Desayunamos en el buffet del lobby. Desayuno correcto sin tirar cohetes, con fiambres, bollos y pastelillos no muy variados, huevos, bacon, salchichas, morcilla… Los zumos normalitos, para mi gusto mejor el de mango que el de naranja. Te hacían tortilla francesa al momento si la pedías. El café no estaba mal, de máquina o servido de una jarra. Frutas tropicales, también plátanos. Todo amenizado por un grupo que interpretaba música clásica. Realmente difícil de explicar la sensación entre decadente y encantadora de desayunar en el comedor de época de un hotel de supuestas cuatro estrellas, con bastantes cristales rotos en sus bellas ventanas con vidrieras, alguna pequeña hormiga ascendiendo por el mantel y música de fondo en directo como en el Titanic.
Antes de irnos, avisamos en la recepción del hotel que no se extrañasen si a lo largo de los diez días de nuestra reserva, algunas noches no dormíamos en la habitación, ya que teníamos previsto desplazarnos a otras zonas del país por varios días. Naturalmente, no pusieron ninguna pega, pero agradecieron que se lo advirtiésemos para quedarse tranquilos y no achacar nuestra ausencia a alguna otra circunstancia menos grata. Dejamos en la habitación parte del equipaje y llevamos solamente lo que íbamos a utilizar en los tres días que íbamos a pasar fuera, lo cual nos resultó francamente cómodo.
A las 08:30 vinieron a buscarnos para iniciar la excursión de tres días por la zona occidental de Cuba. Eramos cuatro personas, nosotros dos y una pareja sueca, muy majos los dos, ella había vivido en Madrid unas cuantas semanas para estudiar español y él había estado de visita varias veces, así que hablaban un poquito de español. A mi intento de ser amable y prácticar inglés (where are you from? …), el chico respondió con un “I love Madrid” tan sincero, corroborado por ella, que los dos se ganaron mis simpatías de inmediato, jeje. Completaban el grupito la guía y el conductor, los dos realmente muy abiertos y agradables, buena gente. Estuvimos los seis como en familia durante los tres días. Para mi, lo peor fue que el monovolumen en el que fuimos tenía los cristales tintados muy oscuros y eso me molesta en los viajes porque me gusta ver bien el exterior e ir haciendo fotos.
Después de la lluvia torrencial de la noche anterior, estaba todo empapado y el día había amanecido cubierto. Salimos al Malecón y empezamos a ver los edificios ya a la luz del día. La guía nos fue explicando exhaustivamente los lugares que íbamos recorriendo y contestaba a todas nuestras preguntas. Las olas golpeaban furiosamente y pudimos comprobar de primera mano la veracidad de las fotos que aparecen en algunas revistas: las olas se elevaban varios metros, pasaban por encima del malecón y el agua caía inclemente no ya sobre las aceras (no había peatones imprudentes a la vista) sino sobre los pocos vehículos que circulaban por la zona del Malecón, uno de ellos el nuestro. Daba un poco de cague el violento pero hermoso espectáculo. Supongo que a la gente del norte de España no le hubiese producido la impresión que a nosotros.
Recorrimos la zona occidental de La Habana, vimos las banderas agitarse al viento frente a la oficina de negocios estadounidense, pasamos por Miramar, el barrio más elegante, con sus amplios y arbolados paseos flanqueados por magnificas casas de principios del Siglo XX, perfectamente conservadas, muchas de ellas en la actualidad representaciones diplomáticas y residencias de extranjeros; vimos el extraño y enorme edificio de la antigua embajada de la URSS (hoy embajada de Rusia), los barrios de las afueras… En fin, lugares y detalles que ahora se me escapan y que nos iba explicando la guía, con la cual congeniamos bien desde el primer momento. Al final, tomamos la autopista y empezamos el viaje propiamente dicho. Unos 74 Km. hasta nuestro primer destino: Las Terrazas.
