Hace bastantes años pasamos por Ribadeo, pero no se nos ocurrió ir a la Playa de las Catedrales porque ni siquiera habíamos oído hablar de ella, lo que hoy en día resulta impensable para cualquier viajero que se precie. Pero es que si consultamos guías turísticas de quince años para atrás, no se mencionaba en casi ninguna, mientras que sí figuraban la ría del Eo y las poblaciones de Ribadeo, Castropol, Vegadeo, etc. Ahora goza de justa fama internacional y se ha convertido en lugar de visita obligada al que acuden miles de personas, sobre todo durante el verano; ni que decir tiene que teníamos muchas ganas de conocerla. Al fin surgió la oportunidad durante el pasado verano.
Lo primero que hay que tener en cuenta al planificar la visita es comprobar el horario de las mareas ya que con marea alta no se puede pasear entre las enormes rocas ni pisar la playa, que desaparece cubierta por las olas. Según dicen los expertos, el mejor momento es entre una hora antes y una hora después de la bajamar; hay vigilantes que se ocupan de ir desalojando la playa conforme sube la marea para evitar accidentes. En verano, la afluencia de gente es enorme y se masifica una barbaridad, incluso resulta difícil aparcar y tengo entendido que en alguna fecha punta de verano se establecen limitaciones en el acceso de visitantes. Por fortuna, en nuestro caso, la marea baja coincidió con las 20:30, y la afluencia de personas aunque alta, no resultaba tan exagerada como lo hubiese sido a mediodía.
Lo primero que hay que tener en cuenta al planificar la visita es comprobar el horario de las mareas ya que con marea alta no se puede pasear entre las enormes rocas ni pisar la playa, que desaparece cubierta por las olas. Según dicen los expertos, el mejor momento es entre una hora antes y una hora después de la bajamar; hay vigilantes que se ocupan de ir desalojando la playa conforme sube la marea para evitar accidentes. En verano, la afluencia de gente es enorme y se masifica una barbaridad, incluso resulta difícil aparcar y tengo entendido que en alguna fecha punta de verano se establecen limitaciones en el acceso de visitantes. Por fortuna, en nuestro caso, la marea baja coincidió con las 20:30, y la afluencia de personas aunque alta, no resultaba tan exagerada como lo hubiese sido a mediodía.
Veníamos de la Ribeira Sacra orensana y llegamos sobre las 20:00 por la A-8, que tiene una salida directa a la Playa de las Catedrales (As Catedrais), que se encuentra a 9 Km de Ribadeo. El día había sido caluroso y muy soleado en todo nuestro trasiego por la provincia de Lugo hasta que alcanzamos los alrededores de Mondoñedo, donde empezamos a vislumbrar una especie de boina blanca entre las montañas, hacia el norte. Supongo que los lugareños están habituados, pero a nosotros nos resultó chocante meternos de golpe en una zona de niebla espesa en un par de minutos y en un día tan claro hasta entonces. Justamente un par de días después se produjo un accidente múltiple en esa autopista por la misma causa; así que mucha precaución al circular por aquí porque la niebla puede aparecer de improviso.
Estacionamos el coche sin problemas, pues a esa hora ya había muchos huecos en el aparcamiento. La playa todavía estaba muy concurrida, ya no tanto de bañistas como de gente que, como nosotros, iba a ver las formaciones rocosas, pero se podía caminar con cierta calma, paseando por la arena de la playa y entrando en las cuevas sin empujones, contemplando sus sorprendentes y vivos colores.
Pese al gentío, la visita mereció realmente la pena y, además, tuvimos como aliciente el tono dorado que confería a las piedras el sol languideciendo en el horizonte a esa hora de la tarde, pero todavía con luz más que suficiente ya que en julio en Galicia anochece pasadas las diez.
Desde luego, las “patas de elefante” no tienen nada que envidiar a las francesas, tan famosas, de Etretat (Normandía), que habíamos tenido ocasión de visitar en 2012.
