DIA 11.
SAINT-CHELY-DU-TARN/LA MALENE/POINT SUBLIME/LE ROZIER/LA MALENE/REMOULINS
Distancia total: 211 kilómetros, casi cuatro horas y media en el coche, de las que tres lo fueron al final del viaje.
Tras esta jornada tocaba cambiar de zona, con un recorrido bastante largo, que encima se vio incrementado a causa de unas variaciones que tuvimos que hacer sobre la marcha por culpa de la climatología.
Perfil en GoogleMaps:
SAINT-CHELY-DU-TARN.
Llegamos a este pequeño pero precioso pueblo, situado en las Gargantas del Tarn, cerca de la siete y media de la tarde. El lugar es realmente agreste e idílico, entre acantilados y junto al río, que se retuerce y cae, formando hasta tres cascadas en su entorno.
Nos alojamos en el AUBERGE DE LA CASCADE (de la cadena Logis), que cuenta con habitaciones repartidas en varias casas. Nos costó 69 euros y fue una elección muy acertada tanto por la ubicación como por el precio, ya que incluso tiene piscina. Las habitaciones son correctas y el cuarto de baño amplio; aunque la decoración es muy básica, resulta más que suficiente para pasar una o dos noches. Por cierto que nos atendió un chico valenciano muy amable, que trabaja allí desde hace cinco años.
Como habíamos comido de bocadillo, teníamos hambre. Así que fuimos a cenar al restaurante del Auberge, que tiene muy buena fama. Estaba lleno de gente, cenamos realmente bien y los precios no fueron caros si lo comparamos con los mismos platos a la carta en España. Por ejemplo, un entrecot a la parrilla con buena guarnición, que estaba muy tierno y de sabor excelente, costaba 17 euros. La cena completa nos salió por unos 40 euros.
Como habíamos comido de bocadillo, teníamos hambre. Así que fuimos a cenar al restaurante del Auberge, que tiene muy buena fama. Estaba lleno de gente, cenamos realmente bien y los precios no fueron caros si lo comparamos con los mismos platos a la carta en España. Por ejemplo, un entrecot a la parrilla con buena guarnición, que estaba muy tierno y de sabor excelente, costaba 17 euros. La cena completa nos salió por unos 40 euros.
Teníamos intención de volver a Sainte-Enimie después de cenar para echar un vistazo, pero el tiempo empeoró, arreció el viento y se puso a llover. Y como, además, estábamos cansados de todo el trote del día, decidimos dar la jornada por concluida tras un corto paseo por el pueblo.
A la mañana siguiente, el día se presentó bastante poco prometedor. Estaba muy oscuro, caían algunas gotas e incluso hacía frío, calculo que no más de 10 u 11 grados. Di mi habitual paseo matutino, armada con el paraguas y el chubasquero. El lugar es precioso y aunque la falta de sol le restaba color y luminosidad, no le restaba nada de encanto sino todo lo contrario.
Saint-Chely tiene nada menos que tres cascadas.
Varias vistas de Saint-Chely, con las casas del pueblo, la iglesia y el puente.
En un corto paseo se llega a su pequeña capilla troglodita.
LA MALENE.
La Malene está a 9 kilómetros de Saint-Chely. Lo cierto es que el tiempo nos había jugado una mala pasada ya que no acompañaba nada para las actividades que teníamos pensadas para ese día. Nos hubiera gustado hacer una ruta a pie por los senderos que trepan por los acantilados, ofreciendo unas vistas excelentes del río y sus gargantas, una caminata de 10 kilómetros que se nos fastidió.
Vista del Tarn desde la carretera.
Otra de nuestras aspiraciones de la jornada era dar un paseo en canoa, lo que habíamos dejado para hacer precisamente en La Malene, lugar que recomiendan mucho para iniciar el recorrido con mejores vistas. La verdad es que fue mi marido el que insistió sobre el tema porque yo no estaba nada convencida, ya que mi experiencia en “manejar remos” se limita a un par de paseos en las barcas del Retiro, hace ya unos cuantos años, por cierto. Pero, en fin, de vez en cuando hay que complacer a los maridos...
