Nos levantamos temprano y el dueño del alojamiento ya nos tiene el desayuno encima de la mesa. Fiambre, café, pastel, fruta, huevos revueltos, tostadas, todo casero y todo riquísimo. De nuevo amanece nublado pero sin lluvia, asique antes de proseguir viaje damos una última vuelta por Bacharach para verlo a la luz del día. Subimos hasta el castillo, que es un agradable paseo y la vista desde allí es preciosa, tejados de pizarra, el azul del río, las laderas verdes con los viñedos, torres defensivas, barcos transportando mercancía río- arriba, río-abajo,etc. Vamos, para estar allí recreándose un buen rato...
Para continuar con la ruta tenemos que cruzar hasta la otra orilla, esta vez no hacemos el canelo como el día anterior y tomamos una de las plataformas que cruzan de un lado a otro. Hacen el camino todo el tiempo y el precio por un coche pequeño como el nuestro es de 5€ trayecto. De nuevo en la margen derecha, nos encaminamos hacia Lorelay, patrimonio cultural de la UNESCO. La leyenda cuenta que una hermosa chica rubia seducía a los navegantes del Rin y los llevándolos a la perdición, esto ocurría cuando ella cantaba sobre la roca.
Después hacemos una parada en un pueblo llamado St. Goarshausen. El motivo de detenernos en este pueblo es que nos lo había recomendado el chico de la oficina de turismo de Mainz. Hoy en día todavía seguimos sin explicarnos a que se pudo deber que nos mencionara este pueblo donde no hay absolutamente nada para ver, no sabemos si lo confundió con otro, si era su pueblo natal y le hacía ilusión que alguien lo visitara, no lo sé. El caso es que después de una vuelta de reconocimiento donde constatamos que el pueblo carecía de interés, volvimos al coche y seguimos rumbo a Koblenz (Coblenza).
Llegamos al centro de la ciudad y vemos no hay más remedio que pagar zona azul. Lo primero que visitamos es el Deutsches Eck, gigantesco monumento de exaltación germana erigido en la confluencia de los ríos Rin y Mosela, mide 40 metros. Conmemora la unificación del Imperio alemán en el S.XIX.
Parece que empieza a despejar el día, continuamos la visita por la ciudad recorriendo la plaza Münzplatz, la antigua plaza del mercado, hoy en día repleta de cafés y tiendas, las Vier Türme, el monasterio de los jesuitas con su famosa fuente, las iglesias de St. Castor y Florin, y la Liebfrauenkirche, etc.
Una vez concluida la visita a Koblenz, nos dirigimos a la siguiente parada: Bonn.
De Bonn puedo decir, sin duda, que fue la ciudad que más me gustó de las que vimos en este viaje. Su centro peatonal, su limpieza, sus fachadas impecablemente conservadas, su ambiente culto, sus casas señoriales en la zona residencial, la tranquilidad que se respira en cada esquina, las múltiples zonas verdes... a mí me pareció encantadora. Pese a haber sido la antigua capital de la zona federal tiene un tamaño completamente manejable que te permite hacer la visita caminando. Para no perder tiempo dejamos el coche en un párking del centro y nos encaminamos a conocer la ciudad. Estábamos tan enfrascados en la visista que ni nos dimos cuenta que aún no habíamos comido y ya eran las 4 de la tarde! Hora tardía incluso para los españoles. Comimos de nuevo la currywurst en un puesto callejero que había en la Plza del antiguo Ayuntamiento, las mesas eran comunes con bancos corridos para todo el mundo. A mí, aún después de haberlo experimentado muchas veces, se me sigue haciendo un poco raro lo de compartir mesa con otra gente y sobre todo la cercanía de desconocidos. Al acabar aprovechamos para curiosear por un mercadillo que había en la misma plaza. Bonn vio nacer a uno de los grandes maestros de la música de todos los tiempos, el genial Beethoven, por lo tanto allí se encuentra su casa natal que alberga un museo.
