El decimocuarto día de nuestro viaje a Japón fue totalmente bipolar. Empezó de manera extraordinaria y acabó siendo el único punto negativo de toda la planificación que realicé en la ruta. Ya verán el porqué.
Por lo pronto, nos levantamos muy tempranito tras haber descansado de lo lindo en el ryokan. Nuestro plan era subir en teleférico al Monte Misen, el punto más alto de Miyajima, para luego bajar caminando, desayunar, ir a recoger las maletas al ryokan y tomar el ferry de vuelta a Hiroshima, en donde cogeríamos el shinkansen para ir a la isla de Kyushu, una de las principales del archipiélago japonés; en concreto, a su principal ciudad, Fukuoka.
Así que a las siete de la mañana ahí estábamos los dos, caminando por las calles desiertas de Miyajima, rumbo al camino de ascensión al Monte Misen. Pero cuando llegamos al teleférico, primer contratiempo: hasta las 9 de la mañana, no lo abrían. Así que teníamos dos opciones: o volvíamos al ryokan y matábamos el tiempo hasta esa hora y retrasábamos todos los planes (lo cual era un problema, porque de Hiroshima a Fukuoka en shinkansen son casi 3 horas de trayecto), o subíamos caminando a lo alto del Monte Misen y tomábamos el teleférico para bajar.
Y, como no podía ser de otra forma, a pesar de no llevar calzado ni ropa deportiva, a pesar de no haber desayunado, y de que yo estaba en el punto álgido de mi resfriado, nos decantamos por la opción B. Es decir, subir a pata.
Fue duro, para qué les voy a mentir. Son casi dos kilómetros de subida, a veces con pendiente bastante pronunciada, pero valió la pena. Fue una experiencia totalmente maravillosa.
Lo primero que nos llamó la atención de los alrededores, es que no había nadie. Nosotros tenemos por costumbre siempre que vamos de excursión por el campo empezar bien temprano, para que el mediodía (horas fuertes de sol) nos pille ya regresando, y lo normal en España es que cuando estás ya volviendo, te encuentres con un montón de gente que están empezando. Pues en Japón, nos ocurrió lo mismo xD
Y cuando que prácticamente no había nadie, es cierto xD
El camino de subida al Monte Misen transcurre en plena montaña, con escalones habilitados de piedra que a veces resultan incómodos por su altitud.
Este tramo de la foto era solo al principio. A medida que ibas estando más alto, la cosa se ponía peluda…
Pero era todo tan bonito, tan tranquilo (de vez en cuando pasaba algún grupo de japoneses con su equipo de montañismo, los saludabas con un konichiwa (hola) y una pequeña reverencia, y te respondían de igual manera con una sonrisa), que lo disfrutabas, a pesar del cansancio. Y a todas estas, riachuelos, pajaritos, insectos varios y, cómo no, ciervos salvajes.
Caminante, no hay camino…, se hace camino al andar.
A medida que la subida se hacía más dura, los konichiwa que intercambiábamos con los japoneses se transformaban, por parte de ellos, en gambare (¡ánimo!). Imagino que les debía de llamar la atención ver a dos guiris afanados a esas horas, je, je.
Y de pronto, desde lo alto del camino de escalones de piedra que llevábamos una hora subiendo, esto apareció ante nuestros ojos.
Solo por esas vistas mereció la pena la paliza.
Pero todavía no estábamos en lo alto del Monte Misen, había que seguir. Muy cerca de la zona en la que te deja el teleférico (desde ahí hasta lo alto del monte hay como 10 minutos de subida a pie), nos encontramos un precioso templo.
Preferimos no despistarnos mucho y subir, para luego dedicarle tiempo al templo y alrededores, así que seguimos caminando, y poco después, llegamos.
Todo sea dicho: con lo bonita que es la isla y lo bien cuidada que la tienen, el mirador de lo alto del monte es decepcionante: una estructura de hierro oxidada con pinta de estar semiabandonada. Pero bueno, ya poco nos importaba
Cómo no, también por esos lares había moradores autóctonos…
Bajamos hasta el templo.
¡Sí, ahí arriba estuvimos, je, je!
Y decidimos dejar nuestra segunda y última tablilla con deseo escrito en Japón. La primera la pusimos en Nikko.
A diferencia de allí, esta vez si tuvimos que pagar una cantidad por la tablilla. El donativo era de 500 yenes (5 euros), pero nos apetecía dejar nuestro deseo.
