DÍA 2: LISBOA
Nos ponemos en marcha no muy tarde. Somos conscientes que son pocos días, tres mal contados, sabemos que será solo un primer y tranquilo contacto con una ciudad con mucho que ofrecer y que sin duda merece una visita más larga. Sin prisas, sin complicaciones en los peajes y en apenas dos horas y media, ya estábamos en la entrada de la histórica capital. Nos acordamos del cambio de meridiano y retrocedemos una hora en el tiempo.
Lisboa nos recibe con la mejor de sus luces y algo de matutino tráfico denso. Ya allí tuve mi primer “dejavú luminoso” la luz me tele transportó a Cádiz. Esa luz blanca azulada profundamente atlántica, radiante. Nosotros sin prisas aprovechamos los semáforos en rojo para disfrutar de esa familiar luz y recrearnos con las entretenidas y coloridas fachadas.
Sabíamos que aún no podríamos hacer el checking en el hotel, así que con nuestro coche y con la ayuda de Jenny, la chica que vive dentro de nuestro GPS ,nos acercamos al distrito de Belém. Aparcamos con algo de suerte y nos dimos un primer paseo por la zona. Todo queda cerquita y comenzamos acercándonos a la orilla del Tajo para ver el Monumento de los Descubrimientos.
Nuestra guía del País Aguilar del año catapúmchimpúm nos dice que su frontón triangular y saliente representa la proa de una nave, mientras que el trío de formas curvas de la parte superior simbolizan las velas al viento. Sobresale una torre de 52 metros a la que es posible subir, en ascensor, para admirar las vistas panorámicas y el mosaico de un mapa sobre el suelo donde se representan los viajes de los descubridores.
También nos dice que fue arriesgado levantar un enorme monumento moderno en una zona histórica como Belém y fue polémico por su diseño fascista e intenciones nacionalistas. Se levantó en 1960 durante la dictadura de Salazar para conmemorar el quinto centenario de la muerte de Enrique el Navegante. Y bien mirado el mega monumento creo que tiene un punto muy soviet quizás las enormes dimensiones, el granito,… las severas líneas rectas…
Como era lunes sabíamos que la Torre de Belém y el Monasterio de los Jerónimos estarían cerrados y que nos dedicaríamos a disfrutar de los bonitos y monumentales alrededores. La buena temperatura, las vistas panorámicas, el mucho verde, la histórica orilla… unos pasean, otros corren,…alguien pinta usando la Torre como modelo…
Otros comienzan la jornada en su chiringuito itinerante. Mola hacer versátil un medio de transporte. En ellos te puedes tomar desde una copa de rico vino luso, a un zumo de naranja recién exprimida o un helado….
La vida pasa tranquila…
Casi sin darnos cuenta llegamos a la cercana Torre de Belém. La guía nos dice que este Patrimonio de la Humanidad está dedicado a todas las proezas marítimas. Al parecer en sus buenos tiempos era un bastión que defendía el puerto del ataque de los piratas y estaba junto al puerto de salida de los descubridores. En la actualidad el cambiante curso del río Tajo la ha dejado totalmente varada en su orilla.
Desde esa misma orilla desde donde se partía a descubrir por el mundo nosotros cotilleamos la Torre… sus ángulos, sus perfiles, materiales,… sus reflejos…
Avanzamos un rato más por la orilla y luego regresamos sobre nuestros pasos para echar un vistazo por fuera al Monasterio. Al día siguiente volveríamos para visitar su interior.
Estuvimos un rato por los alrededores del monasterio, de los jardines y su fuente.
Seguimos caminando un poco más y al encontrarnos con la pastelería de Belém no pudimos resistirnos y entramos. No solo los famosos pastelitos de crema merecen una visita a la emblemática pastelería, también su cafetería interior tiene mucho encanto. Allí nos comimos unos ricos y tipiquísimos pastelitos de Belén. Y allí mismo pedimos al camarero, para evitar hacer la super cola , una cajita con unos cuantos para llevar. Aguantan varios días y son un regalo/suvenir perfectperfect.
Nos ponemos en marcha. A nuestros pies los típicos adoquines ordenados en mosaicos nos recuerdan nuestro primer viaje al Algarve. Sobre nuestras cabezas fachadas de cerámicas y colores.
