DE BODA EN ZANZÍBAR. LA BODA SWAHILI DE KIKI Y EVA. ✏️ Diarios de Viajes de Tanzania7 de agosto de 2010. ¡Por fin había llegado el gran día! Kiki y Eva, dos de los expedicionarios que compartían el sueño africano, ponían rumbo hacia una nueva y peligrosa aventura: el matrimonio. Para ello, Malaika había dispuesto todas sus...Diario: Viaje al sur de Tanzania y Malawi⭐ Puntos: 5 (5 Votos) Etapas: 22 Localización: Tanzania7 de agosto de 2010. ¡Por fin había llegado el gran día! Kiki y Eva, dos de los expedicionarios que compartían el sueño africano, ponían rumbo hacia una nueva y peligrosa aventura: el matrimonio. Para ello, Malaika había dispuesto todas sus capacidades negociadoras y de gestión en busca de la consecución del mayor hito de nuestro viaje: preparar una boda en un país como Tanzania otorgándole al acto los efectos legales pertinentes en nuestro país de procedencia. Con todo lo que de imprevisible puede tener tal actividad, Malaika contactó con Neil -gerente del Coral Rock- meses antes de iniciar la andadura africana, al objeto de que se organizara la mejor de las celebraciones a las que he tenido el placer de asistir como invitado. Una vez aí quedó cerrada la comparecencia del comisionado del gobierno tanzano que oficiaría la boda y solo cabía aguardar a que llegara el momento de la celebración. Aunque el día había amanecido plomizo, con nubes que amenzaban con descargar su furia sobre nosotros, temiendo que esta circunstancia aguara -nunca mejor dicho- el evento; lo cierto es que en el transcurso de la mañana se retiraron dando paso a un día soleado. Disponíamos por tanto de toda la mañana para disfrutar del paraiso zanzibarí, como así hicimos, tostando nuestros cuerpos al sol e intercalando tal actividad con los frecuentes baños que tomamos en compañía de nuestros familiares. En esta zona de la costa, el Índico se muestra en todo su esplendor, adquiriendo un colorido que enamora al visitante, acrecentando aún más, si cabe, el mal de África, esa patología sin cura ni vacuna, que padece todo aventurero por tierras africanas. Zanzíbar se mostraba como la guinda perfecta para un viaje de ensueño. El ritmo de las mareas es realmente sorprendente en este lugar. A primera hora de la mañana, uno se puede encontrar con un mar crecido y agitado, que golpea con fuerza las rocas sobre las que se aposenta el Coral Rock, para horas más tarde batirse en retirada en dirección al horizonte, dejando al descubierto las maravillas que esconde en su interior. En esos momentos, distancias próximas al kilómetro separan al viajero del contacto con las cálidas aguas del Índico, quedando varadas una multitud de embarcaciones diseminadas por la arena zanzibarí que, a ojos del visitante primerizo, bien pudieran parecer los restos de un naufragio en época de piratas y corsarios. Es este hecho -las fuertes mareas que caracterizan esta zona- el que propicia una de las actividades comerciales más importantes de la isla junto con el mercado de las especias. El cultivo de algas que salen con destino a los paises asiáticos constituye una de las fuentes de riqueza locales, resultando reamente curiosa la recolección que lleva a cabo la eterna sufridora, la mujer tanzana, que parece cargar con las labores diarias de mayor dureza. En un viaje por Tanzania, desgraciadamente no es extraño encontrar con bastante frecuencia a la típica mujer tanzana cargando sobre su cabeza grandes cantidades de leña o enormes cubos de agua hasta su hogar situado a una considerable distancia. El día de la mujer trabajadora, que en Europa pueda ser considerado como un logro del feminismo más recalcitrante, adquiere aquí todo su sentido. Con la finalidad de calentar el ambiente entre la expedicionarias que nos acompañaban y con el tono irónico debido, en más de una ocasión me atreví a decir: ¡si es que van un paso por delante! ¡En África nos llevan años de adelanto! En estos tiempos en los que lo políticamente correcto es la moda dominante, enmárquese mi comentario en el más abosulto respeto hacia la mujer. Si hay un lugar en el que se pueda comprender lo artificial de la unión de Tanganika y Zanzíbar para formar la nación de Tanzania, ese es éste. Aunque la población de ambos lugares mantienen ciertas similitudes, lo cierto es que Zanzíbar desde que cayó bajo la dominación árabe, ha bebido de su cultura y las influencias que esta época dejó en sus habitantes aún se mantienen. Las mujeres y niñas zanzibaríes suelen portar velos de gran colorido ocultando sus cabellos, por motivos eminentemente religiosos. El idioma, el suahili, del que se dice que nació en este lugar, tiene grandes puntos de conexión con el árabe. La religión musulmana impera en la sociedad zanzibarí (el 99% de sus habitantes la profesa), mientras que en el interior de Tanzania el cristianismo representa una opción considerable aunque no preponderante. Lo cierto es que al llegar a Zanzíbar uno no tiene la impresión de estar en el mismo país. De hecho, en cuanto a su organización administrativa, Zanzíbar es un territorio semiautónomo encuadrado dentro de la República de Tanzania. Llegado el mediodía, almorzamos con la premura que nos permitieron los camareros (pole-pole) del Coral Rock, al objeto de prepararnos y acicalarnos para el gran evento. El inmaculado vestido blanco de la novia había recorrido media Tanzania, protegido de los rigores de los polvorientos caminos por los que había discurrido nuestra andadura, embalado en una simple fiambrera que, obviamente, había logrado el objetivo buscado. Por otra parte, era de agradecer que Neil, conocedor de la celebración, obsequiara a los contrayentes con la mejor de las habitaciones con que contaba el Coral Rock. Entrar en su habitación suponía volver al lujo y las comodidades de Europa. Por tanto, el centro de operaciones de los novios y sus ropajes estaban preparados para la ocasión. Los invitados se afanaban en sus habitaciones por ponerse sus mejores galas, acicalándose para la ocasión. Perdía entonces la barba que me había acompañado durante el viaje desde que, en aquel lejano 23 de julio, iniciáramos nuestro periplo. Habían transcurrido ya quince días desde entonces y era inevitable tener ese extraño sentimiento de final que se avecina, de epílogo que pone fin a largos días de esparcimiento y aventura. Surgían entonces unas enormes ganas de retener ese momento, atraparlo y no dejarlo escapar, como si de una dulce adicción se tratara. El novio ataviado para la ocasión con prendas de lino blanco, como muchos otros de nosotros, aguardaba la llegada del momento de dirigirse hacia el lugar habilitado para el enlace. Mientras, muchos de nosotros lo acompañábamos brindando con unas deliciosas copas de zumo que Neil había preparado para aliviar la espera. La novia, visiblemente emocionada, aprovechaba para hacer la última llamada a sus familiares relatándole los preparativos. A diferencia de las bodas más convencionales en las que el novio suele esperar la llegada de la novia durante algunos minutos, en Zanzíbar la única espera que había de realizarse era la propia de la naturaleza caprichosa del Índico. La marea aún seguía alta a esas horas y ello impedía la instalación en la arena de la estructura de cañas y palmeras que albergarían el enlace. Y no fueron minutos sino horas las que la naturaleza impuso. Seguimos por tanto con los cockteles. Recuerdo que pensé: esta es la primera boda a la que, como siga así, voy a llegar borracho perdido, sin que siquiera se haya iniciado. Así que contuve mis ganas de llenar el estómago con los brebajes mágicos que preparaba Neil y continué con la larga espera. Al fin la marea daba un respiro y empezaba a emerger lentamente una lengua de arena que se adentraba en el mar, creando un lugar idílico para la celebración. Los empleados del Coral Rock inciaban así los trabajos de instalación de la rústica pero coqueta estructura que la albergaría, como siempre a un ritmo claramente "polepolizado". La novia, cogida del brazo de uno de los mejores amigos del contrayente, iniciaba un corto paseo por los alrededores del pueblo de Jambiani seguida por dos de los expedicionarios que se convertían en improvisados reporteros gráficos del evento. A su espalda, las bailarinas zanzibarís que se habían contratado para la ocasión, danzaban entre cántico y cántico tribal. Un gallo parecía animarse con una gallina al paso de la comitiva, en un claro presagio de lo que horas después presuponíamos que ocurriría entre los contrayentes. La estampa no podía ser más cómica. Al paso de la novia, alguna de las mujeres de Jambiani salían al encuentro, engrosando el cada vez más extenso pelotón que los seguía. Los cánticos se sucedían y los pétalos de rosa que se izaban al viento, inundaban las calles de colorido. Mientras el novio, acompañado de la flamante madrina en que se había convertido la mujer de Malaika, se situaba bajo el "chambao" a