Anoche me [align=right]quedé hasta tarde escribiendo. Fue una de esos momentos en que la inspiración te alcanza trabajando y no cerré los ojos hasta las tres de la mañana, pero esta mañana, cuando he despertado, he tenido la visión más hermosa del crucero. El buque no atraca en puerto, sino que fondea en la bahía de Villefranche. Yo, que duermo con las cortinas del balcón abiertas para que me despierte la luz del amaneces, lo primero que he visto es la montaña, cubierta de pequeñas villas y árboles, bajar abrúptamente hasta el mar, con un fondo de cielo azul y una claridad que presagia un magnífico día. Villefranche es un pueblecito de vacaciones a pocos kilómetros de Niza y de Mónaco. Un lugar "chic" y una parada curiosa en este crucero.
El desembarco hoy se hace por medio de una especie de "golondrinas" bastante grandes que hacen un servicio ininterrumpido desde el barco al pequeño puerto de Villefranche. Vamos siendo llamados de nuevo según el orden asignado en nuestras tarjetas perosonales y en cuestión de veinte minutos desde la llamada ya estoy tierra firme.
Una vez allí, se presentan tres alternativas a los viajeros por libre. O bien tomar un camino a la izquierda, que en seiscientos metros de subida te deja en una parada de bus, o tomar el paseo a la derecha, y en quinientos metros estás en la estación de tren. O, por supuesto, te pierdes por el pueblecito, que también es delicioso. En mi caso, opté por el tren. Siempre lo hago. El primer recuerdo que tengo de un viaje, de cualquier viaje, es la visión de la mano enguantada de mi abuelo, agarrando la mía y llevándome a la estación de tren de Granada. Allí nos subíamos a algún tren e imaginaba que el tren se pondría en marcha con nosotros dentro. Lo que ocurre es que siempre bajábamos antes de que eso realmente sucediera. Pero mi fascinación por el tren se iba a crecentando más y más. Hasta que un gran día no nos bajamos y el tren se puso en marcha con nosotros dentro... desde entonces hasta hoy, sigue siendo mi medio de transporte preferido.
En fin, en la estación me pongo en la pequeña cola que se ha formado frente a las dos taquillas abiertas y avanzamos despacio hasta que se escucha un gritito frente al vidrio de una de las taquillas:
- dieciocho, eitin, eitin!! - gritaba un pasajero español -pero será sinvergüenza, que ahí pone dieciocho!
El taquillero le dijo que había un error en el ordenador. Lo que ocurre es que el no hablaba francés y pensaba que le estaban engañando, y claro, en esos casos lo que hay que hacer es gritar más fuerte, como todo el mundo sabe. Y así lo hizo. Un billete de ida y vuelta a Monaco para dos adultos y dos niños cuesta 18 euros. Si son cuatro adultos, 24 euros. Es lo que les costó a todos, pero casualmente el pérfido taquillero había urdido un plan maléfico para fastidiar a aquel señor, que cada vez gritaba más alto y que parecía estar a punto de echarse a llorar de la impotencia. Claro, lo siguiente fue buscar la complicidad del resto de los que esperábamos allí, pero no la tenía, y decidió irse a la otra taquilla sin importarle lo más mínimo que ya hubiera una persona allí comprando sus entradas. En ese momento, un tren que acababa de parar, arrancó y partió en dirección este.
- Y ahora pierdo el tren!!- volivió a gritar. No dijo "perdemos", no dijo "mi familia, mis hijos (que estaban allí alucinando) lo pierden". Dijo "YO".
Me hubiera encantado que hubiera subido a ese tren al estilo Indiana Jones, así, en el último segundo, y ver su cara de satisfacción porque EL lo había conseguido. Pero aun me hubiera gustado más verle al darse cuenta de que ese tren NO paraba en Mónaco. Bastaba con mirar la pantalla de los avisos, pero claro. Eso tiene su complicación.
El caso es que cerraron la taquilla cuyo ordenador no funcionaba y continuaron con una sola, pero ya sin mayores problemas,. Por supuesto, esta familia pagó lo que tocaba y ya está, sin mayores problemas.