Sin prisas regresamos al coche. Con la ayuda de Jenny, encontramos con facilidad el hotel NH Lisboa Campo Grande. Lo reservamos a través de Booking y lo elegimos sobre todo por tener parking y parada de metro muy cerquita. Todo ok. Tras el checking, ubicarnos y dejar las maletas, caminamos hasta la cercana estación de metro Entre Campos. En una máquina expendedora compramos un par de tarjetas de transporte (7 colinas) y nos dirigimos hacia el corazón de Lisboa. La tarjeta sirve para el metro, tranvía y elevadores. Cuatro kilómetros nos separan del centro, en el trayecto prestamos atención a las diferentes decoraciones de las estaciones de metro, algunas son curiosas… y en pocas paradas, llegamos al centro neurálgico de la ciudad, a la plaza Rossio o plaza Don Pedro IV.
La enorme plaza no es la más bonita del mundo mundial, mucho tráfico y poco verde. La guía nos dice de ella que es la plaza principal y que tiene un pasado macabro al ser donde quemaban a las víctimas de la Inquisición. Nosotros caminamos dejándonos llevar a ratos por el instinto y a ratos por la guía de bolsillo. Pasamos por la bonita fachada de la estación de Rossio y nos adentramos en el Barrio Alto.
Está claro que las colinas siempre han sido lugares estratégicos donde asentarse y tener una buena vista panorámica de la posible llegada de enemigos. Así que toda ciudad histórica que se precie parece ser que debía estar asentada en una colina… o desparramada en cinco, seis o siete. Todo un clásico Roma, San Francisco,... y Lisboa… pues eso ¡qué decir de las cuestas de Lisboa que no se haya dicho ya Pero que no cunda el pánico que siempre está el melancólico tranvía o los modernos tuks tuks, los elevadores, estratégicas escaleras mecánicas de metro y los taxis…
Nosotros comenzamos calentando las piernas subiendo sin prisas a uno de los cinco barrios con más personalidad de la ciudad. En el Barrio Alto modernas tiendas, multinacionales, grandes almacenes, pequeños comercios,… se esconden detrás de preciosas fachadas restauradas…
Pronto aparece el barroco elevador de Santa Justa. Pese a que la encontramos en obras, la larga cola para subir nos dice que se encuentra operativo. El ascensor es una práctica forma de conectar ambos barrios evitando subir cuestas y disfrutando de vistas panorámicas. La guía nos dice que fue construido en 1902 y que es atribuido erróneamente a Gustav Eiffel cuando es obra de su discípulo Raul Mésnier. La larga cola, las mallas que quitan encanto a las vistas y nuestras frescas piernas recién llegadas…decidieron no usar el elevador y subir paseando.
Sobre el distrito, Baixa - Chiado, la guía nos dice que se trata de una calle principal muy animada por comercios, bares, cafeterías y restaurantes rodeada de un muy compacto entramado de calles que no se prestan a sugerir itinerarios fijos. O sea, ¿perfectas para perderse por ellas?… pues nos perdemos por ellas divagamos por las muchas cuestas, nos dejamos llevar, atravesamos estrechas calles que nos tele- transportan según la guía al siglo XVI. Encontramos delicadas vinotecas, curiosas galerías de arte, escuelas de moda… bonitos escaparates…librerías con encanto…
Por las callejuelas perpendiculares encontramos atractivos restaurantes del siglo XXI preparándose para la jornada. Nos recordaron la importancia gastronómica del país auténtico paraíso para los amantes de la gastronomía… Y de paso, también nos recordaron que aún no teníamos ningún plan para cenar la noche de fin de año. Pensamos en reservar en algunos de ellos, pero descartamos la idea por pura pereza y decidimos que ya improvisaríamos. Preferimos continuar callejeando por el laberíntico barrio.
Llegamos al mirador de Santa Lucía y perdemos la vista en los brillos del Tajo y en un mar de tejas y antenas.
El nombre de Chiado nos dice la guía que proviene del apodo del poeta Antonio Ribeiro conocido como el Chillón, o sea O chiado. También nos cuenta que en 1988 el barrio sufrió un terrible incendio que destruyó cuatro manzanas destrozando numerosos comercios y edificios. Y que aunque el fado se asocia con el barrio de Alfama, también aquí es posible encontrar buenos lugares donde escucharlo.
Recorremos callejuelas y de nuevo aparecemos en una de las arterias principales con su mucho ambiente navideño por todas partes, muchos turistas, muchos lisboetas, música en casi todas las esquinas, muchas compras de última hora, muchas prisas… todo ello mezclado con el casi continuo tintineo melancólico de los viejos tranvías… Nos subimos a uno para escapar un poco de la mucha Navidad…
Subimos la suave cuesta que lleva hasta la catedral de Sé. En la subida vimos algunos restaurantes locales, sencillos, pero con buena pinta y recomendaciones del foro. Tomamos nota mental. Retomamos la subida cruzándonos con algunos divertidos tuk tuks. En algunas zonas de la ciudad se encuentran muy integrados en el tráfico lisboeta y facilitan la vida al turista. No usamos ninguno, pero fotografiamos unos cuantos.