Pues sí, tal y como pone en la leyenda de la foto, el deseo que pedí (lo escribí yo), fue regresar con Pedro a Miyajima. Espero que algún día se cumpla ^.^
En los alrededores del templo encontramos rincones repletos de encanto, como los que contenían estas estatuas:
Y otra que me gusta incluso más.
Iba siendo hora de regresar al punto de inicio de nuestro recorrido. A esas horas, diez menos veinte de la mañana, más o menos, ya el teleférico estaba operativo (la cantidad de japoneses que estaban subiendo nos lo confirmaba), así que fuimos a comprar los tickets para poder hacer el trayecto de bajada. No fueron baratas, creo recordar que unos 10 euros cada una, pero entre el hambre que teníamos y que el tiempo se nos echaba encima, no teníamos muchas alternativas. Así que, pa’lante.
Por cierto, yo tengo un vértigo horroroso xD La vez que me monté con mis padres y hermano en el teleférico de Montserrat (Cataluña), lo pasé fatal, e iba un poco “acongojada”, pero bueno, no pasó nada, aunque las alturas eran considerables, como puede apreciarse.
Y encima el trayecto va en dos tramos en los que hay que cambiar de coche una vez…
Llegamos sanos y salvos al pueblo de Miyajima, y buscamos dónde llenar el estómago. Acabamos zampándonos un menú de katsudon (cerdo empanado con huevo sobre base de arroz) más sopa de miso y encurtidos, que entró que dio gusto, je, je. Como comprobamos que todavía era temprano (poco más de las diez de la mañana), decidimos dar un paseo por los alrededores.
[img]La marea estaba medio vacía, y pudimos deleitarnos con otra vista diferente del Toori.[/img]
Y sin embargo, nos tocaba despedirnos de aquel maravilloso lugar.
Regresamos al ryokan a por la maleta y nos dirigimos al muelle para tomar un ferry de la JR a Miyajimaguchi, no sin antes detenernos a cotillear por los tenderetes.
A Pedro el olor le pareció irresistible…
Por supuesto, se llevó un último souvenir de Miyajima.
Dice que estaba buenísimo, je, je. Yo aún estaba llena del pedazo desayuno que nos metimos entre pecho y espalda. El trayecto en ferry transcurrió sin problema y en apenas diez minutos ya estábamos en la otra orilla.
Y tras tomar el tren de vuelta a la estación central de Hiroshima, nos dispusimos a tomar el shinkansen para un viaje de unas tres horas a la estación de Hakata, en Fukuoka, principal ciudad de la isla de Kyushu. Y es aquí donde reconozco que cometí un error al planificar nuestro viaje.
Japón está compuesto de un montón de islas, de las cuales las principales son, de arriba a abajo, Hokkaido, Honshu (la de mayor tamaño, en donde está Tokyo y Kyoto), Shikoku y Kyushu, como se puede observar en el siguiente gráfico.
(Gráfico tomado de la web: pubpages.unh.edu/ ...yushu.html)
Desde aquí, consejo a los amigos viajeros: a no ser que tengan planeado dedicar varios días a recorrer Kyushu, no vale la pena llegar hasta Fukuoka. La ruta que teníamos prefijada era ir de Hiroshima a Fukuoka, pasar noche en Fukuoka y al día siguiente bajar a Beppu, ciudad balneario famosa por sus numerosos onsen al aire libre, pero nos encontramos con varios factores en contra: el primero, la distancia (como ya dije, casi tres horas de viaje en shinkansen desde Hiroshima); segundo, el cansancio (y el alojamiento que teníamos reservado) y tercero, el tiempo, puesto que la predicción decía que a la jornada siguiente empezaría a llover en la región y no pararía durante varios días.
Pero vayamos por pasos: cuando llegamos a Fukuoka, nos encontramos con una ciudad enorme. Nos sorprendió, de hecho, que fuera tan grande, ya que nos imaginábamos algo a menor escala. Sin embargo, y pese a que mucho no vimos de ella, la sensación general que me dejó Fukuoka es que es una especie de Nagoya pero a lo bestia. Es decir, una ciudad funcional pero sin demasiadas cosas realmente interesantes que ver. Seguramente que si algún día vuelvo y le dedico el tiempo y las energías suficientes, me llevaré otra impresión del lugar, pero lo cierto es que fue lo que menos me gustó de todo el viaje.