la espera de la aparición de su amada. Yo, que actuaba de reportero gráfico del novio, trataba de captar el momento con todo tipo de instantáneas del lugar mientras el sol se ocultaba tras los palmerales de Jambiani. A nuestro lado, algunos nativos tocaban sus instrumentos de percusión animando la espera y provocando la expectación de los que paseaban por la orilla. En mi corta existencia, pocas imágenes han visto mis retinas de mayor belleza que las que presenciaba en ese instante. Los sentidos se agudizaban en aquel lugar... el tacto de mis pies descalzos en contacto con la fina arena, el sonido de los timbales golpeados rítmicamente por los nativos, la visión idílica del sol ocultándose, el regusto dulce que los cockteles habían dejado en mi paladar y el intenso olor a mar y salitre. El comisionado del gobierno tanzano, vestido para la ocasión con corbata y pantalones de vestir negros, comenzaba a oficiar el enlace en un perfecto inglés. Los contrayentes se ofrecían las arras -algunas conchas recogidas en la playa esa misma mañana- en señal de fidelidad, intercambiando miradas de complicidad. A petición de Malaika, el comisionado ofrecía la posibilidad de decir unas palabras a la feliz pareja. Esta vez ya si, en un más comprensible castellano. Agradecían la asistencia y la colaboración en la celebración de todos los expedicionarios, y en especial la fabulosa organización que había llevado a cabo Malaika del evento, dándose el definivo si quiero. ¡Malaika, esto lo reconozco, pero todo lo demás lo preparé yo concienzudamente! (Digo esto último por las críticas bien intencionadas que he recibido referentes a mi excesivo protagnonismo en el blog, que no obstante agradezco y que tendrán respuesta en una versión alternativa de la boda en la que he puesto la exageración propia del andaluz a mi servicio.) Firmaban un certificado que acreditaba su nueva estado civil y que resultaba válido para Tanzania y para España. Cientos de años después, la isla de la esclavitud se cobraba una nueva pieza, capturando dos nuevos rehenes. Los pétalos de rosa eran lanzados al cielo con ese primer beso y se iniciaba un baile tribal al son de los timbales en el que todos los expedicionarios nos mezclábamos animadamente. En la orilla se apostaba ya una multitud de curiosos que observaban atentamente los acontecimientos que se sucedían. En nuestro caminar a pie, de regreso hacia el hotel, por la arena blanca y lisa del Coral Rock, los niños se acercaban a festejar con nosotros el enlace, decidiéndonos a lanzar al aire gran variedad de caramelos que hicieron las delicias de los que nos acompañaban. Comenzaba a oscurecer y era el momento ideal para tomar nuevas fotografías del colorido que aportaban los hiyab y los kangas de la población musulamana de la isla, muy cerca de las embarcaciones varadas. La pareja era recibida en la instalación central del Coral Rock con el dylaniano tema Knocking on heaven´s door, que el coro sudafricano Ladysmith Black Mambazo interpreta de forma magistral con Dolly Parton, agasajados por las felicitaciones de todos los presentes. Obsequiábamos a la feliz pareja con unos cuadros de pintura típica de Zanzíbar que habíamos adquirido previamente en Stone Town, lugar ideal para la compra de todo tipo artículos de artesanía o de láminas como las que les ofrecíamos. La cena discurrió de forma animada comentando la espectacularidad de lo vivido y la alegría compartida con los contrayentes. La comida consistía en un rancho tipo self service que contenía todo tipo de especialidades locales, especialmente en lo referente al pescado. Platos como el pulpo con coco, majar típico de la zona, o los calamares a la plancha, acompañaron la velada. Mientras terminaba la cena, el grupo que actuaba en directo aquella noche para nosotros, iniciaba la interpretación de los temas más típicos de la música africana. Los comensales no se podían retener y acercaban posiciones hacia la estrecha pista de baile, uniéndose a nosotros gran parte de los alojados en el Coral Rock. Ésta se llenaba de gente de todas las nacionalidades e idiomas, y cada vez era mayor el número de población local que se iba acercando hasta el lugar. Algunos de los expedicionarios, los mas atrevidos, entre los que se encontraba el mzungu masai de Cambil, se subían al escenario a interpretar alguna de las canciones que habíamos aprendido en suahili, como el clásico Malaika de Miriam Makeba o el AIE A