ETAPA 5. LISBOA (2º día).
Afortunadamente las nubes se habían disipado y amaneció un día espléndido, con un sol generoso que ya no nos abandonaría en todo el viaje. La mañana la dedicamos a recorrer el barrio de Belém, lo primero de todo la Torre defensiva que mandó construir el rey Manuel I entre 1515 y 1521, y que fue declarada Patrimonio de la Humanidad en 1983 junto con el Monasterio de los Jerónimos. El interior no es que tenga demasiado que ver, pero gusta subir a las almenas y contemplar las vistas.
Hay que caminar sin prisas por los alrededores (Rua de Belém, Travesía dos Ferreiros…) y a lo largo del paseo junto al río (Rua Vieira Portuense). Como casi todos los turistas, prestamos especial atención a la gran Praça do Imperio;
al monumento a los Descubrimientos, y, naturalmente, el Monasteiro dos Jerónimos, que Manuel I mandó construir en 1501 para conmemorar el regreso de Vasco de Gama (su tumba se encuentra en la iglesia del Monasterio junto a la de cinco reyes y siete reinas) del histórico viaje en el que descubrió la ruta marítima a la India y que se financió con el dinero obtenido por el comercio de las especias. Lo que más me gustó, su extraordinario claustro, con arcos y balaustradas adornadas con figuras y tracerías, obra de Joao de Castilho en 1544.
Entretanto, mi marido fue a visitar el Museo de Marina, uno de los varios museos que hay en los alrededores (Coches, Arte Popular…). Comimos en uno de los numerosos restaurantes que se ubican en la zona y terminamos tomando un café con un dulce en la “Antiga Confeitaria de Belém” (Rua de Belem 84-92, muy cerca de los Jerónimos), un famoso establecimiento del siglo XIX, donde se degustan los famosos pasteles de Belém (hojaldres rellenos de crema). Gusten más o menos (a mi me parecieron algo empalagosos), no hay que irse de Lisboa sin probarlos y ver los salones del café, siempre muy concurridos.
Pensamos en volver un rato al hotel, pero hacía un día tan estupendo que preferimos acercarnos al cercano Jardín Agrícola Tropical, con sus estanques, plantas y árboles exóticos, y descansar al aire libre. Muy bonito, un remanso de paz muy cerca del bullicio callejero. Vale la pena subir la empinada cuesta, aunque claro… en Lisboa casi todo son cuestas, jeje.
Después alargamos un poco el paseo hasta los jardines del Palacio de Ajuda, que también ofrece unas estupendas vistas de la ciudad.
Por la tarde, cogimos el autobús hasta el Parque das Naçoes, donde se celebró la Expo98 y que se ha reconvertido en centro de atracciones. El trayecto de más de media hora en autobús, concurridísimo de gente que volvía a sus casas después de trabajar y también de turistas, permite descubrir zonas periféricas de Lisboa y los nuevos barrios construidos a principios de este siglo. El Parque presenta los contrastes y contradicciones típicos de las grandilocuentes instalaciones destinadas a este tipo de eventos pero difíciles de rentabilizar en el tiempo por su gigantismo y sus altos costes de mantenimiento. Constituye un agradable lugar de esparcimiento pero también queda claro que muchas de las edificaciones no tienen contenido ni mucha utilidad en el futuro (y no digamos en época de crisis). Claro que hay infraestructuras que perduran, como las estaciones del metro (imponente la estación de Oriente, aunque no sé si estará infrautilizada), los barrios nuevos y el impresionante Puente Vasco de Gama con sus 17 km. de longitud, que ha servido para descongestionar el tráfico de Lisboa.
En esta foto, al fondo, se puede apreciar la estación del metro de Oriente, construida también con motivo de la Exposición Universal de 1998.
De vuelta al centro, subimos hasta la Praça del Marqués de Pombal, al final de la Avenida da Libertade, con el monumento al estadista y los jardines tropicales.
Teníamos intención de volver a la zona Alta para cenar y escuchar fado, pero estábamos demasiado cansados y decidimos dejarlo para nuestro próximo viaje a Lisboa. Siempre es bueno dejar algo pendiente. Eso te anima a volver y ganas no faltan.