19 de junio de 2017
Mapa de la etapa 10
Nuestro penúltimo amanecer en California resulta algo apresurado. Tras una noche de reparador sueño, son algo menos de las 8:00 cuando todavía sin bajar de la cama planeamos un poco el día haciendo estimaciones sobre trayectos y actividades a realizar. El principal objetivo de hoy es recurrente, repetitivo, y ninguna sorpresa: estamos durmiendo a escasas cinco millas de un nuevo centro comercial de la franquicia Premium Outlets y no es una casualidad.
Cargamos nuestro equipaje, que no es poco, de la forma más sigilosa posible cuando el reloj alcanza las 9:00 de la mañana. Parece que Dorothy y Steve todavía no han salido de su cuarto y como no queremos importunarlos dejamos escrita una nota dándoles las gracias por su acogida y la entretenida conversación de anoche, y excusándonos por haber tenido que salir de forma tan abrupta y sin ocasión de despedirnos. Horas después Dorothy nos contestaría a través de Airbnb comprendiéndolo perfectamente y disculpándose por no haber participado en la conversación de anoche debido al doloroso golpe que se dió al caer de una bicicleta.
Nuestra fugaz habitación en Vacaville
Enseguida nos plantamos en el Vacaville Premium Outlets con la intención de desayunar en Starbucks antes de dar el pistoletazo de salida a las 10:00. Lo que encontramos es una versión algo descafeinada -je- de la franquicia, ya que se trata de un kiosko con sombrillas y no un local convencional. Vemos ya desde el primer momento el que va a ser el principal enemigo de nuestro día de compras: el sol. Y es que las tiends del outlet de Vacaville están esparcidas a lo largo y ancho de una inmensa extensión de asfalto, con lo que no descartamos en absoluto ir desplazando el coche de una plaza de aparcamiento a otra para situarlo en puntos estratégicos que nos permitan visitar ciertas tiendas y cargar en el coche las compras que de ellas saquemos sin pasar más tiempo del necesario bajo el sol de justicia que el servicio meteorológico anuncia junto a temperaturas cerca de los 40 grados.
Dan las 10:00 y nos ponemos manos a la obra tras recoger nuestro talonario de descuentos para miembros de la web en un improvisado mostrador de una tienda de belleza al que nos dirige un cartel en el un puesto de información para visitantes cerrado por motivos que no se indican. Empiezan aquí alrededor de cinco horas de una nueva sucesión de tiendas, estantes, perchas, probadores y pases por caja que no dan demasiado juego para el relato de un viaje, así que seré breve.
Que comience la locura
Nuestro coche, estrategicamente aparcado
*falta escena*
Empezamos por Tommy Hilfiger, que por una vez me provoca salir con más ropa nueva de la tienda a mí -un jersey y un polo- que a L, que solo se lleva unos calcetines.
Seguimos con Abercrombie & Fitch, donde empatamos al llevarse L un top y yo una camiseta. Entablamos conversación con un empleado italiano que parecía con ganas de practicar su español, distrayéndonos de un precioso husky siberiano que paseaba por la tienda junto a su dueño.
No nos llevamos nada -tampoco es que normalmente arresemos en ellas- de una tienda de Polo Ralph Lauren sorprendentemente pequeña, ya que suele ser uno de los locales más exageradamente grandes en todos los Premium Outlets visitados con anterioridad.
Tras estas tres primeras paradas cumplimos nuestra amenaza de movernos internamente con el coche. El calor que está haciendo en esta sartén que es Vacaville es digno de llanuras andaluzas en pleno agosto.
Entramos por primera vez y fruto de la curiosidad en American Eagle Outfitters, que tiene buenos precios pero falla al disponer de las tallas que nos interesan para algunas prendas. Solo L se lleva un nuevo top.
Antes de pasar a la siguiente tienda compro lo que es básicamente un vaso de hielo picado al que le echan un brebaje sin azúcar con sabor a piña colada por encima. Suena extrañísimo, pero meterse trozos de hielo aromatizado en la lengua y notar como se derriten mejora bastante el trauma de pasear bajo este sol.
