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Un poco de Austria. Un poco de Baviera..2º parte

Un poco de Austria. Un poco de Baviera..2º parte ✏️ Diarios de Viajes de Austria Austria

LUNES 6 DE AGOSTO ... ... 1º DIA ... ... BARCELONA-MUNICH-FUSCHL AM SEE PRIMEROS PASOS POR BAVIERA. Con un ligero retraso de unos 40 minutos, despegamos rumbo a Munich. ¿Qué se puede esperar de un país, de una región, en la que en su aeropuerto te...
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Diario: Un poco de Austria. Un poco de Baviera

Puntos: 4.2 (5 Votos)  Etapas: 1  Localización:Austria Austria


LUNES 6 DE AGOSTO ... ... 1º DIA ... ... BARCELONA-MUNICH-FUSCHL AM SEE PRIMEROS PASOS POR BAVIERA.

Con un ligero retraso de unos 40 minutos, despegamos rumbo a Munich. ¿Qué se puede esperar de un país, de una región, en la que en su aeropuerto te ofrecen té, café y prensa gratuita? En varios lugares del limpio aeropuerto de Munich, hay stands llenos de prensa alemana, inglesa e italiana que se ofrecen gratuitamente. A su lado, maquinas de café, y agua caliente para tomar un té, con una extensa variedad de sabores y aromas. Estábamos en Alemania. Después de las maletas, puntuales, nos fuimos a recoger el coche. Todo está perfectamente indicado. La zona de las compañías de alquiler de autos, están todas juntas en una especie de anexo del aeropuerto, al que se accede por un patio exterior. La chica del stand de AVIS, nos indicó que nuestro coche era nuevo; tan solo tenía 5 kilómetros. Salimos del aeropuerto con nuestro flamante Opel Meriva nuevo y nos fuimos hacia Munich. Por el camino, en las afueras de la ciudad, observamos la silueta del impresionante Allianz Arena, el estadio de fútbol del Bayern de Munich, construido en el 2005. La entrada a Munich, fue fácil, sencilla, no así el aparcar. Como no sabíamos como funcionaban las zonas de aparcamiento, tuvimos que preguntar varias veces a las personas que veíamos por la calle. Primer contratiempo. Si no se sabe alemán, hay que tentar a la suerte y que alguien sepa algo de inglés. Segundo contratiempo. Aparcar en la calle en Munich, es caro, carísimo. Las fracciones de 10 minutos, valen 50 céntimos. O sea 3 euros la hora. En el coche llevábamos un reloj para poder aparcar en según que zonas, durante un máximo de una hora. Pero como no sabíamos lo que tardaríamos en recorrer la ciudad, decidimos pagar, y estar tranquilos. La fotogénica ciudad bávara, de más de 1.300.000 habitantes, cuenta con un casco histórico precioso, peatonal, amplios parques, fuentes, terrazas, mucha cerveza y una red de tranvías silenciosos. Lo único negativo es que en verano hace calor, mucho calor; calor seco, pero calor. El centro de Munich, la vida de la ciudad, es la Marienplatz. En un lateral de la bulliciosa plaza se alza la Glockenspiel, en la fachada principal del nuevo ayuntamiento. A las 11 de la mañana, a las 12 y también a las 5 de la tarde, se concentran multitudes frente a la torre, para observar el movimiento de los muñecos. Después de sonar las campanadas horarias, unas figuras mecánicas empiezan a moverse en lo alto de la torre, realizando la danza de los toneleros. La torre estaba en obras, con parte de ella tapada, y dejando al descubierto únicamente la zona de los muñequitos. Aun así, tenia su encanto. La fachada gótica del ayuntamiento, es sencillamente impresionante. Multitud de banderas con los colores blanco y azul de Baviera, colgaban por toda su fachada. En esa zona, es donde Munich, a pesar de su encanto, pierde parte de su originalidad, para pasar a ser una ciudad más, con multitud de tiendas de grandes marcas, en los alrededores de la plaza. Cerca de la plaza está la catedral, con sus cúpulas verdes bulbiformes, parecidas a unas cebollas. Merece la pena su visita. Otro lugar curioso, es el mercado de abastos, el Viktualienmarkt. El aroma de la caza, el queso, y las frutas, se expande seductoramente por los callejones adyacentes. Si se quiere comprar algo de embutido típico bávaro, como por ejemplo sus ricas salchichas, en esta zona, la oferta comercial es amplia y variada. Otra iglesia que debe visitarse es la Iglesia de San Peter. Munich me estaba gustando. Toda la ciudad, lo poco que vimos de ella, rebosa de una magia especial. Da la impresión de que la palabra desorden no está en el vocabulario alemán y por todos los lugares por los que paseamos, respiraban un perfecto orden. Callejeamos por lugares algo alejados de la parte más céntrica de la ciudad, descubriendo fachadas y marquesinas delicadamente adornadas. Visitamos una cervecería, con la promesa de volver al último día, y despedirnos de la región con una buena jarra de cerveza. También prometimos volver algún día, y terminar de descubrir la ciudad, pues era evidente que en unas pocas horas, no había tiempo de casi nada. Las autopistas de Alemania, son una gozada. Amplias y rápidas. Teníamos unos 150 kilómetros hasta nuestro destino. Y la primera anécdota del viaje, nos ocurrió a mitad del viaje. De pronto un coche se nos puso delante de nosotros, colocó una sirena en el techo y nos hizo indicaciones de que parásemos..... No creía que fuese por velocidad, pues a pesar de que iba a 120, varios coches me adelantaban constantemente a velocidades superiores. Seguimos al coche policial, y nos hizo detener en una área de descanso. Se acercaron dos chicos jóvenes, de paisano y con la pistola en la cintura, que se identificaron como policías. -“¿Deuschtland?” -No...Spanish. -“Control”... Con un ingles algo torpe, nos pidieron la documentación del coche y la nuestra. Comprobaron la del coche, y se fueron con nuestros carnés y con el de conducir a su coche.... Al cabo de unos minutos, que para nosotros fueron eternos, regresaron diciendo que “no problem”, nos devolvieron los carnés, y se fueron. ¿Qué había ocurrido? Quizás era simplemente un control aleatorio, o quizás es que se aburrían. Aún no sé que les indujo a pararnos a nosotros. Sin más sobresaltos llegamos a Austria. Y lo primero que hicimos nada más cruzar la frontera, es comprar en la primera gasolinera que vimos, la tarjeta de peaje, la Vignette. Esta tarjeta, de validez anual, sirve para circular por las autopistas de Austria. Para las turistas hay la opción de comprar una para dos meses, o diez días, que es la que compramos nosotros. Si te para la policía y no la llevas, te expones a una multa de 200 euros, más el importe de la tarjeta. Por lo cual, pagamos los 7´60 euros y pusimos la pegatina en el coche. Podíamos circular sin problemas. Cerca de las 8 de la noche, llegamos a nuestro destino. Fuschl Am See. El paisaje que veíamos a escasos kilómetros de llegar era idílico, de postal. Un lago, envuelto de casitas en su alrededor, con las montañas dándole cobijo. Ahora teníamos que encontrar la casa. Tarea difícil. Les preguntamos a unas mujeres en el centro del pueblo, y en un perfecto alemán, nos dijeron la dirección. Pero no sabíamos alemán. Por la intuición de Encarna, nos dirigimos a una gasolinera, donde el empleado nos indica algo mejor. Nuestra casa, nuestro alojamiento, no estaba en el centro del pueblo. Pero lo que a priori podía ser un contratiempo, fue una bendición después. Y por fin llegamos a la calle Ellmaustr 48. La casa, era de película. Blanca con techos de madera marrón, y con todos los balcones llenos de flores bien cuidadas. Al lado el establo, con sus vacas, y enfrente una pequeña construcción a modo de capilla. Irene Leitner, ya nos estaba esperando. Encarna y yo teníamos una habitación en el primer piso y Carmen otra en el segundo. Irene nos dijo los horarios del desayuno y nos aconsejó sobre algún lugar para cenar por la noche. Menos mal que hablaba algo de inglés. Nuestra habitación era sencilla, pero acogedora. Dos camas individuales pero juntadas como si fueran una sola. Un amplio armario, mesa, un balconcito con dos sillas, y un baño con ducha. En la habitación, igual que por toda la casa, crucifijos y estampas de vírgenes y santos. Deshicimos las maletas, y nos fuimos a cenar. Pensamos en cenar en el pueblo, y así pasear por sus solitarias calles. A pesar de no haber vida exterior, las calles de Fuschl Am See, tenían calor. Se notaba una calidez en sus casas, en sus calles, en los paisajes que veíamos, que nos hizo exclamar por primera vez: Yo me quiero jubilar aquí. Llegamos a una terraza de un hotel que está en la misma ribera del lago Fuschlsee. Y la primera cena en Austria, no es que fuera muy autóctona, pues nos conformamos con unas deliciosas pizzas, y una jarra de cerveza, por supuesto. Después de la cena, paseamos algo más por las calles del pueblo. La oficina de turismo estaba abierta. Y aunque no había personal que la atendiese, si que habían infinidad de folletos sobre la zona, actividades, etc. Empezamos a comprobar que el español, no es un idioma que por aquí les interese mucho. Todas las informaciones turísticas que veiamos, estaban en alemán, inglés, francés e italiano. Menos mal que entre el inglés y el italiano, conseguíamos entender y comprender algo. Al llegar a casa, un manto de estrellas nos cubría, y un silencio absoluto reinaba en el ambiente. A lo lejos algún cencerro de una vaca hacía algo de ruido. Y las pocas luces de las casas vecinas, no conseguían romper la magia del lugar. Aquello era una delicia. Y mañana comprobaríamos que hay lugares tan hermosos, que no pueden narrarse con cuatro líneas.