En una curva, frente a nosotros la catedral. Nos dice la guía que al parecer está construida sobre los restos de una mezquita. Todo un clásico. Y nos cuenta que su estructura fortificada es románica y muy característica de los tiempos convulsos en los que se construyó allá por el siglo XII. Las achaparradas y robustas torres gemelas han sobrevivido a los terremotos de 1344 y 1755 y han tenido que ser restauradas varias veces.
Para aprovechar las últimas luces de la tarde seguimos subiendo la cuesta para asomarnos al mirador de la puerta del sol oro. Allí nos sentamos a disfrutar de las vistas panorámicas a otro bonito mar de cúpulas, torres, tejas y antenas, …de los tibios colores y de los últimos brillos del Tajo…
Según la guía estamos a la misma latitud que San Francisco, Ibiza, Washington, Sicilia y Seúl… y yo sigo recordando las luces gaditanas.
Vimos la vida pasar, cotilleamos los alrededores del mirador y a la bajada entramos en la catedral. Cuando salimos ya se había encendido la Navidad. Miles de modernos leds transforman las estrechas y viejas calles en túneles de luz por la que deambulamos.
El callejeo continuó un poco más, y como no habíamos comido… no tardamos mucho en buscar un lugar para cenar. Elegimos uno de los restaurantes que antes vimos, Río Coura. Pequeño y sencillo. Nos gustó mucho. Cocina casera y local, pescados y mariscos muy frescos,…Todo muy rico, y barato. Recomendable.
Tras la cena caminamos para tomar el tranvía 28. Es uno de los más usado por los turistas ya que recorre una buena parte de la ciudad, desde la iglesia de San Vicente, hasta el jardín de la Estrella, cruzando la Baixa. La iluminación macilenta de la ciudad le dan mucho punto al recorrido. Mola.
Cuando regresamos al punto de partida probamos el licor de guindas en una diminuta tasca que con mucha solera solo sirve el tradicional aguardiente lisboeta. Lo compras en el minúsculo mostrador/barra y te lo tomas de pie en la concurrida puerta en una pequeña placita, es un poco turistada pero sirve para catar el licor . Se llama Ginjinha Espinheira o A Ginjinha, está situada en el Largo de Sao Domingos, justo al noreste de la plaza del Rossio.
Dando el último paseo del día caminamos sin prisas hasta una boca de metro en la plaza Marques de Pombal para regresar a nuestro hotel.
DÍA 3:
Comenzamos la mañana recorriendo con otra luz y biorritmo el barrio de Chiado. Ahora un ambiente matutino, dormilón, sosegado, …mucho más tranquilo…Lisboa se despierta. Nosotros callejeamos, y nos volvemos a encontrar con él. Imposible no toparse en algún momento con la estatua del poeta Fernando Pessoa sentado en la terraza de una de las cafeterías mas afamada y encantadora del barrio, A brasileira. Ayer apenas lo veíamos…el hombre en bronce posaba paciente para miles de selfies.
Caminamos y nos quedamos a las puertas del convento do Carmo prácticamente destruido por el terremoto. Parte de la gótica iglesia conventual se encuentra desnuda al cielo. Desde fuera desde distintos puntos pudimos ver los altos arbotantes apuntando a las nubes. En su interior alberga un museo arqueológico que la guía clasifica de atractivo por ser algo excéntrica, heterogénea y variopinta la colección que muestra. Los museos requieren tiempo y no tenemos mucho en esta breve escapada.
Continuamos y el callejeo nos lleva a Baixa. La guía dice que el trazado es del siglo XVIII y que su cuadriculada fisionomía es obra del conocido marqués de Pombal. Al parecer tras el terremoto de 1755 el rotundo primer ministro decretó que todas las calles tuvieran un ancho de 12 metros, con aceras a ambos lados y protegidas del tráfico rodado por medio de pilares de piedra como las calles de Londres.
Atravesamos el majestuoso arco triunfal para desembocar a la amplia plaza del comercio. Desayunamos en una clásica cafetería de sus soportales. Predomina el amarillo de las fachadas y de la luz radiante del sol.