Yo finalmente compré un billete para Niza. La mayoría de los pasajeros van a Mónaco pero a mi me apetecía pasear por el casco antiguo de la capital de la Costa Azul. Tras un pequeño retraso, me subí al tren junto a una familia italiana. No se si eran un padres mayores o unos abuelos jóvenes, pero me encantó esa imagen. El señor tenía un aspecto de sabio aventurero que me fascinó...ahí quisiera encaminarme yo. Ella, además, tenía un porte, una elegancia y una belleza serena... y los críos les escuchaban con reverencia. En una parada intermedia antes de llegar al centro de Niza, se montó un señor mayor en el tren y se sentó frente a mi. Llevaba una chaqueta blazer azul, con un ancla en la solapa y estuvo leyendo un minuto un diario gratuito de esos que te dan en los trenes. En un momento dado, cerró el diario y se quedó mirando fijamente a la familia italiana...y comenzó a llorar. Primero fueron dos lágrimas, y finalmente un continuo de llanto inconsolable. Yo no sabía qué hacer, o qué decir, pero el señor, del mismo modo que llegó, se levantó y se marchó a otro vagón. Una de esas cosas que no entiendes y que de tanto en tanto ocurren.
La estación de Niza no está muy lejos del centro, pero es perfecto tomar el tranvía 1 hasta la Plaza Masséna, el verdadero centro de una ciudad sin centro. Desde ahí, a la derecha se abre la Promenade des Anglais, el lugar para "ver y dejarse ver" de la Costa Azul. A la izquierda está el centro que podríamos denominar "histórico". En el Cité du Parc hay un pequeño pero precioso mercado donde se pueden encontrar regalos perfectos para volver a casa. Desde saquitos de lavanda, jabón de Marsella o productos típicos de la región.
Desde ahí, fui subiendo despacio, saboreando las calles peatonales hasta la parada del autobus número 100, en la esquina de la avenida de San Sebastián con la Traverse de la Bourgade. Entendía que era mejor esta opción que volver a la estación de tren. Lo que ocurre es que el bus 100 va a Mónaco. Y se llena en esa parada. De hecho, yo conseguí entrar pero ya no hizo ninguna parada más hasta Villefranche, donde tienes que estar muy atento y marcar la parada, porque de lo contrario el bus sigue hasta Mónaco sin parar. Unas estudiantes que estaban esperando en la parada no pudieron subir porque el conductor no se lo permitió. Supongo que a primera hora de la mañana debe ser algo más fácil.
Ya desde ahí, bajar hasta el puerto, volver a tomar la barquita y salir hacia Barcelona a las 15.00 de la tarde... mañana se acaba esto, pero aun tenemos tiempo para reflexionar sobre algunas cosas más antes de llegar...
[/align] El desembarco hoy se hace por medio de una especie de "golondrinas" bastante grandes que hacen un servicio ininterrumpido desde el barco al pequeño puerto de Villefranche. Vamos siendo llamados de nuevo según el orden asignado en nuestras tarjetas perosonales y en cuestión de veinte minutos desde la llamada ya estoy tierra firme.
Una vez allí, se presentan tres alternativas a los viajeros por libre. O bien tomar un camino a la izquierda, que en seiscientos metros de subida te deja en una parada de bus, o tomar el paseo a la derecha, y en quinientos metros estás en la estación de tren. O, por supuesto, te pierdes por el pueblecito, que también es delicioso. En mi caso, opté por el tren. Siempre lo hago. El primer recuerdo que tengo de un viaje, de cualquier viaje, es la visión de la mano enguantada de mi abuelo, agarrando la mía y llevándome a la estación de tren de Granada. Allí nos subíamos a algún tren e imaginaba que el tren se pondría en marcha con nosotros dentro. Lo que ocurre es que siempre bajábamos antes de que eso realmente sucediera. Pero mi fascinación por el tren se iba a crecentando más y más. Hasta que un gran día no nos bajamos y el tren se puso en marcha con nosotros dentro... desde entonces hasta hoy, sigue siendo mi medio de transporte preferido.
En fin, en la estación me pongo en la pequeña cola que se ha formado frente a las dos taquillas abiertas y avanzamos despacio hasta que se escucha un gritito frente al vidrio de una de las taquillas:
- dieciocho, eitin, eitin!! - gritaba un pasajero español -pero será sinvergüenza, que ahí pone dieciocho!