MARTES 7 DE AGOSTO ... ... 2º DIA EL LUGAR MÁS BONITO DE EUROPA

Decidimos levantarnos pronto y desayunar enseguida. El desayuno que nos preparó Irene, era zumo de naranja, pan de molde, panecillos de Viena, mermeladas, queso y embutidos, huevo duro y café. Algún día no ponía huevos, otro no ponía zumo, pero siempre había panecillos, que me recordaban a los que me comía de pequeño. El salón de Irene, era una muestra de decoración muy recargada, pero todo ello puesto en un perfecto orden. A las 8 y media, ya estábamos con nuestro coche, dispuestos a descubrir la región de Salzkammergut, la región de los lagos. Más de 60 lagos adornan esta comarca. Sus paisajes parece que hayan surgido de una postal. Quizás es porqué en Austria fue donde se inventaron estas tarjetas. Nuestra primera parada, fue en el pueblo cercano de Sant Gilgen, junto al lago Wolfgangsee. Caminamos un poco por las primeras calles del pueblo, que se parecían a cualquier urbanización del Pirineo y preguntamos en la oficina de turismo por los lugares que merecían la pena visitarse. En la oficina, donde también faltaban los folletos en castellano, nos recomendaron la subida en teleférico. Dejamos la visita de las calles centrales de Sant Gilgen para otra ocasión y nos fuimos rápidamente al teleférico. Si algo no falta en Austria, son los teleféricos, telesillas, tele arrastres, y toda clase de aparatos para subir a todas las cumbres posibles. En la agencia nos dieron una tarjeta, la Salzkammergut Card, que por un precio de 4.90 euros, tenías descuento en multitud de entradas de todo tipo; y en el teleférico de Sant Gilgen, empezamos a utilizarla. La subida en el teleférico valía 18 euros por persona, y con la tarjeta nos costó 16,50. El teleférico es como un huevo, con capacidad para cuatro personas, y te sube hasta lo alto de la montaña Zwolferhorn de 1522 metros de altitud. Desde la cima se divisa, a un lado la cordillera de los Alpes Centrales y al otro, un mosaico de lagos turquesas. El día era soleado, por lo cual, pudimos observar unos paisajes preciosos. En lo alto de la montaña hay un bar, con una terraza que tiene una situación inmejorable. La cumbre de la montaña es utilizada por algunos para lanzarse en parapente, y sentirse por unos instantes como un pájaro. Después de estar un rato observando el paisaje, nos fuimos hacía la nueva visita. Seguimos por la carretera 158, bordeando el lago Wolfgangsee. Con lenta velocidad, saboreando las imágenes que los paisajes me ofrecían, llegamos al pueblo de Bad Ischl. Bad Ischl, localidad donde confluyen los ríos Ischl y Traum, era un balneario de aguas termales y salinas que se puso de moda durante la época imperial. A mediados del siglo XIX, el Emperador Francisco José, se construyo una residencia de verano en la localidad, la Kaiservilla. En esta residencia se firmó la declaración de guerra contra Serbia en el 1914. Llegamos a Bad Ischl, y primero de todo, fuimos hacia la Kaiservilla. Se puede visitar el palacio, sus jardines y también el palacio privado de Elisabeth (Sisí), que actualmente es un museo de fotografía, llamado Photomuseum im Marmorschlössl. La historia de este palacio está ligada a la historia de amor de Francisco José y Sisí. A los tres días de conocerse, anunciaron su compromiso. La pasión desmesurada de Francisco José por su esposa, no era correspondida por Sisí, que muy pronto empezó a hacer una vida aparte. Un camino salpicado por la sombra de los árboles que adornan el camino, lleva a la entrada de Kaiservilla. Frente a la entrada una fuente de agua, decora el jardín. La entrada al palacio nos costó 7,20 por cabeza. Nos ahorramos 1,80 con la tarjeta. Únicamente se puede visitar el palacio con una visita guiada, en alemán. En la entrada hay folletos explicativos en varios idiomas de cada una de las estancias por las que pasábamos. Nuestra guía, que nos prohibió hacer fotos o filmar en video, nos iba explicando los lugares que veíamos, y los objetos más destacados en cada habitación. Paseamos por las habitaciones en las cuales había fotos de los antepasados de Francisco José y en la de Sisí, una pequeña capilla; la biblioteca donde aun sé podía ver el sofá donde Francisco José hacia sus siestas y que aun conservaba las marcas del sudor; a su lado una mesa, con la declaración de guerra a Serbia. El salón comedor, con una mesa perfecta y lujosamente preparada con toda la vajilla, varias habitaciones que tenían puertas secretas que llevaban a otras estancias y sobre todo las escaleras, llenas de trofeos de caza. Más de 1000 trofeos de ciervos, águilas y osos, colgaban por todas partes, pero con especial abundancia en las escaleras. La mansión esta bien cuidada, muy bien decorada, conservando todo el esplendor que seguramente tenía en tiempos pasados. Salimos del edificio principal y nos fuimos caminando hacía el palacio privado de Sisí. No entramos pues la entrada era aparte de la general, y tan solo nos dedicamos a pasear por sus alrededores y observar toda la Kaiservilla, desde una mejor posición. En Bad Ischl, hay una pastelería, la Zauner, famosa en toda Austria por sus dulces y galletas. Nos dirigimos hacia ella, paseando por las calles del pueblo. La pastelería tenía un aire parisiense, con sillas y mesas rococó en el exterior, y una fachada renacentista preciosa. En el interior, la oferta de pasteles era tentadora. Infinidad de dulces, de atractivos y deliciosos pasteles, galletas... no podíamos evitar la tentación de comprar algún dulce... ¿pero cual de ellos? Después de pasear un poco más por las calles de Bad Ischl, emprendimos camino hacía el sur, para llegar a la localidad de Hallstatt. Un túnel cruza por debajo del pueblo, y te obliga a aparcar en las afueras. La tarifa del parking, 4.50 euros. Precio único. Tan solo los residentes, pueden circular por sus pocas calles. El lago Hallstatter, baña un pueblo, que en el siglo XIX, fue calificado como “el pueblo situado a orillas de un lago más bonito del mundo”. Antes de intentar averiguar si esta afirmación era cierta o no, nos dirigimos hacía las minas de sal de Hallstatt. Estas minas, están consideradas como las más antiguas del mundo, pues en el 1734, se encontró en su interior un cadáver prehistórico momificado en sal, que estaba trabajando en su interior. Según los estudios, en el 800 a.C. se estableció una comunidad que se dedicaba a la explotación de minas de sal en las entrañas de los Alpes. Y anteriormente, en el neolítico, esta mina ya estaba utilizándose. Un funicular nos sube 350 metros hacia las minas. Observar el teleférico desde abajo, y sobre todo desde lo alto del monte, es espectacular. Parece que suba casi verticalmente, y las vistas del pueblo desde la cabina son impresionantes. La subida al teleférico, con la entrada a la mina incluida vale 16,40 euros con la tarjeta de descuento. La entrada normal, cuesta 21. Al llegar arriba, hay que hacer un pequeño paseo donde se pueden ver algunos yacimientos arqueológicos de la zona, adornados por un paisaje envolvente. La entrada a la mina de sal, se hace en visita guiada cada hora. Por lo cual tuvimos que esperar un poco en el exterior. Una chica nos avisó, para que pasáremos a una sala, donde nos daban unos monos de color verde u rojo, para protegernos del frío que supuestamente hacia dentro de la mina. Parecíamos unos muñecos de colores. Tantas personas con un mismo traje de colores era una estampa graciosa. La entrada a la mina, se hace después, de caminar unos metros hasta la entrada del túnel, llamado túnel Christina Íbamos a penetrar 300 metros en el interior de la montaña, y nuestra guía que hacia las explicaciones en alemán e inglés, ya nos advirtió del frío del interior. Si sé tenía claustrofobia, mejor no entrar. El interior de la mina estaba algo oscuro, y unas tenues luces de candil, iluminaban un trayecto perfectamente marcado, pero que cuando más nos adentrábamos, más frío empezamos a tener. Vimos una demostración en unos paneles de cómo se formó esta mina. Aprendimos como sacaban la sal, tanto en la antigüedad como actualmente. También nos proyectaron un video, sobre el encuentro del hombre de sal. Pero lo más divertido era una especie de tobogán de madera de más de 20 metros que tuvimos que bajar. Había la posibilidad de bajar por las escaleras, pero casi todos optamos por bajar deslizándonos. Más adelante había otro tobogán, más largo, donde te hacen una foto al bajar con la velocidad que uno lleva. La foto, en la salida a 5 euros. Y para salir de la mina, nos montamos en un trenecito que después de recorrer casi 500 metros nos devuelve a la luz del día. La visita había valido la pena. Bajamos de nuevo por el teleférico y nos fuimos a pasear por Hallstatt. Observamos la típica imagen del pueblo que sale en todos los catálogos desde otra parte del pueblo. Las casas apretujadas, y su imponente blanco campanario de aguja, se reflejaban en el lago. Las cascadas de agua caen del monte Dachstein. Allí, aprisionadas entre el monte y el lago, se encuentra, tal como dijeron hace años, uno de los lugares más preciosos que había visto. Las calles de Hallstatt conservan un aire medieval, tranquilo, sin estridencias, con unos comercios finamente decorados, y unas fachadas engalanadas con colores suaves. Cruzamos todo el pueblo, para buscar la foto. Queríamos encontrar el lugar, donde se obtienen las imágenes más bellas de la ciudad. Y lo encontramos. Casi a la salida, después de subir una pequeña cuesta, lo conseguimos. Podríamos quedarnos allí, horas, días, quizás meses, y aun no hubiésemos conseguido captar todo el color, todo el paisaje de un lugar. Parecía como si las casas, flotasen sobre el agua, y las flores de sus balcones fuesen las gotas caídas aleatoriamente de una paleta de pintor. Sencillamente un lugar único. Dejamos Hallstatt para dirigirnos ya de regreso hacia St. Wolfgang. Los lagos de la zona, seguían rivalizando en mostrarnos sus mejores colores, y la ya pronta puesta de sol, no hacia más que brindarnos unos colores especiales. El pueblo de St. Wolfgang mantenía la misma tónica de los anteriores. Precioso. Paseamos por sus calles, donde aún pudimos ver un mercado callejero frente a su iglesia que tenia un aire a las iglesias coloniales. Aunque las tiendas ya habían cerrado, pues aquí el horario comercial es europeo, las calles tenían ambiente. Pero un ambiente especial, distinto. Después de mucho pasear y de hacernos bastantes fotos, decidimos quedarnos a cenar aquí. Entramos en un restaurante para empezar a probar la comida típica austriaca. Y la elección mereció la pena. Un poco lentos en el servicio, pero la comida buenísima. Todo ello, con una buena cerveza del país, algo más suave que las de por aquí. Después de la cena, regreso a nuestra casa. El coche estaba respondiendo bastante bien, aunque en las subidas, le faltaba algo de potencia. Nuestro primer día por la zona de Salzkammergut había sido uno de los más bonitos que recuerde. De mayor, nos jubilaremos aquí. Mañana queríamos ir hacia un lugar de triste recuerdo: Mauthausen. Pero eso sería mañana.