En Adidas tiro la casa por la ventana comprándome dos packs de calcetines. Junto a sus estanterías, un perchero ofrece camisetas de los flamantes campeones de la NBA a un precio de 90 dólares.
Con la visita de hoy Aeropostale, otrora una de mis opciones favorita, suma una segunda decepción consecutiva tras la del año pasado en Seattle. No hay ni rastro de esas camisas de la marca que me enamoraron hace ya varios años. La oferta más atractiva es la de tres pantalones "shorts" por 45 euros, pero a duras penas podría justificar comprar uno más con todos los que tengo ya en perfecto estado.
Entramos en la tienda Reebok, en la que como en todas las demás nos reciben con el clásico "Welcome" automatizado del empleado más cercano a la puerta en el momento de nuestra aparición. Es toda una sorpresa que L encuentre al fin un par de bambas que sean de su agrado. Teniendo un descuento del 50%, yo traiciono a Skechers y también me llevo un comodísimo par de deportivas. Junto a otros calcetines, al cambio nos sale todo por menos de 55 euros.
Entonces llega GAP, que en mi caso siempre es sinónimo de éxito con unas gotas de demencia consumista. Me llevo de aquí más cosas que sumando todas las demás tiendas -camisetas, pantalones, polos, sudaderas...-, pero L solo mete en la bolsa una gorra y una camiseta de baño. Tras esta diferencia de compras de uno y otro la remontada es ya imposible para ella.
Terminamos en Levi's, donde me quito la espina de llevarme alguna de sus camisas siempre atractivas pero excesivamente caras gracias a la promoción de prendas al 50% que acaban de iniciar hoy mismo. Por 25 dólares tacho una cosa más de la lista.
Acabamos así las compras, que junto a lo adquirido en el outlet cercano a San Ramón que visitamos hace siete días hace un total de algo menos de 800 dólares -no repartidos por igual- para renovar el armario de ambos. Como siempre, no nos duele la cantidad al considerarlo una inversión gracias a la cual luego pasaremos mucho tiempo sin necesitar aoenas ropa nueva que comprar en España.
La locura consumista nos ha llevado hasta las 15:00, hora más que adecuada para comer. Y al igual que cuando salimos de nuestro anterior outlet, vamos a hacerlo en un restaurante de Applebee's por tres motivos. El primero, porque sigue siendo una franquicia a la que le tenemos especial cariño y en la que se puede comer varias veces en pocos días sin repetir plato gracias a la generosa variedad de su carta. El segundo, que tenemos a un local de la cadena esperándonos prácticamente a tiro de piedra de nuestra posición, bastando para llegar hasta él cruzar la autopista que lo separa de los Vacaville Premium Outlets. Y el tercero, un poco más anecdótico, que hoy es día 19 de junio y eso significa que hace ya 33 años que la humanidad tiene que soportarme -y yo soportarla a ella-. Así que parece adecuado que invite a L a una comida que le guste, y sé que Applebee's es apuesta segura.
Applebee's siempre triunfa
Disfrutamos de sendos filetes de ternera, una quesadilla de entrante y una cerveza cada uno por poco más de 60 dólares, 48 euros al cambio de divisa de hoy. Tan satisfechos como siempre volvemos al coche para recorrer ahora las 60 millas que nos separan de San Ramón, en nuestro nuevo alojamiento muy cerca de los San Francisco Premium Outlets que por ajustes de última hora en la agenda ya hemos visitado hace una semana -el plan original era visitarlos mañana-. El camino transcurre con normalidad hasta que a 15 millas del destino sufrimos levemente los clásicos atascos de un día laborable cuando todo el oeste de Estados Unidos sale de la oficina dispuesto a llegar a casa quemando combustible. Afortunadamente el atasco queda lejos del infierno que hemos sufrido en otras ocasiones -nuestros primeros minutos cerca de San Francisco, sin ir más lejos- y llegamos a casa de Kim y Ron a unas más que adecuadas 17:30.
