Antes de continuar quiero comentar una cosa: como casi siempre que hacemos un viaje de este tipo en el que tocamos varios países y, por tanto, utilizamos varias monedas distintas, antes de partir pensamos en hacer acopio de las distintas divisas que vamos a necesitar. En nuestro caso, en este viaje íbamos a requerir de dólares hongkoneses, dólares neozelandeses y dólares australianos. Estuvimos a punto de hacer lo habitual, es decir, comprar aquí en casa una cantidad distinta de cada moneda en función de los gastos que preveíamos en cada sitio, pero más tarde pensamos que sería mejor llevar euros encima, nada más, e ir cambiando en cada país en las casas de cambio según fuésemos necesitando; y eso fue lo que hicimos. Salimos de Coruña sólo con dinero en nuestra moneda, y cambiamos HKD en el aeropuerto de Hong Kong y en algún sitio de Nathan Road; y cambiamos NZD en Auckland, y luego fuimos tirando de tarjetas de débito y de crédito.
Craso error. Al llegar a Australia, y con la experiencia que fuimos viviendo esos días, decidimos que intentaríamos no tocar ni un dólar australiano (sólo estaríamos un par de días largos, tampoco era correr tanto riesgo) y que todo lo haríamos con tarjeta de crédito o de débito. Dicho y hecho: en toda nuestra estancia en Sidney no necesitamos para nada moneda física. Ni para comprar las tarjetas de transporte, ni para comer o tomar cafés o bebidas, ni hacer compras (ni souvenirs, ni ropa, ni calzado, ni nada)... ¡no las necesitamos en absoluto! Lo cual hizo que me arrepintiese bastante de haber cambiado dinero anteriormente en los aeropuertos, donde el tipo de cambio es horrible (en HK no tanto) y además te obliga a gastar lo que has cambiado, sobre todo las monedas, con el engorro que ello supone. En la última etapa de este diario insistiré un poco con este tema.
Lo primero que hicimos el miércoles 22 fue hacer el check-in: nuestro hotel tenía un horario de recepción muy corto, hasta las 19:30 horas, y como nosotros llegamos mucho más tarde habíamos acordado vía email recoger las llaves con un sistema automático de clave: nos facilitaron un pin code para introducir en una caja que había en la puerta de entrada de donde recogimos las llaves, y donde había instrucciones para llegar a nuestra habitación. Efectuado el registro nos fuimos a desayunar y nos llevamos una grata sorpresa, ya que el desayuno que incluía el precio de la habitación tenía de todo: huevos, bacon, salchichas, baked beans, fruta... además del habitual continental breakfast. Nos tomamos nuestro tiempo y cuando estuvimos listos empezamos nuestros recorrido por Sidney.
No traíamos un plan demasiado detallado para estos dos días salvo turistear por los sitios más emblemáticos de la ciudad. Yo ya había estado allí de paso en mi anterior viaje, pero ellas no; así que lo primero era lo primero y, atravesando los fabulosos Royal Botanic Gardens, a apenas cinco minutos de nuestro alojamiento, llegamos a la Sidney Opera House, donde nos detuvimos un buen rato admirando el fabuloso edificio y el Harbour Bridge:
Como el tiempo que hacía parecía acompañarnos decidimos ir al wharf 3 de Circular Quay para subirnos al ferry que nos llevaría a Manly Beach, una de las dos playas que queríamos ver en Sidney. La más famosa es Bondi Beach, lo sabíamos, pero también sabíamos que el ferry iba a ofrecernos unas panorámicas impresionantes de la bahía y no queríamos arriesgarnos a que el tiempo de la mañana siguiente nos estropease la travesía. Así que allá fuimos, pagamos el pasaje al entrar con la Opal Card y disfrutamos de todo: barco, panorámicas y playa.
De regreso y tras comer algo en Circular Quay quisimos dedicar la tarde a hacer algunas compras por Pitt St. y George St; pero no tuvimos demasiada suerte y un aguacero impresionante nos aguó la fiesta, nunca mejor dicho. Hicimos lo que pudimos callejeando por el centro y refugiándonos en un Starbucks mientras nos íbamos acercando al hotel:
El día no dio para más, por desgracia, y nos retiramos pronto a nuestro barrio. Dimos un paseo por Kings Cross, sobre todo por Darlinghurst Rd y sus locales canallas, como dicen en las guías turísticas, y lo cierto es que la cantidad de sex-shops que hay, así como que se anuncien los establecimientos de tabaco y bebidas alcohólicas (publicidad prohibidísima según un acta del año 2000 anunciada por todas partes) sí que le dan un toque sórdido a esta calle y sus aledaños. No obstante tiene su encanto y para nada sientes, no sé, sensación de inseguridad. Nos gustó este paseo, y tomamos café en un chino donde una simpática asiática nos permitió incluso fumar en la terraza. Tras comprar algo para cenar en un Coles Supermarket nos volvimos al hotel.
El día siguiente, jueves 23, sería nuestro último día completo en Oceanía y lo dedicamos a callejear sin más, ya que amaneció muy nublado y con menos temperatura que el día anteior, lo que echó por tierra nuestros planes de acercarnos a Bondi Beach. Fuimos andando vía William St. y Park St., atravesando Hyde Park hasta Chinatown, donde compramos muchísimos souvenirs en Paddy's Market, y desde allí nos acercamos a Darling Harbour, una zona básicamente comercial y sin aparentemente demasiado interés pero estupenda para comprar, tomar algo, comer o simplemente dejarse ver. Nos gustó mucho:
Tomamos nuestros habituales tres flat white en el estupendo Vesta Caffé (también pagamos los más o menos habituales 12,60 NZD), y de allí nos fuimos callejeando a lo largo de George St. y parando en la preciosa y de maravilloso ambiente Martin Pl. hacia The Rocks, el barrio más antiguo de Sidney y desde luego un enclave privilegiado con vistas al puente y a la Ópera. Dicen que aquí desembarcaron los primeros prisioneros ingleses hace más de 200 años, estableciendo la primera colonia penitenciaria que le da nombre al lugar. El sitio desde luego es precioso, con empinadas calles adoquinadas y locales estupendos con un encanto, digamos, bohemio que a nosotros tres nos gustó mucho:
La última tarde la dedicamos, una vez más, a hacer algunas compras de última hora (básicamente un par de pares de botas y algún abalorio de ese tipo; es increíble, por cierto, la cantidad de tiendas de la marca australiana UGG que hay en esta ciudad. Todas, casualmente o no, regentadas por asiáticos). Poco a poco regresamos al hotel y nos acostamos muy pronto, tras dejar las maletas bien hechas.
El viaje, por desgracia, llegaba a su fin.