Golfo de los poetas es el apelativo que recibe el golfo de La Spezia por la cantidad de poetas, escritores e intelectuales que pasaron por allí, entre otros Lord Byron, Mary Shelley, Dante Alighieri o Margarita Durás. En esta zona se encuentran localidades de gran atractivo turístico como Portovenere y Lerici.
*** Imagen borrada de Tinypic ***
Hoy tocaba visitar la primera y nos acercamos a la plaza del mercado para comprar el billete de autobús a Portovenere. La parada está muy cerca y el autobús tiene la letra P y rotulado el nombre del pueblo con una frecuencia de 15 minutos durante todo el día.
En un viaje de 25 minutos aproximadamente, bordeando la costa por una carretera con bastantes curvas y bonitas vistas, llegamos a nuestro destino.
Desde la parada vemos el grupo de casas de colores alineadas unas junto a otras y el muro del castillo sobresaliendo entre pinos verdes. Un montón de barquitas flotando sobre el agua y la isla Palmaria justo enfrente. Había un mercadillo instalado en la plaza y nos sentamos en una de las terrazas cercanas al agua. Allí desayunamos a base de capuccino y bollería viendo cómo se animaba poco a poco el pueblo. Entramos por una de las puertas de la muralla, donde se encuentra la oficina de turismo en la que nos proporcionan un plano.
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Justo en la entrada del muro nos ofrecen un trocito de pan untado con pesto, delicioso, y nos explican la manera artesanal de preparar esta salsa típica genovesa.
Atravesamos el arco y descubrimos una calle empinada y estrecha a cuyos lados se concentran varios comercios de artesanía y productos locales, aceites, pastas, foccacia, todo con una pinta excelente. La verticalidad de las casas sorprende y también lo estrechas que son.
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Pasamos a una galería donde se exponen fotografías y cuadros y, al fondo, se abre una ventana con bonitas vistas a la bahía y a la isla Palmaria. Plazas recoletas, gente con bolsas transitando por las silenciosas calles y otros haciendo fotos. Al final de la calle larga se vislumbra imponente la iglesia de San Pedro, que se asienta sobre una roca en el acantilado.
El día luce precioso, el cielo es azul, y hay mucha luminosidad en el ambiente. Lástima haber olvidado a propósito las gafas de sol en casa, al ver el pronóstico del tiempo con fuertes tormentas para casi todos los días y que, por fortuna, no se cumplió.
Nos acercamos a la iglesia, bordeando primero por fuera hasta llegar a una zona porticada con cuatro arcos que se abren al mar. Un marco precioso para contemplar desde allí, a la sombra, el vaivén de las olas y el color tan bonito del agua.
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Subimos unas estrechas escaleras que nos conducen a la terraza del templo y, desde allí, casi se puede tocar con las manos la isla Palmaria, a escasa distancia. Vemos también una pequeña embarcación que sale al mar, algo agitado, y decide darse la vuelta entre caracoles de agua y espuma.
Pasamos al interior, donde descubrimos una iglesia sobria, erigida con piedra blanca y negra que ofrece un curioso contraste. Está adornada con flores frescas y una puerta de madera da paso a otra terraza en un nivel más bajo.
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Dejamos atrás la iglesia y nos detenemos frente a la gruta de Lord Byron, a través de una puerta entre el muro de piedra se accede al acantilado en el que se hace homenaje a este poeta inglés que pasó parte de su vida en estos lares y que la perdió navegando de Lerici a Portovenere.
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Unas barandillas protegen el camino sobre las rocas que conduce a un rincón en el acantilado formado por altos escalones de piedra, donde nos sentamos un rato, intentando escapar de las olas que de vez en cuando salpicaban.
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Salimos a la plaza y a nuestro paso encontramos una curiosa escultura dedicada a la madre naturaleza, como reza en una placa cercana, se trata de una gruesa mujer sentada en las rocas del acantilado, que observa plácidamente el mar.
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De nuevo una empinada cuesta nos conduce hasta la iglesia de San Lorenzo, entramos y nos sentamos en sus bancos, aprovechando la sombra y con tiempo para observar el interior.
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En la plaza donde se encuentra las vistas son fantásticas, desde ahí se observa la isla vecina, con su triangular forma, el mar azul en la había y las casas de Portovenere.
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Ascendemos un poco más y llegamos a un rincón ajardinado. Desde ahí indica la entrada al cementerio del pueblo. Entramos al solitario lugar donde, el rumor de las olas, mece las almas de los que ya no están.
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Continuamos nuestro paseo caminando por la parte alta y desde ahí se ve la iglesia de San Pedro, y una estructura de piedra con algunos arcos. Cerca del mar, una cadena algo oxidada, funciona como barandilla de la que cuelga un candado.
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Desde aquí caminamos entre las casas de colores y por la muralla que conduce al castillo, una fortaleza que se puede visitar. Decidimos no pasar y bajamos al lado del mar y buscamos un sitio para comer. Escogimos un menú de dos platos donde probamos la pasta con pesto y los espagueti a la marinera y de segundo fritura de calamares y bistec, muy rico todo.
