Dedicamos el día a visitar tres de las aldeas históricas de la Beira Interior, que están a unos 40 minutos de Castelo Branco y muy cerca entre ellas. En total hay catalogadas 12 aldeas históricas por toda la Beira. Además, las que visitamos ese día forman parte del Geoparque Naturtejo.
Primero fuimos a Idanha-a-Velha, una pequeña aldea de 79 habitantes y de origen romano. La ciudad romana de Egitania (Civitas Igaeditanorum) fue fundada en el siglo I a.C. y todavía se conservan construcciones de la época, como el puente y la muralla.
Aparcamos junto al puente romano, sobre el río Ponsul, en un bonito entorno. Hicimos unas fotos y nos fuimos hacia el centro del pueblo. Los vecinos nos saludaban, no debe haber muchos turistas, nosotros no encontramos ninguno. Desde el primer momento tuvimos la sensación de retroceder en el tiempo, por las casas y sus habitantes, con costumbres que en poblaciones de mayor tamaño hace tiempo que se han perdido. Lo que no vimos fueron niños ni gente joven, por lo que me temo que esta pequeña aldea estará deshabitada dentro de no muchos años.
En el centro del pueblo está la Iglesia Matriz y el pelourinho. Desde allí nos fuimos hasta la puerta norte, que daba paso a la ciudad romana. Impresionante el grosor del a puerta, con tres arcos, no era fácil cruzar la muralla.
Siguiendo las indicaciones hacia el Puesto de Turismo nos encontramos con la Iglesia de Santa María, que estaba cerrada y las ruinas de casas romanas.
En la oficina de turismo nos explicaron lo que nos quedaba por ver en Idanha y nos dieron folletos de los otros pueblos a los que queríamos ir. Allí mismo, en el Puesto de Turismo, se puede visitar un antiguo molino de aceite, que nos gustó mucho.
Junto a la oficina de turismo hay una exposición con estelas funerarias de la época romana. Por último fuimos hasta la Torre del Homenaje, de origen medieval, que realmente no tiene mucho que ver, ya que está completamente hueca. Según cuentan se construyó con las piedras de un templo romano. Una señora mayor que vivía allí al lado se acercó a nosotros a explicarnos cosas sobre la torre, pero debo reconocer que no le entendimos casi nada, y eso que en general el portugués se me da bastante bien, tras unos cuantos años de estudio.
El siguiente pueblo que visitamos fue Monsanto, emblema turístico de la zona, a lo que contribuye el título que ostenta de “pueblo más portugués de Portugal”. Está encaramado en un cerro desde el que se dominan las llanuras de alrededor, incluida España, ya que estamos muy cerca de la frontera. Mientras vamos subiendo al pueblo ya vemos los típicos bloques de granito que hacen tan famoso a este pueblo. Y es que toda la zona está llena de estas piedras gigantes de granito, que en el pueblo usan como elemento de construcción.
Nada más entrar al pueblo nos topamos con la Iglesia Matriz, construida en el siglo XV. Después seguimos por la calle central del pueblo, que sube hasta el castillo. A mano derecha está la oficina de turismo, donde nos hicimos de un mapa con un itinerario bastante completo. Fuimos subiendo esta calle, viendo la arquitectura típica del pueblo, donde el granito es un elemento principal. También vimos una gruta, un horno,… El pueblo está lleno de restaurantes y tiendas de souvenirs, prueba del pujante turismo. El ambiente que se respira es muy diferente al de Idanha-a-Velha.
La subida al castillo hay que tomarla con calma. Yo me paré a hacer muchas fotos a los gigantes de granito y a curiosas construcciones que nos encontramos. Nos llamaron la atención unos pequeños cobertizos, que creemos que eran cochineras para los cerdos.
Antes de entrar al recinto amurallado están, a mano izquierda, el campanario, un torreón y las ruinas de la iglesia de San Miguel, una edificación de características románicas, junto a la cual hay estos de tumbas excavadas en granito.
Entramos al castillo por una de las puertas de la muralla. Lo más sorprendente es que, al igual que en el pueblo, en la construcción del castillo y la muralla intervienen las enormes rocas de granito. Dentro del recinto amurallado hay un pozo, las ruinas de la iglesia de Santa María del Castillo y de la Torre del Homenaje. Pero lo mejor para mí son las fantásticas vistas, tanto del pueblo como de los alrededores.
