Nuevo temprano despertar para evitar colas y nuevo día soleado para recorrer casi las cuatro puntas de Estambul. Comenzamos nuestra visita por el que es uno de los lugares más impresionantes de la ciudad, la Cisterna Basílica, o Yerebatan Sarnici en turco. La entrada son 10 TL y es necesario llegar a primera hora si no queremos sufrir las interminables colas. Este edificio, construído en 532 para surtir de agua al Gran Palacio, es una sucesión subterranea de 336 columnas de 9 metros de altura sobre unos centímetros de agua donde viven peces. La iluminación tenue y la música de fondo ayudan a crear una atmósfera singular. La aglomeración de gente se suele encontrar en las cabezas de Medusa. Dentro hay una cafetería y por 5 TL se puede hacer una foto de grupo disfrazados de otomanos…
A la salida de la cisterna, fuimos andando hasta Beyazit para coger un autobús que nos llevara hasta las antiguas murallas bizantinas, en cuyos alrededores se encuentra la iglesia de San Salvador de Chora, una de las joyas de Estambul. Entrar cuesta 15 TL, porque la tienen como museo, y en su interior es posible ver los mosaicos dorados que decoraban esta iglesia en bastante buen estado. Importante: hay que tener en cuenta que esta iglesia es muy pequeña y no está por entero recubierta de mosaicos, que nadie se lleve a engaño, porque se puede visitar en 20 minutos.
A la salida nos dirigimos hacia las murallas, y ya de paso entramos en la pequeña mezquita de Mirahmah, si demasiado interés. Los más valientes escaladores pueden subir a las murallas para ver las vistas… De allí, un nuevo autobús nos llevó hasta la plaza Taksim, con la idea de ver, después de comer el palacio de Dolmabahçe. Comimos en un pequeño local de la plaza (en la que hay tropecientosmil sitios para comer), y esta vez yo me pedí un plato de pollo con arroz y patatas, normalito pero llenaba más que los kebaps y durums de días atrás. Tomando un café en un Starbucks de la plaza se dicidió que mejor que ver el palacio, era preferible hacer el típico crucero por el Bósforo. Para ello nos fuimos hasta Eminönu, de donde salen todos los barcos turísticos y los ferrys a la orilla asiática. Nada más bajar del tranvía escuchamos a un señor con un megáfono que gritaba “Bosphorus-Bosphorus-Bosphorus” desde un barco, que publicitaba el típico paseo turístico, que nos costó 10 TL por cabeza. El barco nos llevó hasta el segundo puente del Bósforo, donde dio la vuelta y regresó a Eminönu una hora y media después de salir. A mí, personalmente se me hizo pesado…
Al volver de nuevo a tierra, el grupo se dividió. Esa noche el gerente del hostal nos llevaba de marcha por Estambul, por lo que algunos querían irse a descansar y otros nos fuimos al Gran Bazar a dar una vuelta, aunque quedamos todos para cenar (ya arregladitos) en un hostal cercano al nuestro con una terraza que sí tenía vistas a Santa Sofía… Nuevo kebap seco, y volvimos a nuestro hostal donde el dueño iba a enceder un par de pipas para todos los huéspedes antes de llevarnos de fiesta. Lo cierto es que yo no me imaginaba que en una ciudad de mayoría musulmana como es Estambul podía haber tantísima fiesta y tantísimos locales de copas, con todas las calles en los alrededores de la calle Istiklal abarrotadas. Nosotros estuvimos en dos locales, uno de cuatro plantas donde solo ponían música turca, y otro de dos plantas en el que había música en directo. Como es lógico cuando se sale de fiesta en un país extranjero, pues ocurrieron multitud de anécdotas y situaciones para el recuerdo, pero como se suele decir: lo que pasa en Estambul, se queda en Estambul…
A la salida de la cisterna, fuimos andando hasta Beyazit para coger un autobús que nos llevara hasta las antiguas murallas bizantinas, en cuyos alrededores se encuentra la iglesia de San Salvador de Chora, una de las joyas de Estambul. Entrar cuesta 15 TL, porque la tienen como museo, y en su interior es posible ver los mosaicos dorados que decoraban esta iglesia en bastante buen estado. Importante: hay que tener en cuenta que esta iglesia es muy pequeña y no está por entero recubierta de mosaicos, que nadie se lleve a engaño, porque se puede visitar en 20 minutos.
A la salida nos dirigimos hacia las murallas, y ya de paso entramos en la pequeña mezquita de Mirahmah, si demasiado interés. Los más valientes escaladores pueden subir a las murallas para ver las vistas… De allí, un nuevo autobús nos llevó hasta la plaza Taksim, con la idea de ver, después de comer el palacio de Dolmabahçe. Comimos en un pequeño local de la plaza (en la que hay tropecientosmil sitios para comer), y esta vez yo me pedí un plato de pollo con arroz y patatas, normalito pero llenaba más que los kebaps y durums de días atrás. Tomando un café en un Starbucks de la plaza se dicidió que mejor que ver el palacio, era preferible hacer el típico crucero por el Bósforo. Para ello nos fuimos hasta Eminönu, de donde salen todos los barcos turísticos y los ferrys a la orilla asiática. Nada más bajar del tranvía escuchamos a un señor con un megáfono que gritaba “Bosphorus-Bosphorus-Bosphorus” desde un barco, que publicitaba el típico paseo turístico, que nos costó 10 TL por cabeza. El barco nos llevó hasta el segundo puente del Bósforo, donde dio la vuelta y regresó a Eminönu una hora y media después de salir. A mí, personalmente se me hizo pesado…
Al volver de nuevo a tierra, el grupo se dividió. Esa noche el gerente del hostal nos llevaba de marcha por Estambul, por lo que algunos querían irse a descansar y otros nos fuimos al Gran Bazar a dar una vuelta, aunque quedamos todos para cenar (ya arregladitos) en un hostal cercano al nuestro con una terraza que sí tenía vistas a Santa Sofía… Nuevo kebap seco, y volvimos a nuestro hostal donde el dueño iba a enceder un par de pipas para todos los huéspedes antes de llevarnos de fiesta. Lo cierto es que yo no me imaginaba que en una ciudad de mayoría musulmana como es Estambul podía haber tantísima fiesta y tantísimos locales de copas, con todas las calles en los alrededores de la calle Istiklal abarrotadas. Nosotros estuvimos en dos locales, uno de cuatro plantas donde solo ponían música turca, y otro de dos plantas en el que había música en directo. Como es lógico cuando se sale de fiesta en un país extranjero, pues ocurrieron multitud de anécdotas y situaciones para el recuerdo, pero como se suele decir: lo que pasa en Estambul, se queda en Estambul…