Por fin comenzaba nuestro ansiado viaje. Tras muchas lecturas de "los viajeros", de la guía, y ver muchas fotos de los que nos esperaba, salimos rumbo a nuestra primera parada. Nosotros vivimos en Madrid, pero como mi la familia de mi chico tiene casa en el Pirineo oscense, a sólo 15 km de la frontera con Francia, decidimos hacer primero un Madrid - Pirineo y ganar kilómetros. Así que el lunes 29 de julio a las 6:30 de la mañana dejábamos España para adentrarnos en el país galo. Al principio, pensamos en evitar las autopistas de pago e intentar ir por secundarias, pero en vista de la lentitud a la que avanzábamos y de que queríamos llegar a Nantes a una hora decente para que nos diese tiempo a verlo, en Pau cogimos la autopista. Total, dos tramos de pago que sumaron en torno a 50 euros.
Sobre las 14:30, tras 8 horas de viaje con alguna parada para estirar piernas, llegábamos a Nantes. Al hotel (que lo teníamos a las afueras) no podíamos entrar hasta las 17:00, así que dejamos el coche en un parking (Mediothèque) y con la guía en la mano, nos adentramos a ver la ciudad tras comprarnos unos bocatas en un puesto de la calle. Pronto, empezó a nublarse y caer alguna gota, pero con los chubasqueros no había problema. Lo primero que visitamos fue el castillo de los Duques de Bretaña, con sus murallas, sus fosas llenas de agua, chulísimo. Desde las murallas había buenas vistas de la catedral y de la fábrica de galletas LU, aunque parte de la ciudad estaba en obras y le quitaba un poco de encanto.
Después paseamos por sus calles, el passage Pommeraye (algo decadente), y el jardín botánico que me encantó. Tenían miles de flores de todo el mundo y una decoración espectacular. Finalmente, en el barrio Bouffay, donde había mucho ambiente, tomamos una cervecilla mientras descansábamos y nos refugiamos de la lluvia que empezaba a arreciar. Sobre las 19:00 decidimos que sería mejor ir al hotel y buscar por allí algún sitio para cenar.
Antes, desde el coche, intentamos ver la Isla de las Máquinas, pero ya había cerrado y me quedé con las gana de ver el elefante... ¡Habrá que volver porque me gustó mucho la ciudad!
El hotel se llamaba Quick Palace (33 euros con booking), pero no lo recomiendo más que como hotel de paso, pues era bastante cutre y está en medio de un Polígono Industrial con poca actividad. Por suerte, encontramos un Ribs a pocos metros del hotel (cadena de comida americana) y pudimos cenar bien, unas carnes “au point” y prontito de vuelta al hotel, pues había sido un día muy largo y aún nos quedaban muchos más intensos.
Sobre las 14:30, tras 8 horas de viaje con alguna parada para estirar piernas, llegábamos a Nantes. Al hotel (que lo teníamos a las afueras) no podíamos entrar hasta las 17:00, así que dejamos el coche en un parking (Mediothèque) y con la guía en la mano, nos adentramos a ver la ciudad tras comprarnos unos bocatas en un puesto de la calle. Pronto, empezó a nublarse y caer alguna gota, pero con los chubasqueros no había problema. Lo primero que visitamos fue el castillo de los Duques de Bretaña, con sus murallas, sus fosas llenas de agua, chulísimo. Desde las murallas había buenas vistas de la catedral y de la fábrica de galletas LU, aunque parte de la ciudad estaba en obras y le quitaba un poco de encanto.
Después paseamos por sus calles, el passage Pommeraye (algo decadente), y el jardín botánico que me encantó. Tenían miles de flores de todo el mundo y una decoración espectacular. Finalmente, en el barrio Bouffay, donde había mucho ambiente, tomamos una cervecilla mientras descansábamos y nos refugiamos de la lluvia que empezaba a arreciar. Sobre las 19:00 decidimos que sería mejor ir al hotel y buscar por allí algún sitio para cenar.
Antes, desde el coche, intentamos ver la Isla de las Máquinas, pero ya había cerrado y me quedé con las gana de ver el elefante... ¡Habrá que volver porque me gustó mucho la ciudad!
El hotel se llamaba Quick Palace (33 euros con booking), pero no lo recomiendo más que como hotel de paso, pues era bastante cutre y está en medio de un Polígono Industrial con poca actividad. Por suerte, encontramos un Ribs a pocos metros del hotel (cadena de comida americana) y pudimos cenar bien, unas carnes “au point” y prontito de vuelta al hotel, pues había sido un día muy largo y aún nos quedaban muchos más intensos.