De la plaza nos dice la guía que es conocida con el nombre de Terreiro do Paço (terraza del palacio) en clara alusión al Palacio Real del siglo XVI ubicado aquí hasta quedar casi totalmente destruido…de nuevo por el terremoto y maremoto de 1755. Nos dice también que la estatua ecuestre que preside la plaza es del rey José I que reinaba durante el terremoto y es el origen del sobrenombre de la plaza que también es conocida como la plaza del caballo negro. Dicen que se necesitaron mil personas y cuatro días para colocarla.
El hecho de tener un flanco abierto a la orilla del Tajo le hace ganar aún más amplitud. Era la puerta principal, la entrada a la ordenada ciudad europea y debía lucir imponente e inolvidable.
Callejeamos un rato más por el ordenado laberinto y los nombres de las calles nos dan pistas sobre su pasado comercial y artesanal, calle de los zapateros, de la plata, del oro,…
En algún momento tomamos un tranvía para subir hasta el castillo de San Jorge. Estrechísimas calles, oscuras y muy empinadas, inmuebles decrépitos, azulejos, desconchones…nos llevan hasta la cima de la colina donde se encuentra el castillo. Al parecer es aquí donde está el origen de la ciudad, donde los fenicios instalaron sus primeros asentamientos. Posteriormente fue fortificada por romanos, visigodos y árabes. La guía nos lo presenta como un oasis de paz, con agradables sombras, jardines, inmejorables vistas…pero la larga cola para entrar nos cortó el rollo y nos desanimó a entrar. Nosotros decidimos bajar la cuesta y recrearnos con los edificios de la bajada…
Con la vida…
Y con las diferentes/variadas perspectivas de los fotogénicos tranvías, azoteas y balcones…
Continuamos bajando y ahora nos adentrábamos en la parte alta del emblemático barrio de Alfama. Desde allí cotilleamos su muy entretenido mercadillo
A los pies de iglesias y catedrales los vendedores ambulantes esparcen cacharros, antiguallas, libros,…ropa, …cerámicas…vinilos…
La mañana de martes está radiante, la mucha luz y algo de música en directo contribuyen a crear más ambiente.
Sin prisas desembocamos en la parte baja del barrio. Zona más residencial que comercial llena de callejones, escaleras, algún pasadizo, algún arco, fachadas, rincones, azoteas, balcones alineados,…ideal para divagar sin mucho rumbo.
Nos rencontramos con la catedral y la plaza y caminamos hasta la estación Casi do Sodré desde donde tomaríamos un ferry para cruzar a la otra orilla, ver otra perspectiva de la ciudad, visitar la fragata La Gloria y comer en Calcinhas.
La travesía dura poco pero las vistas de la ciudad son de las que se quedan para siempre. Desde el Tajo, Lisboa aparece fotogénica como una postal.
Comenzamos buscando la histórica réplica de la fragata. Pagamos una pequeña entrada y accedimos a su interior restaurado que funciona como un pequeño centro de interpretación, con instrumentación, maniquíes, materiales, …
Tras la visita callejeamos un poco y buscamos un sitio para comer. Elegimos un lugar sencillo, comida casera, todo riquísimo…aunque fueron terroríficamente lentos para servirnos... Cuando salimos de aquel agujero de gusano temporal solo tuvimos tiempo de un breve callejeo por el turístico pueblo.
Volvimos a tomar el ferry y a recrearnos con las panorámicas vistas…el puente, la ciudad…y volvimos de nuevo al callejeo relajado. Parece que en la plaza están montando escenarios y equipos de sonido,…
Pasamos por la Rua de Augusta y continuamos hasta llegar al Barrio Alto-Chiado donde repusimos fuerzas tomando algo en una agradable galería de arte-cafetería. A la salida nos asomamos a la pasarela que lleva al elevador de Santa Justa para ver las vistas de la ciudad ahora encendida. Y entre deambular y deambular aprovechamos las rebajas para hacer algunas compras.
DIA 4:
Habíamos comido tarde…así que para cenar compramos, para llevar, un par de bocatas de carne en un claustrofóbico bar ubicado en uno de los laterales de la plaza de Rossio. Luego caminamos hasta la primera boca de metro que encontramos y regresamos al hotel. Desde la alta habitación veíamos el castillo de San Jorge y los techos sin tejas de otra Lisboa mientras nos comemos los bocatas. No toda la ciudad es melancólica, también tiene su parte financiera más moderna/actual.
Desde la plaza del Comercio tomamos el tranvía/tren que nos llevaría al barrio de Belém. Hoy visitaríamos el interior del monasterio de los Jerónimos.
