Nos levantamos tempranito intentando obviar el olor a cabeza de la almohada, aunque ha sido imposible; a pesar de ello, el amanecer desde nuestro balcón, colgado sobre La scalinata quita el hipo; se divisa toda la ciudad y alrededores, con sus múltiples torres y cúpulas y el sol es radiante; lo cierto es que Caltagirone es más bonito visto desde fuera que dentro de la propia ciudad, pero eso lo descubriríamos luego, aunque anoche ya estuvimos dando un paseo. Toca desayuno y da un poco de corte; se sirve en la terraza del bed and breakfast y parece como si te metieras en la cocina del dueño (de hecho es así); no hay mucha variedad, pero es suficiente, aunque comemos con un poco de incomodidad mientras nos vigila el dueño. El desayuno se sirve en una terraza llena de plantas y cachivaches con bastante encanto; la vista es impresionante, propia de una película americana protagonizada por Meg Ryan que se enamora de un italiano moreno y guapo que le hace descubrir los placeres mediterráneos y el verdadero amor, aunque son las 9 y media y debe hacer unos 35 grados bajo una sombrilla (hay que ponerse el protector solar para desayunar).
Caltagirone es otra de las ciudades barrocas catalogadas por la UNESCO, aunque da la sensación de ser mucho más rústica, quizá con edificios menos teatrales (la espectacularidad la da el propio emplazamiento) y con mucho trabajo de restauración pendiente. Mantiene el trazado medieval enrevesado en la parte alta, perfecto gimnasio al aire libre para quien quiera fortalecer sus cuadriceps. Comenzamos por la Piazza Umberto I, corazón de la ciudad, con il Duomo, renovado (estropeado, digamos) en el siglo XX, con una sorprendente arcada liberty que le da un aire diferente, aunque vistas el resto de iglesias de la Val di Noto, nos sorprende más bien poco; en el entorno se encuentran diversos palacios barrocos más o menos interesantes, aunque el verdadero centro de atracción es La scalinata, verdadera razón para acudir a esta ciudad en la que, de haberlo sabido, no hubiéramos pernoctado, una visita rápida es suficiente a nuestro parecer.
Vistas de Caltagirones desde el bed and breakfast Tre metri sopra il cielo.
La escalera parte del Palazzo de la Corte Capitaniale, del siglo XVI, hoy en día un centro de exposiciones para ceramistas. Se diseñó en 1600 para unir la ciudad alta, lugar de concentración del poder religioso, y la ciudad baja, que aglutinaba al poder civil, salvando el desnivel. Consta de 142 peldaños que, en los años 50 fueron decorados con baldosas de mayólica con motivos de la cerámica antigua de la localidad, unos más afortunados que otros, pero muy entrenidos para reposar en el ascenso. En las festividades de Santa María (mayo) y San Giacomo (24 y 25 de julio) todos los peldaños se cubren por velas con farolillos de diferentes colores que forman diversos diseños vistos desde la parte baja; es una lástima que sólo queden unos días que no podamos verlo. La técnica es todo un arte que atesora una familia de la ciudad y sus secretos se han traspasado de generación en generación; toda la familia (las sicilianas son grandes) crea platillos con pequeñas velas y se cubren con papel de colores (se llaman coppi); se utilizan más de cuatro mil y el secreto está en su colocación para lograr la perspectiva adecuada desde abajo; se crean auténticas maravillas, desde diseños florales a candelieri o motivos figurativos, que de noche crean una magia especial.
La Scalinata, Caltagirone.
La Scalinata iluminada por San Giacomo, Caltagirone.
Este vídeo es estupendo para conocer todo el proceso de creación de la iluminación de La Scalinata.
Continuamos nuestro paseo por la ciudad llegando con la lengua por el suelo hasta la iglesia de Santa Maria del Monte, en la cima de la escalera; estaba cerrada, como todas las iglesias de Caltagirone en este día; se remonta a la Edad Media, aunque el aspecto actual, muy macizo, es del siglo XVIII; se dice que fue construida con las piedras del castillo.
Santa Maria del Monte, Caltagirone.
