Editado para añadir el videodiario de viaje
Una de las cosas que particularmente me hacían más ilusión de viajar a Japón, era poder ver el Monte Fuji. Puesto que solamente se puede ascender a su cima en agosto, tras mucho pensarlo y mirar por Internet, decidí proponerle a Pedro en nuestra ruta una excursión de un día y volver a escapar de Tokyo tras la que hicimos a Nikko.
Así que ese sábado lo dedicamos, en buena parte, a ir hasta uno de los cinco lagos que rodean al Monte Fuji: la ciudad de Kawaguchiko, que es la base para casi todas las rutas que van al Fuji. Fue un día que recuerdo con mucho cariño porque tuvo algo de mágico. Por un lado, nos permitió volver a contactar con el Japón más tranquilo, el alejado del bullicio de la gran ciudad, y por otro… Bueno, ya lo leerán
Comenzamos la ruta tomando la Yamanote hasta Shinjuku. De ahí hay que coger un tren hasta la estación de Otsuki (como siempre, les recomiendo usar la web Hyperdia para consultar trayectos y horarios. Está en inglés). Desde esta estación hay que coger una línea local que lleva directamente hasta destino en algo más de una hora. Ojo: este tren desde Otsuki hasta Kawaguchiko no es de la JR, por lo que no está incluido en el Japan Rail Pass. Creo recordar que salió como 15 euros cada uno. No es muy barato, pero bueno, considero que vale la pena la inversión.
Al igual que ya nos ocurriese en Nikko, nos dimos cuenta de que a medida que nos adentrábamos en zona rural, el paisaje se hacía más verde y las flores de cerezo abundaban. Al contrario que en Tokyo, donde ya apenas quedaban, por Kawaguchiko había sakuras.
Llegamos a la estación de trenes y nos encontramos con un pueblo bastante grande, agradable, tranquilo. Una caminata de unos 25 minutos nos permitió ver algunas cosas curiosas antes de llegar a orillas del lago.
Y otra foto para mi colección de tapas de alcantarilla curiosas.
Como ya habrán podido apreciar en la foto del semáforo, el día estaba especialmente nublado. No hacía mucho frío, pero sí que había algo de rasca. Así que cuando llegamos a orillas del lago, fue un poco decepcionante, porque del Fuji, ni rastro. Pedro, que siempre es optimista, me dijo: “tranquila, que tengo la corazonada de que lo veremos”. Y me dejó flipando cuando se acercó a una pareja mayor de japoneses y les preguntó, tan ricamente: “Sumimasen, Fuji-san doko?” (Disculpen, ¿dónde está el Fuji?). Y los japos, todos flipados, se pusieron a señalar en una dirección hacia los nubarrones exclamando “Fuji-san, Fuji-san!”. Me reí mucho xD
Aunque no pudiésemos ver el Fuji, el lago en sí es precioso, y lo que lo rodea, muy divertido. Para muestra, varios botones.
No podían faltar: baños públicos al estilo japonés. Los usé unas cuantas veces, y tampoco es tan incómodo Atención a la altura a la que está el papel higiénico, a la derecha.
Una chica coreana nos sacó esta foto a cambio de sacarle nosotros una a ella.
¿Qué es lo que hace que Pedro se ponga en modo-moe-on?
Pues sí, son…
… ¡barcas en forma de pato para navegar por el lago!
A lo largo del lago hay numerosos negocios de alquiler de estas simpáticas barcas en forma de pato, pero también de lanchas motoras e incluso te puedes subir en un barco con pinta retro que te hace un pequeño recorrido de media hora. Nosotros (cómo no) nos alquilamos una barca en forma de pato. Cogimos (cómo no, again) la más hortera, el patito rosa. Venir a Kawaguchiko y no hacerlo, es un delito xD Estuvimos pedaleando como 25 minutos, y aunque las lanchas motoras levantaban olas y en un par de ocasiones temimos seriamente volcar, lo pasamos como enanos.
Pero sin duda, lo mejor de habernos montado en el pato, fue lo que ocurrió mientras estábamos lago adentro. Las nubes seguían ahí, impidiendo la vista, pero de buenas a primeras, se abrieron y… Pudimos ver el Monte Fuji. No mucho, solo el pico, pero la vista quitaba el aliento.
Así que si algún día van, procuren que sea cuando esté el tiempo bueno y el cielo despejado, porque las vistas han de ser increíbles. Tan pronto como se dejó verse, se volvió a ocultar. Un visto y no visto que nunca olvidaremos, sobre todo porque desde tierra firme nos hubiera sido imposible detectarlo.
Después de las emociones fuertes, tocaba reponer fuerzas. Almorzamos en un restaurante que llevaban únicamente dos señoras mayores. Comimos en la segunda planta de una gran y vieja casa, con vistas preciosas al lago, muy barato y buenísimo. A ver si en vacaciones me pongo a editar vídeos, que está todo inmortalizado en películas digitales. Y tras ello, tocaba emprender el camino de regreso a la estación. A pata, por supuesto. En serio, vale la pena patear por Japón. Te puede pasar lo que a nosotros: encontrarte con un templo vacío en un barrio cualquiera de Kawaguchiko, y disfrutar de lo que les muestro a continuación…
Son cosas que no vienen en ninguna guía, y que de viajero a viajero vale la pena recomendar. Hay que aprovechar que Japón es un país muy seguro para perderse por sus calles, siempre con respeto, obvio. Esas pequeñas cosas son las que de verdad recordaré toda la vida.
Para regresar a Tokyo, hay que hacer el viaje a la inversa: de ahí a Otsuki, y coger el tren a Shinjuku. Un apunte: los trenes de la JR son tan, tan puntuales, que el tren local que llevaba a Otsuki salió con 5 minutos de retraso y no llegamos a tiempo a coger el de Shinjuku, y nos tuvimos que pasar una hora en Otsuki, con un frío horroroso, dando vueltas por las calles aledañas a la estación, donde no había casi nada abierto ni nadie, solo niebla entre montañas xD
Entre las horas de tren, y luego la media hora que nos llevó hacer el trayecto desde Shinjuku a Ueno en la Yamanote, acabamos cansadísimos. Pero creo recordar que esa noche fuimos a Akihabara a frikear una última vez… xD Al día siguiente, domingo, se acababa nuestra estancia en Tokyo hasta el final del viaje (los dos últimos días los pasamos nuevamente allá).