Cuando llegamos hicimos cola un ratito…es lo que suelen tener los Patrimonios de la Humanidad y las vacaciones de Navidad,…. la aprovechamos para ir echando un vistazo a los múltiples detalles que decoran las puertas y fachadas exteriores…
Según la guía el actual monasterio se levanta sobre una antigua capilla mandada a construir por Enrique el Navegante para ofrecer a los muchos marineros paz ante de zarpar en busca de nuevas rutas.
Nos dice que en su construcción se tardaron más de cincuenta años, que pasó por las manos de varios arquitectos y que por ello es posible encontrar mezclados los estilos gótico, manuelino y renacentista. Por suerte la cola va rápida y cuando accedemos al interior… misteriosamente no está nada masificado, quizás debido a sus grandes dimensiones… o a que quizás muchos guiris ya están comiendo.
Comenzamos por el templo y luego recorremos sin prisas las dos plantas del impresionante claustro.
Prestamos atención a la increíble piedra tallada, a las curiosas figuras, texturas, materiales,…columnas, paredes, pasillos, escaleras, …
Nos sentamos en un banco de piedra a detener el tiempo. Disfrutamos de los juegos que hacían las luces y sombras y de la mucha calma del claustro…
De las diferentes perspectivas…
De las simetrías y ángulos…
Cotilleamos recovecos…
La guía nos dice que en la pequeña capilla guardó una vigilia Vasco de Gama antes de partir hacia las Indias y que en su honor se construyó el actual templo. Cuando salíamos nos acordamos de visitar la tumba del navegante y así nos despedimos del mucho sosiego del precioso monasterio.
Al salir comimos en un eco-burguer cercano al convento y a la pastelería de Belém pensando que sería algo rápido …pero no, el servicio era también del tipo agujero de gusano espacio-temporal. Nos pusimos en modo vacaciones On y disfrutamos de la rica hamburguesa.
Para bajar la comida continuamos un rato paseando por la verde y agradable zona, llena de preciosas fachadas, terrazas, joggings, niños jugando,…hasta que tomamos de nuevo el tren/tranvía y regresamos al corazón de la ciudad. Callejeamos por la parte baja de Alfama, pasamos por la casa de los Bicos. Actualmente es la sede de la Fundación José Saramago y puede visitarse para conocer la vida y obra del premio Nobel.
La cerámica está presente en toda Lisboa. Existe incluso un museo, nosotros nos conformamos en admirarla por las calles y entrar en alguna curiosa exposición, o artesanal tienda…
Fachadas con cerámicas, blancas o con mucho color; azules, ocres, rojos… y cómo no el verde Lisboa.
Subimos al coqueto mirador de Santa Catarina a disfrutar de nuevo de las panorámicas y caóticas alturas…”El caos es un orden sin descifrar” (Saramago)
Y bajamos buscando la orilla del río. Y esa última tarde del año veíamos atardecer junto al Tajo. Preparaban el espectáculo pirotécnico que por la noche daría la bienvenida al año nuevo en Lisboa. Disfrutamos de las últimas luces del día y de los contraluces fotogénicos del puente 25 de abril.
Cenamos en un pequeño restaurante local próximo al del otro día, Restaurante Alpendre. No admitían reservas, era por orden de llegada, así que esperamos un ratito y cenamos sin problemas. Todo estaba muy rico, el personal muy divertido y amable, el ambiente muy agradable, además muy económico. Una cena perfecta para despedir el año.
Tras la rica cena nos acercamos al escenario que habían montado en la plaza del comercio. Estaba llena, llenísima, aunque aún había algo de espacio para respirar. Había puestos de comida, terrazas repletas, guiris y lisboetas, …Sobre el escenario un grupo cantaba fados…el fado nos mola, pero hay que recocer que para un fin de año… pues…
Estuvimos allí un rato …hasta que nos acordamos de que era una noche especial para el tema de los horarios de los transportes públicos y antes de cortarnos las venas con la sodade del fado, …decidimos marcharnos al hotel y a falta de uvas tomarnos las frambuesas que habíamos comprado en un super. Y con ellas desde la ventana de nuestra habitación vimos los fuegos artificiales y brindamos por el nuevo 2015.
Melancólica a la vez que vital, decrépita a la vez que renovada, vieja pero vanguardista, sucia y limpia, oscura y luminosa,… ordenada y caótica, …una muy bella ciudad a ratos contradictoria, antagónica, a veces bipolar,…Y nosotros recordamos la bonita frase de Pessoa “Los viajes son los viajeros. Lo que vemos no es lo que vemos, sino lo que somos”.