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Debido a nuestras desventuras en el norte de Chile, en San Pedro de Atacama, tuvimos un día más para visitar Santiago que no estaba en los planes originales. Así que hoy nos vamos a ir a conocer Valparaíso. Y lo vamos a conocer de una forma especial, guiados por Verónica, que vive en Viña del Mar. Verónica es la madre de nuestra compañera forera llamada también Verónica, con la que tuvimos un breve encuentro en Puerto Octay, como ya he contado. Cuando Verónica supo que pensábamos visitar Valparaíso, enseguida conquistó a su madre para que hiciera de cicerone nuestro. Nos daba bastante apuro porque las personas, normalmente, tenemos nuestra rutina planificada, pero finalmente nos alegramos de habernos dejado convencer.
A la pobre la tuvimos esperando media hora que nos retrasamos en el autobús. No calculamos bien el tiempo y además cogimos el autobús en la estación anterior a la de Pajaritos, en la que se accede por la estación de metro Universidad de Santiago.
Utilizamos varios medios de transporte para maximizar el tiempo del que disponíamos, Verónica se los conoce muy bien. Desde la estación del autobús en Valparaíso nos fuimos en colectivo hasta el cerro Florida, para visitar la Casa Museo de Pablo Neruda, la Sebastiana. Entrada 5.000 pesos con audioguía.
Pablo Neruda describía así esta ciudad en su “Oda a Valparaíso”: "Valparaíso que disparate eres, qué loco, puerto loco, qué cabeza con cerros, desgreñada, no acabas de peinarte, nunca tuviste tiempo de vestirte, siempre te sorprendió la vida, te despertó la muerte en camisa”.
Pablo Neruda vivió por épocas en esta casa que llamaron Sebastiana porque su anterior dueño era un español llamado Sebastián. Se encuentra en la parte alta del cerro Florida. Casa con cinco niveles, con grandes cristaleras y unas vistas privilegiadas de la ciudad, la bahía y el puerto, sobre todo desde el estudio del poeta situado en el último piso. También esta casa fue objeto del vandalismo posterior al golpe militar de Pinochet, fue restaurada en 1991. Casa excéntrica, llena de objetos extravagantes traídos de todas partes del mundo, también refleja la personalidad del artista: globos aerostáticos, muebles de los años cincuenta, mascarones de barcos, cajas de música, un caballo de tiovivo en madera, libros, obras de arte…..
Para trasladarnos a Cerro Alegre y Cerro Concepción hicimos uso del micro “O” o “micro 612”, como también es conocido. Destartalado autobús que más que transitar parece que corre, subiendo y bajando cerros, hay que agarrarse fuerte.
Vamos paseando, contemplando esta variada y colorista arquitectura, casas de madera pintada, de chapa, grandes mansiones con aspecto decadente, algunas casas parecen colgadas encima de otras, casas recién renovadas y pintadas, otras en aspecto ruinoso. Calles adoquinadas que suben, que bajan. Te cruzas con algunas calles que en fuerte pendiente o en escalinatas bajan hasta el Plan, a lo lejos se distingue el Pacífico.
Desde el paseo Yugoslavo se puede ver casi todo el Plan de Valparaíso. En el paseo destaca un gran edificio en estilo Art Noveau. Es el Palacio Barburizza que hoy alberga el Museo Municipal de Bellas Artes. Este Sr.Barburizza era de origen croata y fue el que impulsó y apoyó la construcción de este paseo, por eso le llaman el paseo yugoslavo. También donó toda su colección de cuadros que se encuentran en este museo.
A este paseo llega el ascensor el Peral, construido en 1901 y que recientemente ha sido restaurado y remodelado. Muy cerquita de este ascensor hay un restaurante que tiene el mismo nombre, “El Peral”, al cual entramos a comer por recomendación de una de sus hijas. Un acierto total. Restaurante con todo el encanto de lo pequeño y acogedor, con una terraza que cuelga por el cerro Alegre con privilegiadas vistas de la bahía y la zona del puerto y una comida exquisita, gustosa, buena presentación y precio razonable. La terraza está completa pero nos instalan en una galería de madera con cristalera a la terraza. No hay un menú extenso, te dan a escoger entre dos o tres primeros, segundos y postres. Probamos nuestro primer pisco sour, muy rico.
Seguimos nuestro recorrido. Nos adentramos por el laberinto de cuestas, miradores y pasajes del Cerro Alegre y Cerro Concepción. Tan difícil es no admirarse a cada paso con esta explosión de colorido de las fachadas de hermosas casas, como quedarse indiferente ante el mosaico de colores del “arte urbano”. Graffitis que invaden fachadas, muros, escaleras, pasajes… con temática variopinta.
