Nos levantamos preguntándonos si estábamos solos en el hotel, porque no se escuchaba a nadie, salvo la reforma del vecino de enfrente. La sala de desayuno conserva un techo pintado del siglo XIX y le da cierto encanto, aunque no hay ni un alma y el ambiente es muy frío. La misma recepcionista nos sirve un par de cafés y nos invita a un escueto bufet, eso sí, con uvas, lo más imprescindible para un buen desayuno... Salimos hacia el puerto de Milazzo en busca de los billetes más económicos para la excursión de un día a Panarea y Stromboli; ya habíamos visto los precios por internet y todos rondaban los 50 euros por persona (sin comida). En la Via dei Mitte, justo enfrente del puerto, se encuentran varias oficinas de agencias que ofrecen la excursión (Ustica Lines, Navisal, Tar-Nav, Siremar,...); cuanto mejor pinta tiene la agencia, más caro es el billete, pidiéndonos hasta 67 euros. En una de las esquinas, una chica gancho nos ofreció ir a una agencia de viajes y obtener un precio más económico. Tras muchas dudas, decidimos probar y fuimos a Clarissa Viaggi ( www.clarissaviaggi.com/ ) donde nos ofrecieron la excursión por 47 euros por persona; te dan un tícket para entregar al embarcar en un barco de Navisal; no os preocupéis, no hay nada raro y la propia gancho está allí a la hora del embarque para orientarte. Aunque existan muchas agencias, sólo dos barcos salieron ese día por lo que se agrupan pasajeros de diferentes agencias. No os aconsejamos que reservéis la excursión en el hotel puesto que a una pareja española que apareció en el hotel, le cobraron 70 euros por persona. Todos los que pagan más van a un barco algo mayor y un poco más moderno pero totalmente masificado. El nuestro se llamaba Eolo D´Oro y era más pequeño y familiar, lleno sobre todo de turistas sicilianos y muy divertido como contaremos luego.
El barco no zarpaba hasta las 11:30 por lo que nos da tiempo a dar un pequeño paseo por el soso puerto de Milazzo donde se contempla el castillo y acercarnos a un supermercado junto a la oficina de Clarissa Viaggi para comprar algunas provisiones para la comida.
Puerto de Milazzo.
Nos quedamos muy sorprendidos cuando la gancho que nos había ofrecido la excursión nos encontró de nuevo y dijo que nos había estado buscando para devolvernos 10 euros ya que se habían equivocado en el cambio o en el precio (no lo entendimos muy bien). Fueron muy honrados. Antes de subir al barco, regateamos con un vendedor ambulante de sombreros (los hay a patadas en el puerto) ya que el día prometía mucho sol y sesos a la brasa.
Embarcamos a las 11:15 sin ningún problema en el Eolo D´Oro, donde un animador mezcla entre Chiquito de la Calzada y Juan Tamariz baila sin parar los éxitos del verano de hoy y de siempre. La música está a todo pote y todo el mundo aplaude, da palmas y practica las últimas coreografías antes de salir. No no los podemos creer, esto durará todo el trayecto tanto de ida como de vuelta. Nos reimos con los éxitos de Raffaella Carrà y el karaoke en el que la gente se anima a participar. Los sicilianos ya están sin camiseta, con sus barrigas al aire y sus cadenas de oro brillando al sol, mientras una familia alemana se pone bolas de papel higiénico en los oidos por no soportar tantos decibelios. Dos señoras ancladas en los ochenta, participan de coro para seguir animando hasta llegar a Panarea.
Entre canción y canción se va explicando por megafonía el recorrido que se va siguiendo y las islas que se van divisando. El mar está en calma y las vistas de las islas en la lejanía brumosa son preciosas.
Eolo D´Oro y sus animadores.
Islas Eolias desde el barco.
A la 1, las familias sicilianas desaparecen de la cubierta y se meten en la zona con mesas para poner sus manteles y comer como si estuvieran en el campo, con botellas de refresco de 2 litros y tuppers. mientras la señora alemana, saca un envase de pepinos en rodajas para alimentar a la familia. La realidad siempre supera a la ficción en Sicilia. Tras 15 minutos de descanso vuelve la música y las coreografías varias hasta llegar a Panarea, nuestra primera escala.