La Malene.
La Malene no me pareció un pueblo especialmente bonito, salvo en su ubicación, que es magnífica. Antes de llegar vimos la imponente estampa del Castillo de la Caze, que hoy es un hotel de lujo, aunque no pude hacer fotografías porque me pillaba del lado contrario y no paramos porque no había sitio material para hacerlo. La carretera D-907bis va encastrada en las rocas y ofrece un paisaje extraordinario, pero si a veces ya resulta complicado que dos coches pasen a la vez, no digamos lo de parar para contemplar el panorama… y encima lloviendo.
En La Malene, un joven muy amable que hablaba un perfecto castellano nos informó sobre el alquiler de canoas. Hay varios recorridos, con duración desde 2 horas hasta la jornada completa, y en el precio están incluidos los chalecos salvavidas, un tanque hermético para guardar los objetos personales y una furgoneta que te trae de vuelta desde donde se deja la canoa hasta La Malene. Esto último resulta esencial, ya que de lo contrario sería muy complicado (y caro) encontrar un transporte de vuelta. También hay zona de aparcamiento gratuito. Para quien no quiera aventurarse a “conducir” una canoa, existe un servicio de “batelliers” (barqueros) que te llevan con toda tranquilidad, aunque esto sale por unos 40 euros por persona.
El precio del alquiler de la canoa varía según la distancia que se contrate, es decir, el recorrido 1, cuesta 32 euros, el recorrido 2, 37 euros y así sucesivamente, y llega hasta el punto que te indican para dejar la barca. El tiempo estimado es de dos horas, pero puedes tardar más, lo que no puedes es ir más adelante del punto marcado. Lo que sí hay que hacer es tener presente el horario en que pasa la furgoneta que lleva de vuelta al aparcamiento (normalmente, cada hora).
Todo parecía claro y muy bien preparado, lo único que no cuadraba era el tiempo. Había dejado de llover, pero el cielo estaba negro y hacía bastante frío. Muy poco agradable para meterte en una canoa, de hecho, no había ninguna en el agua. El chico que nos atendió nos dijo que quizás a mediodía mejorase la situación. Como yo también había visto que en la previsión meteorológica que era cierto, decidimos poner en marcha un plan “B” para dar una oportunidad a la canoa.
Para hacer tiempo, cogimos el coche y nos dirigimos a ver uno de los miradores más famosos de las Gargantas del Tarn, el llamado “Point-Sublime”, al que se accede desde La Malene por la carretera D-43 y luego, a la izquierda, por la D-46. Son 11 kilómetros, pero se tarda casi media hora. Las vistas son espléndidas. Aunque no había demasiada luz, lo cierto es que se veía muy bien el panorama pues tampoco había niebla ni malos reflejos del sol. Lo único negativo, que las fotos salieron un poco oscuras.
Así se contemplan las Gargantas del Tarn desde el Point-Sublime.
LA CROIX DE CAPLUC (LE ROZIER). Subida a pie.
Como el día parecía ir a mejor lentamente, pero ya no nos daba tiempo de hacer el recorrido a pie por las gargantas y luego intentar lo de la canoa, decidimos seguir por la carretera D-907bis, que va junto al Tarn, hasta Le Rozier, para subir al “picacho” con una cruz en lo alto, que habíamos visto el día anterior; o sea, éste:
Luego descubrimos que esta subida forma parte de varias rutas de senderismo más amplias, pero nosotros no teníamos demasiado tiempo, así que hicimos únicamente la ascensión al pico, donde se encuentra la Cruz de Capluc y el mirador, con un desnivel de más de 500 metros. Una pequeña carretera sube hasta un punto donde hay que dejar el coche, ya que empieza una pista empinadísima, que desemboca en un sendero. Vimos a un par de parejas emprendiendo también la caminata. Los paisajes son espléndidos, con Peyrelau y Le Rozier a nuestros pies, y las gargantas de Tarn y del Jonte que van surgiendo paulatinamente.