MIERCOLES 8 DE AGOSTO … … 3º DIA MAUTHAUSEN

Como siempre “madrugamos” a las 7.30 para desayunar a las 8 y salir a las 8.30. Tomamos la A1 que nos llevó hacía las cercanías de Linz, y desde allí dirigirnos al campo de concentración de Mauthausen. Nos costó un poco encontrarlo, pues en el pueblo de Mauthausen no hay ninguna indicación hacía donde queda el campo, y después de pedernos y de preguntar varias veces, llegamos a un cruce que nos dirigía hacía nuestro objetivo. Daba la impresión de que el campo estaba como escondido, como si la vergüenza de su existencia, chocara con el ansia de mostrarlo, para que no se repitiera jamás. El día era gris; el sol que días atrás se mostraba radiante, hoy se ocultaba detrás de unas grises nubes. La ambientación del lugar era perfecta. La entrada al campo de Mauthausen, costaba 2 euros por cabeza. Y a modo de audioguía, te daban un radiocasete, un “loro” que tenías que llevar a cuestas todo el rato. Mauthausen empezó a funcionar en agosto de 1938 y estuvo activo hasta la liberación del mismo en mayo de 1945. No era un campo de exterminio propiamente dicho, y si de reclusión y de trabajos forzados. La dureza del campo, el poco alimento, los duros trabajos además de algunas ejecuciones, hicieron no obstante que más de 100.000 personas muriesen entre sus muros. Una parte del campo fue reconstruida para poder enseñar a la humanidad lo que nunca jamás debe reproducirse. Los exteriores están en obras, y para llegar a las taquillas y a la tienda, hay que dar un pequeño rodeo antes de entrar en el campo. Al campo se entra por el llamado patio de cocheras, que era la única entrada al recinto. Este patio que anteriormente servia de garaje para los oficiales nazis, conduce hasta la entrada real del campo de concentración. El llamado portón de acceso. Después de cruzar la puerta, a la derecha está el llamado “muro de las lamentaciones”, donde a los reclusos recién llegados se les colocaba de espaldas contra el muro para un primer recuento que iba casi siempre acompañado de vejaciones y maltratos. A veces debían de permanecer días enteros de pie en ese muro. En la actualidad, hay numerosas placas conmemorativas. A ambos lados de la calle central, barracones. A la izquierda, barracones destinados a dormitorios. A la derecha, un barracón de dos pisos que era la lavandería, en el cual, en el piso inferior, una gran estancia, con duchas para la desinfección de los recién llegados recordaba a una tétrica utilización. Los pabellones siguientes de la derecha, están habilitados como museo, aunque antes fueron enfermerías. El rincón más tétrico, aunqué también el que despierta más curiosidad es la cámara de gas, y los hornos crematorios a su lado. Diferentes banderas cuelgan de la entrada de los hornos, de la misma manera que en las salas contiguas a la cámara de gas, hay un montón de fotos, dedicatorias e imágenes de los que dejaron su vida aquí. Me sorprendió ver la gran cantidad de españoles que murieron aquí. Los republicanos españoles fueron un grupo muy numeroso en Mauthausen. La manera de clasificar los reclusos, con los triángulos de colores, los censos de las personas que estaban en este campo y en otros, fotos de cadáveres, de esqueletos vivientes, ejecuciones, propaganda nazi, gas, etc.etc. No creo que haya ser humano al que le deje indiferente esta visita. Quizás no tendremos el motivo claro para querer visitar el campo, pero una cosa si está clara. Nunca más!!!!. Después de devolver el cassette, nos fuimos hacia la cantera, donde los reclusos eran obligados a trabajar, si es que sobrevivían a las condiciones de vida. El camino a la cantera, esta lleno de monumentos que han erigido los países, en memoria de sus ciudadanos que perdieron la vida aquí. Dejamos el campo, con una sensación de abatimiento. Sabíamos a lo que veníamos, pero aun así, un poco “tocados” nos dejó. Después del triste recuerdo del campo de concentración nos fuimos hacía el monasterio de St. Florian. Algunos documentos datan la construcción de este monasterio agustino sobre el año 800, aunqué no fue hasta el 1070 cuando los monjes se hicieron cargo de él y crearon su famoso coro. La fachada barroca del exterior, es impresionante. Los jardines que la envuelven hacen que la visita ya cobre sentido. Si no hubiese pasado de aquí, seguiría pensando que es un lugar precioso. Pero claro, hay más que ver. A los pocos minutos de llegar, empezaba una visita guiada que hacia un novicio a un grupo de turistas rusos. Entramos en el patio principal, donde hay una preciosa fuente, que daba un poco de frescor al calor sofocante de la tarde. El monasterio, tiene una biblioteca y unos salones repletos de columnas de mármol que son las estancias más valiosas que se visitan. Nos perdimos la visita guiada si, pero el exterior y sobre toda la impresionante iglesia contigua, no tienen precio. Da igual que se esté harto de visitar edificios religiosos; la iglesia es preciosa. Los frescos del techo no tienen nada que envidiar a los de ninguna capilla conocida, y el color blanco de las columnas de mármol, le da a la iglesia una sensación de espacio y de grandiosidad increíble. Las decoraciones de los capiteles de las columnas, el altar, las capillas y el púlpito de madera son preciosos. No me puedo olvidar de nombrar al impresionante órgano, el Bruckner Organ, considerado uno de los más bellos de toda Europa. Dejamos el monasterio y nos fuimos hacía Steyr, la ciudad más romántica de todo el país. Antes de llegar, quisimos detenernos un momento en la ciudad más antigua de Austria, Enns, pero la carretera estaba cortada por obras, y había que dar un largo rodeo que tampoco supimos encontrar, por lo cual nos la saltamos y fuimos directamente hacía Steyr. La llegada a Steyr, es algo caótica. Hay que bajar cuestas, cruzar un sinfín de cruces, cruzar carreteras y calles solitarias, y nunca se tiene la seguridad de que se ha llegado al centro de la ciudad. Tan solo cuando empiezan a aparecer los nombres de los comercios más populares, se da uno cuenta de que está atravesando una calle principal. El casco antiguo, es otra cosa. Una delicia. Nada más llegar, y después de aparcar bien el coche en la zona azul, nos compramos un perrito caliente en un puesto callejero de la calle principal, que desemboca en una plaza, la Stadtplatz. Los preparan con dos salchichas, mucha cebolla y te dan una bandejita de cartón a modo de plato para comértelo. Una gozada probar un bratswurt de estos en medio de la calle con una cerveza. Callejeamos un poco por unas calles peatonales, donde los peatones seguíamos siendo los reyes. La iglesia gótica de Parish, estaba cerrada, aunque luego nos enteramos que si hubiésemos tocado el timbre, nos hubieran abierto y nos la habrían dejado visitar. La oficina de turismo, está dentro del edificio rococó del ayuntamiento. Las fachadas de Steyr, las preciosas y recargadas fachadas, confieren a la ciudad un aire romántico, que le ha servido a Steyr para ser una ciudad de visita imprescindible. Seguimos caminando por la bulliciosa calle Enge Gasse, para llegar al puente que cruza el río Enns Una preciosa farmacia, que parecía sacada de la Edad Media, nos invitaba a entrar. No fotos, no video, ponía en un cartel de la gótica fachada. En toda Austria, vimos varias farmacias que eran verdaderas obras artísticas, finamente decoradas y que parecía que el tiempo no hubiese pasado para ellas. En la otra ribera del río, se adivinaba la silueta de la iglesia del Niño Jesús. Sus torres terminadas en forma semicircular, recordaban a las que vimos en Munich. Detrás nuestro, un portal por donde algún día salían a caballo los nobles de la ciudad. En su fachada dibujos de guerreros, nobles, escudos y armas. Y todo ello rodeado de limpieza. Tirar al suelo un papel, es algo mal visto, pero en Austria, es poco menos que un pecado. Como la hora final del aparcamiento iba llegando a su fin, decidimos regresar al coche. Steyr me dejaba la sensación de haber descubierto aquella joya de los viajes, que tan solo unos pocos llegamos a ver. Pocos turistas en una ciudad, que quizás no es la más romántica de Austria, tal como ponía en alguna guía de viaje, pero si que es una de las más bellas de todo el país. A Steyr, se la considera una joya arquitectónica del arte medieval de toda Europa, además de ser una de las ciudades más antiguas del viejo continente. De Steyr nos fuimos hacia el pueblo de Traunkirchen, junto al lago Traunsee. Otro lugar encantador, idílico, embriagador… Aparcamos y nos fuimos hacia la ribera del lago, donde las montañas jugaban con las casas a reflejarse nítidamente en el agua. La silueta de la iglesia quedaba escondida por la vegetación. Cruzamos una especie de túnel semidescubierto y llegamos a la otra parte de la colina, y sobre ella un pequeño monasterio con su iglesia que pudimos visitar libremente. La calma y tranquilidad que se respiraba era total. Al lado de la iglesia, el cementerio. No es que los cementerios sean mi lugar preferido para visitar en un viaje, pero lo cuidados que están, lo decorados que los tienen, hacen que aunque sea con una ojeada rápida, no deben dejar de visitarse, o de observarse. Las casas de madera marrón, con ventanas y balcones llenos de flores, de gardenias, claveles, rosas….ni un solo bloque de pisos. Tan solo casas, casas, y casas. Y el lago. Dejamos Traunkirchen y nos fuimos hacia la localidad de Mondsee, a recibir una nueva dosis de parajes bucólicos, de postales vivientes y de lugares para quedarse una larga temporada. Las calles de Mondsee, estaban animadas. Frente a su iglesia que tenía un aire a iglesia colonial americana, se estaba celebrando un mercadillo de artesanía. Aunque los puestos estaban ya recogiendo, aun se podía observar, mirar y preguntar. Casas con su fachada pintada de colores pastel, una al lado de otra, y donde no había colores, había flores. Terrazas de cafeterías, de bares, de restaurantes, llenas de encanto, y vacías de bullicio. Caminamos en dirección al lago, por un paseo recubierto de una frondosa arboleda…y de mosquitos. En el lago, se realizan excursiones para navegarlo en toda su longitud observando los pueblecitos que salpican su ribera. El puesto para contratarlo estaba cerrado, pues si algo debemos de criticar en este país, es que a las 6 de la tarde, la vida parece terminarse. Tiendas cerradas, y las personas ocultas. Nos sentamos un rato en unos bancos imaginándonos como seria un paseo por esta agua tan verde. Aunque era pronto, optamos por ir a cenar. Eran las 7 de la tarde, y estábamos buscando un lugar donde saciar el apetito. Ufff. Parecíamos ya austriacos. Cenando a las 7. Difícil elegir. El que no tenía una terraza preciosa, tenía una fachada encantadora, o mejor carta, o buenos precios…cualquiera era una buena elección. Al final nos sentamos en una terraza de un hotel, donde probamos varios platos típicos del pais, con cerveza, eso siempre. Durante la cena, oíamos música de orquesta, y al terminar de cenar, cerca de las 8 y media, fuimos hacia el centro del pueblo, donde una orquesta estaba tocando música de películas. Eran más de 50 músicos con sus instrumentos, y vestidos con traje típico austriaco, interpretando música de cine. Nos quedamos un rato escuchando y después nos fuimos ya hacia nuestra casita. Bordeamos lagos de noche, en carreteras poco transitadas. Cualquier lugar era bueno para detenerse y observar el inmenso manto estrellado que el cielo nos ofrecía. Y eso hicimos al llegar a nuestra casa. La poca, pero suficiente luz que había, nos daba la oportunidad de contemplar estrellas, muchísimas estrellas. El día, había sido intenso, precioso y también algo agotador. Pero el cansancio se arregla durmiendo. Mañana Salzburgo. Pero eso seria mañana

