Después de coordinarnos para ducha, maletas y demás fuimos a desayunar y comprar algo al pueblo. Hoy lo gordo iba a ser los fiordos del este. Que no sabíamos concretamente lo que teníamos que ver, iríamos hacia los fiordos y allí donde hubiera coches, cascadas, vistas y demás pararíamos, menos la primera parte del día que la dedicaríamos a ver Hengifoss la segunda cascada más alta de Islandia con 128 metros de altura. Pero antes de ir hacia la cascada nos dimos un homenaje-desayuno y nos metimos para el cuerpo un kanelbullar y otro dulce que también estaba muy bueno con su café correspondiente, y realmente nos iba a hacer falta.
El camino desde el parking hasta la cascada a simple vista parecía sencillo pero por momentos se hace duro y la gente va cayendo ladera abajo debido a tal dureza. El camino es empinado y a medida que subimos el paisaje con el lago Lagarfljot. Nosotros en media hora llegamos pasando antes por Litlanesfoss otra cascada de menos altura pero rodeada de columnas de basalto que le dan un aspecto precioso.
Las columnas parecen estar por el de Bricomanía: “Hola amigos, hoy os voy a enseñar a construir nuestra cascada con columnas de basalto”. A los pies de la cascada cada uno nos sentamos en una piedra y nos quedamos embobados mirando el agua caer desde tal altura. Cuando nos quisimos dar cuenta la mañana se nos había pasado volando en la Hengifoss.
Dejamos la zona del lago y la cascada para dirigirnos a los fiordos del este. Nuestra idea era ver dos pero el tiempo se nos echó encima y solo pudimos ver uno, Borgafjordur. Nuevos paisajes para nuestros ojos, un poco más de vegetación al borde del mar con unas playas desérticas e inmensas.
Paramos en Borgafjordur para comer aunque fuéramos con el horario español, es decir las 15:30-16:00… Tiramos de Lonely y fuimos a Alfacafé, en donde anunciaban sopa de pescado a un precio asequible. Por unos 12€ una agradable islandesa nos dio unos cuencos vacíos y nos dijo que en unos 10 minutos nos pasáramos a servir. Y nosotros obedientes que somos así lo hicimos. A los 10 minutos habían sacado una perola del tamaño de un Seat Ibiza. Pensamos que no podía ser toda para nosotros pero sí, era para nosotros entera. La sopa era potente y estaba buenísima pero pudo con nosotros. Aquel día fue un poco de relax y no vimos mucho más porque el siguiente alojamiento estaba bastante lejos de donde nos encontrábamos.
Nos encontrábamos en Bjarnanes a 12 km de Höfn la población más importante del sudeste islandés. Era una casa situada dentro de una especie de zona residencial con casas bajas. Según llegamos la anfitriona salió a recibirnos y decirnos donde debíamos aparcar. Era una casa muy acogedora y nos tenía preparada una habitación con 4 camas y unas mantas de renos que quitaban el sentido. En la casa vivían el matrimonio junto con un hijo que debía de vivir en el garaje o en algún paraje cercano a la casa, y un pequeño fox terrier. Se retiraron y nos cedieron la cocina y el comedor para que cenáramos a gusto, se pasarían en breve para que les indicáramos a qué hora nos levantaríamos para así poder prepararnos el desayuno. ¡Encantadores! No como nosotros que somos españoles y mala gente y terminamos de cenar y nos fuimos a dormir sin decir nada. Entonces es cuando viene lo mejor del viaje… Discutíamos sobre quien se levantaba para decir a la mujer la hora que teníamos pensado levantarnos cuando alguien llamó a la puerta: toc, toc. Abrimos la puerta temiendo que fuera la buena mujer para preguntarnos la hora del desayuno pero la realidad era otra totalmente distinta: “Perdonad que os moleste. He oído que no os habíais dormido aún y he pensado que a lo mejor os gustaría ver las luces del norte (auroras boreales)”. Cuál dibujos animados saltamos de nuestras camas y pasando por encima de la silueta de la mujer que yacía en el suelo. Salimos al patio y nos quedamos embobados.
No habíamos visto nada igual en nuestra vida y creo que no lo volveremos a ver. Unas estelas verdes ondulaban en el cielo como cortinas movidas por el aire. Alucinábamos doblemente porque nos habían dicho que en agosto era imposible ver auroras boreales y no las esperábamos. Estábamos emocionados por lo que veíamos. Yo estaba de corto y no me enteraba. Si hubiera dormido desnudo hubiera estado viendo las auroras boreales en pelota picada, y seguro que el resto de la gente ni se hubiera enterado tampoco. Pasados 15 ó 20 minutos las auroras desaparecieron. Aquella noche dormimos como niños pequeños sabiendo que habíamos sido privilegiados al ver una maravilla de la naturaleza.
