Nuestro último día completo en la isla lo dedicamos a hacer la Levada do Rei, que empieza en São Jorge, en el norte de la isla.
Fuimos por la carretera VE4, que va de Ribeira Brava hasta São Vicente. Esta carretera va por un valle encajonado entre altas montañas, es un recorrido muy bonito. Hay largos túneles para agilizar la conexión entre el norte y el sur de la isla.
Pero nosotros no fuimos por los túneles sino que subimos por el alto da Encumeada, un puerto de montaña que separa las vertientes norte y sur de la isla de Madeira. En días despejados se ve tanto la costa norte como la sur. Además, paramos en otros cuantos miradores que nos encontramos por el camino.
De vuelta en la VE4, seguimos hasta São Vicente y tomamos la carretera de la costa hacia el este, para llegar a São Jorge. En el primer tramo la carretera es estrecha, con el acantilado a un lado y la pared de roca al otro, pasando por túneles sin señalizar excavados “al bruto”. Hace algunos años todas las carreteras de la isla debían de ser así.
Es un camino muy bonito, en el que hay muchos miradores, tanto de los “oficiales” como otros muchos sin señalizar. La carretera va por la costa, pero a ratos se adentra un poco en la montaña, por unos paisajes preciosos.
Llegamos a São Jorge y no sabíamos muy bien donde estaba el comienzo de la levada, la estación depuradora de agua. Así que cuando nos salimos del pueblo dimos la vuelta, preguntamos y volvimos por donde habíamos venido, ya que el cruce está antes de llegar al pueblo si se viene desde el oeste.
Hay muy poco lugar para dejar el coche al comienzo de esta levada, pero tampoco es de las más frecuentadas. Cuando llegamos había 3 coches, con cuyos dueños nos cruzamos al principio del camino. El resto de la levada la hicimos nosotros solos sin cruzarnos con nadie.
El primer tramo del camino es el menos espectacular, ya que la vegetación que hay no es la autóctona de la isla. Sin embargo, sí que encontramos bonitas vistas de las montañas.
En la segunda mitad de la levada se camina por un denso bosque de laurisilva, tan frondoso que apenas se veían las nubes. La umbría lo mantiene todo verde y húmedo. Incluso hay una caída de agua sobre el camino, por lo que tuvimos que ponernos el chubasquero para pasarlo.
El final de la levada es en el Ribeiro bonito, un paraje de cuento. Una vez allí seguimos caminando un poco más “selva a través” hasta que encontramos unas piedras junto al río donde nos sentamos a comer. El sitio era paradisiaco, todo verde, con enormes árboles y helechos, las paredes rezumando agua, el río formando pequeñas cascadas,… y todo para nosotros solos!!
Tras la comida y un buen rato haciendo fotos y explorando el lugar, emprendimos los 5 kilómetros de vuelta. No nos habíamos dado cuenta, pero el cielo se había nublado completamente durante aquel rato. En el camino de regreso hicimos algunas fotos de algunas de las coloridas flores que nos encontramos. Hasta que se abrió el cielo y empezó a llover de lo lindo. Menos mal que íbamos preparados con chubasqueros y pantalones de lluvia. El bosque de laurisilva adquirió un encanto especial bajo la lluvia, con un olor y color totalmente diferentes.
Una vez terminada la levada decidimos visitar un molino de agua de más de 300 años que hay en São Jorge. Es muy curioso de ver, pero lo mejor, sin duda, los dos viejecitos que llevan el molino, encantados de enseñártelo, y que pusieron a funcionar solo para que lo viésemos nosotros. Y no nos pudimos ir hasta que me hice una foto en el molino.
Antes de regresar a Funchal paramos en el Continente de Santana, donde aprovechamos para comprar unas botellas de poncha, vinho da Madeira y bolo de mel para llevar a casa.