Salimos de Zaragoza bien prontito, a las 8:20 am, con dirección Andorra. Tras pasar el país pirenaico, nos adentramos por fin en territorio francés.
Llegamos por fin a Foix al mediodía, así que lo primero que hicimos fue buscar un restaurante para comer. Comimos bien y barato, un plato del día (brandada de bacalo y ensalada) por 14€ los dos. Curiosamente utilizaban como terraza el mercado, una construcción metálica de 1870.
Pero si por algo es conocido Foix es por su espléndido castillo, y hacia allí nos dirigimos.
Tanto a la ida como a la vuelta pudimos disfrutar del casco histórico de esta ciudad. Nos encantó. El viaje prometía.
La siguiente parada era Roquefeixade, un bonito pueblo con un castillo en lo alto y rodeado de un paisaje espectacular. La carretera de acceso no era demasiado buena, al menos por la que nos llevó el GPS. Era nuestro primer castillo cátaro y estábamos decididos a llegar hasta él.
Nos rendimos cuando parecíamos haber llegado a la mitad del camino. Hacía un sol de justicia, muchísimo calor, no llevábamos agua, y no parecía que fuéramos a llegar a la cima pronto. Tampoco pasaba nada, nos quedaban muchos castillos por visitar.
Pusimos rumbo a Montségur, símbolo de la resistencia cátara. De camino al hotel, pasamos por la famosa fuente intermitente de Fontestorbes: el manantial transcurre durante media hora para pararse la media siguiente. Es un fenómeno natural que aún no ha sido explicado.
Nuestro primer hotel fue el Aubergue du Balestié, situado en medio de ninguna parte, pero cerca de Mirepoix. Un remanso de paz en el que, además, disfrutamos de una cena excelente: tarta de cebolla con queso, confit de pato y, de postre, créme brulée y una delicia de chocolate. El precio, el acostumbrado por aquellas tierras: 18€
Llegamos por fin a Foix al mediodía, así que lo primero que hicimos fue buscar un restaurante para comer. Comimos bien y barato, un plato del día (brandada de bacalo y ensalada) por 14€ los dos. Curiosamente utilizaban como terraza el mercado, una construcción metálica de 1870.
Pero si por algo es conocido Foix es por su espléndido castillo, y hacia allí nos dirigimos.
Tanto a la ida como a la vuelta pudimos disfrutar del casco histórico de esta ciudad. Nos encantó. El viaje prometía.
La siguiente parada era Roquefeixade, un bonito pueblo con un castillo en lo alto y rodeado de un paisaje espectacular. La carretera de acceso no era demasiado buena, al menos por la que nos llevó el GPS. Era nuestro primer castillo cátaro y estábamos decididos a llegar hasta él.
Nos rendimos cuando parecíamos haber llegado a la mitad del camino. Hacía un sol de justicia, muchísimo calor, no llevábamos agua, y no parecía que fuéramos a llegar a la cima pronto. Tampoco pasaba nada, nos quedaban muchos castillos por visitar.
Pusimos rumbo a Montségur, símbolo de la resistencia cátara. De camino al hotel, pasamos por la famosa fuente intermitente de Fontestorbes: el manantial transcurre durante media hora para pararse la media siguiente. Es un fenómeno natural que aún no ha sido explicado.
Nuestro primer hotel fue el Aubergue du Balestié, situado en medio de ninguna parte, pero cerca de Mirepoix. Un remanso de paz en el que, además, disfrutamos de una cena excelente: tarta de cebolla con queso, confit de pato y, de postre, créme brulée y una delicia de chocolate. El precio, el acostumbrado por aquellas tierras: 18€