Por el camino, pudimos apreciar las peculiaridades de la autopista cubana, más bien una vía desdoblada de dos carriles en cada sentido, en la que te podías encontrar cualquier cosa, animal o persona. El tráfico es muy escaso y la velocidad no es baja (unos 100 Km/h), pero requiere bastante atención porque en cualquier momento aparecen peatones cruzando, personas que esperan la llegada del autobús pero que se refugian del sol o la lluvia debajo de los puentes, en la mediana; muchos ciclistas, algunos circulando en sentido contrario y no siempre por la parte derecha o el arcén, coches del año de cantalapiedra circulando a 20 Km/h, carros de todo tipo, vehículos parados por averías o cuyos conductores se detienen para charlar de sus cosas o a recoger a las numerosas personas que “hacen botella” (el autostop es una forma de transporte como otra cualquiera en Cuba, incluso favorecida por las autoridades que proclaman que el que tiene un vehículo debe ayudar al que no lo tiene). Tampoco es nada extraño tropezarse con vacas, caballos y hasta cerdos aposentados en la pista o cruzándola a sus anchas. De hecho, fuimos testigos de todo eso. El firme en general no es malo, pero sin previo aviso surgen más que baches, socavones, que deben sortearse improvisadamente. Nuestro conductor iba rápido, pero conocía perfectamente el terreno, yo creo que se sabía los baches de memoria y no noté que cometiera las imprudencias que he visto en otros lugares.
El cielo no cambiaba su color gris, pero había dejado de llover. Ya en la provincia de Artemisa (jaja, ¿qué me recuerda ese nombre?), quiso asomar un poco el sol, pero al desviarnos por la carretera que lleva a Las Terrazas, el asomo de luz quedó atrás y nos enfrentamos con las hermosas elevaciones de la Sierra del Rosario y unos nubarrones negros muy poco prometedores. Pese a todo, el paisaje envuelto en una frondosa vegetación era francamente bonito.
Antes de irnos, avisamos en la recepción del hotel que no se extrañasen si a lo largo de los diez días de nuestra reserva, algunas noches no dormíamos en la habitación, ya que teníamos previsto desplazarnos a otras zonas del país por varios días. Naturalmente, no pusieron ninguna pega, pero agradecieron que se lo advirtiésemos para quedarse tranquilos y no achacar nuestra ausencia a alguna otra circunstancia menos grata. Dejamos en la habitación parte del equipaje y llevamos solamente lo que íbamos a utilizar en los tres días que íbamos a pasar fuera, lo cual nos resultó francamente cómodo.
A las 08:30 vinieron a buscarnos para iniciar la excursión de tres días por la zona occidental de Cuba. Eramos cuatro personas, nosotros dos y una pareja sueca, muy majos los dos, ella había vivido en Madrid unas cuantas semanas para estudiar español y él había estado de visita varias veces, así que hablaban un poquito de español. A mi intento de ser amable y prácticar inglés (where are you from? …), el chico respondió con un “I love Madrid” tan sincero, corroborado por ella, que los dos se ganaron mis simpatías de inmediato, jeje. Completaban el grupito la guía y el conductor, los dos realmente muy abiertos y agradables, buena gente. Estuvimos los seis como en familia durante los tres días. Para mi, lo peor fue que el monovolumen en el que fuimos tenía los cristales tintados muy oscuros y eso me molesta en los viajes porque me gusta ver bien el exterior e ir haciendo fotos.
Después de la lluvia torrencial de la noche anterior, estaba todo empapado y el día había amanecido cubierto. Salimos al Malecón y empezamos a ver los edificios ya a la luz del día. La guía nos fue explicando exhaustivamente los lugares que íbamos recorriendo y contestaba a todas nuestras preguntas. Las olas golpeaban furiosamente y pudimos comprobar de primera mano la veracidad de las fotos que aparecen en algunas revistas: las olas se elevaban varios metros, pasaban por encima del malecón y el agua caía inclemente no ya sobre las aceras (no había peatones imprudentes a la vista) sino sobre los pocos vehículos que circulaban por la zona del Malecón, uno de ellos el nuestro. Daba un poco de cague el violento pero hermoso espectáculo. Supongo que a la gente del norte de España no le hubiese producido la impresión que a nosotros.
Recorrimos la zona occidental de La Habana, vimos las banderas agitarse al viento frente a la oficina de negocios estadounidense, pasamos por Miramar, el barrio más elegante, con sus amplios y arbolados paseos flanqueados por magnificas casas de principios del Siglo XX, perfectamente conservadas, muchas de ellas en la actualidad representaciones diplomáticas y residencias de extranjeros; vimos el extraño y enorme edificio de la antigua embajada de la URSS (hoy embajada de Rusia), los barrios de las afueras… En fin, lugares y detalles que ahora se me escapan y que nos iba explicando la guía, con la cual congeniamos bien desde el primer momento. Al final, tomamos la autopista y empezamos el viaje propiamente dicho. Unos 74 Km. hasta nuestro primer destino: Las Terrazas.
