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Me despierto con los rayos del sol y la imagen del macizo de granito parece arder frente a mi tienda. Me levanto y me hago el desayuno habitual: cereales con leche. Mientras lo tomo, pasan ante mí los vecinos del día, una pareja de Tarragona. Les doy los buenos días.
Doy una vuelta por el parque y a las 12h, cuando el sol abrasa, recojo y me tomo una ducha en las rudimentarias instalaciones, sin perder de vista el paisaje. Tomo rumbo al segundo camping de la poco poblada región de Damara. De camino paro en Uis, donde aprovecho para comer y, gracias al excepcional wifi del Cactus Café, me pongo al día. Tras los deberes hechos, monto en el coche sin reparar en la gasolina que llevo y eso que una de las mejores recomendaciones de los diferentes foros sobre viajes a Namibia es el de llenar el depósito de combustible allí donde haya gasolineras y estén abiertas.
Tengo tiempo, y cerca de Uis paro en un sitio arqueológico conocido como ‘Lady White’, en la que hay unas interesantes pinturas rupestres. Uno de los guías me informa que no se puede acceder por seguridad, ya que una manada de elefantes del desierto ha ocupado el sitio desde hace una semana. Me pide, pero, si les puedo acompañar a él y sus compañeras al campamento donde residen, a unos 2km del lugar. Accedo. Hablan entre ellos en su idioma y se ríen cuando les pregunto por unos sonidos que producen, similares a los chasquidos que hacen los niños cuando imitan los pasos de los caballos. Parecen formados y cuando les pregunto por las características del sitio que no he podido visitar, me indican que tiene similitud con Altamira. Se bajan en el campamento y me sorprendo al ver que no se diferencia mucho de las edificaciones precarias que se ven por las carreteras.
Enseguida llego a Madisa, planto la tienda en unos cinco minutos y preparo la cena: el habitual arroz con caldo knorr de tomate y atún mientras veo la puesta de sol entre las ramas secas de los árboles de Damara. Comida de supervivencia que requiere poco tiempo y que ceno apurando el vino abierto el día anterior.
Al día siguiente hablo con la chica de recepción, me dice que en esta zona es posible seguir el rastro de los elefantes del desierto, pero para ello necesitas un guía, me da una referencia, pero se olvida de decirme que preciso un 4x4. Mala suerte. Después de indagar, me dirijo a Twyfelfontain, donde hay unos petroglifos patrimonio de la humanidad, de ahí a unas formaciones de basalto y al bosque petrificado, un conjunto de grandes troncos fosilizados datados en 280 millones de años.
http://68.media.tumblr.com/9118d7fb73d5b25b8a454aa88a03befd/tumblr_inline_nx6evbINYw1s6f4vd_500.jpg Al finalizar, pregunto qué distancia hay entre el lugar y Palmwag, mi siguiente destino con señal de gasolinera en el mapa. Me indican que 75km. Así que como todavía no se me ha encendido la reserva creo que llego justo. Al enterarse de mi destino, uno de los guías me pide acompañar a un compañero suyo que se dirige allí. Accedo y me presenta a Martin, un rastreador de rinocerontes.
A Martin le gustaba el futbol y tras preguntarme por mi equipo me comenta el suyo, señalando a un jugador que aparece en la portada de una revista para, acto seguido, ponerse a leer. Pasados 20km se enciende la reserva y a los 30km aparece un cartel indicando Palmwag 90. Le digo a Martin que no llegamos, pero parece no inmutarse. Miro el cuentarrevoluciones en vez del velocímetro, intentando no pasar de las 1500. A los 50km, Martin abre la boca para decirme: ‘too fast’. Bajo la velocidad, pero en las rampas el coche se ahoga. Entonces Martin saca sus conocimientos de rastreador y me hace señas de las roderas que debo seguir. A los 70km pasamos por la única población. Nadie tiene gasolina. Martin me lleva ante el jefe de la zona, un negro enorme que está escuchando música en una silla de camping. Se levanta, mete la llave en el contacto y tras ver el indicador de gasolina concluye: ‘no llegas’. Se presta a seguirnos con su coche, por si necesitamos ayuda. Le digo que n hace falta, que en tal caso Martin le llamaría por teléfono. Nos despedimos y me da un par de consejos ir a 40-50km/h y no pisar el acelerador en bajadas. !. Seguimos la marcha exprimiendo los gases del combustible, jaleando cada 5km como un logro. El sol se pone y empieza a haber menos visibilidad. Unas jirafas jalonan el camino hasta una cancela de control sanitario. Al cruzarla vemos en la penumbra la gasolinera cerrada, pero Martin entra en el puesto del operario y, mostrando la tarjeta comercial del cacique, llena el tanque en chanclas. Son las 20h.
Me despido de Martin, quien me indica cómo llegar al camping. Si bien resulta imposible perderse, porque el resort es toda la población. En la recepción, un chico y una chica ríen se cuando me disculpo de mi tardanza. Me indican que la escénica carretera a Opuwo está cortada por obras y que debo dar un importante rodeo. Afortunadamente paso por una población. Pregunto si allí hay cajeros. Me indican que sí, pero como el día siguiente es domingo, estarán todos cerrados ya que se encuentran en el interior de las tiendas. Me desean suerte mientras me despiden ocultando su sonrisa.
Así que me veo en un pueblo fantasma sin efectivo y sin gasolina. Esto es cotidianidad, Montse, sin reservas.
Día 23, Palmwag.
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