Algunas casas son curiosas. Como la casona de principios del S.XX, en la intersección de Alvaro Besa y Miramar, en Cerro Alegre, que llaman Casa Crucero o Casa Proa por su forma de crucero. Une un estrecho encuentro de dos calles en niveles diferentes. Hoy es una galería de arte. El pasaje Bavestrello es otro rincón curioso, estrechas escaleras que atraviesan el edificio del mismo nombre, rincón umbrío que, no obstante, resplandece con graffitis de vivos colores.
En Cerro Concepción hay algunos pasajes por los que creo que hay pasar, valga la redundancia. El Pasaje Galvez, desde el cruce de Alvaro Besa con Urriola al final de la calle Papudo, es una calle empedrada de adoquines pero con la particularidad de que la flanquean dos aceras (o veredas como dicen por aquí) a mayor altura y que son, en algunos tramos, más amplias que la propia calle. Distintas pinturas que cubren hasta los postes y llegan a las aceras, de variadas técnicas y estilos. Y muchas de ellas no son anónimas, sus autores son conocidos. A este pasaje llegan, o salen, en perpendicular, otros pasajes no menos vistosos. Tal es el caso del pasaje Templeman, cuyos grafitis ocupan no sólo las fachadas sino una acera que acompaña unas escaleras empinadas y el Pasaje Fisher.
Por aquí hay una tienda que se llama Kipu. Hay quien dice que es casi como un museo y ello es debido a que tiene una gran exposición de artesanía chilena de todos los sitios y de gran calidad. Esta palabra, Kipu, viene del quechua y significa nudo. Era el instrumento que utilizaban los Incas para registrar información de números y estadísticas.
El Paseo Gervasoni y el Paseo Atkinson, ambos en el Cerro Concepción, presentan una arquitectura con influencia de los inmigrantes alemanes e ingleses que llegaron al lugar en el S.XIX. Los dos tienen posición privilegiada como mirador de la bahía y las calles del Plan.
En el Paseo Gervasoni se encuentra un hotel boutique con el mismo nombre, es el producto de una buena rehabilitación de una casa de 1870, con arquitectura que revive fielmente el estilo de vida de finales S.XIX. Por aquí también se encuentra la Casa – Mirador – Museo de Lukas, un conocido caricaturista, una gran mansión del S.XIX rehabilitada. Y el ascensor Concepción, declarado monumento histórico en 1998.
El Paseo Atkinson es uno de los lugares más emblemáticos de Valparaiso. La mencionada influencia de los inmigrantes alemanes e ingleses se hace más evidente, con hermosas casas de floridos antejardines de finales del S.XIX. Fue diseñado en 1870 por Mr. Atkinson. Al final del paseo se encuentra una casa anaranjada de estilo victoriano, de construcción aterrazada, convertida en un hotel. Debe tener unas vistas impresionantes. Mas o menos las mismas que se disfrutan desde este mirador. Además de la bahía se ven calles y edificios del Plan, la Plaza Aníbal Pinto, y un graffiti extraordinario, obra de Inti Castro, joven artista de talla internacional. El mural es muy grande, pintado con colores cálidos en la parte alta de dos edificios contiguos de la parte baja de la ciudad. Muestra una figura misteriosa, parcialmente fragmentada, cubierta de joyas exóticas. Los pies parecen tener una especial importancia.
Hasta el Paseo Dimalow siguen luciendo las construcciones de finales del S.XIX y principios del XX, con claras influencias de los inmigrantes europeos. Al igual que la Iglesia Luterana de Valparaíso que nos encontramos al paso. Desde Dimalow un puente de madera comunica con el ascensor Reina Victoria. Desde la plazoleta que accede a este ascensor se contemplan unas bonitas vistas de este último trayecto.
El ascensor Reina Victoria también es uno de los más antiguos, de 1902, y restaurado recientemente. Tiene la particularidad de ser el ascensor de trayecto más corto pero el de mayor pendiente.
Desde el ascensor nos trasladamos a la Plaza Sotomayor subiéndonos en un Trole. La red de trolebuses de Valparaíso es la única que queda en Chile y son parte del patrimonio de esta ciudad.
