SAN ESTEBAN DE GORMAZ.
Esta población fue nuestra primera parada en el pequeño recorrido de tres días que habíamos preparado por la provincia de Soria durante el puente de la Constitución. Llegamos poco después de las cuatro de la tarde, lo que en el mes de diciembre supone que apenas teníamos dos horas de luz por delante. Sin embargo, aunque la oscuridad prematura limita un tanto las visitas, en esta ocasión no era demasiado problema porque nos alojábamos allí esa noche.
Desde Madrid, hay una distancia de 165 kilómetros que se hacen bastante cómodamente en poco menos de dos horas yendo por la A-1 (autovía de Burgos) hasta Cerezo de Abajo, donde se toma la N-110 que conduce directamente a San Esteban de Gormaz. Por cierto que previamente se pasa por Riaza, así que es un buen preludio por si alguien no lo conoce y quiere echar un vistazo.
Perfil de la ruta en coche desde Madrid sacado de GoogleMaps.
Fue una suerte entrar por esta carretera por la imponente panorámica que presenta la localidad al cruzar el Puente de los Ojos sobre el Duero, especialmente con la luz de una tarde envuelta en nubes como era aquélla. La vista de las casas con el fondo de rocas rojizas horadadas, coronadas por la misteriosa forma alargada de un castillo en ruinas me pilló bastante de improviso. Y es que no puedo evitarlo: me seduce sin remedio la estampa de esos pueblos que parece que quieren comerse la carretera desde su atalaya.
Cruzamos el puente y giramos a la derecha, por la Avenida de Valladolid, para ir directamente al Hotel Ribera del Duero, donde teníamos reserva para esa noche. Está un poquitín a las afueras del casco histórico, pero son apenas seis minutos andando hasta el mismo centro medieval, una distancia perfecta para moverse cómodamente, dejando el coche en la amplia zona de parking que hay enfrente, junto a un edificio multiusos municipal, donde también se encuentra la oficina de información turística. El hotel, de tres estrellas, está francamente bien, con una habitación no muy grande pero bastante confortable y una relación calidad/precio muy buena puesto que nos costó 59,40 euros la habitación doble para una noche.
Dejamos el coche, pedimos información y un plano en la oficina de turismo y fuimos rápidamente a dar un primer paseo por el pueblo antes de que se hiciese de noche, siguiendo más o menos el itinerario recomendado en los folletos.
Pero antes de nada, recabamos unos pocos datos acerca de la historia de San Esteban de Gormaz.
Ubicada a unos 70 kilómetros de Soria capital, cuenta actualmente con poco más de 3.500 habitantes que se dedican en su mayoría a actividades agrícolas, en especial las relacionadas con el cultivo del viñedo, pues no en vano sus caldos pertenecen a la prestigiosa denominación de origen “Ribera del Duero”. También hay ocupaciones relacionadas con el turismo, pero la importancia de este sector para la economía local no es tan acusada como en otros municipios.
Ubicada a unos 70 kilómetros de Soria capital, cuenta actualmente con poco más de 3.500 habitantes que se dedican en su mayoría a actividades agrícolas, en especial las relacionadas con el cultivo del viñedo, pues no en vano sus caldos pertenecen a la prestigiosa denominación de origen “Ribera del Duero”. También hay ocupaciones relacionadas con el turismo, pero la importancia de este sector para la economía local no es tan acusada como en otros municipios.
Se supone que aquí radicó algún asentamiento humano en tiempos de la dominación romana pues se han encontrado estelas funerarias de esa época, si bien no fue hasta el año 800 que se tienen noticias ciertas de la existencia de un castillo. Al estar en zona fronteriza, conoció dominio moro y cristiano, con periodos de luchas, convivencia pacífica entre ambas comunidades y también abandono del lugar. En el siglo X fue repoblada por Gonzalo Fernández, que erigió una fortaleza en lo alto del promontorio rocoso en cuyas laderas se situaba el núcleo urbano y donde se producían frecuentes escaramuzas bélicas hasta que El Cid conquistó definitivamente el lugar para los cristianos en 1054.
