…Hay un fragmento de la mañana
en el museo de la escarcha…
Tras el desayuno en el hotel, y como era domingo, vimos que las puertas de la iglesia evangélica que quedaba justo al lado del hotel estaban abiertas para las primeras celebraciones de la mañana, así que decidimos entrar a curiosear un poco, más bien poco, dado que estaban oficiando y no quisimos dar ningún motivo para la distracción.
Una vez finalizada la rauda visita nos dirigimos ya hacia la isla de los museos; La visión del Altes Museum o Museo Antiguo era sensacional, así que paramos un momento para tomar algunas fotografías.
Pero nuestro primer destino era el Pergamonmuseum (Abierto diariamente de 10 a 18 h. y jueves de 10 a 22 h. Precio sin tarjeta: 8 euros, entrada reducida 4) , así que continuamos por el lateral que teníamos a nuestra izquierda, andando un buen trecho entre algunos tenderetes y artistas callejeros, alguno sacando música de unas copas, otros, una especie de clown, otros haciendo que pequeños juguetes tomaran movimiento, hasta que nos encontramos frente a las escalinatas de entrada. La cola era bastante considerable pero en la puerta de la izquierda se veía un letrero: Acceso con la Museum Pass, apenas sin nadie, por lo que nos encaminamos hacia allí. Tras rellenar nominalmente cada una de ellas y la hora a la que iniciábamos la visita (imprescindible para establecer su período de validez), las entregamos a unos porteros que tenían unos lectores portátiles y ya nos adentramos en la inmensidad del museo. Es la única forma que se me ocurre para poder describirlo, sobre todo, porque lo primero con lo que se encuentra el visitante es con la imponente estructura del Altar del templo que da nombre al museo.
La impresión por poder contemplar de cerca las famosas imágenes de “la batalla entre dioses y gigantes” que aparecían en mi libro de historia del arte de sexto de bachillerato carecía de límites y, como un pequeño homenaje a la fotografía de Dionysos que aún conservo pegada en el viejo cuaderno, decidí que quitaría todo el color a la que yo misma hacía ahora, 35 años más tarde. Es increíble lo que puede viajar nuestra memoria en el tiempo…
La impresión por poder contemplar de cerca las famosas imágenes de “la batalla entre dioses y gigantes” que aparecían en mi libro de historia del arte de sexto de bachillerato carecía de límites y, como un pequeño homenaje a la fotografía de Dionysos que aún conservo pegada en el viejo cuaderno, decidí que quitaría todo el color a la que yo misma hacía ahora, 35 años más tarde. Es increíble lo que puede viajar nuestra memoria en el tiempo…
Tras contemplar la maqueta en la que se reproduce cómo era originariamente el templo, y antes de proseguir con la visita, tenía que dejar constancia de lo pequeña que una se siente ante la grandiosidad de lo que queda del altar.
En la siguiente sala, de nuevo la fastuosidad, en este caso correspondiente al Imperio Romano, simbolizada en la puerta de entrada del Mercado de Mileto y en uno de los bellos mosaicos de alguna de las casas romanas.
Para cuando llegamos a las siguientes salas, mi capacidad de asombro ya se había desbordado, estábamos frente a las puertas del templo de Isthar, en Babilonia y el azul y el amarillo inundaban toda la estancia, alzándose hasta el elevado techo.
Otra maqueta sirve para que nos hagamos una ligera idea de lo que fue el templo en aquel período de la historia
y una terracota, que representa a un sacerdote, para comprender que todo lo hacían “a lo grande”.
Una vez vista toda la planta baja, hasta el fondo, queríamos subir hacia la planta alta, porque quería apreciar la muestra de arte islámico, concretamente el “Salón de Aleppo” pero como no me podía permitir escaleras, buscamos un ascensor. Esta es una de las cosas que menos se pueden entender, porque para mi es inconcebible que un museo de esas características no pueda disponer de un ascensor normal, al menos uno. En su lugar, existe un montacargas en unas condiciones bastante lamentables, escondido tras una puerta sin ningún pulsador de llamada sino una llave que debe accionar la persona que se encarga del mismo, a la que tienen que llamar a través de un teléfono interior y a la que estuvimos esperando más de quince minutos. Cuando apareció, su aspecto y sus ademanes autoritarios mientras nos “transportaba” hacia el piso superior, a la par que la visión del interior, hicieron que me convenciera totalmente de que la vuelta la haría bajando con sumo cuidado las escaleras porque mis rodillas llevaban bastante tiempo haciéndose notar, aun a riesgo de que me pasaran factura.
