[Amaneció (es un decir) un día espléndido de sol. Estábamos contentísimos porque era uno de los días más esperados del viaje: la excursión a las Islas Lofoten. Había visto tantas fotos y leído tanto sobre ellas, que me moría de ganas por llegar. Bordeamos la isla de Hadsel y llegamos a Melbu, donde tomamos un ferry que nos llevó a las Lofoten. Por el camino, vimos el fiordo de Hadsel y los escarpados picos de las Lofoten acechan impresionantes y misteriosos, parece que los hayan cortado con una sierra en zigzag.
El viaje en ferry es una gozada. Me atenazó la emoción según íbamos acercándonos a las Lofoten y los picos crecían ante nuestra vista, sin que la cámara pueda abarcar apenas un pequeño trozo de aquel agreste panorama.
Cualquier comentario que haga no le haría justicia, así que no escribiré nada más y me limitaré a poner algunas fotos, que tampoco reflejan demasiado fielmente la grandiosidad del entorno.
De camino hacia el pueblo pesquero de Svolvaer cruzamos bellísimos paisajes y nos detuvimos en varios miradores.
En Svolvaer, estuvimos a los pies de la famosa Cabra de Svolvaer, el pico emblemático que aparece en tantos folletos de viajes de las islas, con una persona saltando entre sus dos pezuñas. Yo creía que era un montaje, pero parece que sí hay quien se atreve a saltar y que incluso se han producido muertes entre alguno que no acertó bien a poner el pie. ¡Madre mía, qué vértigo!
La verdad es que desde abajo pierde buena parte de su atractivo, ya que lo guay es ver la panorámica desde arriba, que abarca buena parte de las islas. Como en esta vida no existe la felicidad completa, no pudimos disfrutar de ese formidable mirador. Qué se le va a hacer. Otra vez será.
Seguimos avanzando hasta el pueblo pesquero de Kabelvag, que cuenta con una de las iglesias de madera más grandes de Noruega. Se la conoce por “la Catedral” y puede albergar más de 1.200 fieles.
Puerto de Kavelvag:
En el puerto tomamos un barco para ir al fiordo del Troll, uno más pequeños pero, según dicen, de los más bonitos. El trayecto, a través del estrecho de Raftsundet, depara nuevos paisajes espectaculares, navegando entre los picos de las montañas que coronan las islas y salpican el fiordo. Ya sólo por eso merece la pena contratar la excursión.
Conforme vamos avanzando, empiezan a aparecer más y más nubes que le dan al panorama un aire más misterioso e inquietante. Al haber menos luz, lo acusan las fotos, pero en vivo no está tan oscuro y el contraste de colores resulta indescriptible.
El fiordo del Troll tiene apenas 2 Km. de longitud, su entrada es muy estrecha y lo rodean grandes paredes escarpadas con picos nevados, formando varias cascadas.
Lástima que se nublase justamente cuando llegamos, pero la falta de luz afectó más a la fotos que a lo que vimos en vivo. Precioso, realmente. Aunque al principio pueda parecer un poco turistada, sobre todo por el precio, la excursión es realmente muy bonita por el fiordo y por los paisajes que se contemplan desde el barco.
De regreso en el barco, nos dieron de comer. Se agradece el guiso de bacalao calentito, muy rico; también probamos pinchitos de ballena, pero no me hizo demasiada gracia. Hacía algo de fresco, pero con el chubasquero y el gorrito se estaba muy bien en cubierta, disfrutando del paisaje y de las aves, principalmente gaviotas que sobrevolaban el barco a centenares.
Ya en tierra, seguimos recorriendo las Lofoten, hasta llegar a otro pueblecito pesquero, llamado Henningavaer, por donde estuvimos paseando un rato, admirando sus bonitas casas de madera frente a los recortados picos:
Finalizamos la jornada, volviendo a coger el barco de vuelta a las Vesteralen. Esta imagen presentaban las Lofoten cuando nos despedimos:
Nos esperaba un largo viaje hasta Andenes, en la punta norte de la isla de Andoy, donde nos alojamos esta noche. Este era el aspecto del cielo cuando nos acostamos, desde la ventana de nuestra habitación: