Otro madrugón más el domingo 19 de marzo porque nos esperaba una buena tirada hasta nuestro próximo destino, el Lago Tekapo, pero antes había que pasar por otro de nuestros puntos marcados en rojo en nuestro mapa: el Monte Cook, que hacía cuatro años ya me había dejado pasmado. Antes de nada, desayuno estupendo en el motel:
Nos quedaban 415 kilómetros hasta el Tekapo más unos 120 de ida y vuelta hasta el Monte Cook desde Pukaki; y no queríamos dejar pasar la oportunidad de hacer una parada técnica en Queenstown para despedirnos (anda, que lo que nos costó irnos de ahí... ). Así que nos pusimos en marcha sin más demora y fuimos haciendo camino poco a poco, eso sí, parando una vez más en algún mirador que no podíamos obviar:
Tal y como preveíamos hicimos una breve parada en Queenstown una vez más, donde la radiante mañana y el (una vez más) espectacular ambiente nos retuvo un poco más de tiempo del que la ruta nos quería permitir; pero es que no queríamos irnos sin decir adiós... Pedimos unos cafés por última vez en el Patagonia y seguimos camino:
Ya en la carretera, más paradas: el Lago Hayes, que parecía la superficie de un espejo; el espectacular tinglado que tienen montado en el AJ Hackett Bungy Kawarau Bungy Centre, que nos puso los dientes largos y casi nos liamos la manta la cabeza para pedir turno para saltar; Omarama, peculiarísmo pueblo que parece parada obligada para moteros...
Tras comer algo en Omarama volvimos a la carretera y enseguida llegamos al cruce antes de Pukaki que lleva al Monte Cook. Al igual que nos había ocurrido con la Milford Road, nos quedamos boquiabiertos con lo que íbamos viendo mientras nos aproximábamos a la montaña más alta de Oceanía:
La carretera llega al Mount Cook Village, aunque una pista te acerca hasta un camping desde donde parte la Hooker Valley Track, entre otras. Nosotros seguíamos sin dar crédito a lo que contemplábamos: entre el cielo, las montañas y las nubes formaban una estampa muy difícil de olvidar...
Maravillados un día más por lo que estábamos viviendo, emprendimos regreso por la SH 80 bordeando el lago Pukaki; y tras llegar a la SH 8 pusimos rumbo al norte para llegar en poco más de media hora a nuestro alojamiento de esa noche, el Lake Tekapo Motels & Holiday Park. Es un camping con cabañas al borde de lago y zonas y servicios comunes que está bien para una noche de paso, pero poco más; aunque una semanita si vienes en grupo con intención de hacer senderismo tampoco está mal. Lo mejor es que, si escupes, aciertas al lago de lo cerca que está; y que el anochecer es realmente impresionante:
Pagamos por la cabaña unos 116 € al cambio, sin desayuno (ni wifi). A la mañana siguiente, lunes día 20 dimos un pequeño paseo por el pueblo antes de emprender camino hacia Christchurch, y nos sacamos unas cuantas fotos en la Church of the Good Shepherd, bonita iglesia que nos llamó la atención por dos cosas: su pequeñísimo tamaño, y que allí es considerado un monumento histórico... ¡es de 1935! :
Acto seguido y tras desayunar en el Run 76 cruasanes de almendra, macedonia de fruta y los habituales flat white (37 NZD, 24,84 €) nos pusimos en marcha hacia Christchurch, nuestro último destino en Nueva Zelanda. La parada técnica para repostar la hicimos en Geraldine, un pueblo en el que yo ya había pernoctado en mi anterior viaje y que me había llamado la atención por lo animado que estuvo en aquella ocasión. Esta vez me dio la misma impresión. Tomamos algo en The Country Café, un local estupendo:
Poco después del mediodía llegamos a Christchurch, la ciudad más grande de la isla y también la más triste. No sólo de la isla, sino que de buena parte del mundo, estoy seguro... Las desgracias que asolaron a esta urbe en los últimos años justifican ese ánimo decaído que se nota por todo el centro urbano, pero hay que reconocer que es encomiable el esfuerzo que están haciendo por intentar recuperar ese espíritu perdido: proyectos como el RE:START para relanzar el comercio, o la lenta recuperación urbanística que se ve que están llevando a cabo, por ejemplo... Es terrible vivir con miedo, sobre todo si ese miedo es a algo tan impredecible e incontrolable como la posibilidad de que un gran terremoto pueda producirse en cualquier momento. Nosotros sólo pasamos un par de días incompletos allí, pero de verdad que entre el mal tiempo y el terrible ambiente que se intuía por todos lados hizo que nuestro alma se encogiese un poco...
Aún así intentamos aprovechar el tiempo todo lo que pudimos. Nos alojamos en el Adorian, un motel de paso muy barato y algo necesitado de actualización decorativa, digámoslo así, pero que nos sirvió perfectamente: amplio, limpio, con cocina y bien ubicado. Nos costó 80 €, una ganga. Tras el check-in nos dirigimos antes de nada a la costa, primero a New Brighton, pueblo bonito pero que a las cuatro de la tarde estaba muerto; y después a Lyttleton, que es el puerto comercial de Christchurch al que se accede por un largo túnel y que, tachán, también estaba apagadísimo. No perdimos mucho el tiempo en ninguno de estos sitios, así que volvimos y aparcamos en el centro de la ciudad y comenzamos nuestro desolador paseo rodeados de obras de reconstrucción:
Visto que el centro no tenía mucho que ofrecernos buscamos un sitio donde tomar un buen café y descansar un rato, y nos dirigimos hacia el este, a Riccarton, zona comercial y bastante más animada que lo que habíamos vivido hasta ahora. Pasamos un buen rato en un local precioso llamado Rogues Bar (tres cafés, 13,20 NZD):
Este día también se acababa y nada más anocher, tras recorrer un poco la zona, regresamos al motel a preparar la maleta para nuestro siguiente asalto: la impresionante ciudad de Sidney.