Salón de Aleppo
Tras salir del museo, y como eran ya más de las doce del mediodía, nos sentamos en su café, que se encuentra fuera, al lado de la gran escalinata de acceso. Nos tomamos cuatro coca-colas, dos de ellas de medio litro y dos normales (12 euros) mientras descansábamos algo para preparar nuestra próxima visita.
Ahora tocaba visitar a Nefertiti, por lo que nos encaminamos hacia el Neues museum (o Ägyptisches Museum und Papyrussammlung, según la guía de la tarjeta. Abierto de domingos a miércoles de 10 a 18 h., jueves a sábados de 10 a 20 h. Precio sin la tarjeta: 10 euros y entrada reducida: 5) pero antes nos detuvimos a contemplar la fachada de la Galería Nacional (Alte Nationalgalerie).
Ahora tocaba visitar a Nefertiti, por lo que nos encaminamos hacia el Neues museum (o Ägyptisches Museum und Papyrussammlung, según la guía de la tarjeta. Abierto de domingos a miércoles de 10 a 18 h., jueves a sábados de 10 a 20 h. Precio sin la tarjeta: 10 euros y entrada reducida: 5) pero antes nos detuvimos a contemplar la fachada de la Galería Nacional (Alte Nationalgalerie).
Nos dirigimos directamente hacia la puerta puesto que llevábamos la tarjeta Museum Pass pero, ante nuestra sorpresa ya que al parecer la política es diferente según el museo del que se trate, nos indicaron que debíamos obtener la entrada, aunque obviamente sería gratuita, porque ellos no tenían lector de tarjetas sino que picaban la entrada y que nos fuéramos hacia una especie de caracola con una ventanilla en la que había una cola tremenda. Pregunté a una señora que entraba en ese momento al punto de expedición y me dijo muy amablemente que lo mejor seria, para no aguardar tanto, que nos dirigiéramos al Altes porque allí se pueden comprar u obtener las entradas tanto para uno como para el otro museo, así que vuelta hacia atrás. Mis piernas ya no daban como para subir muchos escalones, por lo que me quedé sentada en la zona de la fuente contemplando la escultura que se encuentra ante la escalinata, mientras el resto se dirigía a por las mismas.
Fue bastante rápido después de todo y ya entramos en el Neues Museum. Dimos una pequeña vuelta porque el mayor interés estaba en la sala de la segunda planta donde se encuentra el famoso busto de Nefertiti. Según dicen no es el original pero a nosotros nos impresionó igual. A pesar de que, si lo pensamos fríamente, puede que no sea para tanto, lo cierto es que tiene algo que atrae poderosamente la atención. Como estaban prohibidas las fotografías, ésta está tomada de internet (lavueltaalmundoenuncurso.blogspot.com).
Una vez que bajamos, nos acercamos a la zona del patio egipcio, en el que existe una colección de sarcófagos, que se podían apreciar mejor en su totalidad desde un nivel superior, puesto que tienen una altura tal que impide que se vean sus tapas en detalle desde abajo.
Interesantes también el fresco que representa el templo de Ramsés II en Abu Simbel y algunos de los objetos expuestos, como un mapa de Champollion.
Cuando salimos ya nos encaminamos hacia la catedral, por darnos un pequeño respiro de museos, mientras recorríamos una especie de mercadillo con numerosos tenderetes de artesanía y otras expresiones de arte popular, en el que compramos una serie de cosas, unas para regalar y otras para quedárnoslas como recuerdos, bastante originales y a buen precio. Nos fuimos paseando por la parte externa, cruzando el puente sobre el río Spree.
