Cuando comenzamos a leer las opiniones de otros viajeros sobre la compañía Virak Bunthan en la que habíamos comprado el ticket para llegar hasta Sihanoukville, nos entró el pánico. Todas eran estilo Warning!, Avoid!, Don´t go!, Do not risk your life!... no leímos ni una buena. En especial hablaban mal del servicio nocturno de esta compañía, justo el que nosotros íbamos a realizar. Pues cuando llegamos al autobús nos tranquilizamos bastante, se veía bastante nuevo y las camas aunque algo estrechas y pequeñas resultaban bastante cómodas. Finalmente tengo que deciros que tras las diez horas de autobús seguimos vivos y podemos confirmar que fue el mejor trayecto de los 3 meses que duró nuestro viaje. A mí me cuesta mucho dormir en los autobuses pero en este fui dormido casi 8 de las 10 horas que duró el viaje, no me enteré de nada.
Cuando llegamos a Sihanoukville tomamos el ferry que nos lleva a Coconut Beach, quizás uno de os últimos paraísos de la isla. Nos vamos a alojar en el único bungalow de una de las cuatro aldeas de pescadores que quedan en Koh Rong, Daem Thkov.
Queda a 10 minutos de una playa impresionante de aguas turquesas, escondido tras una pequeña colina, no tenemos ducha, ni cisterna y la luz está disponible entre las 18:00 y las 23:00 de la noche. Entre las tablas del bungalow hay huecos por los que entra una mano, menos mal que la cama está protegida por una mosquitera porque esto se va a poner de bichos hasta arriba al caer la noche. Por suerte teníamos 4 geckos que por las noches nos protegían de los intrusos.
Desde que pusimos nuestros pies en la fina arena de Coconut Beach supimos que habíamos acertado con la elección de la playa, algo a lo que le dimos muchas vueltas. En el bungalow hemos pagado dos noches porque no sabemos si nos moveremos hacia otra playa en unos días o si seguiremos por esta.
De momento los planes en esta isla nos están saliendo solos, vienen hacia nosotros sin necesidad de buscarlos. En el primer día en Coconut Beach conocimos a David, un canadiense de unos 65 años que andaba buscando gente para hacer un grupo y dar una vuelta en barco por la isla. Nos unimos a él y rápidamente teníamos un grupo de 10 personas con las que pasamos una gran tarde a bordo de un barco de pescadores locales con los que acordamos un buen precio. Estuvimos recorriendo la isla, paramos para hacer snorkel, estuvimos pescando desde el barco y finalmente fuimos hasta Long Beach a ver un atardecer de los que no se olvidan.
Ya de regreso a nuestra playa, mientras iba anocheciendo, los pescadores prepararon una cena a base de arroz, verduras y los peces que habíamos pescado durante la tarde.
Eran muy simpáticos, al pasar por el pueblo principal hicieron una parada muy rápida para comprar whisky e invitarnos a unos cubatas, más no se puede pedir por los 10$ que les habíamos dado por persona.
Como nos estaba gustando cada vez más la zona de Coconut Beach decidimos movernos hasta unas tiendas de campaña que había justo en la arena de la playa, eran mucho más baratas que el bungalow y encima te despertabas con unas vistas paradisíacas.
Un par de días después conocimos a otro David, éste era francés y quedé con él para ver amanecer desde el muelle. Mientras estábamos sentados viendo amanecer se nos unió Ángela, una chica ecuatoriana que trabaja en Melbourne y su novio José Manuel.
Ese mismo día nos fuimos todos juntos a explorar las playas más cercanas caminando por los senderos que hay en la selva. Llegamos hasta una de las más bellas, 4K beach. Nos lo pasamos genial con ellos, pero lo mejor nos estaba esperando esa misma noche.
Podría decir que he nadado entre las estrellas, una de las experiencias más increíbles e irreales que tendré en toda mi vida, estoy seguro. Fue por este efecto luminiscente por el que decidimos venir hasta esta remota isla. Hace casi un año descubrí una fotografía en la que el agua brillaba, estaba lleno de puntitos de color azul neón, estos puntos son en realidad un tipo de plancton que se ilumina cuando se agita el agua. En nuestra tercera noche en la playa tuvimos la gran suerte de que se dieran las condiciones perfectas para observar esta luz mágica de la naturaleza. Lo ideal es la ausencia total de luz externa y hoy tenemos luna nueva, un mar en calma y un cielo despejado cargado de estrellas. Los tres bares que hay en Coconut Beach han apagado ya sus luces, ahora estamos totalmente a oscuras, ha llegado el momento de saltar desde el muelle en total oscuridad.
Mientras yo camino hacia el final del muelle junto a David, el chico francés con el que coincidí al amanecer esta mañana, Vanesa se va adentrando al mar desde la orilla junto a Ana, una camboyana de Sihanoukville que trabaja en uno de los bares de la playa y es la persona más loca y divertida de toda la isla.
Al llegar al final del muelle no se veía absolutamente nada, ni siquiera podía intuir a qué altura estaba sobre el agua, era como saltar al vacío sin ver el fondo, a la de tres salté. Tras el impacto con la superficie me vi flotando en las estrellas literalmente, bajo mis pies todo eran puntos brillantes de luz azul que más brillaban cuanto más agitaba mis brazos y mis piernas, si alzaba la vista tenía el firmamento cargado de estrellas. Era una sensación increíble y totalmente mágica, difícilmente imaginable si no se ha vivido y que no alcanzo a describir como se merece. Estuvimos alucinando con esta maravilla algo más de una hora con una sonrisa que nos se nos quitaba de la cara. Esta noche creo que nunca se borrará de nuestra memoria.