JUEVES 9 DE AGOSTO … … 4º DIA SALZSBURGO

El día amaneció nublado. Y las nubes y la lluvia se empeñaron en acompañarnos a ratos durante todo el día de hoy. Estábamos tan solo a unos 20 kilómetros de Salzburgo, cuyo casco histórico es patrimonio de la humanidad por la UNESCO. Y después de aparcar el coche en un parking subterráneo cerca del centro, nos dispusimos a recorrer la ciudad natal de Mozart. La fina lluvia, había empezado a caer, y los paraguas eran de obligada utilización. Empezamos nuestra visita por los jardines Mirabell. Preciosos. Sobre un manto verde, diferentes flores en tonos blancos y rosas, dibujan caprichosas formas que se entremezclan con el color gris de las piedrecillas del camino. Unos bancos invitan a sentarse, e intentar adivinar que estatuas que simbolizan los cuatro elementos, son agua, o fuego, o cual es aire o tierra, La silueta de la fortaleza Hohenzalburg, vigilante desde la altura, proporciona el toque idílico al lugar. Hubiese podido quedarme en este parque horas y horas, o como mínimo todo el tiempo de calma que me hubiesen dejado las numerosas visitas de grupos enormes de turistas que se alternaban por el parque. La lluvia, terminaba de proporcionar el toque bucólico a unos jardines, que sirven de adorno a las oficinas del alcalde de la ciudad, que están en un lateral del parque. Cruzamos uno de los puentes que salvan el río Salzach para dirigirnos hacia la bulliciosa calle Getreidegasse, donde se concentran la mayoría de las tiendas más turísticas de la ciudad. Tiendas de souvenirs, de marcas internacionales, cafés, bares, los siempre presentes restaurantes de comida rápida y algún pasaje comercial con boutics de aire glamuroso y precios desorbitados. Casas estrechas, para una calle peatonal. En esta siempre ajetreada calle, corazón de una ciudad que hasta el 1816 fue ciudad-estado, se encuentra, en el número 9, la casa natal de Mozart... La entrada nos costó 10 euros por cabeza, pero incluía también la visita a otra casa de Mozart, la casa donde vivió. Mozart, nació el 27 de enero de 1756 en el tercer piso de esta casa, y en este museo están algunos objetos curiosos de su época infantil: su primer violín, un mechón de cabello supuestamente suyo, numerosas fotos personales y familiares, el primer órgano que tocó, etc. Las habitaciones, en las que no se pueden hacer fotos, están bien. Decoradas como si el tiempo no hubiese pasado sirven para hacerse una idea de cómo se vivía hace más de 250 años. Unos folios plastificados en varios idiomas, excepto español, te informan de lo más importante de cada estancia. La habitación que más me gustó es el salón comedor, con unos muebles de madera de color claro, con un pequeño piano, que con la poca luz que recibía del exterior, producía un contraste precioso. La ultima estancia que se visita, es una donde están escritos en la pared los nombres importantes en la vida de Mozart, pero escritos al revés, intentando con ello mostrarnos la personalidad algo contradictoria del genial artista. La salida del museo, es como no, a través de la tienda llena de todo tipo de objetos con la cara de Mozart. Seguía lloviendo cuando salimos de la casa natal y estuvimos tentados de entrar en la Residenz, el palacio del Arzobispo, lleno de pinturas holandesas y flamencas en sus más de 15 salas. Esta suntuosa residencia se visita también con visita guiada, previo pago de 8.20 euros. Casi al lado, se encuentra la catedral barroca de Salzburgo. Su cúpula central, es impresionante, con mucha luz y unas columnas de mármol muy trabajadas en su parte superior. Varias capillas laterales, llenas de frescos, dan a esta catedral una sensación de grandiosidad que quizás desde fuera no lo sea tanto. Seguía lloviendo. Mal día para los paseos con calesa. Los conductores de estas se apresuraban en tapar los asientos de piel y cuero de sus carruajes. Nos dirigimos después a la fortaleza Hohenzalburg, situada imponente en la colina Mönchsberg. Para subir hay que tomar una especie de funicular con un solo vagón que salva el desnivel de la montaña. La entrada a la fortaleza, más el teleférico, 10 euros más. Las vistas que se obtiene desde los diferentes miradores que hay, son inmejorables. Todo Salzburgo a nuestros pies, y las siluetas de los edificios más representativos de la ciudad, se nos muestran con una claridad inmejorable, y eso que el día gris, no hacia que la luminosidad fuese elevada. Había cesado de llover, por lo cual la visita se hizo más placentera. Hohenzalburg, se fundó en el 1077, y ya dentro de ella, observamos la típica tónica de estos lugares. Las visitas siempre guiadas, en grupo, pero esta vez provistos de un audioguía en castellano que nos facilitó bastante las cosas. Las visitas son cada 10 minutos en grupos de 40 personas. Tuvimos tan solo que esperar dos turnos y enseguida accedimos al “tour”. Se visitan varias salas, empezando primero por la sala donde están las maquetas de las sucesivas reformas que ha ido teniendo la fortaleza, además de las fotos de todos los obispos que la han “gobernado”….obesos y frondosos obispos. La cámara de tortura, la torre del vigía, donde las vistas son inmensamente mejores que antes, pues se puede ver Salzburgo desde todos los ángulos, y poca cosa más que no sean algunas habitaciones más o menos decoradas. Lo mejor, seguían siendo las panorámicas que se obtienen desde estas alturas. Después de la visita guiada, empezamos a caminar por los interiores de la fortaleza, sus patios, y entramos en una exposición de marionetas preciosa. Decenas de marionetas, incluidas las que se utilizaron para la película Amadeus, estaban expuestas en tres salas muy bien decoradas. En el suelo, dos pozos cubiertos por una reja, y con centenares de monedas y billetes en su interior. Algunas marionetas se podían tocar y moverlas, otras se movían a través de un motor…por unos momentos, nos sentimos niños de nuevo. Enfrente de la sala de las marionetas, se había formado una cola larguisima para subir a otro piso y ver el salón comedor y alguna estancia más de la fortaleza. La cola era tan larga y se movía tan despacio, que optamos por prescindir de la visita. Cerca de Hohenzalburg, a cinco minutos a pie, se encuentra el monasterio más antiguo de Europa, donde se filmaron algunas escenas de la película “Sonrisas y lagrimas”. Descendimos de nuevo con el funicular y nos fuimos al cementerio de St Peter, al lado de la Abadía del mismo nombre, y que está situado a los pies del monte Mönchsberg, a escasos 2 minutos de la entrada del teleférico. Esta Abadía, pasa por ser la más antigua de Europa. Quizás este sea uno de los cementerios más bellos y artísticos de toda Europa. Por 80 céntimos se pueden visitar las catacumbas, con una escalera algo complicada de subir y bajar y una poca sensación de claustrofobia. Merece la pena visitarlas, sobre todo para ver como y donde se enterraban en la antigüedad los primeros cristianos. Las catacumbas servían además como lugar de recogimiento y oración. Después de la visita a las catacumbas nos fuimos paseando hasta el final mismo de la calle Getreidegasse, nos sentamos en una terraza y a modo de “tentempié”, probamos las deliciosas tartas austriacas, sobre todo la Sachertorte, una riquísima tarta de chocolate y la Apfelstrudel, la típica tarta de manzana. Descansamos, nos endulzamos y nos fuimos después a visitar la Mozart Wohnhaus, la casa de Mozart. Para ello, tuvimos que cruzar de nuevo uno de los puentes sobre el río, y dirigirnos a otro sector de la ciudad. La casa de Mozart, está en la Markatplatzm numero 8. La visita se hace con un audioguía, y consta de un recorrido por las ocho habitaciones de la casa. Están decoradas con objetos de la vida cotidiana del compositor, que compuso más de 350 obras entre estas paredes, algún instrumento musical y poca cosa más. Me gustó más la casa natal. A la salida, hay un video, en alemán, sin subtítulos, en que se muestran los viajes que hizo el compositor por toda Europa. Dejamos las visitas culturales, y nos fuimos a callejear de nuevo por las calles de la ciudad. Compramos dulces de chocolate, algún recuerdo para la familia, nos maravillamos con los escaparates de algunas tiendas, que exhibían huevos pintados con increíbles combinaciones de colores, preciosos, pero algo caros; también nos agradaron los escaparates de las pastelerías con sus dulces en formas de animales gigantes, y como no, entramos en una de las tiendas de la marca austriaca más famosa: Swarowski. Por estas fechas, se celebra el festival de música de Salzburgo, y sin darnos cuenta aparecimos enfrente del teatro principal, el Festspielhäuser, donde se representan la mayoría de conciertos. De fondo se oían las voces de los cantantes ensayando, y al cabo de unos instantes, empezamos a ver a personas elegantemente vestidas, esplendorosamente engalanadas, dirigirse hacia el palacio de conciertos. Compramos un pretzel, que es una especie de lazo de pan con semillas de sésamo, unos mini dulces, y empezamos despedirnos de la ciudad. Volvimos al parking, que nos costó 15 euros, y emprendimos camino de regreso a casa. Esta vez fuimos por carreteras secundarias, en vez de la autopista y aprovechamos para parar en el pueblo de St. Lorenz, pequeñísimo pueblo, en el que entramos en su iglesia y oímos a un coro ensayar para la actuación que tendría lugar mañana mismo. Decidimos ir a cenar al pueblo de St. Gilgen. Y de paso aprovechamos por caminar un poco entre sus calles, repletas de casas delicadamente decoradas. Su plaza principal tiene varias terrazas, en las que sentarse y dedicar el tiempo a ver, a mirar, a observar la arquitectura. Cenamos en un restaurante que era un hotel, y probamos otro de los platos típicos del pais: la escalopa vienesa, servida casi siempre con patatas y ensalada. Regresamos a nuestra casita, y a dormir. Mañana nos esperaba un día duro de conducción. Íbamos a ver los castillos del Rey loco, en Alemania. Pero eso sería mañana.

