Al amanecer, oí el canto del gallo. Teníamos que salir muy temprano porque, según nos dijeron, el camino hasta el muelle donde se coge el barco para Cayo Levisa (una isla, a la que se llega en un barco que sólo tiene horario de salida a las 10:00 y de regreso a las 17:00) más que largo es complicado por el mal estado de las carreteras. Después de desayunar en el buffet del restaurante, emprendimos la ruta. No llovía, pero estaba muy nublado. Pese a todo, llevábamos bañadores, tubos y gafas para hacer snorkel, qué optimistas, jeje.
Todo lo que nos contaron sobre la carretera desde Soroa al muelle del barco para Cayo Levisa se quedó corto. Al mal estado habitual de esas carreteras, junto con los parones debidos a encontrar ciclistas, peatones, vacas, cerdos, caballos, burros y demás en las calzadas, se unieron los efectos de la lluvia torrencial de la noche anterior, que dejaron las vías hechas un verdadero desastre: no había socavones, sino auténticas cuevas en las carreteras. Atravesamos pueblos, donde pudimos ver calles de tierra, casas semi derrumbadas y gente realmente pobre. Sin embargo, también vimos bastante ganado pastando en los campos verdes.
Llegamos por los pelos a coger el barco: nuestro vehículo parecía una croqueta, rebozada en barro del camino, el cielo estaba muy gris y la toilet del bar del muelle en estado realmente deplorable. No pedían propina; faltaría más; pero la verdad, para eso, mejor que la pidan y esté en condiciones.
Todo lo que nos contaron sobre la carretera desde Soroa al muelle del barco para Cayo Levisa se quedó corto. Al mal estado habitual de esas carreteras, junto con los parones debidos a encontrar ciclistas, peatones, vacas, cerdos, caballos, burros y demás en las calzadas, se unieron los efectos de la lluvia torrencial de la noche anterior, que dejaron las vías hechas un verdadero desastre: no había socavones, sino auténticas cuevas en las carreteras. Atravesamos pueblos, donde pudimos ver calles de tierra, casas semi derrumbadas y gente realmente pobre. Sin embargo, también vimos bastante ganado pastando en los campos verdes.
Llegamos por los pelos a coger el barco: nuestro vehículo parecía una croqueta, rebozada en barro del camino, el cielo estaba muy gris y la toilet del bar del muelle en estado realmente deplorable. No pedían propina; faltaría más; pero la verdad, para eso, mejor que la pidan y esté en condiciones.
Muelle en el que se coge el barco hacia Cayo Levisa.
Ese día nuestra guía pudo venir con nosotros a Cayo Levisa. No lo conocía, era la primera vez que la dejaban embarcar hacia allí. Normalmente, los cubanos no tienen permitido ir a Cayo Levisa, que está muy cerca de las costas norteamericanas y es un lugar muy utilizado por los balseros para huir de Cuba. El trayecto dura unos 20 minutos.
Vista desde el barco:
La pequeña isla es la más turística del archipiélago de los Colorados. De lejos parece un enorme manglar con un largo dedo de arena blanca en un extremo, quizás una instalación playera desierta o abandonada. Nada más desembarcar, cruzamos unas pasarelas de madera que están sobre los manglares, donde se asienta una urbanización de cabañas turísticas también unidas por pasarelas, que armonizan bien con un paisaje casi virgen, y llegamos a una playa de arenas blancas de unos tres kilómetros de longitud.
Llegada a Cayo Levisa:
Nos dieron un cóctel de bienvenida. Hay dos restaurantes, un centro de buceo (ese día cerrado por el mal tiempo), vestuarios, etc. Pudimos utilizar las tumbonas y las sombrillas: pero de baño, nada. Nuestro gozo en un pozo, nos habíamos quedado sin uno de los alicientes del viaje: el snorkel en el famoso arrecife coralino de Cayo Levisa. De pantalón corto, paseamos por la orilla, con las olas lamiendo nuestros pies: el agua estaba caliente. En la arena había algas y coral arrancado por las fuerte lluvias de la noche anterior. Vimos pájaros y cangrejos ermitaños, pero con el mal tiempo no pudimos deleitarnos con las estrellas de mar que aparecen en tantas fotos de este lugar.