Panarea es una de las islas más pequeñas de las Eolias, surgida, como todas, de una erupción volcánica, lo que se observa claramente en su configuración. Cuenta con una población de no más de 300 habitantes, aunque en verano se ve atestada de cruceristas de un día, como nosotros, y de un turismo italiano un poco pijo, que se quiere distinguir en los establecimientos exclusivos de esta pequeña isla. Sólo cuenta con un pequeño núcleo habitado alrededor de su capital, San Pietro, por donde únicamente se puede circular con pequeños coches eléctricos. El barco hace un pequeño rodeo por la isla para observar sus paisajes agrestes, sus casitas blancas y sus pequeñas calas como Cala Junco y dei Zimari. Tienes la sensación de haber llegado a otro mundo.
Llegada a Panarea y Cala Junco.[/align]
El barco te deja en el pequeño puerto de San Pietro, que está atestado de turistas de aquí para allá en la única calle, que hace de paseo marítimo, repleto, como es de suponer, de negocios para el turista; también hay un supermercado donde poder comprar algo para comer y bebidas; los precios no son muy elevados. Nos dejan unas dos horas y media en la isla y aprovechamos para comer en el puerto, desde donde se ve el entramado de la aldea, llena de casitas blancas con jardines floridos y buganvillas; parece que estuviéramos en una de las islas griegas.
Puerto de San Pietro.
Decidimos recorrer las callejuelas de San Pietro, todas con escaleras y con un trazado enrevesado, volviendo a veces al mismo punto, pero con unas vistas estupendas al mar desde cualquier lugar y a los islotes vecinos. No me extraña que se haya convertido en un lugar de descanso muy cotizado. Entre algunos pequeños hoteles y villas de gente con pasta, se puede llegar a una plaza donde se encuentra la Chiesa di San Pietro y un magnífico mirador para descansar un rato disfrutando del mar. La iglesia no es la catedral de Burgos, pero es interesante para un lugar tan pequeño y apartado.
Calles de San Pietro.
Vistas desde San Pietro.
Desde la propia iglesia parte un camino que, bordeando la costa y salpicado de casas blancas y algún restaurante, lleva hasta Cala Junto, tras una media hora de marcha. El calor es asfixiante, pero el recorrido merece la pena. Para los más perezosos, hay servicio de taxis eléctricos que te puede acercar, aunque no te garantizan que encuentres alguno para volver a tiempo a tomar el barco.
Camino hasta Cala Junto.[/align]
Cala Junto es, como su nombre indica, una pequeña cala llena de enormes guijarros que te harán polvo los pies, pero con unas aguas cristalinas y calentitas; darse un baño allí, en medio de la nada, es una experiencia inolvidable y totalmente recomendable. Hay, incluso, hasta socorristas para los cuatro bañistas que hemos llegado allí a pie o por barco. Para los que tengan más tiempo, pueden seguir caminando otro rato hasta Caletta dei Zimari, de similares características, aunque más abrigada y con los restos de un poblado prehistórico.
Cala Junco, Panarea.
Con el tiempo justo, regresamos al barco, que identificamos fácilmente, ya que tiene los grandes éxitos del verano a todo volumen, rompiendo la tranquilidad del puerto. Panarea nos ha encantado y prometemos volver para disfrutarla con más tranquilidad. El recorrido continúa por los islotes que acompañan a Panarea: Dattilo, Lisca Nera, Lisca Bianca, Bottaro y Basiluzzo, todos ellos deshabitados y con formas muy sugerentes gracias a la acción volcánica; el barco realiza un pequeño rodeo por ellos para poder observalos y volverte loco con tu cámara de fotos.
Dattilo y Basiluzzo.
Junto a Basiluzzo, el barco realiza una pequeña parada para observar las burbujas que produce uno de los volcanes submarinos y los restos de un cráter que estalló de otro de ellos. Los paisajes son increíbles, el agua de color turquesa, las formas rocosas extrañas...la máquina de fotos echa humo.
[size=7]Basiluzzo.
Basiluzzo.[/align]
La excursión nos está encantando. A media tarde llegamos a la isla de Stromboli, que ya llevábamos divisando desde hace tiempo; desde la lejanía se aprecia su forma de volcán perfecto, el que dibujábamos cuando éramos niños, y las fumarolas de su cráter, que resultan amenazadoras y fascinantes a la vez. El barco nos deja en el pequeño puerto de San Vincenzo, la capital de la isla. Es bastante mayor que San Pietro, en Panarea, y no tiene ese aspecto tan griego, pero también resulta encantador, con sus pequeñas casas, los jardines y la iglesia dominándolo todo. En realidad se trata de una sucesión de pequeñas aldeas unidas entre sí: Scari, San Vincenzo, Ficogrande y Piscità, todas muy similares. En el otro lado de la isla sólo se encuentra la pequeña aldea de Ginostra, a la que únicamente se puede acceder por mar.