10 DE AGOSTO DE 2007… … 5º DIA LOS CASTILLOS DEL REY LOCO

La jornada de hoy iba a ser de bastantes kilómetros. Sin perdonar el desayuno, intentamos salir lo más pronto posible para hacer los casi 300 kilómetros que nos separaban de nuestro destino. Tomamos la autopista A1 austriaca para enlazar después con la A8 alemana. Eso nos proporcionó un poco de rapidez para compensar las distintas carreteras que tuvimos que coger hasta llegar a Fussen. Aunqué estábamos en Alemania, las fronteras son algo difusas por esta zona y realmente no sabes si estás en zona alemana, austriaca o bajo los dominios del Tirol. Desde Fussen, tomamos las indicaciones que nos llevaban hasta Neuschwanstein. Al llegar, la silueta del castillo se adivina lejana desde la carretera. Una gran forma de color gris, destaca sobre el verde de los montes, y a medida que uno se va acercando, se empieza a adivinar la magia de un castillo de cuento de hadas. La carretera estaba salpicada de coches que se habían detenido a tomar una foto del paisaje. Confieso, que estaba emocionado, intranquilo, por poder ver con mis propios ojos la foto real de uno de los puzzles más populares. La llegada al pueblo de Neuschwanstein, es algo caótica. Lleno hasta la bandera y una sensación de agobio, marcaron nuestra entrada triunfal a una especie de parque temático rebosante de coches y turistas. Primero, aparcar el coche en un parking de pago claro. Hay 4 parkings en todo el pueblo, aunque algunos optan por aparcar en la carretera que lleva a la entrada del pueblo y ahorrarse los 5 euros de la tarifa única del aparcamiento. Y eso si se tiene suerte de que no esté lleno. La otra sorpresa, es la cola. La inmensa cola para comprar las entradas. Los tickets para la visita a los castillos se compran en el Ticket Center que está a los pies de los castillos. Las visitas son guiadas y con hora de entrada. Hay grupos de alemán, inglés, francés italiano y otro para las visitas con audioguía. Una cosa a destacar. Aquel caos de gente, cola y entradas está perfectamente organizado y antes de llegar a las taquillas, unos monitores te informan de las horas de entrada que se están dando para cada idioma. Con las entradas, te dan un plano de cómo llegar a todos los castillos, tiempo de subida, horarios de los transportes, precios del bus o las calesas…eficiencia alemana. Tras 45 minutos de cola, nos llegó el turno a nosotros. Optamos por hacer la visita con audioguía y nos dieron hora para el castillo de Hohenschwangau para las 14.50 horas y para el de Neuschwanstein a las 16.50 horas. Por delante teníamos dos horas y media para pasear, ir al baño en cualquiera de los servicios de pago que hay, visitar las tiendas de souvenirs o sentarnos en cualquier rincón del suelo a tomar un “frankfurt” con cerveza. Precio de la visita, 17 euros por cabeza los dos castillos. Billete combinado. Y de todo hicimos. A los baños se accede después de depositar una moneda de 20 céntimos en una ranura. Si no se tienen monedas, al lado hay máquinas de cambio. Aunque es frecuente que con una moneda, entren dos o más personas. Y los baños no es que estuviesen demasiado limpios. Hay un puesto de hamburguesas y salchichas que lógicamente está a rebosar, y la mejor opción es comprar algo y comérselo en cualquier lugar que esté libre. La vista de Hohenschwangau, desde el aparcamiento, es preciosa. Una silueta cuadrada, envuelta por 4 torres con formas rectangulares, todo de un brillante tono asalmonado, con sus ventanas tapizadas con los colores azules y blanco de Baviera, y una pequeña muralla del mismo color que el castillo que lo rodeaba sin desentonar. Todo ello me recordaba a una construcción del Exin Castillos. Era como si una varita mágica lo hubiese depositado allí encima de la colina Cerca de las 14 horas y después de comer, pasear y curiosear en las tiendas, emprendimos la subida hacia el castillo de Hohenschwangau. Una calesas te llevan hasta la entrada al castillo, pero la cola era tan grande que lo mejor era hacer una pequeña caminata de unos 15 minutos cuesta arriba, y que nos va proporcionando unas bonitas vistas de todo el lugar. El Rey Loco, Luís II de Baviera, subió al trono a los 18 años, en 1863. Sus sueños y fantasías poco a poco le fueron alejando de la realidad y de los asunto de estado y con el tiempo pasó a obsesionarse en hacer realidad sus fantasías, inspiradas en las operas de Wagner y en su visión idealizada de la Edad Media. Sus derroches económicos, así como su nula capacidad de gobierno fueron motivo más que suficiente para que en 1886, el gobierno bávaro lo destituyese, lo arrestase y lo recluyera en uno de sus castillos. Dos días después de su encierro, fue encontrado muerto. Su muerte, aún, continúa siendo un misterio. En este castillo, pasó Luís II su infancia. El camino a la entrada al castillo, lleno de vegetación, no tiene mucha dificultad. Cruzamos la primera puerta con unos escudos bávaros grabados en la parte superior y para hacer tiempo caminamos por el camino que rodea el foso del castillo lleno de estatuas y de lugares para tomar el sol. Hay una fuente con 4 leones, que recuerda algo a una parecida que hay en La Alhambra. Un panel luminoso va indicando que grupo tiene ahora la entrada. Nosotros tan solo hemos de pasar nuestro ticket por el codigo de barras en un lector, y la barrera se abre. Todo organizadísimo. En el interior del castillo, nada de fotos ni de video. Un chico te va dando un audioguía dependiendo del idioma elegido. Una chica nos vino a buscar, y empezamos a hacer el tour. Impresiona ver la admiración, la fascinación que sentía Luís por las obras de Wagner, tanto que varias de las operas de Wagner fueron financiadas por él. La primera habitación que vimos, fue un salón comedor, que también podía servir de biblioteca, con diferentes objetos de la vida del Rey. Todas las ventanas del castillo, nos proporcionaban unas preciosas vistas de los bosques, del lago… El recorrido seguía por diferentes estancias, como los dormitorios, o