Iniciamos el descenso encontrándonos con iglesias y conventos cerrados a cal y canto, palacios que conocieron tiempos mejores y un ambiente muy tranquilo, apenas hay turistas; los edificios son más sobrios que en el resto de la Val di Noto, más oscuros y humildes y no encontramos el encanto de otros lugares que ya conocemos de Sicilia. Decidimos ir a por nuestra maleta y continuar nuestra ruta por la isla; a pesar de ser apenas las once, encontramos nuestra habitación ya preparada para los siguientes visitantes (no han cambiado la almohada, seguirá oliendo a cabeza) y nuestras maletas en el pasillo, ¡solas!. Cargamos con ellas y las bajamos a trompicones por la escalera, no hay otra manera. Por el camino paramos en varias tiendas de cerámica, ya que la ciudad es la capital este arte en Sicilia. Los árabes la introdujeron en el siglo IX, ya que la arcilla era abundante en la zona, continuada por los normandos, que siguieron utilizando los motivos moriscos, principalmente florales, y los colores característicos que le han dado fama y prestigio: turquesa, verde y oro, siempre vidriada para protegerla e impermeabilizarla. Los precios son algo caros y los diseños un pelín horteras para nuestro gusto; nos decidimos por lo más original de la producción, unos recipientes con forma de cabezas masculinas-femeninas que visten a la moda morisca (unos 20 euros una cabeza de 15 cm fue lo más barato que encontramos).
Cerámica de Caltagirone.
A media mañana nos dirigimos hacia Piazza Armerina para visitar la Villa Romana del Casale. Es un recorrido de sólo una media hora, por eso elegimos dormir en Caltagirone, ya que nos permitía llegar a nuestro siguiente destino con rapidez. Los indicadores nos obligan a dar un rodeo para recorrer casi forzosamente la ciudad, que, en principio, no queríamos visitar, pero nos permite echar un vistazo.
La Villa Romana del Casale (www.villaromanadelcasale.it/)
se encuentra a unos 5 km de la ciudad y llegar a ella no tiene pierde. Se halla situada entre pinares y numerosos restaurantes para turistas en la carretera de acceso. Debemos dejar el coche en el aparcamiento (de pago, 1 euro) que está rodeado de un complejo de souvenirs para todos los gustos y bolsillos y un macrorestaurante bufet. La entrada cuesta 10 euros, que bien merecen la pena para los amantes del arte romano, ya que la villa no tiene rival en cuanto amplitud, interés y estado de conservación, una auténtica maravilla romana conservada milagrosamente. Se encuentra en restauración, por lo que algunas partes estaban cerradas, aunque la mayor parte ya ha sido adaptada para hacer más agradable la visita. Antiguamente los mosaicos estaban recubiertos de una estructura acristalada que respetaba los volúmenes originales de los edificios, aunque proporcionaban un calor insoportable; actualmente sólo la zona del peristilo elíptico mantiene estas estructuras, mientras que el resto ha sido remozado con unas construcciones de madera y tejados a dos aguas, así como un recorrido cómodo y perfectamente señalizado a la altura justa para poder contemplar los mosaicos con comodidad y un poco de sombra y fresquito. Las nuevas estructuras permiten hacerse una idea bastante cercana a cómo era la villa con todos sus muros y cubriciones, por lo que la visita resulta especialmente evocadora. Sólo la zona de las termas se encontraba cerrada, aunque las estructuras estaban ya levantadas y supongo que serán abiertas dentro de poco tiempo.
Plano de la Villa Romana del Casale, Piazza Armerina.
La construcción se sitúa en un pequeño valle y se trata de una villa romana de recreo, grande, lujosísima en su época, que data del siglo IV d.C. Vamos, como Cantora, pero con más gusto. Fue descubierta en los años 20 por Paolo Orsi, aunque no se valoró hasta los años 50, cuando fue abierta al público en un itinerario caótico que hoy se ha solventado con los ilustrativos paneles informativos y la adaptación a la visita.
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Villa del Casale.
El valor de este de lugar se debe a la originalidad y calidad artística de sus mosaicos, que fueron realizados por artistas procedentes del Norte de África y Oriente Medio, para muchos entre los más importantes del arte romano. No se sabe con certeza quiénes fueron sus dueños, aunque se cree que fue construida como segunda residencia de la familia imperial de Maximiliano Hercúleo, un socio de Diocleciano. Posteriormente tuvo otros usos y sufrió el pillaje y el vandalismo, aunque sus 4000 metros cuadrados se conservan en buen estado y con vivos colores. Las escenas representadas son un extraordinario testimonio de las costumbres y hábitos sociales de la época.