Por el camino, pudimos apreciar las peculiaridades de la autopista cubana, más bien una vía desdoblada de dos carriles en cada sentido, en la que te podías encontrar cualquier cosa, animal o persona. El tráfico es muy escaso y la velocidad no es baja (unos 100 Km/h), pero requiere bastante atención porque en cualquier momento aparecen peatones cruzando, personas que esperan la llegada del autobús pero que se refugian del sol o la lluvia debajo de los puentes, en la mediana; muchos ciclistas, algunos circulando en sentido contrario y no siempre por la parte derecha o el arcén, coches del año de cantalapiedra circulando a 20 Km/h, carros de todo tipo, vehículos parados por averías o cuyos conductores se detienen para charlar de sus cosas o a recoger a las numerosas personas que “hacen botella” (el autostop es una forma de transporte como otra cualquiera en Cuba, incluso favorecida por las autoridades que proclaman que el que tiene un vehículo debe ayudar al que no lo tiene). Tampoco es nada extraño tropezarse con vacas, caballos y hasta cerdos aposentados en la pista o cruzándola a sus anchas. De hecho, fuimos testigos de todo eso. El firme en general no es malo, pero sin previo aviso surgen más que baches, socavones, que deben sortearse improvisadamente. Nuestro conductor iba rápido, pero conocía perfectamente el terreno, yo creo que se sabía los baches de memoria y no noté que cometiera las imprudencias que he visto en otros lugares.
El cielo no cambiaba su color gris, pero había dejado de llover. Ya en la provincia de Artemisa (jaja, ¿qué me recuerda ese nombre?), quiso asomar un poco el sol, pero al desviarnos por la carretera que lleva a Las Terrazas, el asomo de luz quedó atrás y nos enfrentamos con las hermosas elevaciones de la Sierra del Rosario y unos nubarrones negros muy poco prometedores. Pese a todo, el paisaje envuelto en una frondosa vegetación era francamente bonito.
LAS TERRAZAS.
Este complejo o “comunidad”, como le llaman, surgió en 1968 por una iniciativa del Gobierno cubano para rescatar antiguos parajes de la deforestación acaecida en tiempos coloniales por la sobre-explotación de las minas de cobre y las plantaciones cafeteras. Aprovechando un proyecto de la UNESCO de 1971 para vincular a las comunidades rurales con su entorno, se creó un pueblo de unas 900 personas, salpicado de pequeñas casas proyectadas para armonizar con la privilegiada naturaleza de la zona, con todos los servicios de una ciudad en miniatura. Se trataba de animar a los campesinos de la zona a permanecer en ella y cuidar de su entorno natural . En 1985, la UNESCO declaró “Reserva de la Biosfera” a la Sierra del Rosario y se iniciaron planes para convertir “Las Terrazas” en un centro de turismo sostenible y ecológico. Desde 1995 todas las ganancias que reportan los ingresos turísticos revierten en el cuidado del medio ambiente y del pueblo.
Un inciso para señalar que aquí ya vimos como la guía empezaba a pagar entradas y a guías locales. Con ello quiero decir que la visita de la mayor parte de los lugares con interés turístico, incluso en plena naturaleza, suele costar un precio en Cuba. No pretendo valorarlo, supongo que es necesario para mantener los entornos, simplemente lo comento a título informativo.
La verdad es que el lugar es precioso, con una espesa vegetación semi-selvática y casi virgen, cuyo atractivo no quedaba empañado por un día sumamente gris. En el centro de recepción de visitantes, situado frente a un hermoso lago, nos obsequiaron con un cóctel y conocimos a la guía local, una joven lugareña encantadora, que nos fue mostrando los alrededores, al tiempo que nos contaba un sin fin de cosas de la comunidad, nos mostraba aves, cultivos, las plantas, las casas… Por ejemplo, nos enseñó a identificar la flor nacional y la típica palmera cubana: la palma real. También respondió a todas las cuestiones que le íbamos planteando sobre todo mi marido y yo, pues los suecos hablaban menos. Nos invitaron a café en el Café de María, una encantadora señora mayor a la que saludamos; fuimos a visitar la Casa Museo de Polo Montañez, un conocido cantante de la zona, fallecido a los 37 años en un accidente, muy querido por los cubanos y paseamos por el entorno del Hotel Moka, todo ello en el marco de un paisaje realmente idílico, en el que no faltaban caballos pastando y bastantes rapaces surcando el cielo nublado.