Su máximo esplendor llegó en el siglo XII con las Cortes que aquí convocó el rey Alfonso VIII. En el siglo XV el noble castellano Álvaro de Luna obtuvo el señorío de San Esteban de manos del rey Juan II de Castilla y los Reyes Católicos concedieron a la villa honores y privilegios en 1504 por haber apoyado la reconquista de Granada. Posteriormente, cayó en una continua decadencia que no empezó a superar hasta mediados del siglo XX, con el establecimiento de varias industrias, sobre todo, las relacionadas con el vino.
Bajamos hasta el río por la Avenida de las Acacias y fuimos dando un agradable paseo por una calle que va paralela a la orilla, contemplando un bucólico paisaje. Pese a estar en diciembre y muy nublado, la temperatura era excelente. En realidad, lo que contemplábamos era un canal del Duero porque el cauce principal corre unos metros más alejado del pueblo, bajo el Puente de los Ojos, de origen romano aunque muy reformado en la Edad Media, cuando servía de frontera entre los reinos moro y cristiano en tiempos de la Reconquista, y de nuevo restaurado con posterioridad.
Resulta imprescindible recorrer caminando este puente hasta el final, parando en sus apartaderos triangulares y semicirculares para contemplar las mejores vistas de San Esteban y el Duero. Son especialmente bonitas por la tarde, con la puesta del sol y más todavía con los colores propios de finales del otoño.
Concluida la caminata por el puente, volvimos a la Avenida de Valladolid, donde nos encontramos nuevamente, a nuestra izquierda, con el canal del río y el llamado Puentecillo, que aunque no lo parezca es mucho más moderno que el de los Ojos, pero que brinda un encanto muy especial al entorno.
Frente al puente se encuentra el núcleo urbano y los restos del recinto amurallado que protegía la ciudad bajando desde el castillo. Buen ejemplo es el Arco de entrada a la Plaza Mayor, que conserva el escudo del Marqués de Villena añadido en el siglo XVI.
En vez de cruzar la puerta para entrar a la plaza, seguimos por el exterior del antiguo recinto amurallado hasta que, por la calle Herradores, fuimos a parar a las escaleras que conducen a la calle de Santa María y desde allí a la Iglesia de Nuestra Señora del Rivero, una de las dos iglesias románicas porticadas con que cuenta la villa.
Esta iglesia del siglo XII, construida en sillería, tiene una sola nave, presbiterio y cabecera circular, pero lo que más llama la atención quizás sea la galería porticada con nueve arcos de medio punto, cuyas columnas se encuentran rematadas por capiteles con figuras un tanto inquietantes. No logré ver el interior porque sólo se puede entrar si llegas a tiempo de las visitas que realizan los guías, lo que no fue el caso.
Pese a estar en un alto, con lo que hay que subir una buena cuesta, es muy recomendable acercarse hasta aquí, además de por el interés de la iglesia en sí, por las extraordinarias vistas que se tienen del pueblo, coronado por su castillo. De noche, las vistas siguen siendo excelentes, con los principales monumentos del pueblo iluminados.
Si la Iglesia de Santa María está al final de una bonita cuesta, más aún hay que subir para llegar a la Iglesia de San Miguel, la más antigua y más importante de San Esteban de Gormaz, declarada Monumento Nacional.
Supone uno de los primeros ejemplos de iglesia románica porticada de España. Se conoce con certeza que se edificó en 1081 por la figura de un monje sosteniendo un libro con la fecha. Resulta curioso que en los capiteles de la galería porticada existan figuras de soldados con turbante y puertas califales; se cree que es debido a que alarifes árabes trabajaron en su construcción. Al estar la tarde bastante oscura, era difícil captar estos curiosos detalles con la cámara de fotos, pero algo salió.
La Torre tiene dos cuerpos, uno de piedra y otro de ladrillo y es de fecha posterior. Aquí sí llegué a tiempo de la visita guiada, que cuesta 1 euro. El interior es muy sencillo, está siendo restaurando y aun con andamios se ven pinturas en las paredes. No dejaban hacer fotos en el interior, así que no puedo aportar ninguna.
La Iglesia de San Miguel iluminada por la noche:
Desde este lugar sale un camino de tierra que lleva al castillo, ubicado en el más alto de todos los altos de la villa, naturalmente. Se tiene la ventaja de que desde aquí ya se tiene la mitad de la caminata hecha, pero como todavía quedaba una cuesta considerable y ya apenas había luz, decidimos dejarlo para la mañana siguiente y continuar visitando el resto del pueblo, ya iluminado con luz eléctrica.