La Berliner Dom o Catedral protestante es uno de los edificios más bellos de la zona, desde mi punto de vista muy armónico y al que sus cúpulas de bronce otorgan un punto especial de color. Es de estilo neobarroco y se construyó a finales del siglo XIX y principios del XX, ocupando el lugar de la primitiva catedral barroca. Fue intensamente bombardeada durante la guerra, de ahí que su impresionante cúpula, tal y como se aprecia actualmente, se finalizara en los años noventa.
La Berliner Dom o Catedral protestante es uno de los edificios más bellos de la zona, desde mi punto de vista muy armónico y al que sus cúpulas de bronce otorgan un punto especial de color. Es de estilo neobarroco y se construyó a finales del siglo XIX y principios del XX, ocupando el lugar de la primitiva catedral barroca. Fue intensamente bombardeada durante la guerra, de ahí que su impresionante cúpula, tal y como se aprecia actualmente, se finalizara en los años noventa.
Compramos los tickets en taquilla, con la tarjeta hay un descuento, por lo que los adultos pagamos 3 euros, en lugar de los 5 habituales. La catedral sorprende por su traza, muy distinta a las que estamos acostumbrados, con profusión escultórica en la fachada que contrasta con la ausencia de imágenes en el interior; es realmente impresionante y alberga elementos de gran interés, por lo que el conjunto es especialmente notable.
Su altar mayor tiene una especial luminosidad, a la que contribuyen los dorados y las tres vidrieras con pinturas que representan la Adoración de los Pastores, la Crucifixión y la Resurrección.
Su altar mayor tiene una especial luminosidad, a la que contribuyen los dorados y las tres vidrieras con pinturas que representan la Adoración de los Pastores, la Crucifixión y la Resurrección.
A la izquierda se encuentran un vistoso púlpito
y el magnífico órgano,
debajo del cual se encuentran algunas tumbas en dos pequeñas capillas con rejas. La de la derecha contiene la de Juan Cicerón de Brandenburgo, en bronce, es la más antigua de todas y a su lado se encuentra el cenotafio de Federico III de Prusia en mármol blanco.
En la capilla de la izquierda se sitúan los sarcófagos de Federico Guillermo I de Prusia y su mujer Sofía Dorotea de Hannover.
Me llamó también la atención la tablilla donde se exponen las lecturas correspondientes a la liturgia y, sobre todo, la altísima cúpula, con dorados y pinturas, también con una luz excepcional gracias a estar rodeada de vidrieras lisas.
A la derecha se localizan otros dos sarcófagos de especial ornamentación, los del rey Federico I de Prusia y su esposa la reina Sofía Carlota de Hannover, padres de Federico Guillermo, con unos curiosos elementos decorativos, como la estatua que representa la muerte, en este último, obra de Andrea Schlutter.
Una vez que estuvimos un buen rato contemplando la grandiosidad de la catedral nos dirigimos a la cripta de los Hohenzollern, donde se encuentran enterrados un gran número de miembros de esta familia (excepto los anteriores, claro) de tan importante ligazón con Berlín durante los siglos XVII al XIX, algunos de los cuales fallecieron a muy temprana edad, como ocurrió con Federico Enrique Emilio Carlos, a los 4 años o con Federica Isabel Dorotea Enriqueta Amalia, hija del príncipe Augusto Fernando, a los 12; algunos de los féretros estaban en franco deterioro, como el de Federico Guillermo II, mientras que el de Federico Guillermo I, diferente a otros, al ser de madera de raíz, había sido restaurado.
Aunque el lugar puede parecer tétrico, lo cierto es que el encontrarse en una galería hasta cierto punto iluminada, en la que se encuentran diversas estatuas, hace que no aparezca tan siniestro y uno se estaría bastante tiempo leyendo los diferentes carteles informativos e intentando encajar algunos de esos larguísimos nombres en la historia, pero mis hijos no aguantaron mucho y les pudo la urgencia por salir de allí lo antes posible; está claro que aún no han desarrollado el punto de romanticismo histórico de la madre. En honor a la verdad diré que mi amiga tampoco quiso detenerse demasiado, por lo que me esperaron todos un ratillo afuera.