La verdad es que el lugar es precioso, con una espesa vegetación semi-selvática y casi virgen, cuyo atractivo no quedaba empañado por un día sumamente gris. En el centro de recepción de visitantes, situado frente a un hermoso lago, nos obsequiaron con un cóctel y conocimos a la guía local, una joven lugareña encantadora, que nos fue mostrando los alrededores, al tiempo que nos contaba un sin fin de cosas de la comunidad, nos mostraba aves, cultivos, las plantas, las casas… Por ejemplo, nos enseñó a identificar la flor nacional y la típica palmera cubana: la palma real. También respondió a todas las cuestiones que le íbamos planteando sobre todo mi marido y yo, pues los suecos hablaban menos. Nos invitaron a café en el Café de María, una encantadora señora mayor a la que saludamos; fuimos a visitar la Casa Museo de Polo Montañez, un conocido cantante de la zona, fallecido a los 37 años en un accidente, muy querido por los cubanos y paseamos por el entorno del Hotel Moka, todo ello en el marco de un paisaje realmente idílico, en el que no faltaban caballos pastando y bastantes rapaces surcando el cielo nublado.
Me hubiera apetecido hacer la tirolina sobre el río, pero no funcionaba debido al mal tiempo. Empezó a caer una fina lluvia que si bien no molestaba demasiado, tampoco permitía otras actividades previstas como bañarnos en las pozas del río o emprender alguna caminata seria por los bonitos senderos. Una lástima.
Fuimos colina arriba hasta las ruinas del antiguo Cafetal Buenavista, que data del año 1802, a 240 metros de altitud, con unas vistas preciosas de toda la comunidad y la Sierra del Rosario. Se pueden ver los antiguos secaderos y conserva la cocina original, la antigua casona se ha convertido en un pequeño restaurante, donde comimos muy bien, quizás porque era nuestra primera comida en Cuba y todo suponía una novedad: ensalada, malanga (un tubérculo parecido a la papata), moros y cristianos (arroz con frijoles negros), ropa vieja (una mezcla de verduras con tiras de carne, muy rica), pollo y de postre arroz con leche. Disfrutamos bastante de la comida los siete, nosotros cuatro, las dos guías y el conductor, hablando de todo un poco, de España y de Cuba (de Suecia, menos, .)
Cafetal Buenavista:
Como la lluvia no cesaba y el baño en el río San Juan resultaba una utopía, cuando terminamos de comer dejamos Las Terrazas y emprendimos viaje hacia Soroa, que está a unos 16 Km, una media hora.
SOROA.
La población de Soroa se encuentra a 250 metros de altitud sobre el nivel del mar, rodeada de selva tropical. Los lugares más turísticos se encuentran en la zona conocida como Villa Soroa, junto al cauce del río Manantiales, un sitio muy bonito. Por fortuna había dejado de llover.
En primer lugar, fuimos a visitar el Orquideario. Había leído comentarios de foreros diciendo que no vale la pena entrar a verlo. Como nosotros lo teníamos incluido, entramos. Eso sí tuve que pagar un cuc por hacer fotos. También teniamos incluido servicio de guía, un señor mayor muy amable que nos explicó todo lo habido y por haber sobre las flores y las plantas del parque, lo que te hace ver la naturaleza con otros ojos. La vegetación espectacular, no había demasiadas flores quizás por la época del año, pero el tamaño y el color de las hojas y los árboles hacen que el paseo resulte muy agradable. También hay una preciosa vista de la Sierra del Rosario, aun sin sol. A mi me gustó, pero, claro, no tuvimos que abonar el precio de la entrada (creo recordar que eran 4 cuc). A mi modo de ver, un lugar bonito pero no imprescindible si se va ajustado de presupuesto.
A continuación, fuimos caminando por la orilla del río hacia la cascada del Saltón (también se paga por verla). Muy agradable el paseo por el bosque tropical y la vista desde un mirador, hasta llegar a la bonita cascada (a mi todas las cascadas me gustan). Estaba previsto un baño en la poza que forman sus aguas, pero el tiempo no estaba para baños. Por un lado mal y por otro bien porque había muy poca gente en un lugar por lo general bastante concurrido.
