Tras desayunar en el hotel, con una vista espectacular de las dunas del Gobi, pusimos rumbo al aeropuerto, a unos escasos cinco minutos del hotel, para volar a Xi’an.
El llegar al aeropuerto, preguntamos en el mostrador de información la mejor forma de llegar a la ciudad, y nos aconsejaron coger un autobús que te deja junto a la Torre de la Campana y que cuesta 26 yuanes por persona. Así lo hicimos, y tras un pequeño lío con la parada del autobús (pues se coge en la parte de vuelos internacionales, no en la de vuelos internos) llegamos a Xi’an. Ha sido el único momento en que realmente nos ha agobiado el calor/humedad. Cargados con las mochilas, caminando esas distancias que en el mapa se suponen de 500metros cuando en la realidad son cuatro veces más, y con un calor que era, para que os hagáis una idea, como si hubieran enchufado un secador de pelo gigante, llegamos al hotel. Duchita y a recorrer Xi’an!
Cogimos un tuc tuc (bueno, yo lo llamo así, no es exactamente…)para ir al barrio musulmán que, sin duda, fue lo que más nos gustó de Xi’an. La Mezquita es sorprendente, y el barrio en sí está bien, un laberinto de callejuelas adaptadas a bazar de estética china, está bien para perderse un rato entre los puestecillos, con imitaciones y demás.
Subimos a la Torre del Tambor, que nos pareció hasta más bonita que la de Beijing, y volvimos al hotel por otras calles, también del barrio musulmán, estas con tiendas de comida, donde comimos en los puestos y compramos una especie de mazapán que se te hacía una bola en la boca y que te alimentaba para siete días, con lo que nos acompañó durante todo el viaje, mochila arriba, mochila abajo…
Al día siguiente, nos levantamos pronto para ir a los Guerreros de Terracota. Nos dirigimos a la estación Norte, para pillar el bus que nos llevara al lugar. Si venís desde dentro de la muralla, la estación queda fuera de la puerta norte. Veréis un montón de chinos durmiendo en el suelo, supongo esperando trenes, pero no lo tengo muy claro, y varios, muchos, autobuses. Buscad el 306, o guiaros por el sonido “binmaiyon” o algo parecido, que significa “Ejército de los Guerreros de Terracota”. De cualquier forma, siempre que nos montábamos en un autobús, le enseñábamos al conductor (y al que pillábamos, la verdad) el nombre del destino para asegurarnos y, en su caso, que algún alma caritativa nos avisara si nos pasábamos de él.
En una hora estábamos en el lugar, ojo, el autobús te deja en una explanada que parece una venta de carretera, bueno, pues hay que andar un poco hasta la entrada, y luego otro poco más hasta los patios donde están los guerreros, si bien este segundo poco más lo puedes hacer en coche eléctrico por 10 yuanes, creo. Nosotros fuimos andando, por una zona con montones de tiendas que, como era muy temprano, las 8.10h, estaban abriendo y nos dejaron tranquilos (aunque la vuelta sería otra historia). Una vez en los patios, una duda, ¿por cuál empezar? La Lonely recomienda hacerlos en orden inverso, 3,2,1, y dejar así lo más espectacular para el final. Nosotros lo hicimos a nuestro rollo, 1,2,3, pues teníamos tal ansiedad por ver el Gran Patio que hubiéramos pasado los otros demasiado veloces. Eso sí, puedes entrar y salir de los patios a tu antojo, y las veces que quieras. Y hasta aquí os cuento, la experiencia con los Guerreros la debe vivir cada uno en persona, sólo dejaré que las fotos hablen, y aún así, lo hacen muy bajito, quiero decir, nada de lo que pueda escribir o mostrar con mis fotos se corresponde a la sensación de entrar a los patio y encontrarte, cara a cara, ante el Ejército de Terracota. Usando una palabra reiterada en este diario: inolvidable.