la habitación del cisne, con una estatua preciosa de un cisne, animal por el que sentía una especial devoción. Algunas veces nos encontrábamos con otro grupo de turistas que se tenían que esperar a que nosotros terminásemos la visita de la sala, para acceder ellos. Desde este castillo, Luís II, contemplaba la construcción de Neuschwanstein. Salimos del castillo, después de unos 40 minutos de visita, y nos fuimos rápidamente hacia el otro castillo, el de Neuschwanstein. Hay dos caminos diferentes para llegar al castillo. Uno de ellos, partía de detrás del parking y a través de subir varias escaleras, se ganaban unos minutos de travesía. Subir al castillo nos costó 30 minutos, por un camino asfaltado donde alguna vez tenias que apartarte por las subidas y bajadas de las calesas. Antes de llegar, hay un desvio para acceder al Marienbrücke, un mirador excepcional, pero lo dejamos para más tarde, pues la hora de entrada al castillo se acercaba. Teníamos el acceso para las 16.50 horas. Conforme íbamos ganando altura, la silueta de Neuschwanstein, se iba haciendo más visible. Realmente era un castillo de ensueño, de hadas, de cuentos de princesas. El mismo Walt Disney se inspiró en él para su castillo de la Blancanieves El castillo de Neuschwanstein, tan solo fue utilizado como residencia de Luís II, seis escasos meses. Construido sobre las ruinas de otro castillo, su belleza exterior es increíblemente única. A escasos metros de la entrada, hay una tienda de recuerdos, servicios gratuitos y una plaza que sirve como mirador, de la fachada imponente de Neuschwanstein. Sobre una pequeña colina, elevada sobre la garganta de Pöllat, con su ruidoso salto de agua, sus acantilados y sus bosques, se encuentra el monumento más visitado de toda Alemania, con más de 1 millón y medio de visitas anuales. Esperamos pacientemente en la puerta nuestro turno, y a las 17 menos diez minutos, puntualmente, nuestro número de orden se ilumino en la pantalla que daba acceso a la visita. Lo mejor del castillo, es sin duda su exterior; sus formas, sus torres, almenas, fortificaciones…da la impresión de que en cualquier momento algún caballero medieval aparezca por sus patios, dispuesto a trepar por cualquier torre en busca de su princesa amada. Para mí, era el exterior de un castillo más bello que jamás hubiese visto. Saliendo de una sala con varios objetos que recordaban a las óperas de su amigo Wagner, nos adentramos por una especie de pasillo, parecido a una gruta, como si la naturaleza hubiese cobrado vida dentro de una estancia. Y todo aquello era tan solo el sueño de un monarca. Impresiona el caminar por esta especie de gruta, dentro del castillo. Pasamos por más salas, todas con una decoración especial, diferente, única… Con una visita algo más corta que el anterior, de unos 30 minutos, lo más sobresaliente, juntamente con la gruta, son las salas del trono, y la Sala de los Trovadores, donde supuestamente se desarrollaba el torneo de cantantes de la ópera wagneriana Tannhäuser. El techo de madera policromada adornado por 4 gigantescas lámparas con candelabros en forma de hojas de ocho pétalos, retablos con escenas medievales y religiosas, y una sensación de majestuosidad y melancolía difíciles de expresar con palabras. Salimos del castillo y nos dirigimos hacía el puente, hacia el Marienbrücke, el mejor lugar para observar con toda nitidez la silueta del castillo. Luís II, solía venir aquí por las noches y hacia encender todas las luces del castillo, para así poder apreciarlo mejor. Desde el puente colgante, se tiene la sensación de que el castillo brote de dentro de una roca. Detrás del castillo, el lago Schwansee, de donde proceden las aguas que salvajemente discurren bajo el puente, bajo nosotros. Hicimos fotos y más fotos, de todos los ángulos posibles e intentando captar en cada una de ellas colores diferentes. La espesa vegetación que cubre parte de las paredes inferiores del castillo, lo hace aún más impresionante. Había valido la pena hacer tantos kilómetros. Aún podíamos ver dos castillos más, pues los castillos del Rey loco son 4; los dos que habiamos visto y los de Herrenchiemsee y Linderhof, pero estos dos últimos quedaban para una próxima ocasión. Cerca de Fussen, a unos 20 kilómetros más o menos, está la iglesia de Wies, considerada la iglesia más famosa y visitada de Europa. Aunque ninguno de nosotros tres la conocíamos. Por la carretera que nos llevaba de vuelta a casa, nos detuvimos pasado el pueblo de Litzau y nos acercamos a la iglesia de Wies, o la iglesia de peregrinación del Salvador Flagelado. Construida durante la mitad del siglo XVIII, posee una historia llena de mártires, reliquias y peregrinaciones. Eran poco más de las siete de la tarde, por lo cual el lugar estaba prácticamente vacío. Todas las iglesias tienen alguna cosa que las hace especiales. En esta, todo es especial. Su luz, las columnas de mármol adornadas con ribetes dorados, el coro extraordinariamente decorado al más puro estilo rococó, el altar, los frescos de las paredes y techos, el pulpito, el órgano… pero lo que más se aprecia es su luz, su luminosidad. Merece la pena detenerse y visitarla. Da igual las creencias de cada uno, pero sin duda es una de las iglesias más hermosas que he visto en todos mis viajes. La noche se nos echó encima rápidamente y decidimos cenar en un Mac Donalds de la autopista alemana. ¿Por qué no? Y una vez más, los alemanes nos sorprendieron. Aparte de lo limpio que estaba todo, lo que más nos sorprendió fueron sus baños con pantallas planas de televisión dentro de ellos. Retretes que se auto limpiaban, mucho personal para recoger las bandejas de las mesas y una área diferenciada llamada Mac Café, donde se servían cafés y tartas. Una gozada de Mac Donalds. Pasadas las 11 de la noche, llegamos a nuestra casa. El día había sido duro, si, pero lo que vimos nos dió material suficiente para soñar esa noche con castillos y princesas. Mañana haríamos ruta mitad por Austria, mitad por Alemania.