Nuestro hotel era el “Villa Soroa”, a 200 metros del puente que cruza el río para ir a la cascada del Saltón, muy cerca del orquideario. Es un complejo de cabañas (bungalows) individuales, que rodean una gran piscina. Las habitaciones que conforman las cabañas son muy básicas y dan la sensación de ser un poco endebles, como a merced de la lluvia y el viento.Por lo demás, estaba limpio y el agua caliente funcionaba perfectamente.
En cuanto dejamos las cosas en la habitación, ya solos, volvimos al puente que cruza el río. No llovía e incluso se atisbaba algún rayo de sol entre las nubes (aún no habíamos visto ni el sol ni el azul del cielo cubano). Queríamos subir al mirador, desde donde nos aseguraron que había unas hermosas vistas de la sierra y del valle, llegando incluso a verse la costa. Es una atractiva caminata de unos dos kilómetros por el bosque tropical. Ascendimos el sendero deprisa porque también queríamos intentar ir después al Castillo de las Nubes. La subida es empinada y tiene algún tramo fuerte, pero nada especialmente fatigoso. Si hay tiempo, merece la pena hacerlo: las vistas son espectaculares.y no se puede por menos que sentarse a disfrutar del panorama, eso sí, sin acercarse demasiado al borde del risco porque hay una caída de cuidado. Allí salió un poquito el sol y nos regaló una vista idílica. Tardamos una hora larga entre subir y bajar.
La palma real (palmera símbolo de Cuba):
De vuelta a la carretera, la seguimos hasta el Castillo de las Nubes, anunciado como “la mejor vista de Soroa”. Daba vueltas y revueltas y parecía que no se acababa nunca. Nos habían dicho que era un kilómetro y medio, pero parecían cien. La verdad, no sé, pero anduvimos mucho más seguro. Si tenéis coche, subid con él. Al fin, llegamos al castillo, que es una imitación de un castillo medieval construido en 1940 por el propietario de las tierras. Ahora está casi en ruinas, pero en la distancia da el pego y con un entorno espectacular, las fotos quedan muy aparentes. Se ven andamios y obras empezadas para convertirlo en un restaurante, pero según el vigilante, un tipo muy dicharachero y agradable, nos dijo que ya tenía que estar abierto al público. Así que la cosa va para largo.
Nos quedamos sorprendidos cuando nos dijo que teníamos que pagar entrada para llegar al mirador propiamente dicho, ya que desde la zona donde está el castillo tampoco es que se vea demasiado. Recelamos un poco, pero tenía tickets impresos y, al final, después de tanto padecer para llegar arriba, no era cuestión de marcharnos sin más. Así que pagamos, creo que fueron 2 cuc. Luego lo entendimos el motivo del pago, se trata de una especie de restaurante con pequeña piscina e instalaciones recreativas. A la hora que fuimos (casi las seis de la tarde) ya solo quedaba abierto el bar. Compramos nuestra primera TuKola y contemplamos el paisaje. Muy bonito, pero me gustaron más las vistas desde el mirador del parque, claro que allí hay que subir a pata y aquí se puede llegar en coche cómodamente.
Al salir, el vigilante nos indicó un atajo para no tener que bajar nuevamente por la carretera. La verdad es que ahorramos mucho tiempo, lo que nos vino muy bien porque se echó la noche encima rápidamente.
Cenamos en el restaurante del hotel, un sitio agradable, con buenos cantantes en directo, que pidieron su correspondiente propina al terminar, pues no faltaba más. La cena estuvo bien, los entrantes, fijos (ensalada, patatas y arroz) y los principales a elegir (pollo, carne de res o cerdo con guarnición de verduras). De postre, mermelada de mango con queso.
Por la noche, me despertó un aguacero tremendo que golpeaba las endebles paredes de la cabaña: otra noche pasada por agua, menudo panorama para el día siguiente, en Cayo Levisa.
Cenamos en el restaurante del hotel, un sitio agradable, con buenos cantantes en directo, que pidieron su correspondiente propina al terminar, pues no faltaba más. La cena estuvo bien, los entrantes, fijos (ensalada, patatas y arroz) y los principales a elegir (pollo, carne de res o cerdo con guarnición de verduras). De postre, mermelada de mango con queso.
Por la noche, me despertó un aguacero tremendo que golpeaba las endebles paredes de la cabaña: otra noche pasada por agua, menudo panorama para el día siguiente, en Cayo Levisa.