Para volver a Xi’an hay que pillar otra vez el mismo autobús, en el mismo sitio donde deja, en la explanada esa que os decía. Cuando llegamos, no había nadie, sólo los autobuses, los 306 y otros rosas (de estos había más) que eran el ochocientos algo, y que nos decían que subiéramos, que nos llevaban a Xi’an. Nosotros preferimos esperar a que llegara alguien a los 306, al poco llegó el conductor, siete u ocho chinos y con tan ligero equipaje salimos hacia Xi’an, aunque fuimos recogiendo pasajeros por el camino. Una vez en Xi’an, como teníamos tiempo, subimos a la Muralla, pues queríamos alquilar tándem para recorrerla, pero entre el calor, que los tandems no se alquilan en la Puerta Norte, y que, la verdad, el casco amurallado de Xi’an fue una decepción (la primera de dos en todo el viaje) nos contentamos con pasear un rato la muralla para luego ir al hotel a recoger las mochilas, pues esa tarde viajábamos hacia Huashan, la Montaña Sagrada de los cinco picos, donde pasaríamos noche.
La idea inicial era dormir en la Montaña, en el Pico Este, para ver el atardecer, pero finalmente decidimos dormir en el pueblo y empezar el camino temprano por la mañana. El trayecto lo hicimos en tren, desde la estación Norte de Xi’an, en unos 30 minutos. Los billetes los compramos en un punto de venta cercano al hotel, para lo que es útil llevéis impresos los horarios de los trenes y el número de tren que os interesa, se lo señaláis a una cajera que no habla ni papa de inglés, le dais los pasaportes (porque os los pedirán, y nos tiramos cinco minutos de mímica hasta que entendimos lo que quería) y a correr. Dormimos en el hotel Bijiayi Inn, recomendado en la Lonely, si bien vimos cerca de la estación otros, “nosequé business” con mucha mejor pinta. Taxi al hotel, 20 yuanes. El hotel era muy, muy básico y no demasiado limpio, pero en fin, era una noche, con lo que nos acostamos pronto, con una buena vista, eso sí, de Huashan, y la intención de coronar a la mañana siguiente sus cinco picos.
El llegar al aeropuerto, preguntamos en el mostrador de información la mejor forma de llegar a la ciudad, y nos aconsejaron coger un autobús que te deja junto a la Torre de la Campana y que cuesta 26 yuanes por persona. Así lo hicimos, y tras un pequeño lío con la parada del autobús (pues se coge en la parte de vuelos internacionales, no en la de vuelos internos) llegamos a Xi’an. Ha sido el único momento en que realmente nos ha agobiado el calor/humedad. Cargados con las mochilas, caminando esas distancias que en el mapa se suponen de 500metros cuando en la realidad son cuatro veces más, y con un calor que era, para que os hagáis una idea, como si hubieran enchufado un secador de pelo gigante, llegamos al hotel. Duchita y a recorrer Xi’an!
Cogimos un tuc tuc (bueno, yo lo llamo así, no es exactamente…)para ir al barrio musulmán que, sin duda, fue lo que más nos gustó de Xi’an. La Mezquita es sorprendente, y el barrio en sí está bien, un laberinto de callejuelas adaptadas a bazar de estética china, está bien para perderse un rato entre los puestecillos, con imitaciones y demás.
Subimos a la Torre del Tambor, que nos pareció hasta más bonita que la de Beijing, y volvimos al hotel por otras calles, también del barrio musulmán, estas con tiendas de comida, donde comimos en los puestos y compramos una especie de mazapán que se te hacía una bola en la boca y que te alimentaba para siete días, con lo que nos acompañó durante todo el viaje, mochila arriba, mochila abajo…
Al día siguiente, nos levantamos pronto para ir a los Guerreros de Terracota. Nos dirigimos a la estación Norte, para pillar el bus que nos llevara al lugar. Si venís desde dentro de la muralla, la estación queda fuera de la puerta norte. Veréis un montón de chinos durmiendo en el suelo, supongo esperando trenes, pero no lo tengo muy claro, y varios, muchos, autobuses. Buscad el 306, o guiaros por el sonido “binmaiyon” o algo parecido, que significa “Ejército de los Guerreros de Terracota”. De cualquier forma, siempre que nos montábamos en un autobús, le enseñábamos al conductor (y al que pillábamos, la verdad) el nombre del destino para asegurarnos y, en su caso, que algún alma caritativa nos avisara si nos pasábamos de él.