Bajamos de nuevo al pueblo y recorrimos algunos de sus rincones. La torre del reloj, la Iglesia de la Misericordia y el pelourinho, alguna que otra capilla, fuentes, y casas curiosas, como una con una roca sobresaliendo del tejado y “la casa de una sola teja”.
Monsanto nos pareció un pueblo muy curioso y bonito, que merece la pena visitar. Con tanta visita nos había entrado hambre y fuimos a comer a un restaurante en las afueras, justo donde teníamos aparcado el coche. El restaurante se llama “Adega Típica Cruzeiro” y tiene un ventanal acristalado con bonitas vistas de la sierra. Pedimos arroz de pato, carne a la portuguesa, una botella de vino pequeña, un dulce de la casa y dos cafés, por 28 euros. Todo muy bueno, el arroz estaba de lujo, aunque el servicio era un poco lento.
Después fuimos a Penha Garcia. Aparcamos en la entrada del pueblo, junto a un tanque que alguien se dejó por allí (ni idea de qué pinta un tanque en una pequeña aldea portuguesa).
Entramos en la oficina de turismo donde nos dieron el folleto de la “Ruta de los Fósiles” PR3, un pequeño recorrido circular de 3 kilómetros que queríamos hacer. Nos dieron algunas indicaciones y subimos hacia el castillo. Este pueblo no tiene casas y construcciones tan características como los dos anteriores, pero tiene mucha más vida, niños y gente joven. Llegamos al castillo, que está junto a Iglesia Matriz. Desde allí hay unas preciosas vistas, de la sierra, del embalse, y de los antiguos molinos de agua en el cauce del río.
Desde allí es fácil seguir la señalización del PR3, que transcurre por las inmediaciones del pueblo. Un paseo muy bonito, aunque no tuviera el atractivo de los fósiles y de los molinos. Bajando del castillo nos encontramos con la Gruta de la Lapa, que parece haber sido una especie de refugio, y a la que no nos atrevimos a entrar.
Seguimos bordeando el río Ponsul hasta el embalse, cruzamos el puente y bajamos por la otra orilla hasta la zona donde están los molinos. Allí un hombre con un enorme manojo de llaves nos preguntó si queríamos ver los molinos por dentro, y nos enseñó algunas de las casas de los molineros y los molinos. Nos parecieron muy curiosos y bonitos, tanto por la edificación (una vez más la piedra forma parte del edificio) y por su funcionamiento. Aunque ya había visto otros molinos de agua antiguos estos eran diferentes. Nos hicieron una pequeña demostración de molienda de algunos cereales. Lástima que ya quedase muy poca luz de día y no se viera bien.
Después el mismo hombre nos enseñó la casa de los fósiles, donde hay una pequeña exposición de los fósiles del Paleozoico encontrados por la zona, sobre todo trilobites y crucianas, que son las huellas de los trilobites sobre el fondo marino, y que los habitantes del pueblo conocen como “las serpientes pintadas”. No pude hacer fotos porque no había luz.
Seguimos el itinerario hasta la Fonte do Pego, donde “habitan” unos bichos flotantes de aspecto extraño. Allí mismo en la pared de roca hay otro ejemplo de crucianas, que hay que ir atentos para no pasar de largo. Menos mal que alguien puso una advertencia de “mirar arriba”.
El paseo continúa bordeando el río, pasando por pequeñas casitas y puentes, muy bonito. Una pena que lo hiciéramos con prisas porque se nos estaba haciendo de noche. Es lo que tiene viajar en invierno, que los días cunden poco.
De vuelta al pueblo fuimos al bar “Frágua”, cerca de la oficina de turismo, donde nos habían dicho que tenían una exposición de fósiles. Aprovechamos para tomarnos un rico café y ver esta exposición, además de la preciosa fragua antigua que tienen allí.
Ya de noche y volvimos a Castelo Branco, después de una excursión que nos había gustado mucho. Las tres aldeas merecen mucho la pena y son muy diferentes entre sí.
Después del necesario descanso, fuimos a cenar a la Marisqueria “O Carlos”, de la que habíamos leído buenas críticas. Pedimos una ración de almejas, que estaba exquisitas, unos filetes de ternera con salsa de ajo y un huevo frito, también muy buenos. No nos quedó sitio para el postre, y es una lástima, ya que tienen muy buena fama. Con dos cervezas, la cena nos salió por algo menos de 40 euros.