El recorrido comienza por el Gran Patio, que da acceso a la zona de las termas, en un extremo de la villa (todavía en restauración, aunque era posible asomarse a algunas estancias) con la palestra, donde los romanos hacían sus ejercicios gimnásticos o el vestíbulo de acceso a la zona de baños, todo un complejo con zonas de agua caliente,templada y fría, así como salas sociales.
Vestíbulo y palestra de las termas de la Villa del Casale.
El Patio también da a acceso al Gran Peristilo, un enorme patio porticado rodeado de mosaicos que representan varios centenares de cabezas de animales rodeadas de hojas de laurel, con un gran estanque central, fuente y jardines a los que no se puede acceder. A él se abren las distintas salas, un total de 46 estancias con los más diversos temas dependiendo de la función. Destaca, sin duda, la Galería de la Caza Mayor, la más impresionante, que ocupa unos 80m de largo y narra el proceso de captura de animales salvajes en África y su embarque con sorprendente realismo, los dormitorios, con escenas eróticas, la gigantesca basílica, así como la curiosa sala de las jóvenes en biquini, la más célebre de todas, donde varias muchachas realizan ejercicios gimnásticos con tan curioso traje de baño (lástima por Louis Reard, se le ha visto el plumero; su invento no es tan original).
Sala de la Gran Caza, Villa Romana del Casale.
Sala de las jóvenes en biquini, Villa Romana del Casale.
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El recorrido continúa por diversas salas cubiertas todavía con la estructura acristalada (ahora sé lo que siente la leche cuando la meto al microondas), todas interesantes, hasta llegar al Peristilo Elíptico con el gigantesto Triclinio, un espacio trilobulado que servía de comedor invernal y en cuyo suelo se representa la gigantomaquia. La visita acaba aquí, el lugar nos ha encantado; para nosotros, el mejor conjunto de mosaicos que hemos visto jamás, aunque sabemos que los hay de más calidad e interés. Prometemos volver cuando la villa esté completamente restaurada para disfrutarla en su conjunto.
Triclinio, Villa Romana del Casale.
Regresamos a Piazza Armerina porque en nuestro estómago se escucha cante jondo, en busca de algún sitio para comer. No hay mucho ambiente, la verdad, todo está casi desierto y los pájaros caen al suelo ya fritos, pero no tenemos ganas de ave; dejamos el coche en Piazza Europa (gratis) y comemos en una rosticceria donde no hay mucho para elegir, pero siempre los arancini, focaccie y panzerotti (empanadillas rellenas); nos saca del apuro y descansamos en una terraza con un poco de sombra. De postre, en la cercana Pascceria Diana (Piazza Generale Cascino, 34), un gelato alle millefoglie (milhojas) al que no podemos menos que hacer la ola, de los mejores que hemos probado en la isla y ya van unos cuantos.
Panzerotto y gelato alle millefoglie, Piazza Armerina.
¡Queremos un baño! Comenzamos ahora un recorrido de ciento y poco kilómetros, pero en el que empleamos un par de horas, para llegar a la Scala dei Turchi. Aunque tenemos hotel reservado en San Leone, decidimos hacer luego el check-in y aprovechar la tarde todo lo que podamos. Es sencillo llegar, aunque hay que tener mucho ojo con los indicadores cuando se llega a Porto Empedocle; de allí son sólo unos 5 km en dirección a Realmonte. Los aparcamientos están a rebosar, así que dejamos el coche a lo largo de la carretera en una zona de chalets que nunca deberían haber construido en un sitio como éste. Un pequeño paseíto y una escalera de cientos de peldaños nos separan de este lugar tan especial, una de las metas del viaje que, por fortuna, no nos ha defraudado. Estratégicamente, al pie de la escalera hay un par de chiringuitos, ya que se llega con la lengua de fuera y pagarías 20 euros por un botellín de agua, aunque no es el caso; da acceso a una cala con la Scala dei Turchi al fondo, desde donde se pueden tomar las mejores fotos; es una cala de arena, con algunos escollos y muchas barcas de pesca, pero estaba bastante llena de algas, así que es un mero trámite.