Recorrimos la playa hasta una zona en que el manglar no deja seguir y regresamos, caminamos hacia el otro lado, observando las cabañas de la urbanización entremezcladas con los árboles, al borde de los manglares. Luego descansamos en las tumbonas, recibiendo la caricia de la brisa fresca. Poco más había que hacer en Cayo Levisa con semejante tiempo. Una lástima porque yendo a la derecha, pasada la urbanización, hay una bonita zona de playa virgen.
Fuimos pronto a comer al restaurante El Galeón, donde teníamos comida y bebida incluida: era un buffet con la sempiterna comida cubana: ensalada, verduras, arroz (esta vez amarillo) y pescado a la parrilla, unos pescados enteros muy raros y también filetes (muy rico). En las zonas marítimas de Cuba siempre hay que tomar pescado, suele estar muy bueno, mucho mejor que en La Habana, donde no siempre se encuentra. Oímos a los trabajadores cubanos comentar que pescado de esa calidad no llega a la capital y si llega cuesta muy caro. Tomamos Tukola y Bucanero (la cerveza más fuerte, la más ligera se llama Cristal). Para tomar el café nos dieron una pajita, curioso, era la primera vez que tomábamos café con pajita.
Después de comer, nuevo paseo por la playa y los manglares. Había mosquitos, muy pequeños, como minúsculas motas negras, parecían inofensivos (¡ya,ya!). La luz en la playa se volvió extraña, el reflejo en el agua adquirió un tono sorprendente: o iba a aclarar o a caer el diluvio universal.
Por fortuna, nuestra guía se movió rápido. Un barco que llevaba a trabajadores de los restaurantes de regreso a sus casas salía a las cuatro; si estábamos de acuerdo podía intentar que nos llevaran. Hay unanimidad entre los suecos y nosotros: ¡siiiii! Y menos mal que pudimos hacerlo, porque empezó a diluviar y llegamos empapados, pese al cobijo metálico de las escasas zonas cubiertas del barco.
No sé cuántos kilómetros hay desde Cayo Levisa a Viñales, pero fue al menos una hora y media de viaje y no dejó de llover en todo el camino. Afortunadamente, todavía era de día y pudimos aprovechar la luz todo el trayecto, cosa que no hubiera sucedido de haber salido a las cinco. Eso sí, apenas había tráfico y después de un tramo sumamente malo, la carretera hacia Viñales mejoró.
Los paisajes eran verdes y hermosos y empezamos a ver los famosos mogotes, gigantes de piedra con formas fantasmagóricas entre la espesa capa de agua que poco dejaba ver detrás de los cristales tintados.
Llegamos a Viñales pasadas las cinco y media. Fuimos al hotel los Jazmines, donde supuestamente nos alojábamos mi marido y yo. Llovía tanto y se había puesto tan oscuro que ni nos acercamos al mirador. Lo veríamos al día siguiente. Finalmente había habido un error en la reserva y nos llevaron con nuestros compañeros suecos al hotel La Ermita. Los dos hoteles eran los que ofertaba el tour, así que no había motivo de queja. Luego nos alegramos del cambio de hotel.
El hotel La Ermita está situado en una colina, junto al pueblo de Viñales, que se divisa perfectamente desde el restaurante junto a una panorámica preciosa del resto del valle. Nos gustó el aspecto del hotel, magníficamente situado, y las vistas, aunque llovía muchísimo. Para ser un dos estrellas, estaba bien: una habitación amplia, con equipamiento muy básico pero correcto, baño limpio, agua caliente, y una bonita terraza que daba a una amplia piscina, inútil con aquel tiempo.