Llegamos a un pequeño núcleo de casas, donde la continuación del camino está un poco confusa, ya que hay un momento en que no ves sendero alguno por ninguna parte que llegue hasta la cima. Sin embargo, vimos a la pareja que nos precedía “colgada” de la montaña, con lo cual nos imaginamos lo peor. Por fortuna, no había que hacer escalada, “simplemente” ascender por una serie de escaleras metálicas clavadas en las rocas, una especie de “vía ferrata”, al fin y al cabo. Pues nada, ya que habíamos llegado hasta allí, no íbamos a dejarlo a medias...
La recompensa se obtiene al final, con estos panoramas fantásticos. Además, estaba saliendo el sol y hasta empezaba a hacer calorcito.
Aquí se ve perfectamente Peyreleau y Le Rozier, con el puente que los une y los separa.
Casi daba más respeto decidirse a bajar, que haber subido.
La caminata completa (subida y bajada) nos llevó una hora y media, aproximadamente.
PASEO EN CANOA.
Compramos unos bocadillos en Le Rozier y los tomamos casi a toda prisa para volver lo antes posible a La Malene y poder hacer el paseo en canoa. El tiempo había mejorado tanto que disfrutamos mucho más que a la ida de las vistas que ofrece la carretera que recorre las gargantas.
A la hora de alquilar la canoa, solamente nos daba tiempo a hacer el recorrido más corto (9 kilómetros, creo recordar), pero resulta muy espectacular pues se pasa por los acantilados más altos y estrechos de las Gargantas del Tarn. El río tiene zonas casi secas, donde se queda encajonada la canoa, y otras zonas con mucha agua, donde ves los peces nadando por debajo de ti, con rápidos que te obligan a ir muy atento para no irte de bruces contra la orilla.
No voy a contar todas nuestras tribulaciones (más bien las mías) a bordo de la canoa, solamente que, como buenos primerizos, volcamos, naturalmente, aunque no fuimos los únicos, que conste. La gente fue muy amable y se pararon para ayudarnos . Bueno, así nos dimos nuestro primer bañito en el Tarn, cuyas aguas estaban mucho menos frías de lo que cabía esperar. Repuestos del incidente, continuamos sin ningun problema, excepto las discusiones típicas de “rema por aquí o rema por allá”, y que muchas veces acabábamos con la proa en sentido contrario al curso del río: en fin, lo normal en estos casos según me han comentado luego amigos “expertos”.
No me había llevado a este viaje la cámara acuática (muy mal por mi parte), pero tuve la precaución de coger la cámara de reserva no fuera que acabásemos en el agua, tal como pasó. Pudimos hacer algunas fotos hasta el “naufragio”, lo cual no resulta nada fácil por cierto. Después, la cámara feneció, aunque por fortuna pudimos rescatarla, salvando las fotos de la tarjeta de memoria, que no sufrió ningún desperfecto.
Mirándolo en perspectiva, la verdad es que fue muy divertido, aunque yo no disfrutase demasiado durante el recorrido por mi falta de pericia con el remo. Tendré que acostumbrarme, porque mi marido ya está preparando nuestra próxima excursión en canoa: el descenso del Sella.
Dejamos el Tarn con un poco de pena, ya que nos había gustado mucho su recorrido y el tiempo parecía que iba a mejorar definitivamente. Es una de las zonas de este viaje que nos apetece repetir en el futuro, estando varios días.
Desde La Malene, nos esperaba un viaje bastante largo, de 147 kilómetros y casi tres horas en el coche, hasta Remoulins, ya en la Provenza. Por el camino, pudimos ver nuevas vistas espectaculares de las Gargantas del Tarn y de la poblacion de Florac.
La Malene y el curso del Tarn.
Florac y sus alrededores desde el mirador.