El camino desde el parking hasta la cascada a simple vista parecía sencillo pero por momentos se hace duro y la gente va cayendo ladera abajo debido a tal dureza. El camino es empinado y a medida que subimos el paisaje con el lago Lagarfljot. Nosotros en media hora llegamos pasando antes por Litlanesfoss otra cascada de menos altura pero rodeada de columnas de basalto que le dan un aspecto precioso.
Las columnas parecen estar por el de Bricomanía: “Hola amigos, hoy os voy a enseñar a construir nuestra cascada con columnas de basalto”. A los pies de la cascada cada uno nos sentamos en una piedra y nos quedamos embobados mirando el agua caer desde tal altura. Cuando nos quisimos dar cuenta la mañana se nos había pasado volando en la Hengifoss.
Dejamos la zona del lago y la cascada para dirigirnos a los fiordos del este. Nuestra idea era ver dos pero el tiempo se nos echó encima y solo pudimos ver uno, Borgafjordur. Nuevos paisajes para nuestros ojos, un poco más de vegetación al borde del mar con unas playas desérticas e inmensas.
Paramos en Borgafjordur para comer aunque fuéramos con el horario español, es decir las 15:30-16:00… Tiramos de Lonely y fuimos a Alfacafé, en donde anunciaban sopa de pescado a un precio asequible. Por unos 12€ una agradable islandesa nos dio unos cuencos vacíos y nos dijo que en unos 10 minutos nos pasáramos a servir. Y nosotros obedientes que somos así lo hicimos. A los 10 minutos habían sacado una perola del tamaño de un Seat Ibiza. Pensamos que no podía ser toda para nosotros pero sí, era para nosotros entera. La sopa era potente y estaba buenísima pero pudo con nosotros. Aquel día fue un poco de relax y no vimos mucho más porque el siguiente alojamiento estaba bastante lejos de donde nos encontrábamos.
Nos encontrábamos en Bjarnanes a 12 km de Höfn la población más importante del sudeste islandés. Era una casa situada dentro de una especie de zona residencial con casas bajas. Según llegamos la anfitriona salió a recibirnos y decirnos donde debíamos aparcar. Era una casa muy acogedora y nos tenía preparada una habitación con 4 camas y unas mantas de renos que quitaban el sentido. En la casa vivían el matrimonio junto con un hijo que debía de vivir en el garaje o en algún paraje cercano a la casa, y un pequeño fox terrier. Se retiraron y nos cedieron la cocina y el comedor para que cenáramos a gusto, se pasarían en breve para que les indicáramos a qué hora nos levantaríamos para así poder prepararnos el desayuno. ¡Encantadores! No como nosotros que somos españoles y mala gente y terminamos de cenar y nos fuimos a dormir sin decir nada. Entonces es cuando viene lo mejor del viaje… Discutíamos sobre quien se levantaba para decir a la mujer la hora que teníamos pensado levantarnos cuando alguien llamó a la puerta: toc, toc. Abrimos la puerta temiendo que fuera la buena mujer para preguntarnos la hora del desayuno pero la realidad era otra totalmente distinta: “Perdonad que os moleste. He oído que no os habíais dormido aún y he pensado que a lo mejor os gustaría ver las luces del norte (auroras boreales)”. Cuál dibujos animados saltamos de nuestras camas y pasando por encima de la silueta de la mujer que yacía en el suelo. Salimos al patio y nos quedamos embobados.
No habíamos visto nada igual en nuestra vida y creo que no lo volveremos a ver. Unas estelas verdes ondulaban en el cielo como cortinas movidas por el aire. Alucinábamos doblemente porque nos habían dicho que en agosto era imposible ver auroras boreales y no las esperábamos. Estábamos emocionados por lo que veíamos. Yo estaba de corto y no me enteraba. Si hubiera dormido desnudo hubiera estado viendo las auroras boreales en pelota picada, y seguro que el resto de la gente ni se hubiera enterado tampoco. Pasados 15 ó 20 minutos las auroras desaparecieron. Aquella noche dormimos como niños pequeños sabiendo que habíamos sido privilegiados al ver una maravilla de la naturaleza.