También eran muy hermosas las imágenes al contraluz. Imagino la visión mágica y estremecedora que debe deparar en invierno, con menos gente y buen oleaje. Habrá que experimentarlo alguna vez. Sin embargo, no me pareció el mejor lugar para bañarse y pasar un día de playa al uso.
Como ya era tarde, dejamos para el día siguiente el paseo por la parte alta de los acantilados y fuimos a tomar posesión de nuestra habitación en el hotel de Ribadeo donde teníamos reserva para dos noches. Se llama “La Casona de Lazúrtegui, en la calle Julio Lazúrtegui 26-28. Tiene tres estrellas, está en un antiguo edificio reformado, con ascensor; la habitación era amplia, con aire acondicionado, parking gratuito, wifi gratis que funcionó bien, y perfectamente situado, al lado de la zona de tapeo y a pocos minutos caminando del puerto pesquero. Nos costó 148 euros por dos noches, con un buen desayuno incluido, lo que no estaba nada mal teniendo en cuenta que estábamos a fináles de julio, temporada altísima en Galicia. La única pequeña pega, por decir algo, es que se encuentra en una calle poco vistosa, pero sin ningún problema. Claro que si se buscan buenas vistas, no las tiene. Por lo demás, impecable.
Salimos a cenar y enseguida encontramos bastantes bares, sobre todo en la Rua de San Roque, a tres minutos andando del hotel. Tapas y pinchos ricos para escoger. Después, dimos un agradable paseo nocturno desde la Plaza de España hasta el puerto pesquero, disfrutando de una buena temperatura y del anticipo de sus callejas y de sus casonas. Ribadeo cuenta con unos 9.000 habitantes. Al encontrarse en el límite con tierras asturianas, desde la época medieval tuvo importancia económica y obtuvo de Fernando II permiso para organizar un mercado. Posteriormente fue condado, y centro exportador de maderas y hierro asturiano. Su máximo esplendor llegó en el siglo XVIII, cuando por su puerto entraba lino y cáñamo del Báltico para los tejedores gallegos. A finales del siglo XIX salieron numerosos emigrantes para América y algunos de los que volvieron con fortuna construyeron hermosos edificios en la villa, algunos de los cuales han sido restaurados, la mayoría para convertirse en establecimientos hoteleros o restaurantes, recuperando su aspecto señorial. Uno de los más destacados en la Casa de los Moreno, en la plaza de España, de estilo modernista, pero se pueden ver por toda la villa.
La mañana siguiente amaneció con bastantes nubes. Ya se había pasado la hora de la marea baja en la playa de las Catedrales, así que fuimos en coche hasta el puerto de Burela, por donde dimos una vuelta a pie. Teníamos intención de llegar a Vivero y comer allí. Sin embargo, nos pilló un gran atasco en la entrada de esta población y decidimos dar la vuelta, pues no estábamos dispuestos a pasar un día de vacaciones metidos en el coche. Ya era tarde para intentar reservar en el famoso restaurante de La Cofradía de Rinlo. Ya nos habían advertido que hay que hacerlo con una semana de antelación en verano, así que lo dejamos pasar y regresamos a Ribadeo. Como se trataba de una celebración especial, nos decidimos por el restaurante La Solana, situado en el puerto pesquero. Tiene bastante fama y realmente fue espectacular, el precio es alto aunque no exagerado (92 euros para los dos) y mereció la pena: los percebes, el marisco, el arroz con bogavante (el camarero tuvo el detalle de proponernos pedir una sola ración de arroz para los dos, y la verdad es que nos sobró, y así pudimos tomar otras exquisiteces), los dulces… Todo riquísimo y con un servicio atento y esmerado. Quedamos muy satisfechos.
