El tren inicia su marcha a la hora prevista, las 23:50h. Saludo a los vecinos de compartimento y enseguida me echo a dormir. A la mañana siguiente saludo a Marta, una chica de Barcelona que está viajando por unos tres meses y con la que había coincidido desayunando en un bar. Junto a ella viaja Roma, una chica muy resuelta de Delhi que no para de hablar, recordándome constantemente qué hace una chica de 30 años en la actualidad, vacilándome acto seguido si yo, con mi edad, también lo hago. Cortó el juego antes de que llegáramos a Benarés, a eso de las 11h.
Ya había estado en esta ciudad, la más santa entre las santas para los hinduistas. Sabía que la estación está bastante alejada del centro y tomo un auto rickshaw para que me acerque. Hay una calle asfaltada que conduce hasta el gath de Dashaswamedh, pero el último tramo está colapsado de puestos de comida, ropa y gente. Mucha gente que va y viene. Mucho ruido. Nada nuevo bajo el sol. Una constante en India. Me deja en un cruce de calles algo alejado del destino.
Pago y me introduzco en los angostos callejones de la ciudad antigua, cuyo trazado no sigue ningún patrón. Un hombre se dirige a mí y se ofrece a conducirme al albergue que he reservado, cerca de las escalinatas que protegen la ciudad del Ganges. Y menos mal, porque aun siguiendo el camino más directo, había una larga caminata por ese laberinto que es el centro de la ciudad.
Después de acomodarme y de darme un homenaje con un buen thali, doy un paseo por la ribera del Ganges. Una vez llegas al rio es muy fácil orientarte. El ambiente es muy relajado con ese paisaje que resulta familiar de mil reportajes, barcas, santones, inmensos parasoles que protegen del sol a cientos de personas que se ganan la vida en la calle vendiendo te o afeitando barbas. El sol va descendiendo tras los edificios y en algunas escalinatas la gente va tomando asiento a la sombra para contemplar la ceremonia del Ganga Arti. Y yo con ellos.
A las seis y media ya es de noche. A esa hora empieza la celebración con música e incienso para poco después empezar con el fuego. Los hindúes hacen ofrendas al dios rio con flores y velas sobre pequeñas embarcaciones.
Al día siguiente me levanto a las cinco para contratar una barca que me dé una vuelta por el rio para contemplar el amanecer y el paisaje humano que se congrega en la orilla del Ganges. Es un tipismo que no conviene evitar, porque a esa hora es cuando entiendes la mística de la ciudad. Un encuentro con la tradición, las gentes y un día a día sinigual. Más santones, gente bañándose para purificar sus pecados, lavanderos, porteadores de madera para los crematorios…
Después de un buen desayuno visito Vishwanath, el más venerado de los templos de la venerada Benarés. Los callejones que lo rodean estás atestadas de gente. La guía advierte de entrar con el pasaporte y desprovisto de bolígrafos, móviles o de cualquier otro aparato electrónico. Las medidas de seguridad son exageradas, arco de metales, tres puntos de control con sus cacheos correspondientes y registro con entrega del pasaporte, sólo para ver unos segundos un lingam cubierto de flores, caramelos y restos de las ofrendas que llevan los creyentes entre los empujones de los custodios que velan para evitar aglomeraciones. Y es que en la India la escala humana es inmensa.
De vuelta al albergue hago el check out e intento sin fortuna sacar el billete de autobús a Katmandú. Decido ir a la estación de autobuses. Ya en la calle principal me reclama un chaval que lleva un ricksaw a pedales. Se llama Rajú y me acompaña hasta el interior de las taquillas de venta. Compro el billete de la última plaza disponible. Es hora de comer y propone llevarme a un sitio bueno, un McDonalds! En la zona pija de la ciudad. Come on, Rajú! No he venido a Benarés para ver esto. Le invito a comer conmigo, dos McChicken (es la única carne que ofrecen). Cuando acabamos le pido que me lleve a Assi Ghat.
Assi Ghat se encuentra en el extremo sur de la ciudad y dispone de amplio espacio donde se desarrolla la vida. Ascendiendo, veo tranquilo el movimiento de los barcos, cómo limpian de sedimentos las escalones una vez superado los monzones, cómo ofician las incineraciones, …
El atardecer me pilla en Kedar Ghat, donde se amontona bastante gente que cruza el rio en barca. A lo alto de la escalinata hay un templo de cuyas puertas sale una música singular, acorde con la singular ceremonia que ofician. A sus pies paso lo que queda de tarde viendo como unos muchachos juegan con sus cometas frente a la luna. Uno de ellos me recuerda a mí mismo de pequeño. Todo, mientras suenan la percusión que anuncia el inicio de un nuevo Ganga Arti en este místico rincón del mundo.