Bajamos por la calle Mayor, contemplando las estrechas y empinadas callejuelas que a ella asoman y numerosas casas blasonadas que conforman un típico pueblo medieval castellano, en el que no faltan los tradicionales soportales ya cerca de la Plaza Mayor. En ella está el Ayuntamiento, edificio que se reconstruyó a semejanza del original a petición de los vecinos a quienes no les gustó un edificio previo de estilo más moderno y anodino que no armonizaba en absoluto con el entorno.
Calle Mayor con casas porticadas, Ayuntamiento y Arco Medieval.
Volvimos a la vera del río para deshacer el camino andado, contemplando casi todo lo ya visto con la diferente perspectiva que brindaba la iluminación artificial.
Restos de las construcciones defensivas medievales son también el Cubo de la antigua puerta de San Gregorio y el Torreón de la calle Posadillas, uno redondo y otro cuadrado, según los gustos árabe y cristiano, iluminados con tonos diferentes de violeta.
También con una llamativa luz de color morado, nos topamos con la actual Iglesia Parroquial de San Esteban Protomártir, anexa al antiguo Convento de los Franciscanos que pasó a manos privadas con la desamortización de Mendizábal. El Ayuntamiento la recuperó más tarde y fue adquirida después por el Obispado de Osma-Soria para convertirse en parroquia del pueblo en 1986.
Finalizado el paseo estábamos cansados y con ganas de cenar algo majo aunque no demasiado pesado, así que nos quedamos en el restaurante del hotel, que nos habían aconsejado especialmente. Fue una decisión muy acertada porque preparan platos muy ricos y elaborados, una verdadera sorpresa, a muy buen precio. No nos hubiera importado repetir para comer el día siguiente, pero para entonces ya no estaríamos por allí.
Riquísima la perdiz escabechada:
Por la mañana, nos levantamos temprano y desayunamos en el hotel. Desayuno correcto (cafés con leche, tostadas, bollo, zumos y algo de fiambre) teniendo en cuenta que estaban cortos de viandas porque el hotel iba a cerrar por vacaciones esa misma tarde; por cierto que no nos lo cobraron pese a no tenerlo incluido en el precio de la habitación: un buen detalle.
Después fuimos a dar un paseo por la zona del pueblo que todavía no habíamos visitado, sobre todo las bodegas y el castillo. Por el camino nos encontramos con una amable señora mayor que nos comentó lo diferentes que eran estos tiempos de los pasados, cuando en diciembre aquellos campos ya estaban cubiertos de nieve o escarcha, mientras que esa mañana ella (nosotros no) iba casi a cuerpo. Supongo que el comentario vendría al vernos algo acalorados mientras subíamos semejantes cuestas.
Como decía, en la ladera del promontorio rocoso donde se asienta el pueblo, a los pies del castillo, hay un buen conjunto de bodegas tradicionales, en las que se han venido almacenando durante siglos barricas y botellas. Esta zona representa un buen ejemplo de la arquitectura tradicional y también un excelente mirador.
Sin embargo, es desde la zona del castillo donde se obtienen unas vistas extraordinarias de San Esteban de Gormaz, la vega del Duero y los campos adyacentes; incluso, a lo lejos, se divisa lo que parece la forma de otro castillo en un alto que no he logrado identificar.
El castillo se levanta a 920 metros de altura, controlando kilómetros de tierras alrededor y se integraba en el sistema de puestos defensivos del río Duero en la Edad Media, constituyendo frontera entre los reinos moros y cristianos, que se disputaron la plaza durante décadas. Fue construido en estilo califal, de forma alargada, pero se reformó posteriormente para adaptarlo a los gustos cristianos. Hoy en día sólo queda en pie un lienzo de la muralla, que apenas permite imaginar cómo fue antaño, puesto que quedó destrozado durante la Guerra de la Independencia contra los franceses. Se conserva también el pozo y un aljibe de la época, pero su principal atractivo son, sin duda, las vistas, que ayudan a comprender la importancia histórica de este lugar en tiempos de la Reconquista por su estratégico emplazamiento. El acceso es libre.
Otros sitios turísticos en San Esteban de Gormaz que no pudimos visitar por falta de tiempo o porque no nos interesaban demasiado son:
- El Parque Románico, con maquetas y miniaturas del románico de Castilla-León
- El Eco-Museo “Molino de los Ojos”, antiguo molino de harina que todavía puede moler y en el que el visitante puede moler su propia harina
- Y, por supuesto, las bodegas.
- El Parque Románico, con maquetas y miniaturas del románico de Castilla-León
- El Eco-Museo “Molino de los Ojos”, antiguo molino de harina que todavía puede moler y en el que el visitante puede moler su propia harina
- Y, por supuesto, las bodegas.
En resumen, aunque he leído bastantes comentarios cuestionando su interés y pese a no ser uno de los pueblos con más encanto de Soria, personalmente me gustó San Esteban de Gormaz, sobre todo viéndolo como lo vimos, sin apenas gente.
LA FUENTONA.
Aunque hubiésemos podido hacer la ruta de una manera quizás más lógica, tuvimos que adaptar el recorrido a nuestro alojamiento de esa noche y a las previsiones meteorológicas, nada optimistas para por la tarde. Así que nos dirigimos hacia Calatañazor pasando antes por el paraje natural de La Fuentona para aprovechar el tiempo que teníamos antes de comer.
Perfil del recorrido del día sacado de GoogleMaps.
Hicimos una primera pasada por las inmediaciones de Calatañazor, que se encuentra a 41 kilómetros de San Esteban de Gormaz por la N-122, que va a Soria. Allí tomamos la salida a la izquierda, hacia la SO-5026, desde donde hay que seguir las indicaciones hacia Muriel de la Fuente. Antes pasamos por otro paraje natural muy interesante, el Sabinar de Calatañazor, donde se puede realizar un bonito paseo entre sabinas de gran tamaño, incluso he leído que se trata del bosque de sabinas mejor conservado del mundo y, “sin duda, el mejor de la Península Ibérica”. Nos hubiera gustado mucho dar al menos un paseo por allí, pero de haberlo hecho no nos hubiese cuadrado la hora de la comida y tampoco nos daba tiempo a volver por la tarde pues en diciembre las horas de luz son escasas. Además, estaba muy nublado y había previsión de lluvia. Con lo cual queda pendiente para otra ocasión.
MONUMENTO NATURAL DE LA FUENTONA.
En la localidad de Muriel de la Fuente, a la entrada, a la derecha, hay que tomar una pista de tierra que lleva al comienzo de la ruta. En las proximidades del pueblo está también el centro informativo de la Casa del Parque de La Fuentona y el Sabinar de Calatañazor. La pista acaba en un aparcamiento junto al que hay una caseta donde se sacan los tickets y también informan muy amablemente del recorrido que se puede hacer y de los lugares de observación de las rapaces. Los días de especial afluencia turística (fines de semana, puentes, meses de verano, etc) hay que pagar por dejar el coche en el aparcamiento (no recuerdo si fueron 3 ó 4 euros); si se deja el coche a la entrada de la pista y se llega a pie, es gratis. La decisión depende de cada cual, nosotros no teníamos demasiado tiempo ni demasiadas ganas de caminar un par de kilómetros por la pista, así que pagamos el parking.
Nada más bajarnos del coche, junto al cauce del río Abión, ya pudimos apreciar la belleza del lugar donde estábamos. Por cierto que el nombre del río no es que esté mal escrito sino que según he leido viene del término “albion”, que significa albino, blanco o muy transparente. En un paraje de páramos, barrancos, cárcavas y desfiladeros se sitúa este monumento natural que es en realidad el nacimiento del río Abión, también llamado “el Ojo de la Fuentona”, una surgencia que al salir a la superficie forma una pequeña laguna de color azul intenso, rodeada de sabinas, realmente hermosa. Por cierto que el conjunto de galerías subterráneas por las que corre el agua es uno de los más profundos de España.
Desde la caseta, un sendero de un kilómetro lleva a una intersección que a la izquierda conduce en 400 metros a la laguna y, a la derecha, continúa otro kilómetros más allá hasta la cascada (está todo indicado). Primero fuimos hasta la Fuentona, que nada más llegar nos pareció un lugar casi mágico. Pese a que en el momento que lo visitamos no había demasiada luz natural por estar el día muy nublado, el color azul se apreciaba perfectamente in situ (no tanto en las fotos), en contraste con el verde de hojas y plantas que alfombraban el agua. Sitio muy bonito, de visita totalmente recomendable para todo el mundo.
