedar para otro viaje. El Pérgamo abre a las 10 de la mañana, pero nosotros llegamos media hora antes y ya había bastante cola. Cogimos la entrada combinada porque, aunque solo íbamos a ver dos, te salía más barato que coger las dos entradas por separado. Entrada los dos museos que queríamos: 12€ y 10€, entrada combinada a todos: 16€.
Por el contrario de lo que parece cuando estás en la entrada observando el gigante edificio del Pérgamo, el museo no es excesivamente grande. Cuando entras te das cuenta de que es por que las salas son enormes, construidas una vez se trasladaron los restos de diversos templos de Oriente Medio y se reconstruyeron enteritos. Básicamente nos centramos en el Altar de Pérgamo (justo a la entrada) y la Puerta de Ishtar, que era la entrada a Babilonia. Dimos una vuelta rápida por el resto de la exposición de antigüedades clásicas y ni entramos en otras colecciones como la de Arte Islámico. ¡Es lo que tiene ir con tan poco tiempo!
Y de aquí al Nenes Museum, en el que básicamente fuimos en busca del famoso busto de Nefertiti.
Aprovechamos que estábamos en la zona para ir a ver también el Neue Wache, un monumento conmemorativo a todas las víctimas de las guerras y las dictaduras. En su interior se encuentra una desgarradora escultura conocida como “Madre con su hijo muerto en la guerra”, que a pesar de estar dentro del edificio se encuentra bajo una claraboya descubierta. Nos contaron que el autor quería que la escultura “sufriera” todo lo que sufre la ciudad. En los meses de invierno con la nieve cayendo encima la imagen debe ser aún más escalofriante que ahora.
Luego nos fuimos a Bebelplazt, el escenario de la quema de libros en la famosa noche de los cristales rotos. A parte de una placa conmemorativa con la tremenda frase "Sólo en un país donde se quemen libros, serán capaces de quemar personas", hay un monumento muy especial. Una ventana en el suelo dónde se puede ver estanterías vacías que simbolizan los libros que allí desaparecieron. Por desgracia la gente es muy poco respetuosa y la ventana se encuentra totalmente rallada ¡y eso que se supone que la cambian cada 15 días!
De ahí muy cerquita está la Gendarmenmark, dónde se encuentran enfrentadas las iglesias alemana y francesa, con la Casa de Conciertos de Música Clásica construida más tarde justo en medio. Ahí nuestro espíritu goloso nos hizo no poder dejar de entrar en una de las chocolaterías más famosas y antiguas de Berlín, Gassbender & Rasuch , en la esquina con Charlottenstraße. Es una tienda enorme con reproducciones gigantes de los monumentos más famosos de la ciudad (tipo “mona” de Pascua catalana). Tienen todo tipo de bombones y chocolates, incluyendo algunos con el oso de Berlín que te pueden solucionar algún regalito. En la planta de arriba hay un restaurante basado en el uso del chocolate que nos quedamos con las ganas de probar.
Antes de comer aún nos quedó tiempo para un paseo por el barrio turco, Kreuzberg, pero nos fuimos en seguida porque al ser domingo al mediodía no es que hubiese demasiada animación… vamos, que nadie por la calle y la mayoría de tiendas cerradas. Aunque no lo pudimos comprobar en persona, parece que ese barrio merece la pena si puedes ir un viernes o sábado por la noche, ya que es un barrio muy alternativo y moderno perfecto para salir por la noche. De eso podemos dar fe porque el número de botellas rotas por la calle era bastante más elevado que en el resto de Berlín ¡con lo limpia que es la ciudad! Supongo que aún no les había dado tiempo de limpiar los restos de los botellones del fin de semana!
De vuelta, y aunque íbamos avisados de que la iglesia estaba en obras, quisimos pasar por delante de la famosa iglesia conocida como "la muela picada", la Kaiser-Wilhelm-Gedächtniskirche. Nos dijeron que lo que quieren hacer es sólo evitar que se derrumbe, pero no reconstruirla porque la quieren dejar cómo símbolo de los efectos de los bombardeos durante la guerra. Eso sí, tardarán bastante tiempo. No es que haya telas o algún andamio, es que prácticamente han construido un edificio alrededor que no deja ver absolutamente nada. Como mucho intuir algo de la parte más alta. Os pongo una foto para que podáis juzgar si vale la pena acercarse hasta que se retire el "envoltorio".
Como el cielo estaba totalmente despejado sentimos la llamada a la hora de comer de las terracitas de la estación de Hackescher Market. Hay un poco de todo, pero nos quedamos en uno que tiene bastantes especialidades alemanas y optamos por una especie de albóndigas especiadas muy buenas (creo que se llamaban Bouletten) y una enorme hamburguesa.
El cansancio estaba llegando a unos niveles preocupantes y ya que estábamos al lado del hotel hicimos una pausa de poco más de una horita para una ducha rápida y una breve siesta con la que recargar las pilas.
El planning de la tarde empezaba en Tiergarten. Cogimos el autobús 100 hasta la rotonda de la Columna de la Victoria. Y desde ahí nos internamos en el parque compartiendo camino con las múltiples bicicletas y los corredores. Con el día tan bueno que nos estaba haciendo fue un paseo muy agradable entre los frondosos árboles y el río que lo atraviesa. Acabamos el paseo de nuevo en la Puerta de Brandenburgo, dónde descubrimos que la noche anterior y esa misma mañana había habido una especie de feria gastronómica y conciertos que suponemos eran por el día del trabajador. ¡La mismísima Nina Hagen había estado esa mañana en el escenario! Pero nos enteramos ya cuando prácticamente estaban recogiendo.
Para acabar el día nos quedaba otra buena caminata. Nos fuimos hasta la parada de Warschauer Str para recorrer la East Side Gallery. Más de un kilómetro de muro de Berlín en el margen del río Spree que decidieron dejar en pie y permitir a 21 artistas de todo el mundo que lo pintaran. Entre ellos hay un español, el catalán Ignaci Blanch. Hay grafittis impresionantes, todos rememorando el horror allí vivido.
Detrás del muro hay un montón de “chiringuitos” que dan al río, con sus tumbonas y su arena cómo si fuesen playas, además de barcos flotantes que son pubs y albergues juveniles. Por desgracia el sol empezaba a esconderse y eso hacía bajar la temperatura a marchas forzadas, así que teníamos demasiado frío para quedarnos a tomar algo en una tumbona.
En vez de eso volvimos a la zona de Alexander Platz y nos fuimos a un acogedor restaurante de Nicolaiviertel, una especie de manzana de calles adoquinadas donde se concentra un montón de oferta gastronómica y ahí terminamos nuestro último día completo en Berlín.