El nombre viene, evidentemente, por su forma de escalera que se desliza hacia el mar, aunque para subir a la cima se recorre una rampa muy cómoda a la que se accede desde la playa; el segundo apelativo viene de las frecuentes incursiones de los piratas sarracenos por estas costas, llamados genéricamente "turcos", que encontraban en esta zona protección frente a los vientos y un abrigo seguro en el que refugiarse. La formación de este acantilado calcáreo de un blanco deslumbrante sobre un mar turquesa intenso parece casi un milagro, una maravilla natural que debería estar más protegida; el acceso es totalmente libre y el blanco inmaculado está perdiendo pureza, se llena con las inscripciones de los visitantes, que lo patean todo sin ningún tipo de control y trepan hasta puntos donde una cabra montés no se atrevería, a riesgo de saltarse la crisma. La zona central es muy segura y cómoda y la gente ponía allí sus toallas; hacemos lo propio y nos tiramos al agua desde la zona baja, ya que no hay apenas oleaje; te ves hasta el grano que te ha salido en la pierna, ya que las aguas son cristalinas y fresquitas; se puede nadar hasta escollos vecinos para volver a zambullirte y disfrutar como en el Aquapark, pero gratis.
Scala dei Turchi.
Pasamos toda la tarde y ya estamos casi tan rojos como los cangrejos que nos acompañan entre las rocas, aunque decidimos esperar a la puesta de sol que, por cierto, es impresionante. Todavía tenemos que subir la interminable escalera y llegar al coche, por lo que nos tomamos otra granita para animar el trecho; esta vez al caffè, que está fuerte, fuerte, ya me veo contando ovejitas toda la noche. Tras un ratito llegamos a San Leone, pasando antes por la carretera que rodea los templos de Agrigento, que ya están comenzando a iluminarse en el atardecer, dando una imagen verdaderamente bonita, con Agrigento al fondo. Nos alojamos en el Hotel Dioscuri Bay Palace, un típico hotel de playa junto al puerto del pueblo; no tiene ningún encanto especial, pero es cómodo y nos pareció barato para los precios de la zona (55 euros) en plena temporada de playa. El problema vino con el aparcamiento, ya que era gratuito para los clientes, pero estaba ya lleno a esas horas, tras unas cuentas vueltas y una total desesperación, porque en el pueblo no cabía un alfiler, dejamos el coche frente a la recepción y un botones indignado nos salió a la caza (lo que buscábamos); nos excusamos diciendo que no podíamos aparcar y que habíamos elegido el hotel por el parking, así que le dimos las llaves y milagrosamente en un minuto nos buscó un sitio que estaba reservado no se sabe para quién. La habitación es gigantesca y limpia, con gusto dudoso en la decoración, pero con una gran terraza con mesa y sillas desde la que se ve el mar y se escuchan las canciones de los boy scouts que llenan el hotel; en la terraza damos cuenta de lo que previamente hemos comprado en un Simply de las afueras: un paté de anchoa con pegotones de sal y una ensaladilla rusa que sabe a pintura; es la cena de nuestra vida. Con las papilas gustativas inutilizadas tras estos suculentos manjares, salimos a dar un vuelta por el pueblo para buscar algo dulce que nos quite el mal sabor de boca.
San Leone es como Marina d'Or, pero en Italia, ideal para el turismo familiar y de playa; todo está lleno, no se puede caminar casi por el paseo marítimo, que está abarrotado de una sucesión de puestos de baratijas, heladerías, mantas con todo tipo de imitaciones,más heladerías, los suovenirs más horteras del mundo, atracciones de feria, todavía más heladerías...vamos, que está muy animado. Además, había una feria de muestras en el puerto que supusimos de productos tradicionales, por lo que pagamos una entrada de 2,5 euros, aunque luego dentro sólo se vendían hidromasajes, casas prefabricadas y sartenes ¡Nos han chuleao otra vez! Esto se soluciona con un buen helado, en este caso de nata (panna) metido en un bollito de azúcar (brioche) ¡Mammi mia, qué bueno! La competición por escoger el mejor helado se está poniendo difícil; lo consultaremos con la almohada, que ya es hora de descansar, si su señoría el café lo permite.
[size=9]Gelato in brioche y Hotel Dioscuri Bay Palace, San Leone.[/size