También visitamos la catedral (Münsterkirche), su construcción comenzó en el siglo XI y finalizó en el siglo XIII, lo que la convierte en una de las más antiguas del país y dedicada al culto católico, la Doppelkirche también del s.XII.
Poppelsdorf, construido para ser la segunda residencia real, con sus jardines es lo último que podemos visitar en Bonn ya que el tiempo se nos echa encima y aún tenemos que recorrer 160km para llegar a Trier que es donde tenemos reservado para pasar la última noche.
A pesar de que en Alemania se conduce estupendamente (todo por el libro), y tanto las autopistas, como las autovías como las carreteras están en perfectísimo estado, el viaje de Bonn a Trier se nos hizo interminable, pero fue debido a que llevábamos todo el día en camino, estamos muy cansados ya y además se había hecho de noche.
Una vez en Trier, localizamos el Hilles Hostel sin ningún problema. El problema iba a estar en que lo encontramos cerrado a cal y canto, hay un cartel que indica que de no contestar nadie en el timbre había que llamar a un número de teléfono para emergencias. Esto es lo que hacemos y la chica que respondió nos dijo que tenemos que ir a una dirección, llamar al timbre y que allí nos responderá una persona que nos entregará las llaves. Todo esto nos lleva un buen rato, y cansádos y hambrientos como estábamos, no era precisamente lo que más nos apetecía hacer. Encima no tenían apuntada nuestra reserva por ningún lado (nos habíamos escrito con ellos por email, a la dirección de su página web), menos mal que la llevábamos impresa y que no había problema de plazas (viendo luego las instalaciones lo entendimos perfectamente).
Por fin podemos hacer el check-in y subimos a la habitación, oh mein Gott, no sé si el bajo precio que pagamos justifica la cutrez del cuarto (52€). Es el típico cuarto de residencia de estudiantes, con 2 camas y 2 literas, pero lleno de porquería por todos lados. El baño ni me molesto en describirlo, solo decir que era asqueroso. No tenemos agua caliente ni calefacción por lo que no nos podemos duchar y para poder dormir (en el cuarto que está lleno de ventanales enormes que no ajustan por ningún lado, no habría más de 8-9ªC) tenemos que coger todas las mantas y los nórdicos de las otras camas vacías y ponérnoslos todos encima. Yo no soy muy exigente en cuestión de alojamientos, menos si solo es para pasar unas horas, pero este hotel lo recuerdo como uno de los peores sitios en los que pernocté.
Para continuar con la ruta tenemos que cruzar hasta la otra orilla, esta vez no hacemos el canelo como el día anterior y tomamos una de las plataformas que cruzan de un lado a otro. Hacen el camino todo el tiempo y el precio por un coche pequeño como el nuestro es de 5€ trayecto. De nuevo en la margen derecha, nos encaminamos hacia Lorelay, patrimonio cultural de la UNESCO. La leyenda cuenta que una hermosa chica rubia seducía a los navegantes del Rin y los llevándolos a la perdición, esto ocurría cuando ella cantaba sobre la roca.
Después hacemos una parada en un pueblo llamado St. Goarshausen. El motivo de detenernos en este pueblo es que nos lo había recomendado el chico de la oficina de turismo de Mainz. Hoy en día todavía seguimos sin explicarnos a que se pudo deber que nos mencionara este pueblo donde no hay absolutamente nada para ver, no sabemos si lo confundió con otro, si era su pueblo natal y le hacía ilusión que alguien lo visitara, no lo sé. El caso es que después de una vuelta de reconocimiento donde constatamos que el pueblo carecía de interés, volvimos al coche y seguimos rumbo a Koblenz (Coblenza).
Llegamos al centro de la ciudad y vemos no hay más remedio que pagar zona azul. Lo primero que visitamos es el Deutsches Eck, gigantesco monumento de exaltación germana erigido en la confluencia de los ríos Rin y Mosela, mide 40 metros. Conmemora la unificación del Imperio alemán en el S.XIX.
Parece que empieza a despejar el día, continuamos la visita por la ciudad recorriendo la plaza Münzplatz, la antigua plaza del mercado, hoy en día repleta de cafés y tiendas, las Vier Türme, el monasterio de los jesuitas con su famosa fuente, las iglesias de St. Castor y Florin, y la Liebfrauenkirche, etc.
