Dejamos esta visita para el último día ya que queríamos comer en La Venta de Juan Pito y este establecimiento sólo abre sábados y domingos fuera del verano.
Desde Ochagavia parte una carretera que conduce directamente hasta el Valle del Roncal, una carretera que se adentra entre las montañas, sinuosa y umbría, absolutamente preciosa de recorrer. Entre otras cosas está llena de caballos y vacas que se pasean por ella con la naturalidad del que sabe que está en su derecho y lo hacen tanto en compañía de humanos como solos. Imprescindible tener mucho cuidado pues pueden aparecer detrás de cualquier curva.
Hicimos nuestra primera parada en el pueblo de Uztárroz ya que en mi guía hablaba de él como de un típico pueblo pirenaico de gran belleza y que alberga uno de los pocos hórreos que se conservan en Navarra. De su belleza doy fe, impresionante el entorno y el pueblo mismo, lleno de casas que mezclan la piedra y el encalado, la madera con la flores.
Se puede aparcar en la misma carretera y entrar en el pueblo a pie, una parada de no más de 15 minutos. El hórreo está allí mismo pero no tiene nada que ver con los que conocemos de Asturias o Galicia, es más bien una casa con “patas”
Desde allí seguimos nuestro camino y un poco más adelante se encuentra la Foz de Mintxate, debidamente señalizada desde la carretera y que merece la pena perder un poco de tiempo en recorrerla. Puede recorrerse a pie sin ningún problema y es otro de los lugares que puede recorrerse con silla de niño. Hay un letrero a la entrada que dice que solo pueden pasar vehículo autorizados, pero por allí pasaba todo el mundo.
Afortunadamente el otoño iba entrando y ya empezaban a amarillear las hojas y pudimos disfrutar de una rica y variada gama de colores.
Pocos kilómetros más adelante se encuentra el pueblo de Isaba, principal población de este valle y que merece la pena recorrerse detenidamente pues tiene un conjunto urbano muy cuidado y agradable con casonas señoriales, puentes, blasones y una iglesia del siglo XVI con aspecto de fortaleza
A tener en cuenta que el anunciado Museo Etnográfico está cerrado fuera de la temporada de verano.
Una vez visitado el pueblo continuamos nuestro camino montaña arriba, siguiendo el río Belagua hasta llegar la puerto de Belagua que ofrece una de las vistas mas impresionantes de todo nuestro viaje.
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Todavía más arriba se encuentra la Reserva Natural de Larra, una meseta de naturaleza kárstica que nos ofrece un paisaje desolado, con apenas algunos árboles desperdigados, pino negro y algunos enebros enanos y rododendros, únicos árboles capaces de prosperar a esta altura.
Pero que ofrece un gran tesoro escondido: Dolinas, simas, valles, cuevas formadas por la erosión producida por el agua en estos terrenos calcáreos. En el karst de Larra se han cartografíado mas de 600 simas muchas de la cuales superan los 100 m de profundidad.
La carretera nos conduce hasta la frontera con Francia y allí pudimos contemplar un fenómeno que a mí me pareció maravilloso: todo el lado francés estaba cubierto de nubes, blancas y espesas como si fuese nieve, como una capa extensa y uniforme de la que sobresalían los picos como dedos que desgarran una tela.
Realmente merece la pena subir hasta aquí sólo por ver estos paisajes.
Decidimos comer pronto pues la Venta de Juan Pito es un lugar pequeño y no admiten reservas, así que a las 13,30 estábamos sentados a la mesa. E lugar es una reliquia de otros tiempos, decorado con mesas macizas, con asientos hechos de troncos de árboles y mesas corridas en donde se mezclan los comensales sean o no del mismo grupo. La comida contundente y bien cocinada, platos típicos de la zona: migas, carne, setas, alubias, truchas. Lo mejor los precios, 5 personas unos 70 euros y no nos privamos de nada, ni siquiera del café. Servicio bastante eficiente y agradable.
Desde allí nos dirigimos a ver el Dolmen de Arrako, bastante cerca del la Venta y a mano derecha según se va a Isaba, está debidamente anunciado.
Muy cerca hay una hacienda que ofrece venta de queso y también miel si se tiene suerte y la hay. Compramos un queso pues conocíamos el lugar de veces anteriores.
Y después, pasando Isaba y ya por la NA137 nos dirigimos hasta Burgui a ver la Foz de Burgui. Hay carteles indicadores y no tiene pérdida. El coche se deja en el lado contrario y se cruza el río por un puente de piedra antiguo y ya estamos en la Foz. Lo primero que se nos ofrece a la vista es un pequeño museo sobre la vida del lugar, con reproducciones de construcciones propias y carteles explicativos de su uso. Muy recomendable.
Lo primero que se ve es una reproducción de una almadía. La almadía es una barcaza construida con troncos de árboles unidos entre sí y que servía para transportar los propios troncos que la formaba. Era un trabajo arriesgado y para gente muy ágil y diestra.
Además hay reconstrucciones de un horno de pan, de otro horno para fabricar cal y también de un horno de carbón
Y después de esta visita nos volvimos a nuestra casa que ya era hora de ir recogiendo pues nos marchábamos al día siguiente.