Volvimos al cruce y seguimos hacia la derecha, en dirección a la cascada. Sabíamos que no bajaba agua porque el otoño estaba siendo sumamente seco, pero el paraje nos pareció tan bello y tranquilo que ese detalle no nos importó hasta el punto de hacernos desistir. Caminando entre sabinas, contemplamos los verticales promontorios rocosos que sobrevolaban varios buitres y que constituyen las estribaciones del conocido Cañón del Río Lobos. Sorteando algunas piedras, llegamos hasta la pared marcada por el agua que forma la cascada en época de lluvias, pero que entonces estaba seca.
Merece la pena llegar aquí porque el lugar es precioso y se trata de un paseo corto y relajante que no lleva demasiado tiempo. El recorrido total no llega a una hora y media.
CALATAÑAZOR.
Como ya eran las dos, estuvimos buscando algún sitio para comer en Muriel de la Fuente, pero no vimos nada abierto, así que nos dirigimos hacia Calatañazor que, con el cielo negro de fondo, ofrecía una estampa impactante desde la carretera, protegido por la muralla y las torres desafiantes de su desmoronado castillo. Como ya he dicho, soy una fan de los pueblos que se “comen” las carreteras; así que éste me gustó ya de lejos, a simple vista. Luego me gustaría mucho más, por cierto.
Foto tomada en marcha desde el coche, un poco cutre, lo sé; pero me gusta.
No recuerdo si está prohibido subir al pueblo en coche para los no residentes, pero en cualquier caso no es una buena idea hacerlo, así que aparcamos en la parte de abajo, al pie de la muralla, donde hay un panel informativo que explica su historia, comenzando por el origen de su nombre, que deriva del término árabe “calat am nasur” o sea, “castillo de los buitres”.
Subimos la inevitable cuesta hacia el núcleo urbano y no pudimos por menos que quedarnos sorprendidos ante el conjunto de casas que teníamos frente a nosotros: realmente estábamos en un pueblo medieval auténtico.
Tuvimos que dejar nuestro recorrido para más adelante porque el estómago pedía comida y ya eran las dos y media pasadas. Vimos un hostal-restaurante con el sugerente nombre de “El Mirador de Almanzor”; y realmente son magníficas las vistas sobre la escarpadura que socava el río Milanos desde el edificio histórico que ocupa, acondicionado para instalar un establecimiento moderno pero con una distribución peculiar para adaptarse al espacio interior existente, con diversos pequeños comedores a distintos niveles. El pueblo estaba bastante concurrido y nos dijeron que iban a tardar algo más de lo normal en servir los platos, pero no era cuestión de buscar otro sitio, a saber dónde, así que nos quedamos. Y no nos arrepentimos porque comimos muy bien y el retraso no fue para tanto. Tenían un menú degustación basado en los hongos (estábamos en plena temporada) que nos gustó mucho, una selección variada de platos muy ricos, bien elaborados y presentados con aire moderno. El precio creo recordar que rondó los 30 euros por persona. Está visto que voy a tener que llevar una agenda para apuntar todos estos detalles porque cuando voy a escribir el diario ya no me acuerdo de casi nada.
Después del almuerzo dimos una vuelta por el pueblo que es muy pequeño (no llega a 80 habitantes) pero sumamente pintoresco, situado en lo alto de un cerro, sobre el Campo de Osma, en la vega del río Abión (el que nace en la Fuentona que habíamos visto antes). Pero más que la ubicación, que proporciona unas amplísimas y bellas vistas, lo que llama la atención es su descarnado y a la vez hermoso caserío medieval que se conserva en gran parte como fue concebido siglos atrás, con viviendas de adobe, entramado de madera y balconadas, algunas tal cual eran, otras reconstruidas y algunas desmoronadas o a punto de caer pero sin que nada rompa la armonía del entorno. Y es que en mi opinión un pueblo medieval para ser hermoso no necesita estar adornado por mil flores y que no haya ni una piedrecita fuera de su lugar, sensación que tengo en muchos pueblecitos preciosos pero también un tanto artificiales (es simplemente mi punto de vista personal, por supuesto)
Calatañazor fue declarado Conjunto Histórico Artístico en 1962 y ha sido escenario de numerosas películas. Sin embargo, este reconocimiento y la importancia turística que está adquiriendo no se debe a que tenga uno o varios monumentos destacados sino al conjunto en sí, basado en una arquitectura popular que al pasear por sus calles, angostas y empedradas, nos retrotrae sin remedio a una época que solo conocemos por la literatura y el cine. Además, el cielo negro de aquella tarde y la poca gente que quedó en el pueblo después de la comida colaboró muy mucho a facilitarnos esa inversión en el tiempo.