Para bajar la comida dimos un paseo por la parte que nos quedaba por visitar y a nuestro paso vimos los anuncios de il giro de las 3 islas, una excursión que dura alrededor de 40 minutos y bordea las islas de Tino, Tineto y Palmaria. Como ya habíamos visitado las 5 terre en barco decidimos no hacer esta excursión y, en su lugar, acercarnos a la Spezia para callejear un poco.
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Nos sentamos en un banco frente al mar, donde había un montón de barcos y un muelle en el que se posó una tímida gaviota. Luego caminamos hasta un establecimiento balnear, muy comunes por estos pueblos y donde la gente paga en torno a 10 euros por pasar todo el día en una tumbona en la playa.
Cogemos el autobús de vuelta a La Spezia y nos pasamos por el apartamento para descansar un rato. Con más energía subimos las escaleras que nos conducen a via XXVI de marzo y, desde allí, observamos las casas con las curiosas persianas de madera pintadas, y una escena tan cotidiana como es la ropa tendida de una punta a otra de los edificios.
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Cerca queda el castillo de San Giorgio, aunque no entramos a verlo, aprovechamos para bordear su muralla y ver, desde una explanada cercana, el sistema de ascensores que se utilizan para facilitar la accesibilidad en esta ciudad con tantas cuestas y distribuida en distintos niveles. Desde aquí se observa también el puerto y las montañas salpicadas con casitas.
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Bajamos en ascensor y nos encontramos con una iglesia encajada en una de las estrechas calles. Continuamos el descenso hasta llegar a una de las calles principales donde se percibe mucha animación. En una plaza llena de terrazas vemos las típicas fachadas pintadas, algunas que recuerdan a épocas pasadas. Paseamos hasta ver una curiosa iglesia de forma circular y pronto llegamos al mar caminando bajo los soportales, muy comunes en la Spezia.
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Nos acercamos al muelle, donde está atracado un barco de crucero, y vemos algunos pescadores centrados en su tarea. Caminamos hasta ver de cerca los remolcadores, por un paseo agradable abierto en la bahía, con vistas a las montañas circundantes, en el conocido como golfo de los poetas.
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Atravesamos un puente moderno con tirantes blancos que llega hasta una explanada donde se encontraba la escultura de una ballena arrastrada por una soga que sostiene una niña. Cerca está el restaurante Oscar, con una bonita terraza y, frente a él, amarrados unos barcos de considerable tamaño con muy buena pinta.
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Cenamos en la pizzería del barrio, una foccacia y una pizza, mientras veíamos desde la terraza cómo las preparaban y las metían en el horno tradicional.
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Hoy tocaba visitar la primera y nos acercamos a la plaza del mercado para comprar el billete de autobús a Portovenere. La parada está muy cerca y el autobús tiene la letra P y rotulado el nombre del pueblo con una frecuencia de 15 minutos durante todo el día.
En un viaje de 25 minutos aproximadamente, bordeando la costa por una carretera con bastantes curvas y bonitas vistas, llegamos a nuestro destino.
Desde la parada vemos el grupo de casas de colores alineadas unas junto a otras y el muro del castillo sobresaliendo entre pinos verdes. Un montón de barquitas flotando sobre el agua y la isla Palmaria justo enfrente. Había un mercadillo instalado en la plaza y nos sentamos en una de las terrazas cercanas al agua. Allí desayunamos a base de capuccino y bollería viendo cómo se animaba poco a poco el pueblo. Entramos por una de las puertas de la muralla, donde se encuentra la oficina de turismo en la que nos proporcionan un plano.
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Justo en la entrada del muro nos ofrecen un trocito de pan untado con pesto, delicioso, y nos explican la manera artesanal de preparar esta salsa típica genovesa.
Atravesamos el arco y descubrimos una calle empinada y estrecha a cuyos lados se concentran varios comercios de artesanía y productos locales, aceites, pastas, foccacia, todo con una pinta excelente. La verticalidad de las casas sorprende y también lo estrechas que son.
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Pasamos a una galería donde se exponen fotografías y cuadros y, al fondo, se abre una ventana con bonitas vistas a la bahía y a la isla Palmaria. Plazas recoletas, gente con bolsas transitando por las silenciosas calles y otros haciendo fotos. Al final de la calle larga se vislumbra imponente la iglesia de San Pedro, que se asienta sobre una roca en el acantilado.
El día luce precioso, el cielo es azul, y hay mucha luminosidad en el ambiente. Lástima haber olvidado a propósito las gafas de sol en casa, al ver el pronóstico del tiempo con fuertes tormentas para casi todos los días y que, por fortuna, no se cumplió.
Nos acercamos a la iglesia, bordeando primero por fuera hasta llegar a una zona porticada con cuatro arcos que se abren al mar. Un marco precioso para contemplar desde allí, a la sombra, el vaivén de las olas y el color tan bonito del agua.
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Subimos unas estrechas escaleras que nos conducen a la terraza del templo y, desde allí, casi se puede tocar con las manos la isla Palmaria, a escasa distancia. Vemos también una pequeña embarcación que sale al mar, algo agitado, y decide darse la vuelta entre caracoles de agua y espuma.
