En mayo de 2008 estuve en Grecia 13 días haciendo un recorrido en coche por el Peloponeso, el norte y la isla de Eubea. Los lugares que visité fueron : Atenas, Corinto, Nafplio, Epidauro, Esparta, Mistras, Monenvasia, Mani, Kalamata, Trípoli, Karitana, Dimitsana, Diakofto, (ferry) Delfos, Osiou Louka, Livadia, Lamia, Trikala, Meteora, Pertouli, Gardiki, Kastania, Metsovo, Ioannina, Perama, frontera Albania, P. N. Vikos-Aoos, Papingo, Vikos, Monodendri, Kipi, Konitsa, Neapoli, Kalambaka, Termópilas, Eubea : Chalkida, Eretria, Stira, Karistos, Platanistos, Stira (ferry), Atenas, Porto Rafti. En total, 3.279 km.
En negro, la ruta; las aspas rojas, donde hice noche
ATENAS : me desplacé a la ciudad desde el aeropuerto Elefterio Venizelos en el coche de alquiler que me iba a acompañar todo el viaje. Llegué de noche y me costó algo dar con el hotel en el barrio de Glyfada, una zona residencial muy tranquila, justo lo que yo quería. Pero tuve que preguntar varias veces, la última a un taxista ya cerca del hotel. Muy amable, me dice que espere mientras trata de localizar la calle en un ¿gps?. Creí que me daría unas indicaciones y listo, pero no, me indica que le siga con el coche. Al cabo de un par de calles me pregunta en alto y de coche a coche : "¿Blue Sky hotel?", le contesto que sí y otra vez que le siga. Pensé : a ver si pretende considerarlo una carrera... Llegamos enseguida, no estaba lejos, pero era complicado encontrar el sitio. Le doy las gracias y me dice : "ten euro, or five at least". Me dio rabia, porque aunque me vino muy bien y se merecía algo, yo no lo contraté en ningún momento, sólo le pregunté dónde estaba el hotel. Así que opté por ponerme a la defensiva y me salió del alma un simple "what?" al mismo tiempo que le ponía cara de estar diciendo mucho más, por ejemplo : " ¿me estás tomando el pelo, nene?¿a santo de qué te voy yo a dar nada? has venido hasta aquí porque has querido ...", que fue más que suficiente para que rápidamente dijera : "no, nothing", arrancara y nunca más. Si colaba colaba, pero conmigo le salió mal, otra vez le funcionará con alguien más generoso.
El Hotel Blue Sky tiene buena relación calidad-precio (45 € la individual con desayuno), está nuevo y el sitio es tranquilísimo.
Las cariátides del Erecteion. Son una copia, los originales, en el museo.
El Partenón no se inmuta ante las hordas de turistas y de andamios
La mañana siguiente cogí el coche y lo aparqué cerca de la parada de metro, medio con el que llegué hasta la Acrópolis. La entrada al recinto cuesta 12 € e incluye además, el templo de Zeus y el ágora antigua con el museo-stoa de Atalo. Temía la visita a la Acrópolis ateniense, recordando el síndrome de Stendhal. Como muchos ya saben, el escritor francés del XIX se sintió enfermo en Florencia al contemplar tanto exceso de belleza. Y yo ya he sentido algo parecido en varios lugares como Salamanca, Brujas, el Louvre o Alcorcón. La Acrópolis estaba llena de gente, ya se esperaba, el Partenón lleno de andamios, no me lo esperaba, y ambas cosas influyen para que este lugar pierda gran parte de su magia. Reconozco que la visita a un lugar tan especial como la Acrópolis ateniense debería ser, por su valor histórico-artístico, una sensación única, pero poco me emocionó entre aquellas hordas de guiris en las que de ninguna manera me incluía ¡faltaría más! Ni siquiera las falsas, pero bellas cariátides del Erecteion lograron evitar el distanciamiento con que contemplaba todo aquel conjunto.
Sin embargo ocurrió algo inesperado, insólito, surgió el milagro. En medio de tanta monocromía a cargo de la piedra, una nota de salvaje colorido me golpeó los ojos. En medio de tanto clasicismo, un incontrolable romanticismo me descontroló. En medio de tanta proporción perfecta, la mayor desproporción me impresionó. Y en medio de tan planificado orden, el más absoluto caos me alucinó. Era ella, una rusa, rodeada de gente. Lo más probable es que se tratase de una princesa exiliada, ya mayor, descendiente de un zar, que iba acompañada de su séquito, todos aristócratas venidos a menos y a Atenas, de paso, que queda de camino. La Acrópolis completa desapareció para mí, ni Erecteion ni Partenón ni leches, solo podía mirar a la rusa y a su original indumentaria. Era una visita a un lugar importante, noble, y ella sabía que debía ir arreglada, con todas las galas, como diciendo "aquí estoy yo, la reina de Saba a mi lado es una paleta". La seguí entre los monumentos, pero teniendo yo claro que ella, la rusa, era el principal, un monumento andante, seguida por los otros personajes que, revoloteando, se disputaban sus favores. La imagen estaba clara, eran como moscas alrededor de una bombilla. Y es que ella brillaba y hacía opaco y gris todo lo demás, hasta el sol se ocultó tras oscuras nubes, no podía rivalizar con ella, porque quedaría en ridículo. Si hay una palabra apropiada, ésta es "glamour". ¿De qué otra manera podemos calificar esta imagen?