La sobremesa la dedicamos a pasear por Ribadeo. Nos perdimos por el casco viejo, recorriendo las callejas que desembocan en el puerto pesquero, sin olvidar la Plaza de España, con edificios de diversas épocas y estilos, entre los que destaca la Casa de los Moreno, de estilo modernista, con cúpula y tejado de cerámica que reluce al sol, y el edificio del ayuntamiento (el palacio del Marqués de Sargadelos o Pazo de Ibáñez), del siglo XVIII y estilo neoclásico. La plaza, que cuenta con un bonito jardín en el centro, está siendo rehabilitada y algunos de sus edificios restaurados, afortunadamente. Muy cerca está también la Iglesia Colegiata de Santa María del Campo, del siglo XVIII.
Lo que más nos gustó fue recorrer sus callejuelas y pasear junto a la ría, entre el puerto deportivo y el pesquero, desde donde se tienen unas preciosas vistas de las vecinas tierras asturianas, sobre todo de la localidad de Castropol.
Por la tarde volvimos a la Playa de las Catedrales, en esta ocasión para recorrer el sendero que va por el borde del acantilado, mostrando las enormes rocas desde la parte alta. Estaba nublado y la perspectiva de las rocas y los colores eran diferentes a los del día anterior, pero igualmente bellos.
El camino es muy fácil de seguir, incluso en algunos tramos hay pasarelas y puentes de madera, y, sobre todo, está mucho más tranquilo, con bastante menos gente que en la playa. Aconsejo hacer al menos una parte del mismo; y es que no sé qué vistas me gustaron más, si las que se obtienen a pie de playa o las de lo alto del acantilado, con la marea empezando a subir, que hacía batir las olas en remolino contra las paredes de las rocas y penetrando como un hervidero en las cuevas. Una maravilla, ambas perspectivas. Resultaba difícil marcharte de allí.
Y seguimos caminando hasta alcanzar playas vecinas, al este y al oeste.
Después nos acercamos hasta Rinlo, ya caía la tarde cuando llegamos. Estaba oscuro y parecía que íbamos a tener llovizna, aunque finalmente no fue así. La principal fuente de ingresos de este pueblecito, que pertenece al municipio de Ribadeo, es el marisqueo, incluso tiene erigida una escultura en memoria de algunas marisqueiras, fallecidas al realizar esta peligrosa ocupación. Nos llamó la atención que apenas hubiese turistas y que los restaurantes, entre ellos la famosa marisquería “La Cofradía”, estuvieran casi vacíos, aunque supongo que a la hora de la comida se habían juntado multitudes allí. Hubiera sido un buen lugar para cenar salvo que con el atracón que nos dimos para comer, nos apetecía algo ligerito.
Dimos una vuelta por el tranquilo pueblo, casi desierto, con las nubes negras realzando las paredes coloridas de sus casas, y volvimos a nuestro alojamiento en Ribadeo después de cenar unas tapitas en otro de los bares de la Rua de San Roque.
A la mañana siguiente, fuimos a ver el Faro de la Isla Pancha, desde donde se aprecia un bonito panorama.
A la mañana siguiente, fuimos a ver el Faro de la Isla Pancha, desde donde se aprecia un bonito panorama.
Luego, bordeando la Ría por el sur, entramos en Asturias, pasamos Vegadeo y paramos un rato en Castropol, para ver desde el mirador una bucólica imagen de barcos varados por la bajamar, y la iglesia parroquial de Santiago, en mi modesta opinión, más bonita vista desde Ribadeo que in-situ.
Y pudimos ver la vista contraria del día anterior desde la ría, la imagen de Ribadeo desde Castropol:
Luego, nos acercamos hasta el pueblo marinero de Tapia de Casariego, donde paseamos por el puerto pesquero, el faro y el paseo que conecta sus playas, muy concurridas, en un estupendo y soleado día de verano. Mucha gente acude aquí, especialmente jóvenes, para hacer surf. La playa más conocida es la de Peñarronda.
En definitiva, una estupenda escapada a tierras gallegas (con incursión en Asturias) muy recomendable, si bien en verano resulta inevitable encontrarse con auténticas multitudes.