Terminamos la visita casi a la hora de almorzar, así que había que buscar un lugar cercano pues ya era cerca de las tres de la tarde y si nos descuidábamos nos quedaríamos sin comer. Lo más inmediato que vimos con buena pinta era el restaurante Heat, en la Karl-Liebknecht-Straße; sin mirar mucho más, nos sentamos en una mesa de la puerta y pedimos la bebida. Mientras esperábamos para ver la carta, aprovechamos para ir al servicio y nuestra sorpresa fue que el restaurante pertenecía al hotel Radisson Blu, famoso porque en su patio central alberga un espectacular acuario tubular, el Aquadom, de más de 25 metros de altura que contiene miles de litros de agua salada y una enorme cantidad de peces; además, hay un ascensor en el interior desde el que se puede ver el acuario por dentro. Como los acuarios no me gustan mucho porque me agobian bastante y se veía perfectamente desde fuera, ni se nos ocurrió meternos en el cilindro pero tiene que ser impresionante.
Terminamos la visita casi a la hora de almorzar, así que había que buscar un lugar cercano pues ya era cerca de las tres de la tarde y si nos descuidábamos nos quedaríamos sin comer. Lo más inmediato que vimos con buena pinta era el restaurante Heat, en la Karl-Liebknecht-Straße; sin mirar mucho más, nos sentamos en una mesa de la puerta y pedimos la bebida. Mientras esperábamos para ver la carta, aprovechamos para ir al servicio y nuestra sorpresa fue que el restaurante pertenecía al hotel Radisson Blu, famoso porque en su patio central alberga un espectacular acuario tubular, el Aquadom, de más de 25 metros de altura que contiene miles de litros de agua salada y una enorme cantidad de peces; además, hay un ascensor en el interior desde el que se puede ver el acuario por dentro. Como los acuarios no me gustan mucho porque me agobian bastante y se veía perfectamente desde fuera, ni se nos ocurrió meternos en el cilindro pero tiene que ser impresionante.
Como impresionante supuse que iba a ser la cuenta dado que el hotel es de cinco estrellas y se veía que de auténtico lujo. Bueno, pues habíamos pedido unos nachos y una ensalada para picar, cuatro Wiener Schnitzel y de postre un sorbete de mango, un helado y un café con leche, lo que unido a dos cervezas y dos coca-colas hicieron un total de 136,90 euros. Teniendo en cuenta que los filetes eran casi una sábana y que estaban magistrales, con una guarnición nada despreciable, pues que costasen 22 euros cada uno tampoco se veía tan excesivo para el sitio en el que estábamos, puesto que esperaba un mayor desplume; obviamente, todo es relativo y depende de con qué lo comparemos pero es que no somos mucho de comida rápida.
La acera donde está el restaurante está prácticamente al lado del muelle (Station Nikolaiviertel) desde donde veíamos que salían los barcos que hacen las rutas turísticas por el río Spree y, mientras que hacíamos un rato de sobremesa, decidimos que nada mejor para reposar la comida que dejarnos llevar desde la cubierta, por lo que nos encaminamos hacia la escalinata de piedra, bajamos y nos fuimos hasta la caseta para comprar los tickets. Había una cola pequeñita y, cuando nos tocó a nosotros, la persona que vendía los mismos me indicó que el próximo tour que salía desde allí con audioguía en español era el C3, a las 16,30 h., así que haríamos ese aunque es el de menor duración y longitud. Con la Welcome card teníamos cierto descuento, concretamente el 15% por persona, pero si se va en grupo de tres personas el descuento es del 25%, con lo que nos saldría a 7,20 euros cada uno y el otro a 8,10 euros, con lo que el precio final de los cuatro fue de 29,70 euros. Me pareció, en principio bien, y mucho más al final, porque me encantó este recorrido por el río. Esta es una de mis pequeñas debilidades e intento hacerlo siempre que viajo a una ciudad con río navegable.
Tras el inicio, en el que se va durante un trozo hacia atrás hasta la zona de Nikolaiviertel donde se encuentra el edificio del antiguo Palacio Real que están reconstruyendo, da la vuelta y se encamina ya hacia la isla de los museos, pasando al lado de la catedral y el museo Bode. Es difícil ver todo lo que ofrecen las dos orillas a la vez, por lo que me fui centrando, en principio, en lo más interesantes de ambas y lo que se me escapara lo vería en el trayecto de regreso. Pasamos justo debajo de la estatua de San Jorge matando al dragón, que se encuentra en una plaza junto al río en el citado barrio de San Nicolás, pero aún no llevaba dispuesta la cámara; era la segunda que veía con una temática parecida y, por un momento, me sentí más en Barcelona.