La princesa Alexandrina Fiodorovna Casibova. Detrás, de blanco, un guardaespaldas. Ah, no, perdón, es la duquesa Elena Elenova.
Analicemos el vestuario : camiseta azulcelestemevesaunquenoquieras; por encima, una chaquetilla de enormes flores azules y amarillas, probablemente la cortina del baño que sin darse cuenta se le quedó enganchada; todavía más encima, un gran pañuelo azul de flores inmensas; la falda, de diseño, no tengo palabras, pero está claro que es un arreglo de un tapete de mesa camilla y hace juego con la chaquetilla, la camiseta y el pañuelo, ¿o no?; en los pies, las sandalias con los típicos calcetines, es la esencia del glamour; pero no acaba aquí la cosa, en la cabeza, una elegantísima pamela blanca que dejaría avergonzadas a las más pijas asistentes a una carrera de caballos en Ascot; y aun más, como complemento, un bolso, que por si había pocas flores, luce unas enormes de color rosa chillón, que armoniza admirablemente con el azul chillón también. Por chillones los dos, más que por otra cosa. Como propina, en otra foto vemos que lleva un segundo bolso, discretísimo, como de incógnito, negro azabache, en el que guardará las flores que se le van cayendo del vestido. La cámara de fotos, que elegantemente lleva colgando cual collar de perlas completaba aquel bellísimo cuadro.
Aquel conjunto me subyugó, fui esclavo de su yugo y ya llegó llaga a mi alma por su belleza, cual daga en el pecho clavada por aquella rusa dama. (Uff, esta frase agota, léanla otra vez). Me faltó el aire, me sentí mareado ante tanta belleza y glamour y perseguí a mi Diana, cual ciervo herido a su cazador.
Después de inmortalizarla con mi cámara repetidas veces para poder conservar inmarcesible su recuerdo en mi memoria y en la de la cámara, permití que su grácil figura se difuminara entre las columnas de los Propíleos, el templo de la entrada. Por un segundo me pareció que iba a atravesar la piedra cual etéreo espíritu, la creía capaz de eso, pero no, en realidad se dio un buen tortazo contra una columna, dejándola tambaleante (a la columna), imagino que ante su belleza, no quiero pensar otra cosa. Y mi diosa del Olimpo, mi Venus Afrodita, se desvaneció.
Todavía hoy, 4 meses después, me inquieta contemplar estas fotos y siento un no sé qué difícil de definir. ¿Será el tan sublime síndrome de Stendhal? O lo que es peor aun, ¿será el nada sublime mal de Tutankamón?
Un bello plano de la trasera de la aristócrata rusa ante el Erecteion. ¡Cuánta belleza junta!
El sorprendente estilo fotográfico de la princesa. Aquí vemos, a su lado, de azul marino, a la gran duquesa Anastasia Tropezova, y de verde, a la condesa Ludmila Bolsonova, ambas muy discretas, como exige el protocolo. Fíjense en la cantidad de telas que le cuelgan a la princesa, más que una indumentaria parece un tendedero.
Además de la Acrópolis con los edificios anexos (teatros etc), vale la pena acercarse al templo de Zeus Olímpico o a lo que resta de él. Sólo queda un fotogénico grupo de trece enormes columnas corintias muy monas en una de las esquinas (como prostitutas, pero sin bolso). Sin embargo, nos permite imaginar lo que sería el templo con 104 (columnas, no fulanas) el mayor de Grecia. Al fondo, se ve la Acrópolis.
Templo de Zeus Olímpico
Desde el templo de Zeus, la Acrópolis se ve muy muy pequeñita, pero no es así, es grande
Los barrios de Plaka y Monastiraki son lo más "típico" de Atenas. Es un paseo agradable con algunos puntos de interés como varias iglesias bizantinas, catedral (discretita) y algún otro edificio suelto, pero no se trata de un conjunto especialmente bonito. Hay mucha tienda para turistas en algunas de estas calles con el característico ambientillo de "guiri". ¡Qué odiosos son estos guiris!, ¿por qué no se quedarán en su casa? Desde Monastiraki se accede rápidamente al ágora antigua, cuya visita se incluye en la entrada de la Acrópolis. Tiene un templo bien conservado, el de Hefesto, una iglesia bizantina y la "stoa" de Atalo totalmente restaurada y convertida en museo de cerámica. Todo lo mencionado de Atenas se ve perfectamente en un día y con calma. Conviene reservar parte de otro para el museo arqueológico. Lo dejé para el último día que era domingo y podía circular cómodamente en coche por la ciudad. En Monastiraki cogí el metro hasta la estación donde tenía el coche aparcado.