Para colmo, me equivoqué al reservar alojamiento por Internet. Quería abarcar un abanico amplio de alojamientos, y me decanté por un hostal para viajeros. Reservé en el Guesthouse Kaine, que por las fotos de la web parecía estar muy bien. El sitio resultó ser de lo más cutre (una habitación horrorosa, con futones casi de papel) cuyo punto fuerte era una sala común (bastante agradable, eso sí) en el que los viajeros que se alojaban allí podían reunirse, charlar y demás. El chico que regentaba el hostal era joven y hablaba un inglés muy fluido, algo que se agradece. También era muy amable, pero teniendo en cuenta lo lejos que estaba de la estación de trenes (casi un kilómetro a pata tuvimos que andar y preguntar varias veces, hasta que las chicas de un negocio le imprimieron a Pedro un mapa sacado de Yahoo!), y que al final salió carísimo para lo que era (casi 60 euros, cuando la doble en Tokyo nos costó 70 euros), no, no nos compensó.
Pero ya que estábamos allá, había que salir a dar una vuelta, para descubrir algo de la ciudad.
Fukuoka tiene fama de ser una de las ciudades más cosmopolitas y abiertas de Japón porque por su puerto ha tenido tradicionalmente mucha conexión con otros países. De hecho, está más cerca de Corea del sur que de Tokyo, algo que se notaba, sobre todo, porque los carteles estaban escritos en japonés, coreano (en Gran Canaria hay muchos surcoreanos viviendo, desde hace varias generaciones, por lo que nos resultó muy fácil reconocer su sistema de escritura) e inglés.
Casi todos los surcoreanos llegan por ferry a Fukuoka. Incluso llegamos a ver grupos de turistas coreanos con sus mapas, recorriendo como nosotros la ciudad.
Paseamos por varias calles muy animadas y repletas de gente joven, en donde nos topamos con viejos conocidos, en concreto…
… la recreativa de los tambores tradicionales japoneses…
… y las deliciosas crepes japonesas. Estas de aquí son réplicas de plástico, para que puedas elegir fácilmente cuál quieres.
Fukuoka también es conocida por su ramen y los numerosos puestillos callejeros de comida. La intención era cenar en uno de ellos, pero vimos solamente unos cuantos, y entre el cansancio que teníamos y también el embajonamiento, cenamos en un local normal que encontramos por ahí.
Regresamos al hostal, no sin quedarnos mirando como tontos un escaparate de una tienda dedicada a vestidos de boda… No es la primera foto que subo de uno de estos vestidos, y la verdad, si todos los trajes de boda tipo occidental de las japonesas son así, es de lo más hortera… xD
Esa noche, mientras intentábamos pegar ojo en el horroroso futón de la habitación mini que nos tocó, aguantando el escándalo de la gente en la sala común hasta las tantas de la madrugada, Pedro me convenció para hacer un cambio de itinerario. Ir a Beppu, sabiendo que había un 90% de posibilidades de que lloviese, para pasar noche ahí y luego tener que deshacer camino, se nos antojaba una locura. Así que decidimos arriesgarnos y marcharnos a Osaka con un día de antelación. Preguntaríamos en el hotel donde había reservado para dos noches si tenían para una más, y si no, buscaríamos algo allí mismo. Es lo bueno del Japan Rail Pass, que puedes tomar los trenes que quieras, cuando quieras.
Por suerte, no tuvimos problema y pudimos alojarnos las tres noches en el mismo hotel de Osaka, e hicimos lo correcto, porque no dejó de llover a lo largo de la jornada siguiente prácticamente en todo el país.
Me da pena haberme quedado con un mal recuerdo de Fukuoka, algo que permanece con intensidad en mi cabeza, seguramente por haber pasado la anterior noche en el pedazo de ryokan de Miyajima y lo bien que lo pasamos en la isla apenas unas horas antes. También, hay que recalcarlo, nos encantó Osaka. Pero eso ya lo contaré en el siguiente día de esta bitácora del viaje
En Japón está prohibido fumar en la calle fuera de zonas habilitadas… para que no quemes a otra persona con el cigarro xD
Así que, lo dicho: si solo van de paso, no vayan a Fukuoka, a no ser que la quieran usar como base de operaciones para recorrer Kyushu.