Lo primero que atrae en la plaza Sotomayor es el monumento a los Héroes de Iquique. Grupo escultórico en memoria de los héroes navales que lucharon en los combates de Iquique y Punta Gruesa, simbolizando la gloriosa actuación del capitán de fragata Arturo Prat y sus valerosos compañeros. Enfrente se encuentra el gran edificio de la Comandancia en Jefe de la Armada Chilena. Pegando al mar, el muelle Prat. Desde esta plaza podemos ver una visión general de los cerros de Valparaíso, que no hemos tenido ocasión de apreciarla con anterioridad. Los 42 cerros de Valparaíso miran hacia el mar, parece que abrazan la bahía. Cerros coloristas repletos de casas que parecen colgar en las laderas de los mismos, tejados que se solapan y superponen sin orden aparente. Pero este ordenado “caos” mereció ser Patrimonio de la Humanidad en 2003
Aquí nos despedimos de Verónica hasta más tarde que nos veamos en Viña del Mar, para cuyo traslado nos da explicaciones concretas. Nos tomamos un café en esta misma plaza y nos vamos caminando a orillas del muelle hasta la Plaza Aduana.
En esta plaza se encuentra el ascensor Artillería que sube hasta el cerro del mismo nombre. Es el ascensor más panorámico de todos y su vagón original también fue uno de los primeros en construirse, en 1892. Al finalizar la subida se accede al llamado Paseo 21 de Mayo. Este paseo se extiende sobre una explanada al borde del acantilado. Ahora parece un sitio tranquilo, sin apenas gente, aunque dicen que es uno de los más visitados. Posee grandes árboles, bancos para sentarse y puestos de artesanía. Las vistas desde aquí son únicas, el puerto y los buques de carga, el muelle y la ciudad de Valparaíso con sus cerros. Cada 31 de diciembre, gran cantidad de porteños y visitantes llegan hasta este paseo para presenciar el espectáculo “Año Nuevo en el Mar” y recibir el nuevo año. En el otro extremo de este paseo se encuentra el edificio que fuera Escuela Naval, convertido hoy en Museo Naval, rodeado de bellos jardines.
Una de las indicaciones para ir a Viña del Mar era coger el “micro O”, que recorre los cerros del Valparaíso y llegar hasta la cercana Viña del Mar. Pensaba que era una buena oportunidad para hacer un tour panorámico por los cerros de la ciudad. Subimos la calle que está flanqueada por el Museo Naval y en la parte superior estuvimos indagando dónde pararía dicho autobús. Como no veíamos ningún indicio de parada preguntamos a un lugareño. Nos indica y asegura, en repetidas frases, que es una locura y temeridad coger ese autobús porque no todos los cerros están volcados al turismo, pasa por otros dónde vive mucha gente marginal y no es nada aconsejable. Que bajemos al muelle y cojamos cualquier autobús que circule por el Plan. Y no nos indica dónde está la parada. Ante esto y como no había nadie más a quien preguntar volvemos sobre nuestros pasos y bajamos el cerro Artillería por las escaleras que hay al lado del ascensor, desembocando nuevamente en la plazoleta Aduana.
La tarde está ya cayendo, arriba en el paseo soplaba un viento frío, pero aquí abajo la brisa marina también es bastante fría. Y nosotros en manga corta. No nos habíamos llevado nada de abrigo pensando que volveríamos a media tarde. Mi resfriado comienza a rebelarse y por momentos me siento fatal. Buscamos los colectivos que desde aquí van también a Viña del Mar, no vemos ninguno. Pasan muchos autobuses pero ninguno indica que llegue hasta allí. Casi todos ponen, Rodoviario, Estación de Autobuses y alguna dirección más. Así que de pronto y casi sin pensarlo nos subimos en uno de ellos y nos fuimos hasta la estación de autobuses para volver a Santiago.
Me sabía muy mal no cumplir con nuestra cita con Verónica en Viña del Mar, pero no podía con mi alma. Nos habíamos despedido con un “hasta luego”. Bueno, ese hasta luego quizá sea mejor que un adiós rotundo, parece como si el intervalo de no vernos más no se hubiera cerrado. Ha sido una experiencia enriquecedora, hemos compartido un recorrido turístico desde el punto de vista de una persona que conoce la ciudad, conversando, intercambiando vivencias, y participando de manera indirecta en la evocación de algunos recuerdos en determinados lugares, lo cual aportaba, a mi entender, una cierta calidez a estos lugares, eliminando el factor frío y encorsetado de una visita turística convencional.
Tardamos tres horas en llegar a Santiago. Era viernes y al parecer hora punta. Tremendo atasco que había en la entrada a Santiago, un gran “taco” como le llaman por aquí. Nos bajamos en Pajaritos y en metro llegamos hasta la parada de Manuel Montt. De camino al hotel pasamos delante del restaurante Liguria y comprobamos que estaba lleno de gente. Eso nos parecía buena señal, así que esperamos un poco hasta que nos prepararon una mesa. La comida muy buena, fueron muy amables y los precios no nos parecieron excesivos.
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