Templo en el Ágora
En negro, la ruta; las aspas rojas, donde hice noche
ATENAS : me desplacé a la ciudad desde el aeropuerto Elefterio Venizelos en el coche de alquiler que me iba a acompañar todo el viaje. Llegué de noche y me costó algo dar con el hotel en el barrio de Glyfada, una zona residencial muy tranquila, justo lo que yo quería. Pero tuve que preguntar varias veces, la última a un taxista ya cerca del hotel. Muy amable, me dice que espere mientras trata de localizar la calle en un ¿gps?. Creí que me daría unas indicaciones y listo, pero no, me indica que le siga con el coche. Al cabo de un par de calles me pregunta en alto y de coche a coche : "¿Blue Sky hotel?", le contesto que sí y otra vez que le siga. Pensé : a ver si pretende considerarlo una carrera... Llegamos enseguida, no estaba lejos, pero era complicado encontrar el sitio. Le doy las gracias y me dice : "ten euro, or five at least". Me dio rabia, porque aunque me vino muy bien y se merecía algo, yo no lo contraté en ningún momento, sólo le pregunté dónde estaba el hotel. Así que opté por ponerme a la defensiva y me salió del alma un simple "what?" al mismo tiempo que le ponía cara de estar diciendo mucho más, por ejemplo : " ¿me estás tomando el pelo, nene?¿a santo de qué te voy yo a dar nada? has venido hasta aquí porque has querido ...", que fue más que suficiente para que rápidamente dijera : "no, nothing", arrancara y nunca más. Si colaba colaba, pero conmigo le salió mal, otra vez le funcionará con alguien más generoso.
El Hotel Blue Sky tiene buena relación calidad-precio (45 € la individual con desayuno), está nuevo y el sitio es tranquilísimo.
Las cariátides del Erecteion. Son una copia, los originales, en el museo.
El Partenón no se inmuta ante las hordas de turistas y de andamios
La mañana siguiente cogí el coche y lo aparqué cerca de la parada de metro, medio con el que llegué hasta la Acrópolis. La entrada al recinto cuesta 12 € e incluye además, el templo de Zeus y el ágora antigua con el museo-stoa de Atalo. Temía la visita a la Acrópolis ateniense, recordando el síndrome de Stendhal. Como muchos ya saben, el escritor francés del XIX se sintió enfermo en Florencia al contemplar tanto exceso de belleza. Y yo ya he sentido algo parecido en varios lugares como Salamanca, Brujas, el Louvre o Alcorcón. La Acrópolis estaba llena de gente, ya se esperaba, el Partenón lleno de andamios, no me lo esperaba, y ambas cosas influyen para que este lugar pierda gran parte de su magia. Reconozco que la visita a un lugar tan especial como la Acrópolis ateniense debería ser, por su valor histórico-artístico, una sensación única, pero poco me emocionó entre aquellas hordas de guiris en las que de ninguna manera me incluía ¡faltaría más! Ni siquiera las falsas, pero bellas cariátides del Erecteion lograron evitar el distanciamiento con que contemplaba todo aquel conjunto.
Sin embargo ocurrió algo inesperado, insólito, surgió el milagro. En medio de tanta monocromía a cargo de la piedra, una nota de salvaje colorido me golpeó los ojos. En medio de tanto clasicismo, un incontrolable romanticismo me descontroló. En medio de tanta proporción perfecta, la mayor desproporción me impresionó. Y en medio de tan planificado orden, el más absoluto caos me alucinó. Era ella, una rusa, rodeada de gente. Lo más probable es que se tratase de una princesa exiliada, ya mayor, descendiente de un zar, que iba acompañada de su séquito, todos aristócratas venidos a menos y a Atenas, de paso, que queda de camino. La Acrópolis completa desapareció para mí, ni Erecteion ni Partenón ni leches, solo podía mirar a la rusa y a su original indumentaria. Era una visita a un lugar importante, noble, y ella sabía que debía ir arreglada, con todas las galas, como diciendo "aquí estoy yo, la reina de Saba a mi lado es una paleta". La seguí entre los monumentos, pero teniendo yo claro que ella, la rusa, era el principal, un monumento andante, seguida por los otros personajes que, revoloteando, se disputaban sus favores. La imagen estaba clara, eran como moscas alrededor de una bombilla. Y es que ella brillaba y hacía opaco y gris todo lo demás, hasta el sol se ocultó tras oscuras nubes, no podía rivalizar con ella, porque quedaría en ridículo. Si hay una palabra apropiada, ésta es "glamour". ¿De qué otra manera podemos calificar esta imagen?