El taquillero le dijo que había un error en el ordenador. Lo que ocurre es que el no hablaba francés y pensaba que le estaban engañando, y claro, en esos casos lo que hay que hacer es gritar más fuerte, como todo el mundo sabe. Y así lo hizo. Un billete de ida y vuelta a Monaco para dos adultos y dos niños cuesta 18 euros. Si son cuatro adultos, 24 euros. Es lo que les costó a todos, pero casualmente el pérfido taquillero había urdido un plan maléfico para fastidiar a aquel señor, que cada vez gritaba más alto y que parecía estar a punto de echarse a llorar de la impotencia. Claro, lo siguiente fue buscar la complicidad del resto de los que esperábamos allí, pero no la tenía, y decidió irse a la otra taquilla sin importarle lo más mínimo que ya hubiera una persona allí comprando sus entradas. En ese momento, un tren que acababa de parar, arrancó y partió en dirección este.
- Y ahora pierdo el tren!!- volivió a gritar. No dijo "perdemos", no dijo "mi familia, mis hijos (que estaban allí alucinando) lo pierden". Dijo "YO".
Me hubiera encantado que hubiera subido a ese tren al estilo Indiana Jones, así, en el último segundo, y ver su cara de satisfacción porque EL lo había conseguido. Pero aun me hubiera gustado más verle al darse cuenta de que ese tren NO paraba en Mónaco. Bastaba con mirar la pantalla de los avisos, pero claro. Eso tiene su complicación.
El caso es que cerraron la taquilla cuyo ordenador no funcionaba y continuaron con una sola, pero ya sin mayores problemas,. Por supuesto, esta familia pagó lo que tocaba y ya está, sin mayores problemas.
Yo finalmente compré un billete para Niza. La mayoría de los pasajeros van a Mónaco pero a mi me apetecía pasear por el casco antiguo de la capital de la Costa Azul. Tras un pequeño retraso, me subí al tren junto a una familia italiana. No se si eran un padres mayores o unos abuelos jóvenes, pero me encantó esa imagen. El señor tenía un aspecto de sabio aventurero que me fascinó...ahí quisiera encaminarme yo. Ella, además, tenía un porte, una elegancia y una belleza serena... y los críos les escuchaban con reverencia. En una parada intermedia antes de llegar al centro de Niza, se montó un señor mayor en el tren y se sentó frente a mi. Llevaba una chaqueta blazer azul, con un ancla en la solapa y estuvo leyendo un minuto un diario gratuito de esos que te dan en los trenes. En un momento dado, cerró el diario y se quedó mirando fijamente a la familia italiana...y comenzó a llorar. Primero fueron dos lágrimas, y finalmente un continuo de llanto inconsolable. Yo no sabía qué hacer, o qué decir, pero el señor, del mismo modo que llegó, se levantó y se marchó a otro vagón. Una de esas cosas que no entiendes y que de tanto en tanto ocurren.
La estación de Niza no está muy lejos del centro, pero es perfecto tomar el tranvía 1 hasta la Plaza Masséna, el verdadero centro de una ciudad sin centro. Desde ahí, a la derecha se abre la Promenade des Anglais, el lugar para "ver y dejarse ver" de la Costa Azul. A la izquierda está el centro que podríamos denominar "histórico". En el Cité du Parc hay un pequeño pero precioso mercado donde se pueden encontrar regalos perfectos para volver a casa. Desde saquitos de lavanda, jabón de Marsella o productos típicos de la región.
Desde ahí, fui subiendo despacio, saboreando las calles peatonales hasta la parada del autobus número 100, en la esquina de la avenida de San Sebastián con la Traverse de la Bourgade. Entendía que era mejor esta opción que volver a la estación de tren. Lo que ocurre es que el bus 100 va a Mónaco. Y se llena en esa parada. De hecho, yo conseguí entrar pero ya no hizo ninguna parada más hasta Villefranche, donde tienes que estar muy atento y marcar la parada, porque de lo contrario el bus sigue hasta Mónaco sin parar. Unas estudiantes que estaban esperando en la parada no pudieron subir porque el conductor no se lo permitió. Supongo que a primera hora de la mañana debe ser algo más fácil.
Ya desde ahí, bajar hasta el puerto, volver a tomar la barquita y salir hacia Barcelona a las 15.00 de la tarde... mañana se acaba esto, pero aun tenemos tiempo para reflexionar sobre algunas cosas más antes de llegar...