La acera donde está el restaurante está prácticamente al lado del muelle (Station Nikolaiviertel) desde donde veíamos que salían los barcos que hacen las rutas turísticas por el río Spree y, mientras que hacíamos un rato de sobremesa, decidimos que nada mejor para reposar la comida que dejarnos llevar desde la cubierta, por lo que nos encaminamos hacia la escalinata de piedra, bajamos y nos fuimos hasta la caseta para comprar los tickets. Había una cola pequeñita y, cuando nos tocó a nosotros, la persona que vendía los mismos me indicó que el próximo tour que salía desde allí con audioguía en español era el C3, a las 16,30 h., así que haríamos ese aunque es el de menor duración y longitud. Con la Welcome card teníamos cierto descuento, concretamente el 15% por persona, pero si se va en grupo de tres personas el descuento es del 25%, con lo que nos saldría a 7,20 euros cada uno y el otro a 8,10 euros, con lo que el precio final de los cuatro fue de 29,70 euros. Me pareció, en principio bien, y mucho más al final, porque me encantó este recorrido por el río. Esta es una de mis pequeñas debilidades e intento hacerlo siempre que viajo a una ciudad con río navegable.
Tras el inicio, en el que se va durante un trozo hacia atrás hasta la zona de Nikolaiviertel donde se encuentra el edificio del antiguo Palacio Real que están reconstruyendo, da la vuelta y se encamina ya hacia la isla de los museos, pasando al lado de la catedral y el museo Bode. Es difícil ver todo lo que ofrecen las dos orillas a la vez, por lo que me fui centrando, en principio, en lo más interesantes de ambas y lo que se me escapara lo vería en el trayecto de regreso. Pasamos justo debajo de la estatua de San Jorge matando al dragón, que se encuentra en una plaza junto al río en el citado barrio de San Nicolás, pero aún no llevaba dispuesta la cámara; era la segunda que veía con una temática parecida y, por un momento, me sentí más en Barcelona.
Pasado el Bode museum aparecían unos edificios bastante llamativos correspondientes a la Katholisches Militärbischofsamt, algo así como las oficinas del obispo castrense católico.
En la margen derecha, en el sentido de la visita, tras pasar el puente Weidendammer, con el águila imperial, había una especie de circo en una zona donde la gente estaba sentada al sol y más adelante queda el Theater am Schiffbauerdamm, sede del Berliner Ensemble, la compañía de teatro que fundara Bertolt Brecht, por el que tengo una especial predilección desde que leí por primera vez “La balada del no y el sí” en un pequeño libro de bolsillo con sus poemas y canciones más significativas, que compré cuando tenía 15 años y que, por supuesto, conservo.
Fuimos ya enfilando hacia el Reichstag, sede del Parlamento alemán, otro de los edificios por los que, sin lugar a dudas, se pasa más de una vez y que tampoco se cansa una de admirar, especialmente por el fuerte contraste entre la solidez de la piedra del imponente macizo flanqueado por las cuatro torres cuadrangulares y la aparente fragilidad y ligereza del cristal de su cúpula de 40 ms. de diámetro, diseñada por Norman Foster. No lo visitaríamos porque, para la subida a la cúpula, que en este caso se hace a través de un cómodo sistema de rampas, con lo cual me apetecía más, hay que formalizar una reserva. Dada la premura con que preparé el viaje y el tiempo transcurrido hasta que me enteré de ello, cuando quise solicitar la misma (www.bundestag.de/ .../kupp.html) no había disponibilidad; por tanto, nos conformaríamos con verlo todo desde fuera.
Me llamó poderosamente la atención el conjunto de cruces blancas en el muelle, justo delante del Reichstag. En dicho lugar transcurría una parte del muro y debajo del puente existía una red de acero tensada para que no hubiera fugas buceando. Las cruces llevan el nombre (excepto una que no está identificada) de las personas que murieron, intentando pasar a la parte occidental; la mayoría son de los años 1961 a 63, salvo la primera de la izquierda que lleva impreso el nombre de Chris Gueffroy y la fecha 5.2.1989, nueve meses antes de la caída del muro.
