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Al día siguiente llegaba la actividad estrella, uno de los objetivos del viaje: conseguir nadar con manatíes, El enorme y curioso mamífero marino, el único herbívoro, que llega a pesar media tonelada y cuyo nombre significa en lengua caribeña “con mamas”. Se distinguen de los dugongos, que se pueden ver en Australia, por tener una cola aplanada horizontalmente en forma de espátula (ver foto), en vez de forma de media luna.
Así que tras desayunar fruta y omelette (tortilla) a las 9 salimos en lancha a la búsqueda de las vacas marinas. Contratamos el tour con un nicaragüense de nombre Amado, muy majete y buen conocedor de todo aquello.
Volvemos a hacer un par de paradas para ver coral, rayas, tortugas, un banco de pargos... el agua está caliente y la visibilidad es buena. Incluso nos lleva a un lugar donde una barcaza se hundió hace tiempo y se puede ver, a pocos metros de profundidad. Pero lo mejor venía enseguida.
Acudimos con la lancha un poco más allá, donde se veían dos barcos y nuestro guía nos avisa que quizás haya alguno por allí. Y bingo! Amado avisa que ha visto uno más adelante. Raudo y veloz me lanzo al agua con las gafas, el tubo y la cámara subacuática, y empiezo a nadar sin descanso. Al final veo al animal, que se aleja y lo persigo. Y en ésto que justo se cruza con otro manatí que venía por el mismo camino, por lo que al toparse se paran y se acercan el uno al otro para reconocerse y me dan tiempo para llegar y contemplarlos.
Y yo justo allí, enfrente de las dos vacas marinas y nadie más en el agua que ellos dos y yo. Mientras el primero se aleja, el manatí que llegaba se me acerca y me mira fijamente, a medio metro, como para ver qué bicho era yo. El momento es tan alucinante que no puedo ni hacer foto.
Después investigo que estos animales tienen una visión muy defectuosa pero un buen sentido del oído que les permite oír los motores de las barcas, por lo que no sé muy bien qué le parecería yo cuando me miró.
Cuando ya llegó el resto de la gente de la barca pudimos ver de nuevo al primer manatí, bien grande, como regresaba nadando impulsado por su enorme aleta y cerca del fondo buscando las algas que comen.
Por la tarde, y tras comprar un pequeño manatí artesanal de madera para conmemorar el momento, lo celebramos cenando una enorme langosta para cada uno acompañada de una Belikin en el Rose's.
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