Una vez concluida la visita a Koblenz, nos dirigimos a la siguiente parada: Bonn.
De Bonn puedo decir, sin duda, que fue la ciudad que más me gustó de las que vimos en este viaje. Su centro peatonal, su limpieza, sus fachadas impecablemente conservadas, su ambiente culto, sus casas señoriales en la zona residencial, la tranquilidad que se respira en cada esquina, las múltiples zonas verdes... a mí me pareció encantadora. Pese a haber sido la antigua capital de la zona federal tiene un tamaño completamente manejable que te permite hacer la visita caminando. Para no perder tiempo dejamos el coche en un párking del centro y nos encaminamos a conocer la ciudad. Estábamos tan enfrascados en la visista que ni nos dimos cuenta que aún no habíamos comido y ya eran las 4 de la tarde! Hora tardía incluso para los españoles. Comimos de nuevo la currywurst en un puesto callejero que había en la Plza del antiguo Ayuntamiento, las mesas eran comunes con bancos corridos para todo el mundo. A mí, aún después de haberlo experimentado muchas veces, se me sigue haciendo un poco raro lo de compartir mesa con otra gente y sobre todo la cercanía de desconocidos. Al acabar aprovechamos para curiosear por un mercadillo que había en la misma plaza. Bonn vio nacer a uno de los grandes maestros de la música de todos los tiempos, el genial Beethoven, por lo tanto allí se encuentra su casa natal que alberga un museo.
También visitamos la catedral (Münsterkirche), su construcción comenzó en el siglo XI y finalizó en el siglo XIII, lo que la convierte en una de las más antiguas del país y dedicada al culto católico, la Doppelkirche también del s.XII.
Poppelsdorf, construido para ser la segunda residencia real, con sus jardines es lo último que podemos visitar en Bonn ya que el tiempo se nos echa encima y aún tenemos que recorrer 160km para llegar a Trier que es donde tenemos reservado para pasar la última noche.
A pesar de que en Alemania se conduce estupendamente (todo por el libro), y tanto las autopistas, como las autovías como las carreteras están en perfectísimo estado, el viaje de Bonn a Trier se nos hizo interminable, pero fue debido a que llevábamos todo el día en camino, estamos muy cansados ya y además se había hecho de noche.
Una vez en Trier, localizamos el Hilles Hostel sin ningún problema. El problema iba a estar en que lo encontramos cerrado a cal y canto, hay un cartel que indica que de no contestar nadie en el timbre había que llamar a un número de teléfono para emergencias. Esto es lo que hacemos y la chica que respondió nos dijo que tenemos que ir a una dirección, llamar al timbre y que allí nos responderá una persona que nos entregará las llaves. Todo esto nos lleva un buen rato, y cansádos y hambrientos como estábamos, no era precisamente lo que más nos apetecía hacer. Encima no tenían apuntada nuestra reserva por ningún lado (nos habíamos escrito con ellos por email, a la dirección de su página web), menos mal que la llevábamos impresa y que no había problema de plazas (viendo luego las instalaciones lo entendimos perfectamente).
Por fin podemos hacer el check-in y subimos a la habitación, oh mein Gott, no sé si el bajo precio que pagamos justifica la cutrez del cuarto (52€). Es el típico cuarto de residencia de estudiantes, con 2 camas y 2 literas, pero lleno de porquería por todos lados. El baño ni me molesto en describirlo, solo decir que era asqueroso. No tenemos agua caliente ni calefacción por lo que no nos podemos duchar y para poder dormir (en el cuarto que está lleno de ventanales enormes que no ajustan por ningún lado, no habría más de 8-9ªC) tenemos que coger todas las mantas y los nórdicos de las otras camas vacías y ponérnoslos todos encima. Yo no soy muy exigente en cuestión de alojamientos, menos si solo es para pasar unas horas, pero este hotel lo recuerdo como uno de los peores sitios en los que pernocté.