En total pasamos 5 noches en la isla y allí dejamos un trozo de nuestros corazones. En Coconut Beach estuvimos como en casa. Las pocas familias de gente local que viven en la playa nos trataron cómo a uno más de la familia.
Es un lugar muy tranquilo en el que nuestros planes la mayoría de los días eran dar un paseo con los perros de la aldea a través de la selva, ir a pescar al muelle con los niños del poblado o relajarnos viendo amaneceres y atardeceres de película.
Cuando llegamos a Sihanoukville tomamos el ferry que nos lleva a Coconut Beach, quizás uno de os últimos paraísos de la isla. Nos vamos a alojar en el único bungalow de una de las cuatro aldeas de pescadores que quedan en Koh Rong, Daem Thkov.
Queda a 10 minutos de una playa impresionante de aguas turquesas, escondido tras una pequeña colina, no tenemos ducha, ni cisterna y la luz está disponible entre las 18:00 y las 23:00 de la noche. Entre las tablas del bungalow hay huecos por los que entra una mano, menos mal que la cama está protegida por una mosquitera porque esto se va a poner de bichos hasta arriba al caer la noche. Por suerte teníamos 4 geckos que por las noches nos protegían de los intrusos.
Desde que pusimos nuestros pies en la fina arena de Coconut Beach supimos que habíamos acertado con la elección de la playa, algo a lo que le dimos muchas vueltas. En el bungalow hemos pagado dos noches porque no sabemos si nos moveremos hacia otra playa en unos días o si seguiremos por esta.
De momento los planes en esta isla nos están saliendo solos, vienen hacia nosotros sin necesidad de buscarlos. En el primer día en Coconut Beach conocimos a David, un canadiense de unos 65 años que andaba buscando gente para hacer un grupo y dar una vuelta en barco por la isla. Nos unimos a él y rápidamente teníamos un grupo de 10 personas con las que pasamos una gran tarde a bordo de un barco de pescadores locales con los que acordamos un buen precio. Estuvimos recorriendo la isla, paramos para hacer snorkel, estuvimos pescando desde el barco y finalmente fuimos hasta Long Beach a ver un atardecer de los que no se olvidan.
Ya de regreso a nuestra playa, mientras iba anocheciendo, los pescadores prepararon una cena a base de arroz, verduras y los peces que habíamos pescado durante la tarde.
Eran muy simpáticos, al pasar por el pueblo principal hicieron una parada muy rápida para comprar whisky e invitarnos a unos cubatas, más no se puede pedir por los 10$ que les habíamos dado por persona.
Como nos estaba gustando cada vez más la zona de Coconut Beach decidimos movernos hasta unas tiendas de campaña que había justo en la arena de la playa, eran mucho más baratas que el bungalow y encima te despertabas con unas vistas paradisíacas.
Un par de días después conocimos a otro David, éste era francés y quedé con él para ver amanecer desde el muelle. Mientras estábamos sentados viendo amanecer se nos unió Ángela, una chica ecuatoriana que trabaja en Melbourne y su novio José Manuel.
Ese mismo día nos fuimos todos juntos a explorar las playas más cercanas caminando por los senderos que hay en la selva. Llegamos hasta una de las más bellas, 4K beach. Nos lo pasamos genial con ellos, pero lo mejor nos estaba esperando esa misma noche.
Podría decir que he nadado entre las estrellas, una de las experiencias más increíbles e irreales que tendré en toda mi vida, estoy seguro. Fue por este efecto luminiscente por el que decidimos venir hasta esta remota isla. Hace casi un año descubrí una fotografía en la que el agua brillaba, estaba lleno de puntitos de color azul neón, estos puntos son en realidad un tipo de plancton que se ilumina cuando se agita el agua. En nuestra tercera noche en la playa tuvimos la gran suerte de que se dieran las condiciones perfectas para observar esta luz mágica de la naturaleza. Lo ideal es la ausencia total de luz externa y hoy tenemos luna nueva, un mar en calma y un cielo despejado cargado de estrellas. Los tres bares que hay en Coconut Beach han apagado ya sus luces, ahora estamos totalmente a oscuras, ha llegado el momento de saltar desde el muelle en total oscuridad.
Mientras yo camino hacia el final del muelle junto a David, el chico francés con el que coincidí al amanecer esta mañana, Vanesa se va adentrando al mar desde la orilla junto a Ana, una camboyana de Sihanoukville que trabaja en uno de los bares de la playa y es la persona más loca y divertida de toda la isla.
Al llegar al final del muelle no se veía absolutamente nada, ni siquiera podía intuir a qué altura estaba sobre el agua, era como saltar al vacío sin ver el fondo, a la de tres salté. Tras el impacto con la superficie me vi flotando en las estrellas literalmente, bajo mis pies todo eran puntos brillantes de luz azul que más brillaban cuanto más agitaba mis brazos y mis piernas, si alzaba la vista tenía el firmamento cargado de estrellas. Era una sensación increíble y totalmente mágica, difícilmente imaginable si no se ha vivido y que no alcanzo a describir como se merece. Estuvimos alucinando con esta maravilla algo más de una hora con una sonrisa que nos se nos quitaba de la cara. Esta noche creo que nunca se borrará de nuestra memoria.
En total pasamos 5 noches en la isla y allí dejamos un trozo de nuestros corazones. En Coconut Beach estuvimos como en casa. Las pocas familias de gente local que viven en la playa nos trataron cómo a uno más de la familia.
Es un lugar muy tranquilo en el que nuestros planes la mayoría de los días eran dar un paseo con los perros de la aldea a través de la selva, ir a pescar al muelle con los niños del poblado o relajarnos viendo amaneceres y atardeceres de película.