MWANA. La Zanzíbar caiprinha desplegaba sus efectos sobre los presentes, animándose uno de los expedicionarios a preparar dentro de la barra una deliciosa agua de Valencia que era compartida con todos los visitantes del lugar. La influencia hispana se hacía presente en el evento. Los locales empezaban a danzar con movimientos imposibles para los europeos, haciendo un corro en el que de forma intermitente aparecía uno de los compañeros de expedición, dedicando un pase de pecho para regocijo de la comunidad hispana. Era realmente impresionante. Que lejos quedaba España y que olvidado quedaba el trabajo y los quehaceres habituales de nuestra rutinaria vida. Malaika, embriagado por los efectos de la Zanzíbar caipirinha, como otros muchos de nosotros, se disponía a deleitarnos con un solo de batería alegando que tenía un hermano que en su juventud era un experto percusionista. En el corto entendimiento que me quedaba, yo pensaba para mi, yo también lo tengo a él como hermano y él es informático, lo cual no me confiere la más mínima habilidad para la programación. El estruendo era insorpotable, pero la fiesta continuaba en la mayor de las felicidades. Los novios desaparecían entre la multitud en dirección a su habitación mientras los demás continuábamos con la celebración y cuando ya por fin la larga noche tocó a su fin, nos presentamos en el exterior de su estancia para darles las buenas noches acompañados de la guitarra española, todo ello con la finalidad de interpretarles una última canción. Ni hicieron acto de presencia. O estaban muy entretenidos en las artes amatorias o estaban completamente fulminados después de un día tan intenso y lleno de emociones. Eso nunca lo sabremos. Terminaba así un día fabuloso, en el que habíamos presenciado el enlace de dos de nuestros compañeros, que nos regalaron un día especial en el que decidieron desmostrarse su amor en una ceremonia desprovista de todo el convencionalismo de las bodas españolas. Habían desechado todo aquello que excede la propia naturaleza de un evento de estas características y sólo se habían quedado con lo fundamental, lo que les unía. La única pena para ellos, era la ausecia forzosa de sus familiares más directos, lo cual suplirían con una celebración a la llegada a su ciudad natal. Por extraño que parezca y estando tan lejos de mi país y de mis costumbres, había asistido a la boda más auténtica de cuantas he presenciado. Sólo quedaba felicitarles y darles una sentida enhorabuena, por su enlace y por haberlo compartido con nosotros aquella tarde del siete de agosto de 2010, que a buen seguro quedará grabada no sólo en sus mentes, sino que también lo hará en la de los pocos privilegiados que asistimos atónitos al evento ( no Kiki, evento no, fue una boda) que culminó nuestro increible viaje a Tanzania y Malawi. Al día siguiente, a buen seguro, habría resaca y efectivamente no me estoy refieriendo al estado de la mar, sino al mal cuerpo que deja una celebración de este calibre. No importaba, lo sobrellevaríamos de la mejor forma posible. Había merecido la pena. Índice del Diario: Viaje al sur de Tanzania y Malawi
01: VIAJE AL SUR DE TANZANIA Y MALAWI. AEROPUERTOS.
02: ROMA, OSTIA ANTICA Y AEROPUERTO DE EL CAIRO
03: DE DAR ES SALAAM A SELOUS GAME RESERVE
04: RESERVA DE CAZA DE SELOUS Y SABLE MOUNTAIN LODGE
05: DE SELOUS A MOROGORO. LAS MONTAÑAS ULUGURÚ Y SUS GENTES
06: LAS MONTAÑAS UDZUNGWA Y LAS CATARATAS SANJE. TANZANIA.
07: AMANECER EN SANJE Y RUMBO A IRINGA.
08: EL LARGO CAMINO A MALAWI. EL SANTUARIO DE SANGILO.
09: NOS DIÓ UN RAYITO EN MALAWI; DE CHILUMBA A CHINTECHE (KANDE BEACH).
10: A TODO CERDO LE LLEGA SU KANDE BEACH. EL LAGO MALAWI Y SUS GENTES.
11: EL REGRESO A TANZANIA (MBEYA). EL CAMINO HACIA EL PARQUE NACIONAL DE RUAHA.
12: UN GAME DRIVE POR EL PARQUE NACIONAL DE RUAHA (TANZANIA)
13: UN LEÓN RONDANDO NUESTRA TIENDA. RUAHA NATIONAL PARK. EL MZUNGU MASAI.
14: SOBREVOLANDO TANZANIA. NUESTRO PRIMER DIA EN ZANZIBAR.
15: JAMBIANI, UN PARAJE PARADISIACO EN LA ISLA DE ZANZÍBAR (TANZANIA)
16: DE BODA EN ZANZÍBAR. LA BODA SWAHILI DE KIKI Y EVA.
17: LA RESACA POST-BODA DE JAMBIANI.
18: AMARGO ADIÓS A JAMBIANI. UNA TARDE EN STONE TOWN.
19: DESPIDIÉNDONOS DE ZANZÍBAR. UNA TARDE EN EL CAIRO.
20: LAS PIRÁMIDES DE EL CAIRO Y EL MUSEO EGIPCIO.
21: REGRESANDO A ESPAÑA. VISITA EXPRESS A ROMA, LA CIUDAD ETERNA.
22: EL FIN DE LA AVENTURA. ÁFRICA EN EL RECUERDO.
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