Otra cosa que también me sorprendió, pero esta vez sin estremecimiento, era la cantidad de gente que estaba sentada en hamacas tomando el sol en la orilla del río.
Otra cosa que también me sorprendió, pero esta vez sin estremecimiento, era la cantidad de gente que estaba sentada en hamacas tomando el sol en la orilla del río.
La zona por la que pasábamos en esos momentos reunía un magnífico ejemplo de la excelente arquitectura moderna de la ciudad, como la Estación Central de Trenes (Hauptbahnhof), inaugurada en el año 2006, impresionante por fuera y por dentro…
o la Biblioteca del Parlamento (Marie-Elisabeth-Lüders-Haus)
que conviven con otras muestras de una supuesta modernidad pero de gusto más que discutible, a tenor de los sobrenombres que le han dado los propios berlineses, como la actual Cancillería, donde tiene su residencia la sra. Merkel, llamada “la lavadora”, o el antiguo palacio de congresos, actualmente la Casa de las Culturas del Mundo, denominada popularmente “la ostra embarazada”, aunque para otros es “la sonrisa de Jimmy Carter”.
En esa zona y en nuestro circuito, el barco da la vuelta, mientras se nos iba diciendo que el río va a paso de tortuga, apenas 10 m/seg, y que un tercio de la superficie de Berlín es verde y tiene agua, lo que es sinónimo de decir que tiene mucha vida. Hicimos el recorrido en sentido inverso, teniendo otras vistas, desde otra perspectiva, de los edificios. Pudimos ver mejor las figuras de neón verde de la Paul-Löbe-Haus, donde se ubican las oficinas parlamentarias, que se conecta con la Biblioteca mediante una pasarela metálica sobre el río, de la que no pude obtener ninguna buena imagen. Por ella pasaba también el muro, por lo que terminaba nuestra incursión en la parte federal y volvíamos a la oriental.
Berlín es, por tanto, una ciudad de contrastes, por un lado se conserva y se quiere olvidar el pasado, pero también mira esperanzada al futuro.
Dejamos ya el barco y nos fuimos al barrio de Nikolaiviertel, comenzando por el Marx-Engels Forum, un parque prácticamente enfrente de la catedral, dominado por unas monumentales esculturas en bronce de Karl Marx, que aparece sentado, y Friedrich Engels, de pie, con las que me fotografié, más que nada para que uno se pueda hacer una idea de la altura que alcanzan, y con Engels porque imaginaba que todo el mundo se la haría con Marx.
Dejamos ya el barco y nos fuimos al barrio de Nikolaiviertel, comenzando por el Marx-Engels Forum, un parque prácticamente enfrente de la catedral, dominado por unas monumentales esculturas en bronce de Karl Marx, que aparece sentado, y Friedrich Engels, de pie, con las que me fotografié, más que nada para que uno se pueda hacer una idea de la altura que alcanzan, y con Engels porque imaginaba que todo el mundo se la haría con Marx.
Atravesamos el amplio pavimento de adoquines de la plaza, para adentrarnos en las callejuelas del barrio medieval, con sus anticuarios y sus restaurantes pintorescos, como la taberna Zum Nußbaum. Llegamos a la iglesia de San Nicolás (Nikolaikirche) pero la encontramos cerrada, por lo que nos quedamos un rato admirando su fachada.
Es la iglesia más antigua de Berlín y se pueden distinguir perfectamente las dos partes, antigua y moderna, que la componen pues la inferior es el vestigio que queda de su traza románica, mientras que las dos torres, en estilo neogótico, son de construcción reciente. No obstante, me gustó muchísimo por la estilizada simetría y el entorno en que se enmarca, aunque está todo reconstruido a imagen de lo que se supone debió ser el barrio en aquella época. Continuamos callejeando hasta llegar a la Molkenmarkt o Mercado del Suero de Leche, curioso nombre para la primera plaza de mercado que tuvo Berlín, y nos encontramos con dos edificios notables: el Palacio Schwerin, de estilo barroco, aunque también reconstruido que, por lo que he podido leer (no sin cierto trabajo pues no aparecía en mi guía, ni tampoco viene señalado en los mapas de la ciudad que tenía, por lo que ha sido algo complicado ponerle nombre a la fotografía), fue la Administración General del Tabaco en el siglo XVIII, posteriormente cárcel, Casa de la Moneda y sede del Ministerio de Cultura de la República Democrática Alemana; actualmente alberga unas dependencias municipales de la juventud.