Pasamos al interior, donde descubrimos una iglesia sobria, erigida con piedra blanca y negra que ofrece un curioso contraste. Está adornada con flores frescas y una puerta de madera da paso a otra terraza en un nivel más bajo.
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Dejamos atrás la iglesia y nos detenemos frente a la gruta de Lord Byron, a través de una puerta entre el muro de piedra se accede al acantilado en el que se hace homenaje a este poeta inglés que pasó parte de su vida en estos lares y que la perdió navegando de Lerici a Portovenere.
*** Imagen borrada de Tinypic ***
Unas barandillas protegen el camino sobre las rocas que conduce a un rincón en el acantilado formado por altos escalones de piedra, donde nos sentamos un rato, intentando escapar de las olas que de vez en cuando salpicaban.
*** Imagen borrada de Tinypic ***
Salimos a la plaza y a nuestro paso encontramos una curiosa escultura dedicada a la madre naturaleza, como reza en una placa cercana, se trata de una gruesa mujer sentada en las rocas del acantilado, que observa plácidamente el mar.
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De nuevo una empinada cuesta nos conduce hasta la iglesia de San Lorenzo, entramos y nos sentamos en sus bancos, aprovechando la sombra y con tiempo para observar el interior.
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En la plaza donde se encuentra las vistas son fantásticas, desde ahí se observa la isla vecina, con su triangular forma, el mar azul en la había y las casas de Portovenere.
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Ascendemos un poco más y llegamos a un rincón ajardinado. Desde ahí indica la entrada al cementerio del pueblo. Entramos al solitario lugar donde, el rumor de las olas, mece las almas de los que ya no están.
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Continuamos nuestro paseo caminando por la parte alta y desde ahí se ve la iglesia de San Pedro, y una estructura de piedra con algunos arcos. Cerca del mar, una cadena algo oxidada, funciona como barandilla de la que cuelga un candado.
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Desde aquí caminamos entre las casas de colores y por la muralla que conduce al castillo, una fortaleza que se puede visitar. Decidimos no pasar y bajamos al lado del mar y buscamos un sitio para comer. Escogimos un menú de dos platos donde probamos la pasta con pesto y los espagueti a la marinera y de segundo fritura de calamares y bistec, muy rico todo.
Para bajar la comida dimos un paseo por la parte que nos quedaba por visitar y a nuestro paso vimos los anuncios de il giro de las 3 islas, una excursión que dura alrededor de 40 minutos y bordea las islas de Tino, Tineto y Palmaria. Como ya habíamos visitado las 5 terre en barco decidimos no hacer esta excursión y, en su lugar, acercarnos a la Spezia para callejear un poco.
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Nos sentamos en un banco frente al mar, donde había un montón de barcos y un muelle en el que se posó una tímida gaviota. Luego caminamos hasta un establecimiento balnear, muy comunes por estos pueblos y donde la gente paga en torno a 10 euros por pasar todo el día en una tumbona en la playa.
Cogemos el autobús de vuelta a La Spezia y nos pasamos por el apartamento para descansar un rato. Con más energía subimos las escaleras que nos conducen a via XXVI de marzo y, desde allí, observamos las casas con las curiosas persianas de madera pintadas, y una escena tan cotidiana como es la ropa tendida de una punta a otra de los edificios.
*** Imagen borrada de Tinypic ***
Cerca queda el castillo de San Giorgio, aunque no entramos a verlo, aprovechamos para bordear su muralla y ver, desde una explanada cercana, el sistema de ascensores que se utilizan para facilitar la accesibilidad en esta ciudad con tantas cuestas y distribuida en distintos niveles. Desde aquí se observa también el puerto y las montañas salpicadas con casitas.
*** Imagen borrada de Tinypic ***
Bajamos en ascensor y nos encontramos con una iglesia encajada en una de las estrechas calles. Continuamos el descenso hasta llegar a una de las calles principales donde se percibe mucha animación. En una plaza llena de terrazas vemos las típicas fachadas pintadas, algunas que recuerdan a épocas pasadas. Paseamos hasta ver una curiosa iglesia de forma circular y pronto llegamos al mar caminando bajo los soportales, muy comunes en la Spezia.
*** Imagen borrada de Tinypic ***
Nos acercamos al muelle, donde está atracado un barco de crucero, y vemos algunos pescadores centrados en su tarea. Caminamos hasta ver de cerca los remolcadores, por un paseo agradable abierto en la bahía, con vistas a las montañas circundantes, en el conocido como golfo de los poetas.
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Atravesamos un puente moderno con tirantes blancos que llega hasta una explanada donde se encontraba la escultura de una ballena arrastrada por una soga que sostiene una niña. Cerca está el restaurante Oscar, con una bonita terraza y, frente a él, amarrados unos barcos de considerable tamaño con muy buena pinta.
*** Imagen borrada de Tinypic ***
Cenamos en la pizzería del barrio, una foccacia y una pizza, mientras veíamos desde la terraza cómo las preparaban y las metían en el horno tradicional.