SABADO 11 DE AGOSTO… … 6º DIA LAS CUEVAS DE HIELO

Nuestra ruta de hoy nos llevaría hasta Werfen, para visitar uno de aquellos lugares calificados como únicos: Las cuevas de hielo de Eisrisenwelt. Tomamos dirección hacia Salzburgo para enlazar después con la A10 que nos llevaría hasta Werfen. A unos 40 kilómetros al sur de Salzburgo, se haya este auténtico mundo de hielo, de fama mundial, aunque nosotros nos enteramos de su existencia al preparar el viaje. El camino hacía las cuevas es como una carrera de obstáculos. Al llegar a Werfen hay que tomar un desvio y subir por una carretera de montaña de unos 8 kilómetros con unas vistas espectaculares sobre todo el valle de Salzach. Tras llegar al aparcamiento, hay que caminar unos 15 minutos hasta el teleférico. Hacer cola, aunque nosotros como llegamos muy temprano, apenas hicimos 5 minutos de espera. El teleférico salva un desnivel de 500 metros. Al final de este viaje, hay que hacer unos 20 minutos más de travesía, cuesta arriba, hasta la entrada a la cueva, a 1640 metros de altitud. Superados todos estos “obstáculos”, quedaba uno más. Hacer cola en la entrada. Según indicaban los carteles, cada 30 minutos entraba un grupo, aunqué en días de masificación, este tiempo se recorta hasta los 10 minutos. La entrada a la gruta vale 17 euros por cabeza. ¿Caro?, todo depende de las expectativas de cada uno. La visita se hace con un guía, de una hora y cuarto de duración más o menos. Antes de entrar, nos dieron una especie de lamparita de gas, de acetileno, para iluminarnos dentro de la oscuridad del hielo. Un consejo: hay que abrigarse, y mucho. Nada más cruzar la puerta, una racha de viento helado, te deja, propiamente dicho, helado. La temperatura interior desciende hasta los cero grados, y es frecuente que las luces que uno lleva, se apaguen por las distintas corrientes de aire que hay en el interior. En algunos lugares, las ráfagas de viento llegan a alcanzar los 100 kilómetros por hora. En invierno la temperatura suele llegar a los 15 grados bajo cero. Después de cruzar la entrada, y de volver a encender mi luz, que como no, se había apagado, nos dispusimos a subir los más de 700 escalones que hay para subir. Nuestro guía, se iba parando en algunos lugares ya preparados, y encendía un cable de magnesio, que proporcionaba la luz necesaria y de justa duración, para poder admirar las formas caprichosas que el hielo, a través de cientos de años, iba formando. Lógicamente las fotos estaban prohibidas. Las cuevas de hielo de Eisrisenwelt, pasan por ser las más grandes de Europa, con más de 42 kilómetros de longitud, de los cuales tan solo se visitan unos dos. El espectáculo de las estalactitas, cascadas, glaciares y cortinas de hielo, es precioso. Las formas caprichosas de los hielos, han servido para que algunas construcciones sean bautizadas como “Palacio de los Gigantes”, “Reino de Hielo” o “La Catedral”. Todo el grupo en fila india, íbamos subiendo los escalones, intentando no resbalar con el suelo mojado y evitando que nuestra lámpara no quemara al que teníamos delante. Una barandilla servia como punto de apoyo momentáneo en algunos momentos. Y cada vez que nuestro guía nos proporcionaba algo de luz, las voces de asombro salían de nuestras gargantas. Hay lugares en la cueva que parece que sean imposibles que tengan ese aspecto. El hielo recrea formas oníricas, surrealistas, imposibles….pero reales. Las figuras de hielo no son fijas. Cada año, y debido a las temperaturas veraniegas, algunas de estas figuras se deforman, pierden parte de su volumen, y al llegar los fríos del invierno, vuelven a crecer, y a formar nuevas formas. Al final del recorrido, se llega a una tumba, donde están las cenizas de un famoso descubridor de cuevas austriaco, que pidió que sus restos permanecieran para siempre en su cueva favorita. Encima de nuestras cabezas, teníamos 400 metros de piedra. Después de visitar este pequeño altar, y de atender una vez más las explicaciones de nuestro guía, emprendimos los 700 peldaños de bajada y regreso. Habíamos estado en unas cuevas de más de 55 millones de antigüedad. La hilera de luces de los grupos que empezaban la visita, se alternaban con las sombras fantasmagóricas de las formas de hielo. Al salir de la cueva, la cola para entrar, era inmensa. Y una vez más nos felicitamos de haber madrugado y entrar de los primeros a la gruta de hielo. Llovía. Y una espesa niebla, ocultaba todo el camino que debíamos de hacer hasta el teleférico. El precioso valle verde, que unos minutos antes se nos mostraba, estaba ahora oculto, por un manto húmedo de color grisáceo. En el teleférico no tuvimos que hacer cola para bajar, y al llegar abajo, vimos que la cola para subir, era también inmensa, tanto como la que había para entrar a las cuevas. Doble suerte. Con el coche, nos detuvimos en la carretera, para observar la silueta majestuosa del castillo de Hohenwwerfen, con unos jardines que desde lejos se atinaban preciosos. Podíamos haber decidido visitar este castillo, pero ya teníamos bastante con los dos que vimos ayer. Desde Werfen, nos fuimos hacia Golling. Hacia las Cascadas de Golling Golling está cerca de Salzburgo, en la misma carretera que horas antes habiamos hecho. Las cascadas se encuentran dentro de un parque natural, al cual se accede previo pago de 2 euros y medio por cabeza. Tras aparcar el coche en el pueblo, nos fuimos caminando hacia las cascadas que distan a pocos metros de distancia. Un taquillero con aires bohemios y que no entendía ni jota de ingles, nos cobró la entrada. La subida es por un camino mitad de peldaños, mitad de camino. Hay dos lugares de observación de la cascada, siendo el primero el mejor, pues la vista y la sensación es inmejorable. El punto más alto es de difícil acceso y además no se tiene tan buena perspectiva como en el anterior. Después del paseo por el bosque, tocaba descansar y comer algo. El pueblo de Golling no es que tuviera mucha oferta gastronómica, aun así encontramos un hotel donde cómodamente sentados en su terraza, devoramos unas tartas y unos cafés. La lluvia volvió a hacer acto de presencia mientras nos dirigíamos hacia Königssee. En alguna guía de viajes, decia que la población de Königssee, pasaba por ser una de las ciudades medievales más bonitas de toda Austria, aunque a mi parecer, era tan solo una aglomeración de tiendas turísticas, en unos edificios más o menos arreglados. Había visto lugares en Austria “más auténticos”, y Königssee, aun siendo agradable de pasear en ella, no era la mejor ciudad. No obstante merece la pena detenerse en ella, unos instantes. Hay que dejar el coche en un parking, de 3 euros de pago, a las afueras de la población, y luego dirigirse hacia el centro del pueblo, y sobre todo hacia el lago del mismo nombre que la ciudad. Al final de la única calle de la ciudad, y después de rebasar varias tiendas de souvenirs, hay un embarcadero, para poder realizar la visita al lago. Los alrededores del muelle, es quizás el lugar más bonito de todo el pueblo. Hay dos tipos de crucero. Uno que únicamente da una vuelta por todo el lago, que sinceramente es precioso, y otro que se queda a medio camino y se detiene en la Iglesia de ST. Barttholomä. A esta iglesia, únicamente se puede llegar por el lago, no existiendo, a priori otra manera de llegar a ella. Y como a la tarde le quedaban pocas horas de vida, emprendimos el crucero por el lago con visita de la iglesia incluida. El trayecto, 11.50 euros por cabeza. Una chica que hablaba perfectamente castellano, nos indicó a que barco dirigirnos. Una pequeña golondrina de bancos de madera, y con infinitud de horas de travesía, nos esperaba. Éramos unas 20 personas, la mayoría alemanes o austriacos y una guía, que hacia las explicaciones únicamente en alemán. El paisaje del lago, era de ensueño. Parecíamos que estuvieramos navegando sobre un manto cristalino, donde el color verde de las montañas que envolvían las aguas, eran como un perfecto adorno al paisaje. Precioso, embriagador, idílico, etc. etc. Entendí porque el lago Königssee, uno de los más visitados de Austria. En un momento dado, casi a mitad de la travesía, el barco se detuvo y nuestro guía saco una trompeta. Se acerco a la cubierta y empezó a tocar unas notas, deteniéndose poco después. Quería que comprobáramos el extraordinario eco, el casi mágico eco del lugar. Parecía que otro trompetista estuviese repitiendo las notas en unos metros de distancia. La acústica era sensacional, difícil de explicar si no se oye. Después del mini concierto, aplausos y recogida de propina, claro está. En unos minutos más, la silueta de la Iglesia empezó a hacerse visible, y en otros pocos minutos, llegamos a tierra firme. La visita a la Iglesia, se hace corta. Una pequeña, muy pequeña iglesia de color blanco, con el techo de color granate y dos torres coronadas por dos cúpulas acebolladas del mismo color que el techo, nos esperaba. La Iglesia tiene únicamente una sola nave, de no más de 20 metros de largo y con una sola imagen. Al lado de la Iglesia una tienda de recuerdos y un restaurante. Un lindo paseo alrededor del lago, rodeando la Iglesia y contemplar el paisaje montañoso, es lo único que puede hacerse. Las aguas, limpias, claras, transparentes, como un inmenso cristal que invitaba a bañarse. Pasados 20 minutos ya estábamos de vuelta hacia Königssee. Empezaba de nuevo a llover. Nos dirigimos ahora hacia Berchtesgaden. En este lugar, Hitler se hizo construir en lo alto de la montaña Obersalzberg que domina la ciudad, su refugio de montaña, conocido como el Nido de Águila. Aparcamos el coche y nos dirigimos hacía el centro de la ciudad. Berchtesgaden, es una delicia. No hay que perderse su iglesia, ni sus calles peatonales, ni mucho menos sus bellos murales, recreando un pasado no muy lejano. Además, daba la impresión de que hubiesen sido las fiestas del lugar, pues las calles estaban engalanadas con banderines de colores. Numerosas casas particulares, así como algunos