Y el altes Sthadthaus o antiguo Ayuntamiento que, a pesar del nombre, es una construcción de principios del siglo XX, y permanece actualmente como sede administrativa, dependiente del Senado, en el que destaca su torre redondeada de dos cuerpos, que recuerda a la de las catedrales de la Gendarmenmarkt, coronada por la diosa Fortuna en bronce (lo que hace el zoom, porque mi vista no llega a tanto, pero normalmente me gusta fijarme y filiar las estatuas que coronan los edificios) y con diversas estatuas mitológicas en la base y en la transición de los niveles.
Continuamos paseando, en dirección ya hacia la Alexanderplatz, y llegamos al actual Ayuntamiento, de ladrillo rojo, lo que hace que se conozca también como “el Ayuntamiento Rojo”; construido en el siglo XIX en estilo neorenacentista, alberga a la actual corporación local de la ciudad, desde que se produjo la reunificación.
Finalizamos ya nuestro paseo por este emblemático barrio en la Fuente de Neptuno, situada en la plaza delante del Ayuntamiento. Es obra también de Reinhold Begas y recuerda a las grandes fuentes romanas y parisinas, llena de figuras alegóricas y animales. Nos quedamos un rato admirando su belleza, así como la de la torre de la Marienkirche, una iglesia que nos encontramos cerrada cada vez que pasamos por ella y la única vez que estaba abierta e iluminada, ya de noche, no hubo ganas de entrar.
Conforme nos íbamos acercando, ya divisábamos el inefable pirulí, ofreciendo nuevamente una imagen de contraste, como venía siendo habitual.
Antes de llegar al hotel nos paramos en la galería comercial frente a la iglesia pero, a esas horas ya no teníamos mucho cuerpo para compras, así que se dejarían para el día siguiente. Decidimos que, como era aún temprano para irnos a cenar y, si subíamos a la habitación del hotel a descansar un rato, luego no habría quien nos echara de nuevo a la calle, cogeríamos el autobús 200 y nos bajaríamos en cualquier sitio, por ejemplo, en la Breitscheidplatz, pues no quería irme de Berlín sin ver la famosa iglesia “muela picada”, o más propiamente, la Kaiser-Wilhelm-Gedächtnis Kirche (ahora entiende una por qué el sobrenombre, aunque se lo pusieron por el aspecto). Pues tendrá que ser en otra ocasión porque, al bajarnos, comprobamos que la iglesia no se podía ver ya que estaba en proceso de restauración. Desde luego, no se puede negar que los berlineses reconstruyen o restauran las cosas con estilo, puesto que la habían cubierto de una estructura que parecía más un moderno edificio de oficinas que un andamiaje, así que esa fue la insólita fotografía que nos traeríamos.
Cuando volvimos en autobús al hotel, nos fuimos del tirón, de nuevo, a Las Malvinas. Esta vez, alguno de los presentes no tenía muchas ganas de comer, así que se compartieron los platos ya que eran generosos. Tomamos 2 ensaladas, 1 pizza y un filetón de ternera con patatas fritas, junto con 3 coca-cola, 2 botellas de agua y de postre 3 helados de tutti-frutti, siendo el importe de la cena 41,30 euros.
No hubo que hacer nada especial para quedarnos dormidos, pensando que mañana nos quedaba otra buena caminata, pues Berlín es una ciudad grande y, aunque la red de transporte público es espectacular, preferimos seguir a pie mientras el cuerpo aguante.
No hubo que hacer nada especial para quedarnos dormidos, pensando que mañana nos quedaba otra buena caminata, pues Berlín es una ciudad grande y, aunque la red de transporte público es espectacular, preferimos seguir a pie mientras el cuerpo aguante.