Como en toda la zona, existen indicios de asentamientos celtíberos y romanos, pero no justamente aquí, sino a un kilómetro de distancia, en un cerro sobre el río Milanos llamado “los Castejones”, una ciudad llamada Voluce que existió desde los siglos II-III a.C. hasta el siglo V, cuando las invasiones bárbaras obligaron a sus habitantes a trasladarse a un sitio más elevado.
Su momento de esplendor llegó en la Edad Media, con la repoblación llevada a cabo en el siglo XI y, al ser zona fronteriza entre los reinos moro y cristiano, su dominio pasó a ser fundamental para la Reconquista. Cuenta la leyenda que en los campos adyacentes fue donde Almanzor sufrió la célebre derrota que le llevó a “perder el tambor”, circunstancia que señala un busto del caudillo árabe instalado en una de las plazas del pueblo, con una placa de bronce donde también se recuerda las estrofas que le dedicó el poeta Gerardo Diego. Durante los siglos XIV y XV la villa se vio envuelta en trasiegos cortesanos y visitas de reyes, lo que explica que el núcleo urbano llegase a tener castillo, murallas, iglesia, rollo (picota) y tres ermitas, además de 9 barrios periféricos, ¡caramba!
En Calatañazor no hacen falta planos turísticos, no hay pérdida. Simplemente hay que subir la empinada Calle Real (en torno a la cual se organizaba el núcleo urbano como era típico en el Medievo), pavimentada en canto rodado y porticada, hasta la Plaza Mayor, situada en lo más alto, donde se encuentra el Ayuntamiento y el rollo medieval (o picota de piedra). Por el camino dejamos un manojo de casas a cual más lucida para las fotos y su monumento principal, la Iglesia de Nuestra Señora del Castillo, románica en su origen, pero con añadidos de siglos posteriores, lo que da como resultado cierta mezcla de estilos. La portada está decorada con un detalle llamativo como es el alfiz rectangular que adorna el arco de medio punto de la puerta. No pudimos acceder al interior porque estaba cerrado.
Iglesia de Nuestra Señora del Castillo.
En la Plaza Mayor también se encuentra la “Piedra del Abanico”, que muestra la huella fósil de una hoja de palmera de la Era Terciaria, de entre 10 y 20 millones de años de antigüedad (ahí es nada). Durante todo el recorrido nos encontramos con las tradicionales chimeneas, con su curiosa terminación en punta. Algunas parecían originales y otras claramente reconstruidas, pero en general se ha tratado de mantener su típica forma cónica.
La Plaza Mayor abre paso al castillo, mejor dicho a lo poco queda de él, apenas los restos de la torre del homenaje y un par de muros que, eso sí, se yerguen al viento muy resultones. Esta fortaleza se construyó sobre otra de origen árabe por orden del infante D. Pedro en el siglo XIV como parte del sistema defensivo real contra los infantes de la Cerda. Y aquí residieron los Padilla una vez que la familia obtuvo el señorío de la villa. Ni que decir tiene que las vistas desde la explanada del castillo son magníficas.
Dejamos el castillo y volvimos al coche paseando tranquilamente por calles laterales, disfrutando casi en solitario del silencio y de un panorama que parecía pertenecer a un decorado medieval. Costaba marcharse de allí, la verdad.
Ya en la carretera, muy cerca de donde se dejan los coches, están la Ermita de la Soledad y los restos de la Iglesia de San Juan.
Ermita de la Soledad.
Restos de la Iglesia de San Juan.
Restos de la Iglesia de San Juan.
Muralla desde la carretera. Por ahí están los restos de una antigua necrópolis, pero no los vimos.
Con la tarde ya de capa caída y la lluvia amenazando seriamente, decidimos dejar para el día siguiente la visita del castillo de Gormaz y nos dirigimos directamente hacia El Burgo de Osma.
Pero ese relato queda para la etapa siguiente.