Los paisajes eran verdes y hermosos y empezamos a ver los famosos mogotes, gigantes de piedra con formas fantasmagóricas entre la espesa capa de agua que poco dejaba ver detrás de los cristales tintados.
Llegamos a Viñales pasadas las cinco y media. Fuimos al hotel los Jazmines, donde supuestamente nos alojábamos mi marido y yo. Llovía tanto y se había puesto tan oscuro que ni nos acercamos al mirador. Lo veríamos al día siguiente. Finalmente había habido un error en la reserva y nos llevaron con nuestros compañeros suecos al hotel La Ermita. Los dos hoteles eran los que ofertaba el tour, así que no había motivo de queja. Luego nos alegramos del cambio de hotel.
El hotel La Ermita está situado en una colina, junto al pueblo de Viñales, que se divisa perfectamente desde el restaurante junto a una panorámica preciosa del resto del valle. Nos gustó el aspecto del hotel, magníficamente situado, y las vistas, aunque llovía muchísimo. Para ser un dos estrellas, estaba bien: una habitación amplia, con equipamiento muy básico pero correcto, baño limpio, agua caliente, y una bonita terraza que daba a una amplia piscina, inútil con aquel tiempo.
Vista del hotel cuando llegamos. Llovía muchísimo y estaba anocheciendo:
Cenamos en el restaurante-mirador, con las luces de Viñales al fondo, aunque al ser de noche no se veía gran cosa. Aparte de los entrantes sempiternos cubanos que no voy a repetir, nos dieron a elegir el plato principal y escogimos pasta con marisco (el marisco en Cuba normalmente se refiere a lo que ellos llaman “camarones”, pero que en España son “gambones”), que estaba muy buena. A destacar el membrillo de mango con queso que nos pusieron de postre.
Toda la noche estuvo lloviendo a cántaros. Hacía, no voy a decir que frío, pero sí bastante fresco. A unos diez grados, los cubanos se quejaban amargamente porque para ellos eso era mucho frío. Nos contaron que habían tenido un mes de diciembre muy cálido, con temperaturas de 30 grados hasta hacía un par de días. También nos explicaron que en enero suele haber algunos días de mal tiempo, porque llegan frentes fríos del norte (Estados Unidos estaba en plena ola de frío) que traen lluvia y bajas temperaturas. Nos había pillado, ¡pues qué bien! En la cama, mientras escuchaba caer el agua y soplar el viento, pensaba en que nuestra tradicional buena suerte con el tiempo se había acabado. Lo de no hacer snorkel en Cayo Levisa me importaba menos, habíamos podido pasear por la playa y, al fin y al cabo, el snorkel se podía hacer en otros muchos lugares; pero que nos lloviera de esa forma en Viñales me fastidiaba bastante. Es un sitio con un paisaje único, que apetece ver en todo su esplendor con luz y buen tiempo. En fin, tocaba cruzar los dedos.
Toda la noche estuvo lloviendo a cántaros. Hacía, no voy a decir que frío, pero sí bastante fresco. A unos diez grados, los cubanos se quejaban amargamente porque para ellos eso era mucho frío. Nos contaron que habían tenido un mes de diciembre muy cálido, con temperaturas de 30 grados hasta hacía un par de días. También nos explicaron que en enero suele haber algunos días de mal tiempo, porque llegan frentes fríos del norte (Estados Unidos estaba en plena ola de frío) que traen lluvia y bajas temperaturas. Nos había pillado, ¡pues qué bien! En la cama, mientras escuchaba caer el agua y soplar el viento, pensaba en que nuestra tradicional buena suerte con el tiempo se había acabado. Lo de no hacer snorkel en Cayo Levisa me importaba menos, habíamos podido pasear por la playa y, al fin y al cabo, el snorkel se podía hacer en otros muchos lugares; pero que nos lloviera de esa forma en Viñales me fastidiaba bastante. Es un sitio con un paisaje único, que apetece ver en todo su esplendor con luz y buen tiempo. En fin, tocaba cruzar los dedos.