DOMINGO 12 DE AGOSTO… … 7º DIA

NATURALEZA PURA

El último día por las tierras austriacas, lo íbamos a dedicar a una sobredosis de naturaleza en todas sus múltiples facetas.

Como casi todos los días, pasados unos minutos de las 8 y media, salimos de nuestra casa, esta vez en dirección al Parque Nacional Hohe Tauern. El camino era largo, pues el parque estaba en el extremo suroeste de Austria, bajo los pies del Tirol, y cerca de la frontera italiana y eslovena.

Teníamos varias opciones para empezar el día, y decidimos ir primero hac



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Total comentarios: 3  Visualizar todos los comentarios
Heidillo  heidillo  18/02/2009 15:39   📚 Diarios de heidillo
me ha encantado tu diario y me va a ayudar mucho en mi viaje de abril por esa zona. me recomendarias el hotel donde has estado por cercania a todo o una vez hecho el viaje escogerias otro pueblo como base de operaciones?
muchas gracias
Sussy  Sussy  04/06/2009 10:34
He leido todo tu diario, me ha encantado lo detallado que está, estoy segura que me servirá de ayuda para mi próximo viaje a Austria. Saludos.
Salodari  Salodari  26/05/2010 21:51   📚 Diarios de Salodari
Gracias por compartirlo. Me será muy útil para mi viaje de verano. Mis estrellitas para ti
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superfandi
Superfandi
Silver Traveller
Silver Traveller
08-06-2015
Mensajes: 11

Fecha: Sab Ago 27, 2022 11:23 am    Título: Re: Viaje a Austria: Consejos

Hola Noja acabo de volver de allí y lo tengo todo fresco, si quieres mándame un email a: [editado moderación] y te digo toda la información! Un saludo!
noja
Noja
Indiana Jones
Indiana Jones
26-06-2009
Mensajes: 1303

Fecha: Sab Ago 27, 2022 11:47 am    Título: Re: Viaje a Austria: Consejos

Allá voy!!!
Salodari
Salodari
Moderador de Diarios
Moderador de Diarios
03-04-2009
Mensajes: 18497

Fecha: Sab Ago 27, 2022 02:47 pm    Título: Re: Viaje a Austria: Consejos

@superfandi te he editado el correo, no es recomendable dar datos en abierto.

Por otra parte, para que nuestro foro no pierda su esencia, que es compartir info, hablemos aquí, donde todos podemos beneficiarnos mutuamente Amistad

@noja la zona a que quieren ir es fantástica, Salzburgerland, y combinada con la zona de los lagos cercanos a Hallstatt, Salzkammergut, te queda un viaje maravilloso. Ya si quieres incluir algo de Höhe Tauern, estupendo. Tenemos hilo de esa zona:

Salzburgo y región de Salzburgerland - Austria: Visitas

Y una tarjeta que te hará ahorrar mucho:

Salzburgerland Card: Precios, Validez, Como Utilizar

Si quieres hacerte una idea de la zona, escribí este diario:

Re: Viaje a Austria: Consejos (1) Austria en familia, montañas y lagos (Salzburgerland y Dachstein)

Saludos Amistad
javidos
Javidos
Super Expert
Super Expert
28-01-2008
Mensajes: 605

Fecha: Jue Sep 14, 2023 08:20 am    Título: Re: Viaje a Austria: Consejos

Se me olvidó comentaros sobre el tema de echar gasolina y precios. Me di cuenta que hay una enorme diferencia de precio entre echar gasolina en autovias a repostar en pueblos y/o carreteras convencionales. (En España la hay pero no tanto). Hablo de diferencias de entre 0,40€/l y 0,60€/l. Nosotros repostamos en varios sitios (Gasolina 95) y de media estaba alrededor de 1,62€/l (la mas baja que echamos fue a 1,52) pero en la salida de la autovia que habia cerca de las mas baratas superaba los 2,20€/l. (en un deposito son diferencias de coste importantes) Por situarnos, la zona donde mas...  Leer más ...
Jonka
Jonka
Experto
Experto
12-04-2009
Mensajes: 130

Fecha: Dom Oct 08, 2023 10:56 am    Título: Re: Viaje a Austria: Consejos

Le doy la razón a Javidos. Es una pasada la diferencia de precios. Creo recordar que la más cara solía ser Shell.

A nosotros también nos llegó a pasar de echar gasolina por la mañana en una gasolinera y por la tarde volver a pasar y ya había subido.

Intentábamos echar en las carreteras de pueblos y zonas de supermercados.
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