Nos recibe Kim, que parece algo dormida y enseguida sabemos por qué: hace apenas unas horas que han regresado de un viaje a Alemania y Polonia y todavía debe estar sufriendo ese jet lag que a nosotros nos está esperando en apenas unas horas. Nos presenta el interior de su casa, o mejor dicho la pequeña porción a la que tenemos acceso justo junto a la entrada: un dormitorio de buen tamaño, un baño completo y un salón con múltiples sofás para relajarse si lo deseamos. Desconocemos si por seguir adormilada o estar muy ocupada, pero no se molesta en darnos muchas más explicaciones dejando la presentación un tanto fría. Eso no impide que introduzcamos nuestras cosas en la habitación y comencemos a confeccionar el equipaje definitivo para mañana, al fin sacando de las maletas grandes esos trolleys que llevaremos como equipaje de mano.
Cuando pasan las 19:00 nos echamos de nuevo a la carretera con un doble objetivo: comprar algún dulce o aperitivo típico del país para llevar a nuestras respectivas oficinas y conseguir algo de comida para llevar pensando en nuestra cena de hoy. Lo primero lo cubrimos en un Walmart que nuevamente resulta algo decepcionante por la falta de secciones de productos frescos y comidas preparadas, pero nos es suficiente para cargar cada uno con dos paquetes de galletas Oreo de sabores exóticos para un español como son mantequilla de cacahuete y tarta "Red Velvet". Para el objetivo de conseguir algo para cenar recalamos en un Trader Joe's cuyo aparcamiento abarrotado nos hace creer que es una de las franquicias más populares entre los locales. Conseguimos aquí dos "wraps", uno de atún para L y uno sabor cubano -sea lo que sea eso- para mí. No podemos despedirnos de nuestras cenas del viaje sin una nueva bandeja de melón naranja.
Regresamos a casa de Kim y Ron, siendo este segundo el que nos encontramos ahora engrasando las bisagras de la puerta de entrada. Mucho más despierto y atento que su mujer, charlamos animadamente con é ldurante unos minutos que nos dejan ya mucho mejor sabor de boca en caso de necesitar preguntar algo a nuestros anfitriones.
Pasamos un pequeño rato en el salón contiguo, sufriendo una conexión a Internet bastante deficiente pero que nos basta para reservar nuestros asientos para los vuelos de mañana. Al levantarme del sofá descubro que debo haber elegido el sitio predilecto de uno o varios de los perros de la familia ya que tengo la espalda cubierta de decenas de pelos que no se irían hasta un buen cepillado de vuelta en casa.
Tras un paso por la cocina para recuperar nuestras cervezas de la nevera y topándome con la familia -hija adolescente incluida- preparando su cena, vuelvo a la habitación donde nos disponemos a hacer lo propio. Durante la preparación del banquete un sonido de patas empieza a sonar tras la puerta, y tras un ágil movimiento de pomo aparece el mayor de los perros de la casa. Tal y como informa el dossier de bienvenida que tenemos en nuestra habitación, al parecer su mascota de más edad -que ha quedado totalmente sorda y algo falta de vista- tiene debilidad por el cuarto que alquilan a través de Airbnb, y cada noche intenta abrir una puerta que es capaz de accionar perfectamente si los ocupantes no han usado el pestillo de seguridad. Nosotros no lo habíamos hecho y empieza a asomar el hocico, pero no nos sentimos muy cómodos ante la posibilidad de que el animal, que parece inofensivo, duerma con nosotros. Esperamos que no se lleven la impresión equivocada, ya que adoramos las mascotas y los perros en particular. Pero sin saber de los hábitos del animal -ruidos, gases...- y estando el suelo lleno de nuestro equipaje para mañana, no vemos muy clara la posibilidad de compartir cuarto con él.
Dan las 22:30 de la noche y, cenados y con todo el equipaje prácticamente listo -mi maleta "solo" pesa 20 kg, consiguiendo mantenerla a tres kg del límite incluido en la facturación de Swiss-, no queda más que sufrir unos minutos más la lenta conexión a Internet para dejarnos vencer finalmente por el sueño. Mañana, tras un par de últimos puntos en la agenda, esta historia llegará a su fin.