En una hora estábamos en el lugar, ojo, el autobús te deja en una explanada que parece una venta de carretera, bueno, pues hay que andar un poco hasta la entrada, y luego otro poco más hasta los patios donde están los guerreros, si bien este segundo poco más lo puedes hacer en coche eléctrico por 10 yuanes, creo. Nosotros fuimos andando, por una zona con montones de tiendas que, como era muy temprano, las 8.10h, estaban abriendo y nos dejaron tranquilos (aunque la vuelta sería otra historia). Una vez en los patios, una duda, ¿por cuál empezar? La Lonely recomienda hacerlos en orden inverso, 3,2,1, y dejar así lo más espectacular para el final. Nosotros lo hicimos a nuestro rollo, 1,2,3, pues teníamos tal ansiedad por ver el Gran Patio que hubiéramos pasado los otros demasiado veloces. Eso sí, puedes entrar y salir de los patios a tu antojo, y las veces que quieras. Y hasta aquí os cuento, la experiencia con los Guerreros la debe vivir cada uno en persona, sólo dejaré que las fotos hablen, y aún así, lo hacen muy bajito, quiero decir, nada de lo que pueda escribir o mostrar con mis fotos se corresponde a la sensación de entrar a los patio y encontrarte, cara a cara, ante el Ejército de Terracota. Usando una palabra reiterada en este diario: inolvidable.
Para volver a Xi’an hay que pillar otra vez el mismo autobús, en el mismo sitio donde deja, en la explanada esa que os decía. Cuando llegamos, no había nadie, sólo los autobuses, los 306 y otros rosas (de estos había más) que eran el ochocientos algo, y que nos decían que subiéramos, que nos llevaban a Xi’an. Nosotros preferimos esperar a que llegara alguien a los 306, al poco llegó el conductor, siete u ocho chinos y con tan ligero equipaje salimos hacia Xi’an, aunque fuimos recogiendo pasajeros por el camino. Una vez en Xi’an, como teníamos tiempo, subimos a la Muralla, pues queríamos alquilar tándem para recorrerla, pero entre el calor, que los tandems no se alquilan en la Puerta Norte, y que, la verdad, el casco amurallado de Xi’an fue una decepción (la primera de dos en todo el viaje) nos contentamos con pasear un rato la muralla para luego ir al hotel a recoger las mochilas, pues esa tarde viajábamos hacia Huashan, la Montaña Sagrada de los cinco picos, donde pasaríamos noche.
La idea inicial era dormir en la Montaña, en el Pico Este, para ver el atardecer, pero finalmente decidimos dormir en el pueblo y empezar el camino temprano por la mañana. El trayecto lo hicimos en tren, desde la estación Norte de Xi’an, en unos 30 minutos. Los billetes los compramos en un punto de venta cercano al hotel, para lo que es útil llevéis impresos los horarios de los trenes y el número de tren que os interesa, se lo señaláis a una cajera que no habla ni papa de inglés, le dais los pasaportes (porque os los pedirán, y nos tiramos cinco minutos de mímica hasta que entendimos lo que quería) y a correr. Dormimos en el hotel Bijiayi Inn, recomendado en la Lonely, si bien vimos cerca de la estación otros, “nosequé business” con mucha mejor pinta. Taxi al hotel, 20 yuanes. El hotel era muy, muy básico y no demasiado limpio, pero en fin, era una noche, con lo que nos acostamos pronto, con una buena vista, eso sí, de Huashan, y la intención de coronar a la mañana siguiente sus cinco picos.