La princesa Alexandrina Fiodorovna Casibova. Detrás, de blanco, un guardaespaldas. Ah, no, perdón, es la duquesa Elena Elenova.
Analicemos el vestuario : camiseta azulcelestemevesaunquenoquieras; por encima, una chaquetilla de enormes flores azules y amarillas, probablemente la cortina del baño que sin darse cuenta se le quedó enganchada; todavía más encima, un gran pañuelo azul de flores inmensas; la falda, de diseño, no tengo palabras, pero está claro que es un arreglo de un tapete de mesa camilla y hace juego con la chaquetilla, la camiseta y el pañuelo, ¿o no?; en los pies, las sandalias con los típicos calcetines, es la esencia del glamour; pero no acaba aquí la cosa, en la cabeza, una elegantísima pamela blanca que dejaría avergonzadas a las más pijas asistentes a una carrera de caballos en Ascot; y aun más, como complemento, un bolso, que por si había pocas flores, luce unas enormes de color rosa chillón, que armoniza admirablemente con el azul chillón también. Por chillones los dos, más que por otra cosa. Como propina, en otra foto vemos que lleva un segundo bolso, discretísimo, como de incógnito, negro azabache, en el que guardará las flores que se le van cayendo del vestido. La cámara de fotos, que elegantemente lleva colgando cual collar de perlas completaba aquel bellísimo cuadro.
Aquel conjunto me subyugó, fui esclavo de su yugo y ya llegó llaga a mi alma por su belleza, cual daga en el pecho clavada por aquella rusa dama. (Uff, esta frase agota, léanla otra vez). Me faltó el aire, me sentí mareado ante tanta belleza y glamour y perseguí a mi Diana, cual ciervo herido a su cazador.
Después de inmortalizarla con mi cámara repetidas veces para poder conservar inmarcesible su recuerdo en mi memoria y en la de la cámara, permití que su grácil figura se difuminara entre las columnas de los Propíleos, el templo de la entrada. Por un segundo me pareció que iba a atravesar la piedra cual etéreo espíritu, la creía capaz de eso, pero no, en realidad se dio un buen tortazo contra una columna, dejándola tambaleante (a la columna), imagino que ante su belleza, no quiero pensar otra cosa. Y mi diosa del Olimpo, mi Venus Afrodita, se desvaneció.
Todavía hoy, 4 meses después, me inquieta contemplar estas fotos y siento un no sé qué difícil de definir. ¿Será el tan sublime síndrome de Stendhal? O lo que es peor aun, ¿será el nada sublime mal de Tutankamón?
Un bello plano de la trasera de la aristócrata rusa ante el Erecteion. ¡Cuánta belleza junta!
El sorprendente estilo fotográfico de la princesa. Aquí vemos, a su lado, de azul marino, a la gran duquesa Anastasia Tropezova, y de verde, a la condesa Ludmila Bolsonova, ambas muy discretas, como exige el protocolo. Fíjense en la cantidad de telas que le cuelgan a la princesa, más que una indumentaria parece un tendedero.
Además de la Acrópolis con los edificios anexos (teatros etc), vale la pena acercarse al templo de Zeus Olímpico o a lo que resta de él. Sólo queda un fotogénico grupo de trece enormes columnas corintias muy monas en una de las esquinas (como prostitutas, pero sin bolso). Sin embargo, nos permite imaginar lo que sería el templo con 104 (columnas, no fulanas) el mayor de Grecia. Al fondo, se ve la Acrópolis.
Templo de Zeus Olímpico
Desde el templo de Zeus, la Acrópolis se ve muy muy pequeñita, pero no es así, es grande
Los barrios de Plaka y Monastiraki son lo más "típico" de Atenas. Es un paseo agradable con algunos puntos de interés como varias iglesias bizantinas, catedral (discretita) y algún otro edificio suelto, pero no se trata de un conjunto especialmente bonito. Hay mucha tienda para turistas en algunas de estas calles con el característico ambientillo de "guiri". ¡Qué odiosos son estos guiris!, ¿por qué no se quedarán en su casa? Desde Monastiraki se accede rápidamente al ágora antigua, cuya visita se incluye en la entrada de la Acrópolis. Tiene un templo bien conservado, el de Hefesto, una iglesia bizantina y la "stoa" de Atalo totalmente restaurada y convertida en museo de cerámica. Todo lo mencionado de Atenas se ve perfectamente en un día y con calma. Conviene reservar parte de otro para el museo arqueológico. Lo dejé para el último día que era domingo y podía circular cómodamente en coche por la ciudad. En Monastiraki cogí el metro hasta la estación donde tenía el coche aparcado.
Templo en el Ágora