Puerto de San Vincenzo, Stromboli.
Antes de que se escape la tarde, decidimos darnos un baño en la playa que se encuentra junto al puerto donde nos ha dejado el barco. La arena es negra, a veces con redondeadas piedras volcánicas y el agua, limpísima. La sensación es fascinante, casi surreal, darse un baño bajo el gigantesco cono volcánico que puede despertar en cualquier momento, agua y fuego unidos en un mismo lugar. Te sientes insignificante ante semejante monstruo.
Playa de Stromboli.
Tras el reparador baño, nos encaminamos hasta las callejuelas de San Vincenzo, casi todas ellas repletas de negocios para turistas; todo es carísimo, aunque no podemos resistirnos a otras granite en el mirador de la plaza en la que encontramos la iglesia de San Vicenzo. La calle principal, Via Roma, es la más sugerente, con algunos edificios antiguos y numerosas callejuelas que descienden o ascienden hasta donde el volcan permite. La iglesia de San Vincenzo, precedida de un inmenso atrio, es tremendamente monumental para ser la parroquia de un lugar tan pequeño; nos acercamos a la iglesia de San Bartolo camino de Piscità, otra de las aldeas. Si habéis visto la película Stromboli, terra di Dio, rodada por Rossellini en la isla en 1949, no podéis dejar de acercaros a la casa donde el director vivió su historia de amor con Ingrid Bergman; es casi un peregrinaje. Se encuentra a dos pasos de la iglesia de San Vincenzo.
Calles de San Vincenzo, Stromboli.
En cualquier lugar de la isla no puedes dejar de mirar hacia arriba, el cono del volcán parece que va a caer sobre ti.
Stromboli.[/align]
Al atardecer, debemos regresar al barco, aunque antes nos pasamos por una focacceria para comprar algunos arancini y trozos de pizza para cenar en el barco; está repleta de gente, es el único lugar medianamente barato de la isla. Zarpamos rumbo a la Sciara del Fuoco, pero, increíblemente, el barco queda parado durante 40 minutos en medio del mar, frente al puerto de Stromobli; el motivo es la cena con macarronnes a la eoliana que están tomando nuestros compañeros de viaje. Decidimos no contratarla y no nos arrepentimos, ya que, durante la cena del resto, sacamos nuestras provisiones en la cubierta del barco y pudimos disfrutar de uno de los atardeceres más impresionantes que jamas hayamos visto; los colores rosados se mezclan con el azul cobalto del mar, los islotes de fondo, el puerto de San Vincenzo delante y las nubes amenazantes que van cubriendo todo el cráter poco a poco. También nos preocupa bastante, no sabemos si podremos apreciar las erupciones volcánicas de la Sciara del Fuoco un poco más tarde.
Atardecer en Stromboli.
Tras la cena, el barco se dirige hacia Strombolicchio, un pequeño islote vecino a la isla principal con un faro colocado en un lugar imposible. El mar, los colores, la noche que cae...todo es impresionante.
Strombolicchio.
Con las últimas luces llegamos a la Sciara del Fuoco, el pasillo natural por el que desciende la lava hasta el mar. Damos unas cuantas vueltas hasta que se hace completamente de noche, al igual que los numerosos barcos que esperan la próxima erupción; parecemos un enjambre de abejas. Se hace esperar más de 40 minutos, pero, cuando estábamos a punto de irnos, se produjo. Es impresionante, se observa un gran resplandor y se ve como las rocas incandescentes descienden, ladera abajo, hasta el mar. Una experiencia inolvidable.
Sciara del Fuoco, Stromboli.
Nos espera un viaje de regreso de dos horas, pero no será nada aburrido. El barco monta una discoteca flotante donde todo el mundo baila sin parar la música más pachanguera posible, con coreografías incluídas; la gente se lo toma en serio y resulta muy divertido. Nos reímos muchísimo y, a la vez, no dejamos de pensar que regresaríamos a Stromboli para volver a disfrutar de la isla un poco más. Llegamos a Milazzo a las 23:45 con la cabeza loca, los oídos sordos y la piel como el forro de un bolso de tanto aire que nos ha dado, pero muy contentos de las experiencias del día de hoy. Sólo nos queda descansar para poder seguir conociendo mañana un poco más de Sicilia.